PEDRO DE ALCÁNTARA, SAN


Reformador franciscano y escritor ascético del s. xvi. Vida. N. en 1499 en la villa de Alcántara (Cáceres), cuna y cabeza del maestrazgo de la Orden de Caballería, de Alonso Garabito y Da María Villela de Sanabria y Maldonado. Tomó el nombre bautismal de Juan, como su abuelo materno, que cambió al entrar en la Orden franciscana por el de Pedro, con el sobrenombre del pueblo que le vio nacer.
      Huérfano de padre a los siete años, Juan de Sanabria recibió esmerada instrucción, primero en Alcántara con el bachifler sacerdote Diego Durán (m. 1533) y más tarde en la Universidad de Salamanca (1511-15) juntamente con otros familiares y paisanos, con la intención de seguir la carrera sacerdotal. Su madre, que no tardó en contraer segundas nupcias con el también viudo Alonso Barrantes (a. 1508), no se despreocupó de la educación de los tres hijos del primer matrimonio, García, Juan y María. Alonso Barrantes (m. 1529) aportó al nuevo matrimonio cinco hijos más, tenidos de su primera mujer Da María de Campofrío, que, unidos a los dos nuevos frutos de las segundas nupcias, formaban una numerosa familia socialmente bien relacionada, influyente y principal. Tres parientes del joven Juan pertenecían a la Orden Franciscana, lo que debió de influir en la decisión de seguir su ejemplo. Juan, en efecto, a los 16 años (1515) recibió el hábito franciscano de manos de fr. Miguel Roco y Campofrío, Superior del convento de los Majaretes (Valencia de Alcántara). Ya con eJ nombre de fray Pedro de Alcántara, durante nueve años recibió una abundante cultura religiosa, que le hizo sobresalir en sus futuras actuaciones humanas y que le constituyó, por reconocimiento de la Provincia descalza de S. Gabriel (la más rigurosa de la Orden), en modelo de superiores, fundador de conventos, director de almas y portento de oración y penitencia.
      Ordenado sacerdote a los 25 años, fue Superior de los conventos de Sta. Ma de los Ángeles de Robledillo (Sierra de Gata) y de S. Onofre de La Lapa (Zafra); definidor provincial en tres ocasiones (a. 1535, 1544 y 1551), Ministro de la Provincia de S. Gabriel en el trienio de 1538-41; custodio para el Capítulo general de Salamanca (1553). En todos estos oficios sobresalió fr. Pedro por su dedicación al servicio de la Orden. No se limitó su acción a Extremadura, región a la que correspondía la provincia franciscana de S. Gabriel; para reafirmar la pobreza de las provincias descalzas, pasó distintas veces a tierras de Portugal (a. 1542 y 1548), defendiendo y confirmando los rigores, soledad y vida reformada de la custodia de Sta. Ma de la Arrábida; se relacionó con los reyes de Portugal, la nobleza y el pueblo: han llegado hasta nosotros algunos testimonios de correspondencia epistolar cruzada entre fr. P. y los reyes D. Juan III y Da Catalina (1540), los infantes D. Luis, Da María y Da Isabel y el conde de Vimioso D. Alfonso de Portugal (1551), que proclaman por sí mismos la eficaz influencia y notable preponderancia de la espiritualidad alcantarina sobre el sentimiento religioso del ambiente popular portugués.
      Después de 1554, citando se vio libre de los oficios y dignidades de la Provincia de S. Gabriel, fr. P. sintió deseos de llevar vida eremítica (v. EREMITISMO) y se dedicó, con consejo y anuencia de sus superiores, a la soledad, penitencia y oración. Dos fueron los lugares escogidos por fr. P. para retirarse del mundo: Sta. Cruz de Paniagua (Cáceres), en los años del 1555-57, y N. Sra. de la Concepción del Palancar, «en la dehesa que se dice del Berrocal, a la fuente del Palancar», desde mayo de 1557 en adelante. En ambos sitios construyó inicial y rudimentariamente la capilla para el Señor y dos minúsculas habitaciones, una a cada lado de la capilla, para sus solitarios moradores. Famosa y proverbial era la medida de su celda en el Palancar, según atestigua S. Teresa de Jesús: «su celda, como se sabe, no era más larga de cuatro pies y medio». (Vida, cap. 27). Todo el conventito, que construyó en 1559-60, que aún se conserva hoy, tenía 28 pies de largo por 30 de ancho, según informan el guardián y el presidente del convento en el Proceso de beatificación de 1618.
      La fama de la santidad de P. de A. se extendió desde su retiro por toda España, de modo que el eremita empezó a ser buscado cada vez por mayor número de personas que deseaban su consejo y dirección espiritual: sus discípulos D. Rodrigo de Chaves y su mujer, D. Fernando Enríquez y D. Diego Suárez y algunos caballeros más trasladaron su residencia habitual al vecino pueblo del Pedroso, para beneficiarse de la compañía y consejos de fr. Pedro. Acudieron igualmente al Palancar S. Francisco de Borja, los condes de Osorno y duques de Galisteo, los condes de Oropesa y Deleitosa, los marqueses de Mirabel, el obispo de Coria, y otras muchas personas. También el emperador Carlos V, retirado voluntariamente en el monasterio de Yuste, llamó a su presencia a P. de A., con la petición de que fuese su confesor, lo que fr. P. no aceptó; tampoco quiso serlo de la princesa Da Juana, fundadora de las Descalzas reales. Estas tareas habían de apartarle de su soledad, y él procuraba conservar ésta según su personal plan de vida.
      No pudo, sin embargo, evitar ser elegido, por los franciscanos de la Custodia de Galicia, su comisario general de los conventuales reformados de España (1559), y este cargo lo desempeñó ya hasta su muerte. Fundó -en elejercicio de sus funciones- la provincia de S. José (1561), primero bajo la dependencia del Maestro general de los Conventuales y después (1563) sujeta al Ministro general de los Observantes (v. FRANCISCANOS I, 1) y constituyó numerosos conventos, poniendo de relieve su antigua preocupación por multiplicar las fundaciones franciscanas. Al morir fr. P. de A. la provincia de S. José contaba con tres Custodias: la de S. Simón de Galicia, la de S. José de Elche (Valencia) y la de Extremadura, con 15 conventos extendidos por toda la geografía española.
      Como director de incontables almas tuvo el privilegio de serlo de dos especialmente privilegiadas: Maridíaz del Vivar (m. 1572) y S. Teresa de Jesús (v.), discípulas aventajadas de fr. P.; la reformadora del Carmelo es la mejor panegirista en su Vida (cap. 27 en adelante) del hombre «hecho de raíces de árboles», cuya penitencia, santidad y ciencia experimental en la dirección de almas destaca la doctora abulense de manera elocuente.
      Escritos. Fr. P. no sólo influyó espiritualmente en las personas con quienes trataba, sino que nos ha dejado vacíos tesoros literarios de su espiritualidad. Perdido y desconocido hasta ahora su primitivo Tratado, que escribió y «que venía en solos cinco pliegos» publicados, se conoce y ha llegado a nosotros el Tratado de la Oración y Meditación recopilado por el R. P. F. Pedro de Alcántara Frayle menor de la orden del B. S. Francisco..., Lisboa, 1557-58. Sin duda, esta edición del Tratado, hecha por Blavio de Colonia con el nombre de fr. P., está compuesta y redactada teniendo a la vista el Libro de la oración de fr. Luis de Granada (v.), publicado en Salamanca por Andrés de Portonariis en 1554; lo confiesa y declara con toda lealtad el propio fr. P. en la Dedicatoria a su discípulo Rodrigo de Chaves; sin embargo, es una recopilación y resumen del Libro del granadino de forma muy personal y sucinta, con aportación de documentos nuevos completamente óriginales del alcantarino, tomados de la mística franciscana entonces preponderante, que hacen del Tratado un libro peculiarmente suyo, aunque a veces extracte casi a la letra el Libro del P. Granada (hay una ed. del Tratado en ed. Rialp, Madrid 1962).
      También compuso las Constituciones de las Provincias de S. Gabriel y de S. José (1540, 1561 y 1562), tres códigos legislativos por los que reglaron sus vidas durante mucho tiempo los franciscanos descalzos.
      Tradujo los Soliloquios de S. Buenaventura (v.), precioso librito ms., conservado en el archivo franciscano de Pastrana, atestiguando su autenticidad el obispo de Huesca D. Juan Moriz de Salazar en 1617.
      Suyo igualmente es el Dictamen en 33 puntos que escribió a una de las primeras Relaciones de conciencia de S. Teresa de Jesús; lo manifiesta la misma santa: «Como le di cuenta en suma de mi vida y manera de proceder de oración con la mayor claridad que yo supe...; así que sin doblez ni encubierta le traté mi alma... Él me dio grandísima luz, porque al menos en las visiones que no eran imaginarias no podía yo entender qué podía ser aquello... Este santo hombre -prosigue S. Teresa- me dio luz en todo y me lo declaró y dijo que no tuviese pena, sino que alabase a Dios y estuviese tan cierta que era espíritu suyo que, sino era la fe, cosa más verdadera no podía haber ni que tanto pudiese creer». También declara que «no había en esta ciudad (de Ávila) quien me entendiese; más que él hablaría a quien me confesaba (P. Baltasar Alvarez, SJ) y a uno de los que me daban más pena (D. Francisco de Salcedo)... Y así lo hizo el santo varón que los habló a entrambos y les dio causas y razones para que se asegurasen y no me inquietasen más» (Vida, cap. 30).
      Es tajante y definitiva en el ánimo de Teresa de Ahumada la Carta de 14 mayo 1562 de fr. P. sobre la pobreza absoluta, así como la que envió al obispo de Ávila (sin fecha, pero escrita en agosto de 1562), ambas relacionadas y decisivas para la fundación e inauguración del convento de S. José de Ávila; las dos cartas se han conservado en un relicario como documentos fundacionales de la reforma teresiana. Se conocen igualmente dos Cartas de Hermandad y ocho más escritas a varias personas nobles de Portugal y Castilla que están recogidas y publicadas por cronistas y biógrafos.
      Por último, Sala Balust descubrió en la bibliofeca de la R. A. de la Historia un breve Comentario sobre el salmo Miserere que atribuye a P. de A.; se trata de unos fragmentos inimitablemente comentados (son sólo los cinco primeros versículos del Miserere) que fluyen valientes y arrebatados del fogoso corazón del asceta y contemplativo fr. Pedro; están editados en la revista «Salmanticensis» 2 (1955) 154 ss.
      Culto. M. el santo en la villa de Arenas de S. Pedro (Ávila) en la madrugada del domingo 18 oct. 1562, a los 63 años de edad y 47 de hábito, siendo enterrado en S. Andrés del Monte, futuro convento franciscano; la pequeña capilla de S. Andrés, se convirtió muy pronto en santuario de peregrinaciones y ex-votos por los numerosos milagros que Dios obraba en el sepulcro de P. de A. Fue beatificado por Gregorio XV eJ 18 abr. 1622 y canonizado por Clemente IX el 28 abr. 1669. Se celebra su fiesta el 19 octubre.
      La villa de Arenas y su comarca lo eligieron por Patrón en 1622 y al año siguiente fundaron la Cofradía de S. Pedro de Alcántara; asimismo en Alcántara se comenzó a construir en 1629 una capilla -que conservaen la casa donde nació eJ santo alcantarino; la diócesis de Coria le eligió por su Patrón en 1674. También en el Brasil le nombraron «in praecipiuum totius imperii Patronum» el 31 mayo 1826; y Juan XXIII, por breve del 22 febr. 1962, eligió y declaró su patronato sobre toda la región extremeña juntamente con el de Nuestra Señora de Guadalupe.
     
     

BIBL.: JUAN B. MOLES, Memorial de la provincia de S. José, Madrid 1584; JUAN DE S. MARÍA, Crónica de la provincia de S. José, Madrid 1615-18; ID, Vida... del santo fray Pedro de Alcántara, Madrid 1619; MARTÍNEZ DE SAN José, Historia de nuestro beato padre fray Pedro de A., Arévalo 1644; JUAN DE SAN BERNARDO, Chronica de la vida... de S. Pedro de A., Nápoles 1667; F. MÁRCHESE, Vita del B. Pietro d'Alcantara, Roma 1667; T. NAVARRO, S. Petrus de A. post mortem redivivus, Roma 1669; ALONSO DE S. BERNARDO, Vida del glorioso S. Pedro de A., Nápoles 1701; F. CAMBERO DE YEGROS, El héroe seráfico S. Pedro de A., Salamanca 1723.

 

A. BARRADO MANZANO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991