PAZ III. SAGRADA ESCRITURA


Los romanos era la salus el objeto que deseaban en sus saludos. Los griegos se deseaban alegría y los hebreos, con otros pueblos semitas, se auguraban principalmente la p. Esto nos muestra ya la importancia que en el pueblo judío tenía el deseo del bien de la paz. La S. E., a la vez que nos testimonia ese dato, nos revela el verdadero sentido de la paz. Toda la historia del mundo aparece en la S. E. como una marcha hacia la p. definitiva y verdadera. La vida del Paraíso era la realización práctica de una vida feliz. Armonía (buen entendimiento) entre Dios y los hombres, de los hombres entre sí, y con las cosas creadas. Pero el pecado (v.) introdujo la discordia y la enemistad (Gen 3,9-19; 4,8-12), y por eso la Historia es ahora una cadena de disensiones y la «creación gime con dolores de parto» (Rom 8,22) en espera de su liberación. Llegará la batalla final victoriosa y después el juicio que pondrá todas las cosas en su sitio (Apc 20), y así la humanidad volverá a la privilegiada situación de su armoniosa vida de inocencia (cfr. S. Gregorio Niseno: PG 10,642).
      Terminología y sentido etimológico. El término hebreo clásico para significar la p. es scilóm. Su densidad y variedad de sentidos es tanta que los Setenta emplean hasta 25 palabras griegas para traducir la palabra hebrea. La raíz original slm significa en Qal, según Zorell, ser íntegro, salvo, incólume; en Piel, acabar, restituir, cumplir, pagar; en Hifil, reconciliar, hacer las paces. RadicalmenPAZ IIIte el sentido indica algo acabado, perfecto, sin defectos. a. Sálóm es palabra muy usada en la Biblia hebrea (hasta 239 veces). Dos son los sustantivos con los que va formando pareja: séditgáh, justicia (cfr. Is 32.17; Ps 72, 37; 85,11), y 'émeth, verdad, fidelidad (cfr. 2 Reg 20,19; Is 39,8; Ier 14,13; Zach 8,19; Est 9,30). Otros conceptos sinónimos que la acompañan son: abundancia (Ier 33,6; cfr. Ps 122,7), bien (cfr. Ier 8,15; 33,9; Ps 34,15), alegría (Prv 12,20), salvación (Eccli 1,22), prudencia, fuerza (Bar 3,14), rectitud (Mal 2,6). Su opuesto más regular es milhámáh, guerra (cfr. 2 Sam 11,7; 1 Reg 2,5; Ps 120,7; Eccl 3,8; 2 Par 14,6). Como opuestos a la p. aparecen también el mal (cfr. Ps 28,3; I's 45,7; Ier 29,11), el temor (cfr. Idc 6,23; Tob 12,17; Ier 30,5), la muerte y la destrucción (cfr. Sap 3,2 s.).
      b. La palabra correspondiente en el N. T. es eiréné (89 veces), que forma grupo con la gracia (Rom 1,7; 1 Tim 1,2; 2 Tim 1,2; 2 lo 3; 1 Pet 1,2; 2 Pet 1,2; Ids 2), la misericordia (Gal 6,16; 1 Tim 1,2; 2 Tim 1,2; Ids 2), la alegría (Rom 14,17; 15,,13; Gal 5,22), la caridad (Rom 13,11; Gal 5,22; Eph 6,23; 2 Tim 2,22; Ids 2), la justicia (Rom 14,17; Iac 3,18), la vida (Rom 8,6), la seguridad (1 Thes 5,3), etc. Entre sus opuestos figuran la guerra (Mt 10,34), la separación y la enemistad (Le 12,51), la disensión (1 Cor 14,33); etc. En esta rápida ojeada podemos advertir cómo el concepto de p. se va espiritualizando poco a poco.
      c. Entre los griegos eiréné significó primitivamente tiempo o situación de p. como interrupción de la guerra. Su contrario lógico era pólemos (guerra). El Pseudo-Platón la definía: «tranquilidad o pausa de las hostilidades de la guerra» (Del. 413a). Y Platón en las Leyes (I,628c) pone frente a la p. la pólemos y la strasis y junto a ella la filofrosyne. La p. tenía el sentido negativo de ausencia de enemigos más que de existencia de sentimientos amistosos. Epicteto (Diss. IV,5,35) dice que lo que la amistad es en la familia y la concordia en la ciudad, esó es la p. entre los pueblos. Para los romanos la p. era la situación jurídica consiguiente a unos compromisos mutuos.
      d. Esto nos hace pensar en la relación que une en la S. E. los concepto de p. y de alianza (v.). Es la situación entre Josué (v.) y los de Gabaón (v.; cfr. los 9,15) o entre Salomón e Hirám (1 Reg 5,26). Situación que en virtud de un pacto sellará unas relaciones amistosas de acuerdo y armonía. Es el significado de la conocida expresión «alianza de paz» (Num 25,12; Ez 34,25; 37,26).
      La paz en el Antiguo Testamento. La abundancia de textos bíblicos acerca de la p. nos brinda la oportunidad de ensayar un esbozo de teología bíblica sobre este concepto.
      a. En primer lugar es preciso destacar su sentido general de bienestar tanto en el aspecto material como en el espiritual. La razón estriba en el orden de la situación de la. p., que hace posible el desarrollo social del bienestar en la esfera de los individuos y de las comunidades. La p. será concordia entre vecinos y familiares (cfr. Gen 37,4; Idc 4,17; los 9,15; 2 Sam 3,20 s.; 1 Reg 5,26; etcétera). Y será tranquilidad político-social que sigue a un estado de guerra o de tribulación colectiva (Ex 18, 23; Idc 8,9; 11,31; 1 Reg 5,4; cfr. Ps 76; 122; 125).
      Éste es el sentido fundamental que tiene el uso de la p. en los saludos y despedidas. Interesa la p. no sólo del individuo, sino de su casa, de sus posesiones (1 Sam 25,6; cfr. Gen 29,6; 43,27; Ex 18,7; Idc 18,15; cte.). Por eso, los hebreos saludan con la p. (Idc 6,23; 1 Sam 25,6; 1 Reg 2,13; 2 Reg 5,21 s.) y se despiden con un augurio de p. (cfr. Gen 26,29.31; Ex 4,18; Idc 18,6).
      b. Un aspecto muy importante de la p. es su relación con la justicia y con la fidelidad a la alianza. Ya vimos las binas formadas con «paz-justicia», «paz-fidelidad». Isaías (32-17) afirma que «la paz es obra de la justicia». Lo recuerda Santiago en su carta (3,18). El Levítico (26,3-13) condiciona la vida de p. y de prosperidad al cumplimiento de las Leyes y Mandamientos de Dios. Por su fidelidad premia Dios a Finés (Num 25,12) con una alianza de paz. Y con la p. premia Dios a los mansos (Ps 37,11), a los que aman su Ley (Ps 119,165), a sus elegidos (Ps 4,9; Sap 3,9). Mientras los impíos (Is 57,21), los infieles (Is 59,8; Ier 16,5) quedan privados de ella. Y en una expresión feliz sobre la existencia escatológica de los justos se nos dice que todo acabará en p. para ellos (Ps 37,37; Sap 3,3).
      c. La paz como don de Dios. Dios es no sólo la fuente de la p. sino su permanente garantía. De nada vale el poder de las armas o la fuerza de la sabiduría «si Yahwéh no edifica la casa» (Ps 127,1). Por eso, Gedeón empieza sus campañas de liberación edificando un altar a Yahwéh ha-áálóm (El Señor de la Paz, Idc 6,24). Es el Deus pacis tan frecuente en las cartas de S. Pablo (Rom 15,33; 16,20; 1 Cor 14,33; 2 Cor 13,11; Philp 4,9; etc.). Dios es, pues, quien da la p. (1 Reg 2,33; Is 45,7; Ps 35,27; 147,14), quien la siembra (Zach 8,12). Es la tesis fielmente profesada por muchos Salmos (cfr. Ps 85). Y porque la p. es fruto y don de la bondad divina, es el objeto de sentidas plegarias y fervientes invocaciones (Ps 29,11; 122,6; 125,5; 128,6; Is 26,3.12; cte.).
      Frente a la p. como tranquillitas ordinis (S. Agustín), se levanta el impedimento del pecado, que es, por definición, un desorden. Están enredadas en él las voluntades rebeldes del pueblo. Y contra ellas gritan los profetas sus amenazas de destrucción y sus promesas de p. (Mich 5,6; Nah 2,1 ...; cfr. Lev 26,3-5). Pero en la época profética encontramos el eco de una deletérea labor realizada por unos pacifistas que falsamente predican una p. que no está basada en la confianza en Dios. Mi queas (s. viii a. C.: 1 Reg 22,10-28; Mich 3,5), jeremías(s. vii-vi a. C.; Ier 14,13-17; 6,4; 8,11) y Ezequiel(s. vi a. C.; Ez 13,16) se quejan de esos falsos profetas que dicen: «Paz, paz y no hay paz». Contra ellos denuncia Dios sus planes generosos de «paz y no de aflicción» (Ier 29,11).
      d. La paz mesiánica. Al ser la p. resumen de todo sentimiento de seguridad y de todo estado de prosperidad, será elemento esencial en los vaticinios mesiánicos. El Rey futuro vendrá a inaugurar la nueva era de felicidad, presidida por la justicia y por la p. (Is 32,17; 60,17). El Mesías no sólo promulgará el Evangelio de la p. (Nah 2,1; Zach 9,9), sino que será el «Príncipe de la paz» (Is 9,5) y « Él mismo será la paz» (Mich 5,4). A la alianza rota seguirá una «alianza de paz» (Ez 34,25; 37,26), que hará reinar la p. eternamente (ib.; Is 9,6; Ps 72,7); estado que los Profetas anuncian con exaltados acentos de entusiasmo. El orden será tan acabado que habrá perfecta armonía entre todos los seres creados (Is 11, 6-9; Os 2,20). No existirá entonces ni el mal ni la aflicción (Is 65,25), será la p. como un río desbordante (Is 48,18) y todos la tendrán como tema de sus canciones (Is 57,19). Y de la p. brotará una abundancia fácil y completa. El hombre vivirá otra vez la vida dichosa de un nuevo Paraíso. Es una imagen semejante al magnus ab integro saeculorum nascitur ardo (Virgilio).
      La paz de Cristo. El N. T. nos abre las puertas a una visión maravillosa de la paz. Las promesas sembradas por los Profetas florecen con la venida del Mesías. Si la presencia de Dios es garantía de victoria y salvación, ahora el Hijo ha plantado su tienda entre nosotros (lo 1,14). Y ha lanzado clamorosas invitaciones: «Venid a mí los cargados, yo os aliviaré» (Mt 11,28). «Si alguien tiene sed, venga a mí y beba» (lo 7,37). Su palabra es suficiente para imponer silencio a los vientos y calmar las tempestades (Mt 8,26 y par.). No es extraño que la p. sea una idea fecunda en nuevas perspectivas.
      a. Paz es también, conforme a su significado radical, el estado de concordia entre países o individuos. Y en un sentido más bíblico, la «condición feliz y tranquila de los hombres sin temor ni turbación», la «omnimoda prosperitas» (F. Zorell, Lexicon graecum N. T.), el resumen de todos los bienes. Por eso, sigue siendo objeto de los saludos (Mt 10,12 y par.; Le 24,36; lo 20,19.21.26) y de las despedidas: «Vete en paz» (Me 5,34; Le 7,50; 8,48), así como uno de los más firmes augurios de los escritos de los Apóstoles.
      b. Pero esta p. adquiere en las perspectivas del Evangelio un profundo sentido espiritual. Ya hemos visto su conexión esencial con la justicia (cfr. lac 3,18). S. Pablo añade que es fruto del Espíritu (Gal 5,22), consecuencia de la justificación (Rom 5,1), necesidad urgente del hombre espiritual (Rom 8,6). Y es que Dios «nos ha llamado a (o en) la paz» (1 Cor 7,15), de forma que su reino, el reino de los cristianos hijos de Dios, ya no es «comida ni bebida, sino justicia, paz, alegría» (Rom 14,17). Que los saludos de los escritos apostólicos van más allá de un mero cumplimiento queda claro por los sustantivos de sentido espiritual que acompañan a la p.: gracia (12 veces), caridad (cinco veces), misericordia (tres veces), alegría (tres veces), etc.
      c. La paz escatológico-mesiánica. Jesucristo, Príncipe de la paz, ha venido a establecer el reino eterno prometido en los vaticinios proféticos. Los Evangelistas no disimulan su intención de subrayar el cumplimiento de esas profecías. Así Lucas recoge el canto de los ángeles de Belén (Le 2,14), que anunciaban la p. del mundo. «Paz y gloria», que vuelve a resonar en la escena de la entrada triunfal en Jerusalén (Le 19,38), de color marcadamente mesiánico. Mateo dice (21,4 ss.) que entonces se cumplía la profecía de Zach 9,9 ss., que trata precisamente del Rey mesiánico que viene a «promulgar la paz a las gentes».
      Psta ha sido una de las obras fundamentales de la misión de Cristo: traer la p. al mundo. Por eso, la p. que se decía antes de Dios, ahora se llama también «paz de Cristo» (Col 3,15), «mi paz» (lo 14,27). Pues por Cristo nos llega la p. (lo 6,33; Act 10,36; Rom 5,1; cfr. los saludos epistolares), que ahora nos exige el acuerdo con su doctrina (Gal 6,16), de tal manera que «El es nuestra paz» (Eph 2,13 ss.), porque al realizar nuestra reconciliación con Dios, ha «pacificado todas las cosas» (Col 1,19-20; cfr. Rom 5,10-11; 2 Cor 5,18-20). La predicación y el anuncio de esta p. universal y definitiva puede llamarse evangelio de la paz (Act 10,36; Rom 10,15; Eph 2,17; 6,15), la buena nueva de la realización de uno de los sueños más sinceros de la humanidad.
      Conclusión. Cristo, Rey de paz, pide obreros de su p., a los que llama dichosos en una de las bienaventuranzas (Mt 5,9). Toda la moral de S. Pablo «consiste en hacer reinar entre los cristianos la unión, el perfecto entendimiento, la concordia, la paz» (Prat, o. c. en bibl. 11,386). Es una de las recomendaciones a Timoteo (2 Tim 2,22) y un anhelo del Apóstol para todos los cristianos: «Trabajemos por la paz» (Rom 14,19; cfr. Heb 12,14), por esa p. de Cristo, que «supera toda forma de entendimiento» (Philp 4,7).
     
     

BIBL.: S. Tomás, Sum. Th., 2-2 q29; F. PRAT, Teología de S. Pablo, México 1947; A. BEA, L'idea della Pace nel V. T., en XXXV Congreso Eucarístico Internacional, Barcelona 1952, 49-59; S. DEL PÁRAMO, La Paz de Cristo en el N. T., «Estudios eclesiásticos» 27 (1953) 5-20; A. HERRERA ORIA, La Palabra de Cristo, IV, Madrid 1954, 179-377; 1. COMBLIN, La paix dans la Théologie de St. Luc., «Ephemerides Theologicae Lovaniensesn 32 (1956) 439-460; P. GRELOT, Sens chrétien de 1'A. T., París 1962; J. BOISMARD, Grandes Temas Bíblicos, 2 ed. Madrid 1968.

 

G. DEL CERRO CALDERÓN.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991