PENITENCIA I. VIRTUD DE LA PENITENCIA 1. RELIGIONES NO CRISTIANAS


1. Distintas formas de penitencia. El sentimiento y la conciencia de pecado (V.), de una u otra forma, aparecen en los pueblos étnica y culturalmente más primitivos; y también su consecuencia, la penitencia. Porque pecado y p. son correlativos; a las distintas formas de pecado corresponden aspectos distintos de penitencia. Las diferentes formas de p. señaladas a continuación no son propiamente estadios progresivamente aparecidos en el transcurso de la historia acerca de la noción de p.; se trata, más bien, de diversos aspectos existentes en un mismo pueblo en periodos, a veces, simultáneos y otras veces distintos.
      a. Penitencia objetiva. Al concepto objetivo de pecado (v.): miasma, contagio, especie de vapor mortal hasta para el cuerpo (enfermedad, efecto del pecado), corresponde la p. objetiva, no subjetiva, o subjetiva sólo en grado muy secundario: catharsis (griego) o purificación, lavado. La catarsis (v.) fue -una de las preocupaciones más hondas de la religiosidad en la época arcaica. La pureza, en su sentido más amplio limpieza de toda contaminación, era el medio cardinal de salvación en extensos sectores de las religiones no cristianas (V. PURIFICACIÓN I). A veces se consideraba que podía obtenerse por medio de técnicas objetivas, mágicas, eficaces por sí mismas y operativas al margen de las disposiciones personales. La p. objetiva o purificación podía consistir únicamente en ritos como los de los libros órficos. (v. ORFISMO; ritos que Platón denuncia, en Respublica 364e, por sus consecuencias corruptoras), o en el poder de encantamiento de la música (pitagóricos) o en diversos modos de ascesis: como ayunos, dietas vegetarianas, recitación de textos sagrados y fórmulas mágicas, etc. (V. MISTERIOS Y REL. HISTÉRICAS; ASCETISMO I; cfr. Eurípides, Fragmentos 472; Jámblico, Vita Pyth. 7,68,72; literatura de los Sutras y Leyes de Manou 11,45-46; etc.).
      No obstante, entre los recursos catárticos más típicamente objetivos y más frecuentes descuellan la purificación por el fuego (Hornero, Himno a Demeter, 239-61; Dión Crisóstomo 2,144; fiesta Varunapraghasa del brahmanismo; etc.), la extracción de sangre (rito aplicado por los Bechouana, Yuchi de América del Norte, indígenas de Malaca, pueblos precolombinos de Centroamérica y Méjico, China, etc.), tirar lejos los vestidos que se llevaban al pecar o quemarlos (los yunca de Centroamérica), y el poner las manos, a fin de traspasar los pecados individuales o del pueblo, sobre un animal (macho cabrío, etc.) que era aniquilado, y con él los pecados, arrojándolo al mar, abandonándolo en el desierto o despeñándolo (Lisias 6,108; Plutarco, Temístocles 13; RigVeda 10,36,9; etc.). Con la misma finalidad se imponían también las manos sobre diversos objetos (año nuevo japonés) o sobre un hombre deforme metido en el agua (sacrificio asvamedha brahmánico).
      Pero el primer lugar de estos recursos catárticos objetivos lo ocupan las abluciones en «aguas vivas»: ríos, mar; p. ej., baño upacuna en varias zonas de América central y meridional; baños hindúes en el Ganges (v.) y los de los iniciados en los misterios eleusinos que corrían al mar para bañarse cada uno con su pequeño puerco (V. ELEUSIS); etc. Las abluciones, en muchos casos, aúnan la creencia en la naturaleza del agua como principio primordial del cuerpo humano, con lo que el sentido de estos ritos es mucho más profundo que el simplemente catártico (V. AGUA VI; PURIFICACIÓN I). A veces, resulta muy aventurado, por no decir imposible, determinar si se trata de una p. objetiva, purificación cuasi-física, mero cumplimiento mecánico de una obligación ritual, o de p. subjetiva, purificación interna, expiación con «dolor de corazón» externamente manifestado o, al menos, acompañado de unos ritos en apariencia no subjetivos, mágicos, pero de hecho signos de un cambio interior del hombre «pecador».
      b. La vida como penitencia. Para los defensores de las sucesivas reencarnaciones de las almas (budismo, hinduismo, orfismo, pitagorismo, etc.; V. METEMPSícOscs), la existencia humana se nutre de la tensión entre los pecados acumulados a lo largo de su vida actual y en las anteriores (V. KARMA), e incluso del alma preexistente a su primera unión con el cuerpo, y la p. o proceso de perfeccionamiento mediante el recurso metodizado a técnicas sutilmente elaboradas. Mientras la p. cristiana (v. III) concede una función esencial a la gracia divina, en estas concepciones religiosas, así como, en general, en todas las religiones no cristianas, la elevación y salvación del hombre se alcanza por medio de métodos físicos, psíquicos, mentales y espirituales, en algunas minuciosamente reglados, que tienen por objeto la total «conversión», transformación del individuo (normas penitenciales de los pitagóricos, los sistemas de yoga (v.) practicados por hinduistas, budistas y taoístas, etc.).
      c. Penitencia mítico-mistérica. El conjunto de p. de la religiosidad mistérica (abluciones, flagelaciones, mutilaciones, etc.) caracteriza la existencia de los iniciados como una progresiva purificación, a fin de configurar su vida conforme a la del dios, que muere y resurge (V. INICIACIÓN, RITOS DE; DIOS II, 2). Son p. que tratan de reproducir los padecimientos, no voluntariamente aceptados, de un modelo, el dios del respectivo misterio; de esta suerte esperaban participar de su triunfo. Tras el duelo y la muerte llegó para él la alegría del premio en la vida de ultratumba. Esta alegría, consecuencia de la participación mística en la suerte adversa del dios, es formulada en el culto de Cibele y Atis con las palabras rituales: «Alegraos, ¡oh iniciados! , vuestro dios está salvado. También vosotros tendréis salvación de vuestras aflicciones» Fírmico Materno, De errore pro f anarum religionum, 22).
      d. Penitencia subjetiva. Aparte de los casos en que los ritos de p. objetiva encierran elementos subjetivos más o menos perceptibles, las religiones no cristianas brindan un amplio muestrario de p. subjetiva, sobre todo cuando está presente el concepto subjetivo de pecado (v.). La transgresión de la voluntad de la divinidad se perdona, si el pecador la aplaca con contrición y arrepentimiento internos, acompañados ordinariamente de actos que lo traslucen: oraciones, sacrificios, ayunos, inclinaciones, etc., sin olvidar en diversos casos el propósito de no recaer (Leyes de Manou, Rig-Veda, jainismo, pitagorismo, ayunos prolongados de la literatura Sutras, cte.). Entre los griegos es sintomático el sacrificio catártico ofrecido a Zeus Meliquios en Diasia «en espíritu de contrición» o, más literalmente, «en un ambiente de sombrío abatimiento» motivado por el sentimiento de hostilidad de la divinidad (Luciano, Icaroménipo, 24). Los romanos destacan la gravedad de la impietas consciente contra los dioses, que ningún rito purificatorio puede limpiar (Cicerón, Leges, 1,14,40; 2,9,22). Y Ovidio (Fastos, 2,45-46) se burla con compasivo escepticismo de quienes «demasiado cómodamente piensan que los delitos se quitan con agua fluvial».
      2. La acusación de los pecados. Una de las prácticas penitenciales que conocen diversos pueblos es la manifestación verbal de los pecados, práctica existente en extensos sectores de la religiosidad no cristiana. Como es lógico, adopta matizaciones distintas a tono con el concepto que tengan del pecado y de la p. quienes la practican. Conviene notar que, de ordinario, se trata de «desahogos confidenciales» liberadores de los efectos contagiosos, tanto psíquicos como corporales (enfermedades, cte.) del pecado concebido, con frecuencia, como pecado únicamente objetivo. Esto vale para casi todos los pueblos primitivos con la excepción de algunos, p. ej., los Wakulwe, Bachama, mejicanos y peruanos precolombinos, etcétera, que relacionan directamente la acusación con la divinidad, así como los Tagabamiyi, Nsambi y Kikuyu que lo hacen indirectamente.
      a. Materia. Los pecados más frecuentemente declarados son los sexuales: adulterio (pueblos Kpelle, Kissi, Dagán, Ewe, Bawili, Kikuyu, Bechouana, mexicanos, peruanos, etcétera), sin olvidar las restantes modalidades, aunque menos testimoniadas: incesto, onanismo, métodos abortivos, contra naturaleza (Wakulwe, Ojibwa, Iglulik, Antambahoaka, cte.). No tan frecuente es la manifestación de otras clases de pecado, como robo, homicidio, cte., y de faltas, objeto de tabú, pecados objetivos o meramente materiales.
      b. Motivos. Los motivos son casi siempre pragmáticos: evitar un mal inminente o ya presente, alcanzar un bien material o social, fines terapéuticos como remedio de la enfermedad individual, colectiva (peste) y hasta «cósmica» (sequía, terremotos), ocasionados por los pecados (Kissi, Ewe, Bechouana, Wakulwe, esquimales de Groenlandia, cte.). Cuando se concibe una solidaridad horizontal y vertical en el pecado (v.), al afligir, p. ej., una desgracia al rey, cacique o paterfamilias, se acusaban públicamente los súbditos o los hijos (América central, Perú, etcétera); si la calamidad afecta a todo el pueblo, a veces, lo hace sólo el rey (China).
      c. Origen. Esta práctica hunde sus raíces en el suelo telúrico-mistérioo. Surgió sobre todo en religiones que veneraban a la Madre Tierra tanto en sí misma como en cuanto nutridora de las plantas y animales (v. Dios II, 2; TIERRA v). De ahí que fuera desconocida en el mundo greco-romano, excepto en los misterios cabíricos de Samotracia (v.) y, en cierta medida, también en los misterios de Isis y de Mitra (v.). No obstante en varios casos fue asumida por religiones de tipo celeste (v. DIOS II, 1; RELIGIONES ÉTNICO-POLíTICAS), p. ej., entre los aztecas, pero como supervivencia del culto a Tlacolteotl=la Tierra como numinosa, representada en forma de serpiente(v. SERPIENTE II). Otro factor decisivo fue la creencia en el misterioso poder de la palabra en la doble vertiente catártica y psicoterapéutica: «ensalmo mágico», «encantamiento», «hechizo», etc., y, cuando se debe al influjo de la divinidad, «plegaria».
      d. Diversas circunstancias. Quien escuchaba los pecados (sacerdote, paterfamilias, todos los miembros de una familia, tribu, cte.) no solía estar obligado a guardar secreto absoluto, sino sólo relativo en atención a la natural conveniencia de no divulgar las faltas de personas allegadas; si bien no faltan excepciones, p. ej., mexicanos, peruanos precolombinos, etc.; entre los últimos, según la Relación anónima, 165, la declaración era secreta, aunque también la había pública. Preferentemente se decían los pecados cuando sobrevenía alguna enfermedad, epidemia, sequía, antes de emprender algo nuevo o arriesgado (p. ej., viaje, cacería, etc.), o antes de algunas fiestas y ceremonias religiosas (p. ej., rito de la iniciación, danza del sol, fiesta del Año Nuevo, cte.). Las acciones concomitantes más testimoniadas son las abluciones, purgaciones, extracción de sangre, cambio de ropa, arrojar al agua algún objeto que el penitente tenía entre las manos durante la acusación (p. ej., bolita de barro rojizo en Centroamérica, cte.), síntomas y residuos de p. objetiva. A veces se imponían p. de realización posterior, como ayunos, retiro en las montañas (Centroamérica), atravesarse la lengua, orejas, cte., con espinas de magüy (México; rito de origen y destino telúrico, que implica derramamiento de sangre), expulsión del monje de la comunidad (monasterios budistas).
     
      V. t.: PECADO 1; PURIFICACIÓN I.
     
     

BIBL.: A. LARA GUITARD, Técnicas de salvación en las religiones orientales, «Arbor» 60 (1965) 203-18; I. GOETZ, Penitencia, en F. K&wc, Diccionario de las Religiones, Barcelona 1964, 10631065; P. LAÍN ENTRALGO, La curación por la palabra, Madrid 1958; H. MAURIER, Essai d'une Théologie du paganisme, París 1965; R, HERTZ, Le Péché et VExpiation dans les sociétés primitives, «Revue d'histoire des Religions» 86 (1922) 1-60; R. PETAZZONI, La Conlessione dei pecatti, 1-III, Bolonia 1929-36.

 

M. GUERRA GÓMEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991