PEDRO DE ARBUÉS, SAN


Inquisidor aragonés del s. XV. N. en Épila (Zaragoza) en 1441. Tras seguir estudios de Gramática y Filosofía, logra una beca para doctorarse en la Universidad de Bolonia como alumno del Colegio de España, fundado por el card. Albornoz. Presentado por el arzobispo de Zaragoza, puede completar su formación científica en aquel Centro, donde encontró como compañero a otros clérigos ilustres como D. Martín García, que ocuparía poco después la sede episcopal barcelonesa. Maestro en Filosofía y en Teología en 1468, se doctora en 1473, regresa a su tierra aragonesa y entra en la Comunidad de canónigos regulares de la Catedral de Zaragoza. Es allí un sacerdote ejemplar, que cumple sus deberes y que se distingue sobre todo por su caridad para con los pobres.
      Por ese tiempo se había conseguido la unidad de España, y bajo el cetro de los Reyes Católicos (v.) se buscaba la unidad en la fe, creándose en 1478 la Inquisición (v.) en Castilla. Cuando se acomete la difícil tarea de extenderla a Aragón se piensa en P. de A. Éste rehusó el nombramiento, por juzgarse incapaz, pero hubo de ceder en vista de que no se encontraba otra persona tan calificada. El prestigio logrado por P. en los diez años que transcurren entre su regreso de Bolonia y su designación como primer Inquisidor se va a poner del todo al servicio de la defensa de la fe.
      En estrecho contacto con el dominico fray Gaspar Inglar de Benabarre, P. reúne a sus colaboradores y se dirige a quienes gobiernan el reino. Los textos de la intervención de P. de A. en estas iniciales ocasiones revelan el cuidado que iba a poner en la tarea. A los colaboradores les dice que han de guardar al pueblo como centinelas, vigilar el rebaño como pastores, separar la cizaña del trigo... Para ello conviene repasar los libros de los concilios, estudiar los índices de herejías y considerar lo que importa la fidelidad a los preceptos de la Iglesia. A las autoridades las reúne y, después de recibir el juramento del justicia, los hace conocer lo que se les pide: defender al pueblo de los errores que se van difundiendo y de las hipocresías que encubren la observancia de la «Ley Vieja». Piensa entregar los reos a la justicia, pero aconseja a ésta el ejercicio de la misericordia porque las penas deben aplicarse a manera de cauterios. Establecido el Tribunal de la Inquisición en 1484, pronto empezaron a celebrarse los autos de fe, con castigo de numerosos herejes y de falsos conversos, al tiempo mismo en que P. de A. predicaba sobre la doctrina de la Iglesia.
      La empresa era ardua en todas partes, pero en Aragón se mezclaba la lucha contra los judaizantes (v.) con las exenciones y los fueros. La oposición con que fue recibida la novedad inquisitorial permitió que algunos influyentes judaizantes encontrasen pretexto para enfrentarse sin mostrar el verdadero fondo de su actitud. Porque estimaban quebrantados los fueros, acudieron a la Corte enviados de las autoridades para proponer -a cambio de la retirada del Tribunal- un cuantioso socorro para la lucha contra los musulmanes. También fueron a Roma gentes que, influidas por los poderosos, señalaron a la Santa Sede ciertas reservas sobre las concesiones hechas a los Reyes...
      A la vista del fracaso de tales embajadas, cuentan los historiadores que las gestiones fueron sustituidas por la conspiración. En casa de un gran letrado y bajo la presidencia de un rabino -asegura un cronista- se acordó atacar directamente a P. de A. Parece que hubo un primer intento, cerca de la propia casa del Inquisidor, en la que fue rota la reja que daba a la calle. -Finalmente, sabiendo que P. de A. acudía a maitines se juzgó que ésta sería una oportunidad en la que la noche se mostraría cómplice. Así el 14 sept. 1485, día de la Santa Cruz, mientras, linterna en mano, acudía P. a la Catedral, unos sicarios de la judería, apostados en las puertas por donde sabían que pasaba, vigilaron su entrada y le siguieron hasta dar con él cerca del coro, al pie del púlpito, mientras rezaba ante el Santísimo. Allí le alcanzaron un cuchillo, un estoque y un puñal. Derrumbóse P. y fue asistido por los demás canónigos, hasta llevarle a casa, donde permaneció moribundo durante dos días.
      La muerte del Inquisidor -«asesinato en la Catedral», como unos siglos antes el obispo Tomás Becket- impresionó al pueblo de Zaragoza, que vio muy pronto en P. de A. a un santo que iba a mostrar sus virtudes por la taumaturgia: las crónicas relatan, en efecto, milagros y apariciones. La ciudad estaba alterada. Ante el desasosiego de los ánimos, el propio arzobispo hubo de tranquilizar a las gentes, mientras la justicia abría un proceso en el que pronto aparecerían familias conocidas. Aun después de la admisión del Tribunal por las propias Cortes continuaron las dificultades de la Inquisición en lastierras aragonesas. P. de A., al dar su vida por una causa que él defendía con honradez y justicia coronó heroicamente la dedicación de su vida a la tutela y protección de la fe católica de su patria. Se celebra su fiesta el 17 de septiembre.
     
      V. t.. INQUISICIÓN, 2.
     
     

BIBL.: L. DE PÁRAMO, De origini et progressum Officii Sanctae Inquisitionis, Madrid 1598; V. BLASCO DE LANUZA, Peristephanon seu De Coronis sactorum Aragonensium. Vita, morte et miraculis Beati Petri Arbuensi, Zaragoza 1623; D. GARCÍA DE TRASMIERA, Epítome de la gloriosa vida del Venerable Pedro de Arbués, Madrid 1664; B. LLORCA, La Inquisición española, Madrid 1936.

 

JUAN BENEYTO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991