Procesiones
 

Noción e historia. Las p. como rito religioso, es decir, como una forma o manifestación de culto (v.) público a la divinidad, se encuentran en todos los pueblos y religiones. Como acto de culto se celebraban también en el Antiguo Testamento. La Iglesia ha adaptado e incorporado esa tradición religiosa natural y espontánea al culto cristiano, depurándola y reservándola para algunas ocasiones especiales. En el Código de Derecho Canónico se encuentra lo que puede llamarse definición oficial: «Bajo el nombre de sagradas procesiones se da a entender las solemnes rogativas que hace el pueblo fiel, conducido por el clero, yendo ordenadamente de un lugar sagrado a otro lugar sagrado, para promover la devoción de los fieles, para conmemorar los beneficios de Dios y darle gracias por ello, o para implorar el auxilio divino» (can. 1290,1).
Las p. de los cultos paganos eran, en general, muy frecuentadas. Se daban tanto en las religiones llamadas de misterios (v.), como en las religiones (v.) étnico-políticas o nacionales. Entre estas últimas, fueron famosas, p. ej., las p. fúnebres de los «nobiles» de la antigua Roma, las celebradas en Egipto en los festivales en honor de Osiris y las que se tenían en Grecia con los llamados «jardines de Adonis». En el Antiguo Testamento, al menos una docena de salmos, sin contar los salmos graduales, hacen referencia a una p. o peregrinación. El segundo libro de Samuel (2 Sam 6,1 ss.) y el primero de los Paralipómenos o Crónicas (1 Par 16) describen solemnes pompas, con cantos de salmos y gran júbilo del pueblo, que celebraban el traslado del Arca de la Alianza; y, asimismo, 1 Reg 8 y 2 Par 5 narran la p. con que se trasladó dicha Arca al templo construido por Salomón en Jerusalén. El libro de Nehemías habla igualmente de la p. que se hizo después del destierro, tras la reconstrucción de las murallas de Jerusalén (Neh 12,1 ss.). Fueron además famosas las p. del pueblo, entre las que destacan las peregrinaciones anuales por Pascua, Pentecostés y Tabernáculos (v. FIESTAS II); las tres fiestas recordaban aspectos de la marcha hacia la tierra prometida; eran peregrinaciones populares en caravana; la meta era la Ciudad Santa, donde estaba el Templo (v. TEMPLO II).
En los primeros siglos de la era cristiana fue muy común ver reunidos a los cristianos, aun en tiempo de persecución, para llevar en p. los cuerpos de los mártires (v.) hasta el lugar de su sepulcro; así lo cuentan lasActas del martirio de S. Cipriano y de otros muchos. Pronto los fieles empezaron a acudir en peregrinación a visitar los Santos Lugares: Belén, Jerusalén... (hay testimonios explícitos ya en el s. ilt). Y también acudían de diversas partes a visitar, en Roma, los sepulcros de S. Pedro y de S. Pablo y los cementerios de los mártires; en Seleúcida (Asia Menor) el de Santa Tecla; en Nola (Italia) el de S. Félix; en Egipto el de S. Menas; en las Galias el de S. Martín; etc. (v. t. PEREGRINACIONES). Tras la paz de Constantino surgieron otras formas procesionales. En Roma las p. a las «Estaciones», donde el Papa celebraba la liturgia en las grandes solemnidades. En Jerusalén, la peregrina Eteria (v.) habla de cómo toda la comunidad en días señalados (p. ej., Domingo de Ramos) marchaba en p. a uno de los Santos Lugares (Calvario, Monte de los Olivos...) para conmemorar un acontecimiento de la salvación y celebrar después la Eucaristía. S. Ambrosio y S. Agustín mencionan las p. tenidas con ocasión del traslado de las reliquias de los mártires. El historiador Sócrates fue testigo de las p. para pedir la lluvia. La famosa p. de las Letanías Mayores, el día 25 de abril, en la festividad de S. Marcos, es anterior a S. Gregorio Magno, y las p. de las Letanías Menores, en los días antes de la Ascensión, nacieron en las Galias, instituidas por S. Mamerto de Vienne (hacia 470); se instituyeron como forma de penitencia y de oración públicas, de acción de gracias y de rogativas por las cosechas, y para abrogar el culto y las p. que los paganos celebraban en esos días.
En la Edad Media continuó la práctica de celebrar p. públicas. Los protestantes atacaron fuertemente este uso; pero el Conc. de Trento aprobó tan laudable costumbre. Después de Trento, los Papas han mandado celebrar en diversas ocasiones p. públicas. El CIC, el Ritual Romano y otros documentos de nuestros días, emanados de la Santa Sede, han dado normas claras y precisas para su celebración, restaurando algunas de las que en la antigüedad fueron laudables. La reforma litúrgica inspirada en el Conc. Vaticano II ha revalorizado esta práctica litúrgica, y así aparece en los libros litúrgicos (v.) promulgados por Pablo VI y otros documentos de la Santa Sede (p. ej., Decreto de la S. C. para el culto divino sobre la Comunión y el culto eucarístico fuera de la Misa, del 21 jun. 1973; cfr. «Notitiae» n° 86, 1973, 321-322, n° 101108 y 112).
Clases de procesiones, su sentido y valor. Las p. en la Iglesia pueden ser, en primer lugar, litúrgicas o no litúrgicas:
a) Procesiones litúrgicas. Son las que se encuentran descritas en los libros litúrgicos generales y particulares; debe observarse en ellas con fidelidad las prescripciones que dichos libros hacen en lo tocante a ritos, oraciones y cánticos. Pueden ser ordinarias o extraordinarias. Son ordinarias aquellas que se celebran en días determinados del año a tenor de los libros litúrgicos o de las costumbres de las iglesias (can. 1.290,2). Cabe citar, en primer término, tres: la del Domingo de Ramos (v. SEMANA SANTA), la del 2 de febrero (v. MARÍA IV, 5) y la de la noche de Pascua (v. PASCUA II). Puede también incluirse dentro de esta categoría las llamadas p. funcionales, es decir, aquellas que solemnizan un movimiento necesario para realizar los ritos; tales son la del Viático (v.) o comunión de enfermos, la de los funerales (v.), la del día de jueves Santo para trasladar la Eucaristía al monumento (v. SEMANA SANTA), y las que están ligadas a la realización de un acto litúrgico: entrada de los concelebrantes en la misa solemne, p. con las ofrendas, la de los fieles al ir a comulgar... Hay que citar además la p. del día del Corpus Christi (v.). Y; finalmente, las que tienen por costumbre ciertas iglesias: la del día de su De- dicación, la del titular de la iglesia, etc. Son p. litúrgicas extraordinarias aquellas que por ciertas causas públicas están prescritas para otros días; entre ellas pueden enumerarse: para pedir la lluvia, el buen tiempo, contra las tempestades, en tiempo de hambre, mortandad y peste, en tiempo de guerra, para dar gracias y para trasladar reliquias.
b) Procesiones no litúrgicas. Se consideran como pia exercitia (ejercicios o prácticas piadosas) y están bajo la responsabilidad del Obispo u Ordinario de cada lugar. Suelen tener importancia en la vida religiosa de los pueblos por su celebridad, el drama que revisten a veces y la emoción que suscitan. Sin duda alguna, en ciertos casos, son como desbordamiento popular y exterior de una fiesta litúrgica. Unas veces son conmemorativas, como la que se celebra en Echternach (Gran Ducado de Luxemburgo) llamada «procesión de los convulsionarios»; fue instituida en el s. vill para lograr la cesación de una epidemia y el municipio, agradecido, ha venido celebrándola. Otras se celebran con ocasión de las fiestas de las poblaciones. Muchas se realizan con imágenes de los misterios del día, de los Santos, de la vida de la Virgen, o con imágenes muy famosas y veneradas. Pero las más importantes siempre han sido las de Cuaresma; especial interés han ofrecido siempre las de los días de Semana Santa, sobre todo en muchas regiones de España. En general todas estas p. son una forma de oración y de culto que hay que conservar, siempre procurando que no degeneren o se transformen en meras manifestaciones folklóricas. Las p. han de proclamar la realidad de la fe, inducir a una oración auténtica y encaminar los fieles a la liturgia (Const. Sacrosanctum Concilium, n° 13).
En cuanto al sentido y valor de unas y otras p., téngase en cuenta lo siguiente: La Iglesia entera es un pueblo inmenso que avanza en p. hacia la Ciudad Eterna, la Jerusalén celeste (Apc 7,1-12). Así, pues, cualquiera que sea la forma que revista una p., lleva el alto significado de anticipar simbólicamente el misterio último de la Iglesia, que es la entrada en el Reino Celestial; las p. ponen de manifiesto el gran misterio de la Iglesia en constante peregrinación hacia el cielo. Además de esto, son un acto de culto público a Dios, que al mismo tiempo lleva consigo un carácter de proclamación y de manifestación externa y pública de la fe. Y con todo ello pueden ayudar a la oración y a los deseos de mejorar (de ir adelante) de todos (v. t. SACRAMENTALES). La prohibición de las p. ha sido siempre uno de los episodios tristes y característicos de la lucha contra el cristianismo y la Iglesia.


R. MOLINA PIÑEDO.
 

BIBL.: CIC, can. 1290-1295; Rituale Romanum, D2 processionibus; J. H. DALMAIS, Note sur la sociologie des processions, «La Maison Dieu» 43 (1955) 38-43; P. DONCOEUR, Sens hunrain de la procession, ib. 29-36; D. DUBARLE, Proccssions d'Espagne, «L'Art sacré» 11-12 (1953), 12-26; L. HUSCHEN, La procession et son aniénagement «Paroisse et Liturgie» (1959) 190-201; F. LoUVEL, Les Processions dans la Bible, «La Maison Dieu» 43, (1955) 5-28; A.-G. MARTIMORT, Les dicerses formes de processions dans la liturgie, ib. 43-72; P. R.ADO, Enchiridion Liturgicum, Roma 1961, vol 1,492-498; M. RIGHETTI, Historia de la Liturgia, Madrid 1956 (cfr. índice de materias); A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, Barcelona 1964 (cfr. índice de materias).
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991