PROFECÍA Y PROFETAS III. RELIGIONES NO CRISTIANAS.


1. El profetismo fuera de Israel. Hablan hoy los investigadores de una especie de «profetismo» en diversos pueblos de la antigüedad, particularmente los circunvecinos de Israel, e incluso de las influencias, de forma externa aunque no de fondo, que en algún grado y época ese fenómeno religioso y cultural pudo ejercer en determinados aspectos institucionales de Israel (y, viceversa, podría hablarse de la posible influencia de Israel en esos otros pueblos y en sus fenómenos llamados proféticos). El estudioso de las religiones encuentra fenómenos repetidos que se califican como profetismo, desde las antiguas religiones semíticas hasta las vigentes en nuestros días. En pura fenomenología religiosa externa el caso de Israel se podría encuadrar, pues, al menos aparentemente, en el mundo de las manifestaciones mánticas, que existen también en otras religiones.
      Sin embargo, es clara y manifiesta la distinción entre el nivel sobrenatural en que aparecen situados los profetas bíblicos, como delegados y portavoces de Yahwéh ante su pueblo (v. I y II), y la fenomenología inherente a los llamados profetismos institucionales del antiguo Próximo Oriente. En efecto, se ha exagerado el concepto de profeta al afirmar demasiado rotundamente que su aparición se da en todos los pueblos antiguos y es una manifestación propia de los tiempos heroicos, e incluso hoy día de las tribus o colectividades que no han rebasado el estadio de una cultura primitiva. Sobre todo se señala como fenómeno característico de los pueblos semitas (v.) y, entre éstos, de los más contiguos a Israel. Pero el profeta auténtico de la Biblia ostenta unas características que le distinguen netamente de cualquiera de los tipos de agorero, augur, arúspice, mago, brujo, hechicero, adivino en sus múltiples formas o mancias, astrólogo, pitonisa y hasta el simple sacerdote de los pueblos de la antigüedad o tribus salvajes de todos los tiempos (V. ADIVINACIÓN; ASTROLOGÍA; ESPIRITISMO; HADO; MAGIA; ORÁCULO; SUEÑOS; TEURGIA). Respecto a las relaciones entre el profeta y el sacerdote (v. SACERDOCIO I-II), nótese que los mismos sacerdotes hebreos eran los ordenadores de los oráculos mediante el sistema de Urim we-Tummin, y, sin embargo, jamás se les adjudicó, por ese simple hecho, la consideración de profetas, por más que el término kohén, pansemítico, de oscura etimologíaen su raíz, designe en su correspondiente del antiguo árabe, kahin, al adivino (v. I, 3c).
      Hay que reconocer, cualquiera que sea el valor atribuible a esos diversos fenómenos cultuales y culturales, que en esos pueblos de la remota antigüedad, los magos, adivinos, hechiceros y castas sacerdotales, depositarios de la sabiduría alcanzada y conocedores de reales o aparentes poderes de la naturaleza, representan una aristocracia aureolada de prestigio casi sobrenatural: la conjunción de la magia y el poder, la sabiduría y el valimiento ante los reyes coloca a esos hombres en posición privilegiada frente a la ignorancia de la masa popular.
      Un argumento que pudiera justificar en algún aspecto, aparte de otras razones históricas y circunstancias, la comparación entre los profetas de Israel y los así llamados en otros pueblos extraños es el designar, en el texto sagrado, con el mismo término nabi' a ciertos personajes no israelitas que intervienen en la historia del pueblo de Dios. Pero tal denominación se les aplica en el sentido lato de «adivino», como claramente se infiere del contexto, con lo cual la cuestión sigue en pie, es decir, limitada a ciertas analogías exteriores, sin más trascendencia. El caso más típico, aparte de los 450 sacerdotesprofetas de Baal (1 Reg 18), es el de Balaam (v.), hijo de Beor y súbdito de Balac, rey de Moab (Num 22-24; cfr. 1 Pet 2,16); el texto sagrado le presenta actuando con gran solemnidad como oraculista e incluso le aplica el título mismo de «profeta». También designa la Biblia con el mismo denominativo a los falsos profetas que aparecen en numerosos pasajes, y con el mismo verbo, si bien algunas veces se usa éste para tales casos en la forma reflexiva, con sentido seudomántico (cfr. 1 Reg 22,10; Ier 14,14; 23,9; 29,8; Lam 2,14; Ez 13,2; Mich 3,5). Esto no obstante, en Dt 18,20-22 y Ier 28,9 se indica el criterio para distinguir al profeta verdadero del falso, aun cuando ambos sean designados con el mismo apelativo. El léxico hebreo distingue al segundo con el determinativo (n'b¡) séger, «profeta de falsedad» (profeta falso). Aun cuando el susodicho término nabl' fuera anterior a la entrada de los israelitas en la tierra de Canaán y éstos lo hubieran adoptado -lo cual no consta con certidumbre-, es indudable le dieron el sentido específico que distingue tan profundamente al profeta bíblico de los llamados profetas en otros pueblos.
     
      2. Manifestaciones de «profetismo» en diversos pueblos. a) Pueblos circunvecinos de Israel. En la religión de los sumero-acadios (v. SUMERIA) el cuerpo sacerdotal era poderoso y entre sus numerosas clases figuraban los conjuradores, que propiciaban a los dioses, y los adivinos, que predecían el porvenir y tenían su jefe. Los procedimientos adivinatorios eran múltiples; la astrología (v.), uno de los más importantes, nació en Sumeria. Con todo, en nada pueden identificarse con el profetismo hebreobíblico.
      Los autores que más han insistido en las analogías entre el profetismo israelita y el también llamado profetismo de otros países y religiones se han fijado principalmente en los pueblos cananeos (v. CANAÁN) y demás colindantes con Palestina, precisamente en razón de su proximidad y mutuas relaciones y afinidades diversas. La Arqueología ha corroborado los asertos bíblicos en orden al nabismo cananeo. El relato de un viajero egipcio, funcionario del templo de Amón, en Karnak, del s. xi a. C., aporta datos interesantes sobre el «profetismo» en Fenicia; en él se afirma que el dios de Biblos se posesionó de la persona de un sacerdote, forzándole a «entrar en éxtasis» o «frenesí», y le hizo «profetizar» (cfr. H. Gressmann, Altorientalische Texte und Bilder zum A. T., 8 ed. Berlín-Leipzig 1926, 71-77).
      «Este tipo de profetismo frenético -escribe García Trapiello (o. c. en bibl., 141-143)- aparece vigoroso en Fenicia a partir del s. X a. C., desde donde será introducido en el reino israelita del Norte en el s. IX por la dinastía Omrida, bajo la presión de la reina fenicia Jezabel, esposa de Ajab (cfr. 1 Reg 18,19-40). Sin embargo, este profetismo extático no era originario de Fenicia, sino del Asia Menor (v.), con centro principal en la Frigia, donde en torno a los cultos de Cibeles y de Atis se desarrolló una religión frenética y de orgía. Un profetismo más templado y tranquilo era practicado en la región aramea de Siria septentrional... En otra región vecina de Israel, Moab (v.), aparece el mismo tipo de profetismo. En efecto, en la famosa estela de Mesa (v.), rey de Moab, se leen dos oráculos procedentes del dios Kamos... En cuanto a Mesopotamia, la documentación es mínima respecto a todas las civilizaciones que se han sucedido en esta región. Lo que sí abunda es la magia o adivinación, que presenta un carácter institucional... En cuanto a Asiria (v.), sí se han encontrado oráculos, que tienen claro sabor profético».
      Finalmente, «en Egipto se encuentra muy abundante la adivinación, cuyos practicantes poseían una técnica adivinatoria, por lo que este tipo de profecía no sobrepasa el nivel de la magia. Pero existen vestigios de otro profetismo superior, con un carácter visiblemente escatológico. El pontífice supremo de Heliópolis llevaba el título de `el más grande de los videntes'». «Los egipcios conocían también el título de `director de los profetas del Sur y del Norte'. Se han encontrado textos proféticos egipcios muy antiguos, puesto que sus prototipos remontan al Imperio antiguo», es decir, el III milenio a. C. (V. EGIPTO VII).
      Muchos siglos después, en Caldea, bajo el Imperio neobabilónico (s. VI a. C.), a través de la descripción de las cortes de Nabucodonosor II (v.) y Baltasar (v.), con sus peregrinos sucesos, que se trasluce en los cinco primeros capítulos del libro de Daniel (v.), vemos el papel preponderante que ejercían los magos, astrólogos, caldeos, adivinos, encantadores y sabios, reiteradamente nombrados. Pero no rebasan la esfera de la adivinación (v.) y la magia (v.), y aun en éstas hacen un triste papel, frente al profeta Daniel, que «tiene -le dice Nabucodonosorel espíritu de los dioses santos y a quien ningún misterio se oculta» (Dan 4,6), y a quien el rey, conforme a su mentalidad, «nombra jefe supremo de todos los sabios de Babilonia» (Dan 2,48) y le llama asimismo «jefe de los magos» (Dan 4,6) (V. t. BABILONIA II; ASIRIA II).
      b) Otros pueblos asiáticos. En cuanto a las importantes religiones asiáticas, de los Vedas (v.), brahmanismo (v.), jainismo (v.), hinduismo (v.) y budismo (v.), no parece haya en ellas nada que pueda ser similar al profetismo. En China (v.) reviste especial importancia el rito mágico de la adivinación, que ejercían generalmente los sacerdotes oficiales, e incluso se escribieron voluminosos libros sobre esta práctica, de formas muy variadas, en que se incluía hasta la consulta a los antepasados y los espíritus.
      c) Grecia y Roma. El término profétés, adoptado por los Setenta en su traducción del A. T. al griego y naturalizado en el griego bíblico y patrístico, latinizado después en propheta, que pasó a las lenguas modernas, en los escritores griegos profanos significa «intérprete» (v. I, 1). Dionisio de Halicarnaso llama a los sacerdotes profétai tón theión, «intérpretes de las cosas divinas»; y Platón,a los poetas, «intérpretes de las Musas». Desde tiempos muy remotos hay memoria y testimonios de que existían en Grecia mánteis, o «adivinos», a quienes se consultaba sobre los secretos del porvenir; mas también se consideraban presagios del futuro próximo ciertos fenómenos meteorológicos u otras contingencias, supersticiones que pasaron incluso a países cristianos en el Medievo. El porvenir se auguraba sobre todo en ciertos santuarios, y se creía revelado por el dios en ellos venerado, intermediando algún sacerdote o sacerdotisa. El más famoso fue el de Delfos (v.), oráculo de Apolo, cuya sacerdotisa era la «pitonisa» (v.), que comunicaba las respuestas del dios con ayuda de los sacerdotes. Pero, naturalmente, nada hay en todo esto que recuerde ni remotamente el profetismo hebreo bíblico (v. GRECIA VII).
      En las instituciones y creencias religiosas de Roma ofrecen particular interés las varias formas de adivinación del porvenir, auspicios y augurios, vuelo de las aves, entrañas de las víctimas, signos celestes (V. ASTROLOGÍA), etcétera, pero sin más trascendencia sobrehumana. Algunas de estas prácticas se consideran de origen etrusco. No puede tampoco hablarse de profetismo en su propio sentido. Los que intervienen en tales menesteres o vaticinios como intérpretes pueden ser especialistas, sacerdotes, augures, arúspices; pero algunas formas están al alcance de cualquier persona, p. ej., el graznido de la corneja, el rayo, etc. En cuanto al concepto de «profeta» está indicado claramente en esta afirmación de Festo: «Los antiguos llamaban profetas a los sacerdotes de los templos e intérpretes de los oráculos». Los términos mántis en griego, vates en latín y sus sinónimos, no encierran mayor alcance. Algunos personajes mitológicos, tales como Tiresias, Calcas, Casandra, las Sibilas (v.), se consideraba que fueron agraciados por algún dios (Júpiter, Apolo), no sin contrapartida, con el don de adivinar o predecir lo futuro; pero la misión que se les atribuía no pasa del ejercicio eventual de esa prerrogativa (v. ROMA V).
      La religión de los etruscos, que, al igual de su cultura, tanto influyó en la romana, tenía una corporación sacerdotal bien organizada, cuya principal función, aparte de las oraciones, sacrificios y ritos funerarios, era la adivinación. Etrusca disciplina la llamaron los romanos, por cuyos escritores sabemos que los etruscos poseyeron numerosos textos sobre el arte adivinatoria, que se perdieron. Son los llamados libri haruspicini, fulgurales, rituales, fatales, acheróntici. Cada grupo sacerdotal estaba especializado en un tipo y método de profecía. Todo esto entra de lleno en el terreno de la magia y el arte adivinatoria, sin analogía con el auténtico profetismo.
      d) Otros pueblos europeos. En la mítica celta (v.) y escandinava (v.) hallamos algunas manifestaciones «proféticas» en el sentido de mediación entre la divinidad y el hombre, juntamente con la adivinación del porvenir. Los sacerdotes o druidas, que constituían una clase especializada y cerrada, eran los depositarios de las creencias y mitos religiosos, que debían enseñar al pueblo. Druida significa «el que ve muy claro», es decir, el sabio, conocedor de los arcanos de la vida y la muerte, como también los de ultratumba. Practicaban la magia, la adivinación y los vaticinios del futuro, presagios o «profecías». Pero estas u otras formas de superioridad eran más bien manifestaciones de la abismal diferencia entre la privilegiada casta sacerdotal y la ignorante masa popular. La religión druídica se introdujo en Francia hacia el s. VII a. C. y se nos presenta como un conglomerado de elementos de otras religiones mediterráneas y orientales (v. GALIA II). Entre los ugro-fineses los magos gozaban también de gran predicamento; el Kalevala está esmaltado de fórmulas mágicas.
      e) En el Islam. En la Arabia preislámica (v.), cuya religión podría calificarse de polidemonismo, no existía clara clase sacerdotal al estilo de la mayoría de los pueblos antiguos, pero sí guardianes de los santuarios, arúspices y adivinos, que predecían el porvenir. El concepto de profeta en el Islam es casi sustancialmente el mismo del A. T. En el Corán (v.) se da el título de profetas a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, como depositarios que fueron del culto del Dios único; pero su ministerio se limitó a su familia. Por eso propiamente los grandes profetas venerados en el islamismo son Moisés, Jesús y junto a ellos Mahoma (v.), considerado como «el sello de los profetas» (Corán, 33,40). Se le atribuyen estas palabras: «Después de mí no habrá más profetas». En el libro sagrado de los musulmanes figuran diversas referencias a los profetas (2,254 y 285; 3,74; 6,93; 17, 57; 19,42; 21,7,8 y 25; 33,39). Importa distinguir entre nabi', «profeta», y rasul, «enviado». Ambos títulos convienen a los tres últimos personajes susodichos; pero algunos otros fueron simplemente «enviados» (o apóstoles), encargados de una misión especial en un pueblo incrédulo. Mahoma pasará a la Historia universal con la designación de «el Profeta», lo cual implica solamente una designación nominal, no el reconocimiento de una conceptuación teológica ni una jerarquía con respecto a los profetas bíblicos (v. ISLAMISMO).
      f) Hebraísmo posbíblico. Especial interés ofrece la consideración del profeta y la profecía en la literatura talmúdica y cabalística (v. TALMUD; CABALA). Los términos con que en ellas se designa la profecía son: áekináh, «divina presencia en este mundo»; rúah ha-gódeá, «espíritu santo», y bat qól, «eco, voz divina». La profecía, entendida como aptitud para interpretar la voluntad divina o una presciencia del porvenir, es un efecto promovido por el espíritu santo. La bat qól designaba una especie de voz celeste que, según algunas tradiciones talmúdicas y cabalísticas, se dejaba oír para proclamar la voluntad y los designios divinos, y era en cierto modo como una sustitución de la profecía. Como siempre, en todas las doctrinas y disposiciones rabínicas, se busca el entronque bíblico, suficiente en este caso para demostrar el sentido espiritualista, completamente alejado del concepto de «profetismo» en otros pueblos de la antigüedad. La profecía es un don carismático de Dios y se habla de «los 48 profetas y 7 profetisas, que profetizaron después de Moisés en Israel». Se reconoce asimismo entre los pueblos profanos la existencia de profetas, conforme al criterio bíblico antes indicado. Sin embargo, no se adjudica a ningún personaje posbíblico el prestigioso título de profeta después que «la profecía calló», tras Malaquías, «el sello de los profetas». Después de él, afirman definitivamente los escritores judíos, el profetismo se extinguió.
      3. Conclusiones. 1a) Sólo abusivamente se emplean los términos profeta y profetismo refiriéndose a los magos, adivinos o hechiceros que vemos en la historia de ciertas religiones y pueblos antiguos.
      2a) Las doctrinas y referencias del hebraísmo posbíblico y del Islam dimanan del propio concepto bíblico.
      3 a) Las semejanzas que se han señalado en ciertos casos, o pretendido ver en otros, entre los auténticos profetas de Israel y ese otro linaje de personas, pese a la identidad de nombre y algunas coincidencias bastantesuperficiales, no autorizan en modo alguno a unificar o equiparar ambos fenómenos.
      4a) Las coincidencias que pueden revelar algún influjo, tales como las corporaciones o escuelas de profetas, en sus varias épocas y modalidades, que aparecen en la historia de Israel, obedecen sencillamente a un sentido de profesionalismo o institucionalidad no muy claro, pero en todo caso con fines notoriamente dispares.
     
     

BIBL.: E. MANGENOT, Prophétisme, en DB V,735-747; A. MICHEL, Prophétie, en DTC XIII,708-737; A. GUILLAUME, Prophety and Divination among the Hebrew and other Semites, Londres 1938; A. HALDAR, Associations of Cult Prophets among the ancient Semites, Uppsala 1945; R. CRIADO, La Sagrada Pasión en los Profetas, Madrid-Cádiz 1944; A. GONZÁLEZ NÚÑEZ, Profetas, sacerdotes y reyes, Madrid 1962; J. B. PRITCHATD, La Sabiduría del Antiguo Oriente, Barcelona 1966; J. GARCÍA TRAPIELLO, Profetismo «profesional» en el antiguo Israel y en los pueblos vecinos, «Cultura Bíblica» (1967) 138-151; M. GARCÍA CORDERO, Biblia comentada, III, Introducción a los libros proféticos, Madrid 1961.

 

D. GONZALO MAESO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991