PISA, CONCILIO DE


Después de treinta años del llamado Cisma de Occidente (v. CISMA III), la cristiandad busca con impaciencia el camino hacia la unidad. La fallida entrevista de Savona probó que ninguno de los dos papas rivales, ni Benedicto XIII (v.), ni Gregorio XII, querían ceder absolutamente en sus derechos. El rey de Francia, Carlos VI, manifiesta la opinión del clero y los universitarios al indicar que el único recurso para lo sucesivo es «retirar toda obediencia a los contendientes». Conscientes del peligro, los seis cardenales de Aviñón se reúnen en Pisa con nueve cardenales romanos para preparar la reunión de un concilio. Son apoyados por Florencia, por Francia, por las universidades; animados por Pedro Philarges; justificados por el tratado del gran canonista Zabarella, Portugal y Navarra adoptan, con algunas dudas por parte de Navarra, la postura francesa, mientras que Castilla es reticente y Aragón, fiel a Benedicto XIII, es abiertamente hostil.
      La Asamblea se tuvo en Pisa y apenas duró tres meses (25 mar.-7 ag. 1409). La Asamblea es interesante en la historia de la Iglesia por tres puntos: extendió el conciliarismo (v.), agravó el cisma al elegir un tercer papa, y bosquejó la reforma tal como la concibieron los Concilios de Constanza y de Basilea.
      El nuevo cisma iba a dar a estas ideas conciliaristas, ya desarrolladas anteriormente, un contenido y resonancia nuevos. Desde 1380, Contado de Gelnhausen había dicho a Carlos V de Francia que únicamente el concilio general, representante del pueblo cristiano y como tal superior al Papa, podía devolver a la Iglesia la paz y la unidad. Enrique de Laugenstein había repetido lo mismo. Por otra parte, todo el mundo admitía que los dos papas debían ser depuestos, puesto que ellos por su cuenta no querían ceder y su obstinación se convertía en herética. En 1408, los doctores parisienses, y en primer lugar Pedro de Ailly y Gerson (v.), publican tratados, cuya quintaesencia hace suya, el 10 may. 1409, un decreto del C. de P.: «El santo sínodo afirma y decide, con la gracia de Dios, que él es un concilio general representativo de toda la Iglesia y que le pertenece como a juez y superior único sobre la tierra, estudiar y juzgar el asunto de los dos papas». El hecho de que el concilio no había sido reunido por el papa, sino por los cardenales y príncipes, ponía bien en claro por otra parte tanto el contenido de este principio, como su carencia de valor.
      Es probable que el decreto no tuviera, para sus redactores, el sentido absoluto que le dieron los Concilios de Constanza y de Basilea y las teorías galicanas. Esto permitía, por consiguiente, la justificación de la deposición de los papas rivales: el concilio abrió en seguida un proceso y decidió que su obstinación en el cisma losconstituía herejes, lo cual permitía deponerlos, según las disposiciones del derecho canónico clásico. El 5 junio se les declaró «separados de la Iglesia y excluidos de su mando» a la vez que declaró que la «Iglesia está vacante».
      El asunto más urgente venía a ser la elección de un nuevo Papa. Los cardenales (y no el concilio, pese al deseo de muchos de los Padres) eligieron, el 26 de jun., al Card. Philarges, quien tomó el nombre de Alejandro V y manifestó en seguida respecto a la Universidad de París un gran espíritu de conciliación. Alejandro V moriría el año siguiente, siendo reemplazado por Juan XXIII, quien, por su carácter y sus torpezas, cooperó a justificar la lamentable reputación de los «papas de Pisa».
      Efectivamente, ni Benedicto XIII ni Gregorio XII habían renunciado a sus pretensiones y, lejos de restablecer la unidad, el concilio terminó creando una tercera obediencia.
     
     

BIBL.: Fuentes: MANSI, t. XXVII,1-502; J. VINCKE, Acta concilii Pisan¡, Rómische Quartalschrift für christilche Altertumskunde und Kirchengeschichte, Friburgo de Br. 1938, 81-333; Briefe zum Pisaner Konzil, Bonn 1940; Schriftstücke zum Pisaner Konzil, Bonn 1942.

 

PAUL OURLIAC.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991