PEREGRINACIONES


En latín la palabra peregrinus designa al forastero, al extranjero; se aplica al huésped, al individuo que no goza del derecho de ciudadanía en el lugar en donde se halla accidentalmente. Peregrinación significa el viaje de peregrino o viaje emprendido con espíritu religioso a un santuario o lugar especialmente consagrado por la presencia divina, en virtud de una teofanía o manifestación sobrenatural, de una experiencia personal o colectiva excepcional, o de la presencia del sepulcro de un profeta, de un mártir o de un santo. La historia muestra cómo el hecho de partir en p. constituía algo muy importante. El lugar santo al cual se dirigía el peregrino estaba por regla general en tierras lejanas. La p. implicaba por ello el abandono del lugar y ambiente habituales y la aceptación de las incomodidades y riesgos inherentes a un viaje: costumbres y lengua desconocidas, y peligros e inseguridad que amenazaban constantemente al viandante. La p. fue considerada como acto penitencial unas veces, en otras se acentuó el carácter de purificación y contacto con lo sobrenatural; muy a menudo se persiguió con ella la obtención de una determinada gracia espiritual o corporal, como la conversión de un pecador o la curación de una dolencia física. La obtención de la gracia deseada se sometía a la virtud del contacto con el lugar santo, a la recitación de unas plegarias o a la práctica de unos determinados ritos ejecutados en el santuario, así como a la ascesis y transformación interior que llevaba consigo la realización de la p. Todos estos aspectos forjarían la espiritualidad genuina del peregrino.
      Las p. constituyen un fenómeno que se ha manifestado históricamente en todo tipo de civilizaciones, ambientes culturales y religiones. En las religiones no cristianas han sido frecuentes (V. HINDUISMO; BUDISMO; ISLAMISMO). El objeto de nuestro trabajo se centra en las p. en el seno del cristianismo, cuyos focos más importantes, desde el punto de vista histórico, describiremos a continuación.
      Tierra Santa. Un sentimiento de fe y de devoción a los misterios de la Encarnación y de la Redención movió ya en la Antigüedad, y sigue moviendo en el presente, a un gran número de fieles a visitar los lugares santificados por la presencia de Cristo. Palestina es por excelencia la tierra santa de los cristianos. En todas las épocas han existido cristianos que, afrontando dificultades de todo género, han visitado los lugares vinculados a un recuerdo evangélico -Jerusalén, Belén, Nazaret, Cafarnaúm y el lago de Tiberíades, el pozo de la Samaritana, el Tabor, etc.; v. voces correspondientes-, e incluso lugares que fueron testigos de hechos bíblicos -Hebrón, el Sinaí, el Mar Rojo, etc.-; de entre todos ellos descuella evidentemente el lugar de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. La paz constantiniana inaugura la historia de las p. a los Santos Lugares. Constantino y Santa Helena -que visitó Palestina en 326- promovieron la construcción de la basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén y la del Nacimiento en Belén, entre otras; ello incrementaría el esplendor y el atractivo de la Tierra Santa. Ya en el s. iv llegan a Jerusalén peregrinos originarios de los confines occidentales. Un anónimo de la Aquitania va a Jerusalén en 333 y relató someramente las diversas etapas de su viaje, que le lleva de Burdeos a Jerusalén pasando por Constantinopla, en su Itinerarium a Burdigalia Jerusalem usque; hacia el a. 400 Eteria (v.), la autora del Itinerarium, peregrina, quizá desde tierras gallegas, hasta los Santos Lugares. La historia de las p. a Tierra Santa (v.) sigue las vicisitudes de la historia turbulenta del país. Aprovechando épocas de relativa paz o recurriendo a la protección de los cruzados y de las órdenes militares (v.) -en especial la de los templarios (v.) y la del Hospital de S. Juan de Jerusalén (v. MALTA, ORDEN DE), fundadas a tal efecto- se multiplicaron las p., e incluso se organizaron p. colectivas; así en 1065, Guntero de Bamberg peregrina a Tierra Santa al frente de 12.000 personas (cfr. L. Brehier, L'Eglise et !'Orient au Moyen áge. Les Croisades, 5 ed. París 1928, 42-50). En 1244 Jerusalén pasa definitivamente a manos de no cristianos. Los Papas, así como los reyes cristianos primeramente, y las Grandes Potencias en el siglo actual, seguirán preocupándose, aunque no siempre por razones estrictamente religiosas, por la salvaguardia de los Lugares Santos y por la protección y seguridad de los peregrinos.
      Roma. El segundo centro de interés de los peregrinos es Roma. La p. a Tierra Santa, en razón de la lejanía y de los peligros que representaba, quedaba forzosamente destinada sólo a una minoría. Por más que Roma no haya ejercido sobre los cristianos una fascinación análoga a la ejercida por los Santos Lugares, la presencia en ella de los sepulcros de los Apóstoles S. Pedro y S. Pablo y de los innumerables santos mártires romanos (v. PERSECUCIONES ROMANAS) debía atraer un gran número de peregrinos o romeros de la cristiandad. Al móvil religioso real además hay que añadir la mayor facilidad que implicaba la proximidad de Roma, la presencia del Papa y la influencia centralizadora de la política eclesiástica de la Sede Romana. A principios del segundo milenio el movimiento de las p. romanas experimentó un retroceso, a causa quizá de Jerusalén y del auge adquirido por el movimiento de p. a Santiago de Compostela. Roma lo recupera sobre todo cuando en 1300 el papa Bonifacio VIII (v.) instituyó el año jubilar o año santo, acordando a los peregrinos que visitaran Roma en el transcurso del año centenario la indulgencia plenaria y una serie de gracias anejas, hasta entonces ligadas a la visita de los lugares santos de Jerusalén.
      Santiago de Compostela. El sepulcro del Apóstol Santiago el Mayor constituyó la estrella que lucía en el confín occidental de la tierra; su resplandor «ilumina toda la Edad Media». Santiago de Compostela fue uno de los grandes centros de p. en el Medievo; el principal, seguramente, aparte de Tierra Santa y Roma. A la atracción ejercida por las reliquias de un Apóstol, íntimo del Salvador, hay que añadir el hecho de que Santiago, bajo cuyo patronazgo se habían puesto los reyes cristianos de la Reconquista (v.), representaba para la mentalidad medieval el combate de los cristianos contra el infiel invasor, la victoria de Jesucristo sobre Mahoma. Peregrinos de todas partes, de modo especial de la Galia y de Alemania, llegaban a tierras gallegas siguiendo las rutas jacobeas clásicas: la que arrancaba de Aquisgrán y, pasando por París, Orleáns y Burdeos, llegaba a la península por Roncesvalles, en donde se unía con la que venía de Vezelay por Périgueux, y con la ruta de Cluny, Le Puy, Conques y Moissac; éstas, a su vez, en Puente la Reina se juntaban a la ruta procedente de Lucerna, Chambéry, Montpelier, Tolosa y laca (v. CAMINO DE SANTIAGO). En torno al sepulcro y a las rutas de Santiago, así como a los santuarios que jalonaban dichas rutas, se forjó el complejo fenómeno jacobeo medieval: espiritualidad, intercambios culturales, influencias arquitectónicas y literarias, folklore. Las p. a Santiago constituyeron, bajo un punto de vista cultural, un medio de penetración de la cultura occidental en la península Ibérica, fuertemente marcada por el influjo de la dominación árabe.
      Otros santuarios. En todo el mundo cristiano cundieron los santuarios centros de p. En Alemania, Los Tres Reyes Magos de Colonia, y en Inglaterra S. Tomás de Canterbury, gozaron de un prestigio casi comparable al de Santiago de Compostela. La Francia antigua y medieval conoció las p. a S. Martín de Tours, a Mont-Sannt-Michel y a Nuestra Señora de Puy, entre muchos otros; en el s. xix Lourdes (v.) llegó a ser el santuario mariano más visitado en Europa. De Italia cabe destacar Loreto (v.) y S. Miguel del Monte Gárgano. En la península Ibérica, Montserrat (v.) en Cataluña, el Pilar (v.) de Zaragoza, Guadalupe (v.) en Extremadura y Fátima (v.) en Portugal, son centros de p. bien conocidos. Asimismo María Einsiedeln (v.) en Suiza y Czestochowa (v.) en Polonia (v.).
      Los centros de p., al igual que Santiago, han representado, a la medida de su importancia respectiva, además de focos de espiritualidad, un estímulo al intercambio cultural, a las confrontaciones ideológicas y, muy a menudo, incluso han contribuido al progreso económico local.
     
     

BIBL.: P. CABANNE, Les longs cheminements. Les pélerinagess de tous les temps et de toutes les croyances, París 1958; R. ROUSSEL, Les pélerinages á travers les siécles, París 1954; H. ENGELJ1ANN, Las Peregrinaciones, Andorra 1960; H. LECLERCQ, Pélerinage á Rome, Pélerinage aux lieux saints, en DACL X111,40-176; P. GEYER, ediciones de los ltinera Hierosolymitana saeculi IV-VIII, en CSEL, 39, 1898; B. KÓTTING, Peregrinatio religiosa, Münster 1950; R. OURSEL, Les Pelerins du moyen áge, París 1963; J. VIELLARD, La guide du pélerin de St. Jacques de Compostelle, texte latin du XI siécle, 2 ed. Mdcon 1950; J. SECRET, St. Jacques et les chemins de Compostelle, París 1955; E. LAMBERT, Les routes de pélerinage cers Compostelle, París 1950; L. VÁZQUEZ DE PARGA, J. M. LACARRA, J. URíA Ríu, Las Peregrinaciones a Santiago de Compostela, 3 vol. Madrid 1948-49; M. MARTINS, Peregrirnacbs e lioros de milagros na nosse idade Media, 2 ed. Lisboa 1957; A. V. VERONESE, Peregrinatio Romana ad Petri Sedem, Roma 1950.

 

R. CIVIL DESVEUS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991