PELAGIO Y PELAGIANISMO


P., monje del s. V, lega su nombre a una doctrina ascética (pelagianismo) según la cual el libre albedrío del hombre es capaz de alcanzar las más altas cimas de la santidad sin necesitar auxilio alguno de la gracia sobrenatural (v.).
      1. Vida. Es imposible hacer una biografía completa de P. Su nacimiento, juventud y ocaso son conjeturales. Inglés de nacimiento -en esto están conformes S. Jerónimo, S. Agustín, Orosio y Mario Mercator-, su cultura se revela poco profunda: citas de segunda mano de Virgilio, Terencio, Salustio y Tulio; de los Padres de Occidente se notan influencias de Tertuliano (v.), Lactancio (v.), S. Cipriano (v.) y del Ambrosiastro (v.). De su figura física nos queda un boceto hecho por S. Jerónimo y Mario Mercator: corpulento, anchas espaldas, frente prominente, cuello de toro, caminar de tortuga (cfr. S. Jerónimo, Dial adv. Pelag. 3,16: PL 23,614; M. Mercator, Lib. Subnot. 2: PL 48,111; Orosio, Lib. Apol. 2).
      P. sintió pronto la atracción de Roma. Su permanencia en la Ciudad es prolongada, nos asegura S. Agustín: «In urbe... diutissime vixit» (De grat. Christ. et pecc. orig. 2,20,24; PL 44,396). No es posible fijar fechas exactas. En Roma, su vida intachable, su condición de monje, su doctrina moral austera, su ingenio penetrante, su desprecio por las riquezas y el halo misterioso de su doctrina, le ganan amigos y discípulos. No faltan senadores, cónsules y gramáticos, jóvenes de alta posición social y clérigos pertenecientes a la aristocracia romana. Entre sus amigos se cuentan S. Paulino de Nola, Marcela, Pamaquio, Melania, Piniano, Proba, Juliana, Albina y la virgen Demetríades (cfr. S. Jerónimo, Ep. 133,13). Entre los que le siguen en la herejía destacan dos nombres: Celestio, de noble linaje, abogado de fama (auditorialis scholasticus), despierto y ambicioso, que se convertirá muy pronto, de discípulo, en maestro y caudillo del error; Juliano de Eclano, hijo del obispo Memor y de la noble matrona Juliana, es, según S. Agustín, el arquitecto del sistema pelagiano; pagado de su elocuencia, orgulloso de su cultura, fanático de la herejía, fue el caudillo de la rebelión contra el papa Zósimo.
      Entre los precursores del error pelagiano descuellan Teodoro de Mopsuestia (v.) y Rufino el Sirio (cfr. S. Agustín, De grat. Christi... 2,3,3: PL 44,387; M. Mercator, Lib. Spbnot. praef., 2: PL 48,111). S. Jerónimo, partiendo de sus relaciones con el ideal estoico de la apatheia, enumera entre los precursores de la herejía pelagiana a maniqueos y mesalianos, a priscilianistas y originistas, a Joviniano y Evagrio Póntico. Pero el parentesco, hay que confesarlo, entre la doctrina de P. y los mencionados errores es muy lejano (cfr. Garnier, Dissert. VII c. 6: PL 48,681-694).
      2. Escritos. Es difícil catalogar la producción literaria de P. Varios de sus escritos fueron publicados sin nombre de autor y atribuidos a S. Jerónimo, S. Ambrosio y S. Agustín. Pelagio mismo, en el sínodo de Jerusalén, negó la paternidad de obras que ciertamente son suyas. Hay también un grupo de escritos que llevan un nombre misterioso: Fastidius. En la actualidad, merced a los trabajos de acribia de Zimmer, Casperi, J. Baer, Souter, Dom Morin y Plinval, la bibliografía pelagiana se conoce con aproximada exactitud. La dividimos en varios grupos:a) Obras cuya paternidad aceptó Pelagio: 1) Epistula ad Paulinum Nolanum ('cfr. S. Agustín, De grat. Christ..., 1,35,38; PL 44,378). 2) Ep. ad Demetriadem (cfr. id, o. c. 1,27,28; 1,37,40; 1,40,44: PL 44,374.378.380; texto de lacarta en PL 33,1099-2120). 3) Ep. ad Constantium (cfr. id, o. c. 1,34,37; 1,36,39; PL 44,378). 4) Ep. ad Innocentium, exhibens libellum fidei (cfr. id, o. c. 1,32,35: ib. 377). 5) De libero arbitrio libri quatuor (cfr. id, o. c. 1,28, 29; 1,29,30: ib. 375).
      b) Escritos considerados auténticos por la crítica actual: 1) Expositiones XIII epistolarum Pauli, ed. Souter, en Textes and Studies, IX, Cambridge 1926 (cfr. PL 30, 669-946; S. Agustín, De pecc. mer. et rem. 3,11,20: PL 44,197). 2) Ep. ad viduam (Livania la llama M. Mercator, en Commonit. 3,4: PL 48,102-103; Libros de consuelo y exhortación, escribe S. Agustín, en De gest. Pel. 6,19; PL 44,331. 3) Liber Testimoniorum seu Eclogárum: fragmentos en PL 23,517-618. 4) De Trinitate. Fragmentos en M. Martini, «Antonianum» 13 (1938) 319-335. No permiten avanzar un juicio crítico, ni en qué medida es tributario de Hilario, Novaciano o Dídimo. Uso exclusivo de la S. E. en sentido literal. 5) De libero arbitrio. En cuatro libros. Fragmentos en S. Agustín, De grat. Christ...; PL 44,359-410. 6) De natura. Fragmentos en S. Agustín, De natura et grat.: PL 44,247-290 (cfr. Agustín, Retract. 2,4). 7) Ep. ad Augustinum. Dos cartas, una al ausentarse de Cartago y la otra comunicándole la sentencia absolutoria en el Conc. de Lidda (cfr. De gest. Pel. 26,51; 32,57: PL 44,349.352).
      c) Grupo «Fastidius». El estilo y la doctrina son argumentos válidos, en sentir de J. Baer y C. P. Casperi para atribuir estas obras a ~Pelagio: 1) De vita christiana (PL 40,1031-1036); casi todos los mss. la atribuyen a S. Agustín. 2) De divitiis, ed. C. P. Casperi, Briefe, Abhanlugen..., Christiania 1890, 25-67. 3) De castitate, ed. J. C.
      Casperi, o. c., 122-187.
      4) Oualiter religionis. Id, o. c. 114-115. 5) Dos cartas editadas por C. P. Casperi según un ms. de Munich, s. viii-ix.
      d) Grupo pseudojeronimiano: 1) De divina lege (PL 30, 108-120). 2) De virginitate (PL 30,13,168-181). 3) De opprobiis ad Ocaeanum (PL 30,41,291-297). 4) Ep. de contemnenda hereditate, y De vera circumcisione (PL 30,12,19,47-52; 194-217). 5) Ep. ad Mercellam (PL 30, 3,52-56). 6) Ep. ad Caelantiam (PL 22,1204-1220). 7) De induratione cordis Pharaonis. - Probable según Plinval (cfr. Dom Morin, «Rev. Benedictine» 26,1909,167-188).
      e) Cartas varias: 1) Ep. exhortatoria (PL 30,239-242). 2) Exhortatio ad paenitentiam (PL 30,33,249-252). 3) Ad virginem devotam (PL 17,599-604); se atribuía a S. Ambrosio. 4) De malis doctoribus et operibus f idei, ed. Casperi, o. c. 67-73. 5) Humanae referunt litterae, id, o. c. 14-21. 6) Ad virginem in exilium (PL 30,4,51-62).
      3. Doctrina. Distinguir, en el aspecto doctrinal, entre el maestro y sus discípulos no es objetivo ni serio. Celestio y juliano coinciden, en lo esencial, con P. La diferencia, cuando existe, es de matiz, nota S. Agustín: «Ille (Celestio) apertior, iste (P.) occultior; ille pertinatior; iste mendacior; vel certe ille liberior, iste astutior» (De grat. Christ... 2,12,13; PL 44,391). Los cuatro libros de P. sobre el libre albedrío son prueba irrefutable. La tesis celestina se identifica con la afirmación pelagiana. Las intemperancias de lenguaje, sí, son de Celestio o Juliano, pero la doctrina es idéntica en los tres corifeos del sistema.
      P., en sus Comentarios a las 13 cartas paulinas se manifiesta como exegeta, sobrio, literal. Tres líneas bastan para fijar, con frecuencia, su pensamiento. Va directo a lo medular, sin digresiones. Su fuente de inspiración es el Ambrosiastro (v.). En las cartas de dirección espiritual afina P. su estilo, su verbo se ilumina y roza a veces los límites de la elocuencia. Las tribulaciones, el abandono del mundo, la vanidad de la vida, la inanidad de las riquezas, la belleza de la virtud, el esplendor de la virginidad, son temas preferidos. Aclara, como maestro, dudas; resuelve objeciones, orienta y da normas de vida interior: es menester abstenerse de toda obra mala, socorrer al indigente, vestir al desnudo, practicar con alegría las obras de misericordia y, así, el acicate del premio espolea nuestra pereza.
      En las Cartas a Celantia y Demetríades trenza avisos de salud y en el tratado De la virginidad exige a la joven consagrada una vigilancia sin desmayos, atención sostenida a las cosas de Dios, dominio de los impulsos del yo, meditación de la S. E. En todo, incluso en el ayuno y en la oración, conviene evitar el exceso. La vana ostentación, el orgullo, la adulación, la malquerencia, los chismes y críticas, los consejos y murmuraciones, son como áspides, envenenan el alma y matan la virtud.
      Hay, pues, que reconocer aspectos positivos en la moral de P. -y esto explica su éxito inicial en Roma-, pero es curioso constatar una ausencia absoluta en sus escritos de la Teología de la cruz. Para él la santidad es meta de propios esfuerzos, sin necesidad de la gracia.
      Para exponer críticamente el error pelagiano, de entre los diversos adversarios de Pelagio, S. Jerónimo (v.) Orosio (v.), M. Mercator y S. Agustín (v.), seguiremos al Doctor de la gracia como guía en nuestras exploraciones. S. Agustín es equilibrado y objetivo en la polémica, firme en la doctrina, bondadoso y compasivo con los autores del error preocupado por atraerlos a la verdad. En el sermón 294, en el que abre fuego contra la herejía, los llama hermanos; quiere su bien, no su condenación. En las primeras obras contra los sembradores de falsas doctrinas silencia el nombre de los culpables y en De gestis Pelagii, explica a éste su proceder pastoral (cfr. 23,47: PL 44, 347). E incluso no vacila en dirigirse en un principio a P. con palabras de gran aprecio y estima, alaba su ingenio, la rectitud de su vida, la elocuencia de su decir; lo llama amigo. A una carta de P. contesta con expresiones de afecto sentido. El título es elocuente: «Domino dilectissimo et desideratissimo, fratri Pelagio» (Ep. 146: PL 33,596; cfr. De nat. et grat. 6,6: PL 44,250; Contra 2 Ep. Pel. 2,3,5: PL 44.573). Preocupado por la objetividad, S. Agustín bebe directamente en las fuentes. Su palabra es legi (leí). Utiliza siempre documentación de primera mano y las doctrinas que.impugna se encuentran en obras escritas de Celestio, Juliano o P. Más aún, para que nadie imagine manipulación en los textos cita palabras mismas de sus adversarios, incluso cuando son ofensivas y calumniosas para él. En el a. 416 envía al papa Inocencio la obra de P. De natura para que el Pontífice juzgue con conocimiento directo (Ep. 177,6: PL 33,767). Si el monje inglés niega ser suyas obras que corren anónimas, el obispo de Hipona tiene cuidado en citar tan sólo las que admite haber escrito.
      En torno a las grandes cuestiones del pecado original y de la gracia estalla la tempestad, aunque la primera fase tiene por tema la impecancia expuesta, p. ej., en la carta De possibilitate non peccandi, en el tratado De divina lege y en Liber testimoniorum. ¿Es posible vivir sin pecado? En sentir de P. es un deber realizable. Es precepto formal de la S. E.: «Sed santos». Y Dios no manda imposibles. La tesis de la impecancia (amartesia) -palabra de cuño jeronimiano- es usada por P. para anular e invalidar todas las excusas de un vivir perezoso. El punto clave de la polémica no está sin embargo ahí, sino en que para P. esa impecancia es obra del solo querer humano, resultado de un esfuerzo constante, no don de la gracia. En un principio, P. evita del todo la palabra gracia, y habla tan sólo de ayuda (adiutorium);sólo más tarde, cuando se ve acorralado, la emplea, pero dando a la palabra un sentido que lo vacía de contenido. Así en su obra De natura habla de gracia pero entiende por ella sólo la gracia de la creación («gratia qua creati sumus»: cfr. Agustín, De gest. Pel. 6,16; 10,22: PL 44,325.333). En otros textos distingue en la dinámica humana, el poder, el querer y la acción. Nos dirá «educamos el poder en la naturaleza, el querer en el libre arbitrio, el ser en el efecto» (S. Agustín, De grat. Christ., et pecc. org., 1,4,5: PL 44,382). El poder es un don de Dios, el querer y el obrar es patrimonio del hombre. P. admite la gracia natural y la externa de la Revelación, de la ley, de los milagros de Cristo, su ejemplo divino, su doctrina salvadora. Ayuda Dios con sus exhortaciones a la virtud, con sus preceptos, incluso con sus luces interiores, pero no con la inspiración de la gracia preveniente, que es dulzura de amor casto, impulso al bien, moción de nuestro querer; gracia que define Agustín como «inspiración de amor, para que hagamos con santo amor lo que hemos conocido» (Contra 2 Ep. Pel. 4,5,11: PL 44, 617). Esta gracia es extraña a los pelagianos. Admitan esta gracia y cesará toda controversia entre nosotros, escribe S. Agustín (cfr. De grat. Christ. et p. o., 1,47,52; ib. 383-384).
      La gracia, en el sistema pelagiano, es efecto, no causa de nuestros méritos; fe, justificación, perseverancia final, no son dones de Dios, sino trenzada corona de esfuerzos. No temen contradecir al Apóstol que afirma: «non ex operibus» (no por las obras), ni a los incontables testimonios de la S. E. en los que la no-exigencia es elemento esencial de la gracia. Se comprende que no haya, en esta doctrina, lugar para una predestinación (v.) (cfr. S. Agustín, De praed. sanct. 18,36: PL 44,987; De haer., 88: PL 42,48). Existe, sí, en Dios presciencia, pero no predestinación; conocimiento, pero no decisión.
      Toda la ética de P. se funda en el poder del libre albedrío, no en la gracia divina: la oración de petición y la actitud de reconocimiento de nuestra dependencia de Dios para obtener de Él el bien obrar, no consigue entenderlas. El hombre -dice- se basta a sí mismo: si quiero, peco, si no quiero, no peco; y para ello no necesito de la ayuda de Dios. O mejor dicho, no se necesita más ayuda que la que Dios le dio al hombre al crearle como ser dotado de libertad. Creado por Dios el hombre es autónomo, vive con independencia de Dios, que se limitará al final de la vida con premiar o castigar el buen o mal uso de la libertad.
      Refiriéndose a las diversas edades o etapas de la historia de la salvación, afirma P. que la libertad permanece en el hombre intacta después del pecado de Adán, que no es en nosotros hereditario. El ejemplo de nuestro primer padre fue, sí, pernicioso para todos, pero no es una mancha en el alma. La crítica que hace P. del cap. V de la Carta de S. Pablo a los Romanos, es un modelo de parcialidad y sutileza. Las penalidades de esta vida, enfermedades y muerte, son consecuencia sólo de nuestro pecar personal. La muerte de mi alma es pena de mi pecado, la del cuerpo es condición humana. Adán, pecara o no, fue creado mortal y los niños viven hoy como Adán antes de su transgresión (cfr. S. Agustín, De nat. et grat. 19,21; 20,22; 21-23; 22-24; 29,33; 30,34; 31,35; 32,36, 33,37; 34,38; 35,40; 54,63 ss.; 55,65; 56,66; 57,67; 58,68; 59,69: PL 44, 256-258; 263-266; 277-282; Contra Iul. 1,5,20: PL 44,653; De grat. Christ. et p. o. 2,14,15; ib., 392).
      La negación del pecado original (v. PECADO III) es constante en P. Basta leer su Comentario al cap. V de la Carta a los Romanos, el De natura, y el De libero arbitrio (cfr. S. Agustín, De nat. et grat., 9,10; 41,48: PL 44,231; 270; De grat. Christ. et pecc. orig., 2,13,14: PL 44,367). En consecuencia, los niños recién nacidos no pueden ser bautizados «in remissionem peccatorum». Donde no hay culpa, no puede haber perdón. A los que argumentan contra él alegando la práctica de la Iglesia universal de administrar el Bautismo (v.) a los párvulos, responde diciendo que esa práctica no es un rito estéril, pues si bien la vida eterna puede obtenerse sin el bautismo, éste abre las puertas del Reino de los cielos, con lo que reduce los efectos del Bautismo a la colación de un suplemento de gloria. Otras veces, y remitiendo a un texto de S. Juan Crisóstomo, enumera entre los efectos del Bautismo, amén de la posesión del Reino, la iluminación espiritual, la filiación adoptiva, la incorporación a Cristo. Todo menos el perdón de los pecados (cfr. S. Agustín, Op. imp. contra Iul., 1,53; 5,9; 6,36: PL 45,1076.1439.1591 ss.).
      El error de P. se extiende también a la cristología (v.). Si no hay pecado original, ni gracia sobrenatural, no hay redención (v.) y la obra de Cristo no es una realidad salvadora.
      En resumen, el pelagianismo niega: el don de inmortalidad («posse non mori») en Adán antes de prevaricar; la existencia del pecado original y sus consecuencias en el género humano (ignorancia, concupiscencia, malicia y debilidad), la necesidad de la gracia interna preveniente y su absoluta gratuidad; afirma: la victoria sobre el pecado como fruto del propio esfuerzo; la incompatibilidad entre gracia y libre albedrío; la posibilidad de alcanzar, sin especial don divino, un estado de impecancia. La naturaleza no está viciada y el hombre puede por sí mismo escalar las cimas de la santidad. Se comprende que la Pasión y muerte de Cristo nada restaure, al no haber deterioro. No renacemos de la muerte a la vida por el bautismo, pues no existe muerte, ni vida nueva, ni gracia por Cristo, que es maestro del mundo, pero no redentor de los hombres (cfr. S. Agustín, De haer, haer. 88: PL 42,4748); M. Mercator, Subnot. praef, 5: PL 48,114-115).
      4. Condena. La Iglesia intervino pronto. La primera acusación tuvo lugar en África donde P. y Celestio se habían refugiado después de la invasión de Roma por Alarico (a. 410). Esa acusación tuvo lugar el a. 411, ante Aurelio de Cartago. El acusador fue Paulino de Milán, primer biógrafo de S. Ambrosio; Celestio debe explicar su doctrina y lo hace reafirmando sus teorías; y los Padres pronuncian contra él sentencia de excomunión. Los partidarios de P. salen de la ciudad «condenados, no convencidos», como observa S. Agustín (De grat. Christ. et p. o. 2,3,4; PL 44,387-388). Hacia el 413 P. aparece en Éfeso y es ordenado sacerdote sin renunciar a sus principios, ni a su proselitismo. El 416 choca con el obispo de Constantinopla, Ático, y ha de abandonar también este refugio. S. Agustín no interviene en estas primeras escaramuzas. Su primera obra antipelagiana, De peccatorum meritis et remissione (412) aborda el problema de la gracia, el misterio del pecado y la teoría de la impecancia.
      En Palestina el aura del triunfo sonríe a P. Una asamblea de 14 sacerdotes, reunida en Jerusalén por su obispo Juan, le es favorable y sin sentenciar se envían a Roma las Actas. Poco después, Heros y Lázaro, obispos exiliados, presentan por escrito el libelo de acusación con textos tomados del libro de los Testimonios, de una carta de P. a cierta viuda (Livania) y un número de máximas celestianas; se reúne en Lidda un sínodo deobispos. Ninguno de los acusadores comparece y P. da explicaciones, admite la necesidad de la gracia, y -como observa S. Agustín- anatematiza en Celestio lo que él mismo defiende en sus obras (cfr. De gratia Christi et p. o., 2,12,13-21: PL 44,391-396). Los Padres se dan por satisfechos sin penetrar a fondo en la cuestión, comprueban la ortodoxia de las palabras y sentencian en su favor. Sínodo miserable lo llama S. Jerónimo, mientras S. Agustín, en su libro De gestis Pelagii (PL 44,319,360), disculpa, por mal informados, a los Padres reunidos en Lidda.
      La impresión de esta sentencia oriental fue en la Iglesia africana penosa y, su reacción, fulminante. Dos concilios, Cartago y Milevi (416), rechazan en sus actas los errores de la nueva herejía y en sendas cartas enviadas a Roma denuncian a P. y Celestio como autores de doctrinas perniciosas. Inocencio I aprueba las decisiones de los concilios africanos y lanza anatema contra ambos herejes: es éste el primer documento oficial en el que P. y Celestio son objeto de una excomunión solidaria. S. Agustín, en un sermón a sus fieles, exclama (23 sept. 417): «Causa finita est, utinam aliquando f iniatur et error» (Serm. 131,10). Alborozo al ver confirmada su fe, inquietud de pastor ante la probable reacción del error, que no se hace esperar. P. envía a Inocencio I una profesión de fe, que recibe Zósimo, su inmediato sucesor (18 mar. 417). Celestio presenta en persona su, Libellus fidei; Zósimo se deja convencer por la aparente ortodoxia y protestas de sumisión; escribe a Aurelio, pone en entredicho la fama de Heros y Lázaro, acusa de precipitación a los Padres africanos y les invita a reconsiderar la causa. África insiste en la cuestión dogmática y en la sentencia de Inocencio I. S. Jerónimo, desde Belén, hace llegar un mensaje de adhesión (Ep. 141 y 142). En el a. 418, en Cartago, 214 obispos, en ocho cánones famosos, condenan las tesis principales del pelagianismo y proclaman con claridad el dogma del pecado original y la necesidad del bautismo de los niños «in remissionem peccatorum» (can. 2), rechazan como inaceptable la idea de una vida eterna como lugar intermedio entre el cielo y el hades (can. 3), insisten en la necesidad de la gracia preveniente y adiuvante (can. 4), gracia que es eficaz y nos hace querer el bien (can. 5), y termina condenando la teoría de la impecancia (can. 7-8). Refutación sistemática, perfecta, del error pelagiano (Denz.Sch. 222-230). Ante esos testimonios Zósimo comprende que ha obrado con precipitación y en carta circular -Tractoria (Denz.Sch. 231)- confirma las decisiones del Conc. cartaginense.
      P. desaparece de la escena sin dejar huella. ¿Cuándo y dónde murió? ¿Persistió en su error? Una frase de S. Agustín parece indicarlo (Ep. 196,7). Celestio huye de Roma y erró por Oriente hasta morir en lugar ignorado. En la historia del pelagianismo posterior al a. 418 la figura central es Juliano de Eclano, caudillo de los obispos italianos que rehusaron firmar la Tractoria de Zósimo. Inferior al maestro pero luchador incansable (en ocasiones grosero y calumniador), y hábil polemista. In disputatione loquacissimus, in contentione calumniosissimus, in professione fallacissimus, dirá S. Agustín (Op. imp. contra lul., 4,50; PL 45,1368). Sin embargo, el error ha sido vencido. Aún intervendrán en episodios aislados el papa Celestino (Denz.Sch. 237 y 238-249), el Conc. de Éfeso (a. 431, Denz.Sch. 267-288), que pronuncia anatema contra Celestio, Pelagio, cte., y, más tarde, el segundo Conc. de Orange (529) que corta esa derivación del pelagianismo a la que se designa con el nombre de semipelagianismo (v.). (cfr. Denz.Sch. 371 ss.).
     
      V. t.: NATURALISMO; SEMIPELAGIANISMO; AGUSTÍN, SAN; GRACIA SOBRENATURAL 11, 2; PECADO III, B; MÉRITO; ASCETISMO II.
     
     

BIBL.: Fuentes: Datos históricos en: S. AGUSTÍN, De gestis Pelagii; De gratia Christi e peccato original¡; Contra duas epístolas pelagianorum: PL 44,319-360; 359-410; 549-638; Ep. 156. 157.175.176.177.186.191.194: PL 33,673-674; 758.762.764.772.813. 869.874; S. IERÓNIMO, Ep. 132, ad Ctesiphontem, 138.139.141.142. 143; PL 22,1147.1164.1165.1179.1180.1181; Dialogus adversus pelagianos: PL 23,495-590; P. OROSio, Lib. Apologeticus, Ed. Zansmeister, CSEL- 5,1882; M. MERCATOR, Comnionitorium: PL 48, 65; Lib. Subnotationum in verba luliani, ib., 109. Acerca de los concilios: MANSI, t. 4; excelente colección de documentos en PL 45,1679-1792; textos escogidos en A. Brueckner, Quellen zur Geschichte des pelagian. Streites, Tubinga 1906.

 

L. ARIAS ÁLVAREZ..

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991