PARUSÍA. SAGRADA ESCRITURA
La P. constituye el problema «más complejo y arduo que plantea la exégesis
delNuevo Testamento» (A. Feuillet, Parousie, en DB [Supp.] VI, 1411). En efecto,
la doctrina del retorno glorioso de Cristo al final de los tiempos forma el
corazón de la escatología (v.) del N. T. y, como tal, se relaciona íntimamente
con los problemas fundamentales, no sólo de los orígenes cristianos, sino
también de la cuestión que la crítica moderna se ha planteado acerca de la
«conciencia que el mismo Cristo tuvo de su mesianidad» y de su actitud frente a
la escatología y las vicisitudes del Reino de Dios (v.), cuyo advenimiento
predicó. Por otra parte, los textos evangélicos que contienen dicha doctrina han
sido sometidos a las más diversas interpretaciones, de acuerdo con los
presupuestos de las diferentes confesiones, escuelas y métodos exegéticos,
complicando extremadamente el estudio de la doctrina neotestamentaria sobre la
segunda venida.
No obstante las estrechas relaciones entre la P. y la escatología, aquí
sólo exponemos la doctrina neotestamentaria acerca de la primera. Pero se hace
necesario distinguir previamente el alcance propio de dichas nociones. Por
escatología (v.) entendemos aquí el conjunto de realidades que constituye «lo
último», es decir: el final de los tiempos (v. MUNDO III), En ese conjunto se
integra como elemento primordial el retorno de Cristo como Juez de la historia.
Por P. se entiende únicamente esa venida de Cristo, esto es, el retorno glorioso
anunciado por Él mismo.
1. Filología. El sustantivo P. (griego parousía, del verbo pareimi: estar
presente, hacerse presente) tiene una doble acepción conforme a los dos sentidos
fundamentales del verbo: presencia y llegada. En relación con el sentido
específicamente cristiano, desde el punto de vista de la filología se presentan
dos problemas: ¿qué relación de dependencia existe entre el uso neotestamentario
de la voz P. y su uso en el helenismo?, ¿cuál es el origen de la expresión
aplicada a la segunda venida de Cristo? En cuanto a lo primero, merecen
destacarse dos tipos de P. en el mundo helenístico: la de los soberanos y la de
los dioses. Aquella tenía lugar cuando las solemnes visitas de los príncipes o
de los emperadores a las ciudades importantes; la segunda se verificaba en las
intervenciones divinas en las celebraciones mistéricas (v. MISTERIO Y RELIGIONES
MISTÉRICAS), en las experiencias místicas del hermetismo (v.) y en el
neoplatonismo. El sentido religioso, evidente en el segundo tipo de P., aparece
frecuentemente también en las primeras (cfr. L. Cerfaux-J. Tondriau, Le culte
des souverains dans la civilisation greco-romann, París 1957).
No obstante, la expresión no tiene valor técnico, y su sentido se
explícita en función de los genitivos de nombres propios o pronominales. En
cuanto al uso bíblico veterotestamentario, ni el hebreo ni el arameo poseen el
sustantivo correspondiente. La raíz que sirve para significar las intervenciones
divinas o mesiánicas es el verbo venir, en sus diversas formas. En el A. T. las
principales venidas de Yahwéh se verifican en la liberación de Egipto (Ex 3,8) y
las manifestaciones del Sinaí (Ex 19,18-20; v.). Además de estas venidas
mayores, el A. T. conoce otras menos importantes, tales como la presencia
cultual (Ex 20,24) de Yahwéh y las intervenciones salvadoras en favor de Israel
(Is 59,19). En la serie de estas intervenciones divinas, una de las más
importantes es la venida escatológica de Yahwéh que se describe con la
terminología técnica del Día de Yahwéh (v. DÍA DEL SEÑOR). En este tipo de
intervenciones es donde se incluye la actuación del Mesías. El texto más
importante de la serie es Dan 7,13-14. En cuanto al texto griego del A. T.
aparece el sustantivo P., pero siempre en sentido profano (Idc 10,18; 2 Mach
8,12;PARUSIA 115,21). Los Setenta no utilizan el sustantivo, aunque sí el verbo
pareimi y frecuentemente con sentido religioso. En el judaísmo tampoco aparece
el término. Más abundante es el uso en la literatura apócrifa (cfr. en especial
el Testamento de los Doce Patriarcas), pero la crítica no se ha pronunciado aún
sobre su autenticidad o su inserción por interpolaciones de origen cristiano. A
base de este material filológico no se demuestra aún la dependencia del uso
técnico cristiano de la expresión a partir de las fuentes del judaísmo
helenístico.
En cuanto al origen de la expresión misma, desde Deissmann (Licht vom
Osten, Tübiga 1923, 314-320) se ha generalizado la opinión de que fue S. Pablo
quien la introdujo en el cristianismo tomándola de las P. helenísticas; pero
estudios más recientes como los de J. Dupont (L'Union avec le Christ suivant
Saint Paul, 1, París 1952, 59-73) imponen no leves matizaciones. Si bien se
puede admitir el origen helenístico del vocablo, el contexto semántico es
estrictamente bíblico como lo demuestran los elementos sinaíticos de 1 Thes
4,13-5,11 (la nube, la trompeta, etc.; cfr. Ex 19,10-18) y la mención del Día
del Señor. Incluso la procedencia de la expresión en el uso paulino está
sometida a revisión, si se atiende a la prioridad cronológica de Mt
24,3.27.37.39, del cual parece depender S. Pablo. Es muy probable que el vocablo
fuera ya utilizado por S. Mateo recibiéndolo del helenismo, o fuera por primera
vez incluido por el traductor griego bajo la influencia de la traducción griega
de Dan 7,13. La cronología arcaica que algunos críticos comienzan a atribuir a
la carta de Santiago favorecería la tesis de un uso cristiano prepaulino del
vocablo (cfr. A. Feuillet, ib. 1335). En resumen: aun cuando pueda admitirse una
dependencia helenística del término, el contexto doctrinal en que se inscribe es
totalmente independiente de las P. griegas.
2. Exégesis. a. Doctrina de los Sinópticos. La expresión P. en los
Evangelios llamados sinópticos se encuentra sólo en Mt 24,127, aunque la
doctrina correspondiente aparece a todo lo largo de los mismos. Los textos se
pueden fácilmente dividir en dos series: los del discurso escatológico (Mc 13;
Lc 17,22-37; 21,5-36; Mt 24-25) y los textos independientes del resto de la
tradición sinóptica (Mc 10, 23; 8,38; 10,1 con los par. de Mt 16,27-28 y Lc
9,26-27; Mt 19,28 y Lc 22,30; Mt 23,37-39 y Lc 13,34-35; Mc 14,62 con los par.
de Mt 26,64 y Lc 22,69). La doctrina principal se contiene en los lugares de la
primera serie; nos fijaremos principalmente en dichos textos. El contexto de la
P. en estos pasajes es el del advenimiento del Reino en un futuro más o menos
inmediato.
Lo principal de la doctrina de S. Marcos sobre la P. se contiene en el
discurso escatológico (Mc 13). Aunque la unidad del discurso no sea perfecta,
constituye lo que A. Feuillet llama «un drama único en tres actos». El tema
fundamental del discurso de S. Marcos lo forma el juicio de Dios sobre
Jerusalén.
La parte primera (13,5-13) enumera los sucesos que han de preceder al
juicio de Dios sobre Jerusalén: calamidades, persecuciones, predicación del
Evangelio a los gentiles. La segunda (13,14-23), que es la parte central del
discurso, describe el juicio de Dios sobre los judíos incrédulos. De este juicio
se librará un Resto: los elegidos (ver. 20) por cuya causa serán abreviadas
aquellas tribulaciones. La tercera parte (13,24-27) precisa el acto central del
juicio descrito en la precedente, con la cual se conecta cronológicamente
mediante el inciso «en aquellos días» (ver. 24). La mención de la venida del
Hijo del Hombre (ver. 26) aparece en estrecho paralelismo con Mc 14,62 y Dan
7,7. La descripción de la venida sobre las nubes en Mc 14,62(lo mismo que en Dan
7,13) y par. significa la instauración del Reino de Dios (v.); más que un acto
de juicio, describe un acto de entronización mesiánica. La mención idéntica en
el discurso escatológico no tiene otro sentido. Del mismo modo que en el proceso
ante el sanedrín significaba el triunfo de su muerte, aquí se refiere al triunfo
de Cristo en el castigo de Jerusalén.
A diferencia de Marcos, Lucas tiene dos discursos escatológicos: 17,22-37
y 21,5-36. De ambos, el segundo es el que corresponde al texto de Marcos. Las
diferencias principales del discurso lucano son: la supresión de la mención de
la predicación a los gentiles y la explicitación del sentido de la «abominación
de la desolación». Desarrolla claramente el sentido del juicio sobre Jerusalén
en el discurso escatológico. Del juicio final habla en 21,25-27. Para este
juicio reserva la venida gloriosa de Cristo. El discurso primero consta de
cuatro secciones: 17,22-25 refiere la venida del Hijo del Hombre para juzgar;
17,26-30 describe las disposiciones de la humanidad en el momento del juicio;
17,31-33 contiene una serie de advertencias para aquel momento, y 17,34-35, que
describe el acto del juicio. Ordinariamente se supone que este discurso se
refiere también a la última venida; no obstante, las indicaciones concretas,
tales como 17,31 y 32, cuadran mejor con la ruina de Jerusalén. De los tres
Sinópticos, S. Lucas es el que mejor precisa la diferencia de la doble
manifestación del triunfo de Jesús, a saber, la ruina de Jerusalén y la venida
al final de los tiempos.
El discurso escatológico de Mateo es el más extenso de todos (24-26).
Estructura una vasta síntesis del juicio en tres partes, recogiendo en una todos
los elementos de la apocalipsis sinóptica de Marcos y los dos discursos de
Lucas. En la primera (24,1-44) recoge el discurso de Marcos y el material de los
discursos de Lc 17 y 21 (Mt 24-26-28 es par. de Lc 17,23-24; mientras Mt
24,37-41 lo es de Lc 17,26-27.34-36); la segunda (24,45-25,30) está formada por
tres parábolas sobre el tema de la vigilancia ante la incertidumbre de la P.; la
tercera (25,31-46) describe el acto del juicio. Las particularidades principales
son: la introducción del solemne acto del juicio, que no tiene paralelo en los
otros Sinópticos. Tal vez la pregunta de los Discípulos sobre «el fin del mundo»
de 24,3 esté en función de dicho juicio final. La otra particularidad la
constituye la aparición de la señal del Hijo del Hombre (24,30) con la
lamentación de todas las razas de la tierra. La P. a que hace referencia en la
parte primera no es otra que el juicio sobre Jerusalén, lo mismo que en los
paralelos de Marcos y Lucas. La incoherencia que parece advertirse entre los
ver. 26-28 que hablan de la P. como anterior a la manifestación del Hijo del
Hombre sobre las nubes se resuelve fácilmente si se admite que dicha P. no es
sino el castigo de Jerusalén (cfr. A. Feuillet, ib. 1353). La descripción del
juicio en 25,31-46 repite el tema de 24,1-44. No obstante, hay en ambas P.
notables diferencias. Sobre el fondo común de dos grandes juicios colectivos en
momentos importantes de la historia mediante una intervención singular del Hijo
del Hombre, resaltan las siguientes diferencias: la primera describe un gran
juicio colectivo, sin referencia a la suerte ultraterrena de los juzgados, sino
más bien como inicio de una nueva etapa en la historia religiosa de la
humanidad; la segunda, en cambio, contiene un juicio definitivo, individual y
colectivo, que se sitúa al final de los tiempos.
b. Hechos. En el libro de los Hechos de los Apóstoles no aparece la
expresión P.; no obstante, la doctrina del retorno de Cristo glorioso ocupa un
lugar importante, no sólo en los discursos kerigmáticos de S. Pedro y S. Pablo,
sino también en la fe de la Iglesia que vive en la espera de dicho retorno. La
mención del retorno en Act 1,11 incluye una connotación de espera y tiempo
intermedio, que se refuerza en la interpretación del oráculo de Joel (Act
2,19-20) aplicado a la era escatológica que comienza con el don del Espíritu. El
tiempo de la consolación, para el cual se reserva la venida (3,19-21), coincide
con el tiempo de la restauración universal de 3,21 y 1,6. También aquí reaparece
la idea del tiempo intermedio que se exige para la realización de la conversión
de Israel. En 10,42 y 17,31 la venida se identifica con la intervención de
Cristo como juez del mundo. La doctrina del libro de los Hechos sobre la P. se
enmarca perfectamente dentro de una concepción escatológica según la cual la
Resurrección de Cristo y el don del Espíritu han inaugurado ya la era
escatológica (2,14-40; 3,12-26), pero se espera aún la restauración universal y
una definitiva P. al final de los tiempos que, por lo demás, se desea próxima,
aunque el clima no coincida con la impaciencia que se advierte en las Epístolas
a los Tesalonicenses.
c. S. Pablo. Desarrolla la doctrina sobre la P., sobre todo, en función de
su doctrina de la preexistencia de Cristo, pero no añade nada sustancialmente
nuevo a la doctrina de los Sinópticos y de los Hechos.
Las Epístolas a los Tesalonicenses constituyen el grupo más importante
sobre el tema de la P. En 1 Thes (estrechamente dependiente del discurso
escatológico sinóptico, en especial Mateo) describe las condiciones en que se
verificará la P. (1 Thes 4,13-17) introduciendo algunas especificaciones al
esquema de S. Mateo. Así, la P. que éste encuadra en la tercera parte de su
discurso, en S. Pablo se convierte en la venida al final de los tiempos; la
trompeta que en S. Mateo anuncia la reunión de los fieles en S. Pablo es la
señal de la resurrección de los muertos (4,16). La aparición del Hijo del Hombre
para el juicio (Mt 25,31-46) en S. Pablo significa la bajada de Cristo para
reunirse con los resucitados. En todo ello no hay contradicción, sino más bien
una precisión y prolongación del pensamiento de Jesús. Lo que en los Sinópticos
se refería al triunfo mesiánico de Jesús en contraposición a la ruina de
Jerusalén, S. Pablo lo ve proyectado al final de los tiempos, dando a la P. el
sentido técnico del retorno glorioso de Cristo cuando la resurrección universal.
El tema de las señales precursoras de la P. se desarrolla más ampliamente en 2
Thes 2,3-10. En esta perspectiva, S. Pablo supone próxima la P. (1 Thes 4,15);
lo mismo que en las Epístolas del periodo efesino (Gal, Rom, 1-2 Cor) no se
contiene referencia particular a la P., fuera de las descripciones de 1 Cor
15,22-28.50-55 y las alusiones de Rom 8,19.23; 13,11, etc.
En las Epístolas de la cautividad, la P. se interioriza. Se habla de un
encuentro con Cristo que se verifica inmediatamente después de la muerte, en
especial del martirio. Esta idea se expresa mediante una profundización de la
fórmula «estar con Cristo» (Philp 1,23), pero sin menoscabo de una esperanza
actual de la P. (cfr. Philp 3,20 ss.; 4,5; Col 3,4; Eph 4,30). Una anticipación
de la escatología a la participación de la muerte y resurrección de Cristo en el
momento del bautismo aparece ya en Rom 6,5, y como doctrina más claramente
desarrollada en las Epístolas de la cautividad (cfr. Col 2,12-13; 3,1; Eph
2,5-6).
En las Epístolas pastorales en lugar de la expresión P. aparece su
sinónimo Epipháneia, que una vez se aplica a la manifestación de Cristo en la
Encarnación (2 Tim 1,10; 1 Tim 3,16) y luego se identifica con la venida. Pero
en esta espera se nota cierta diferencia: aunque la espera perdura, comienza ya
a organizarse la vida de la Iglesia(cfr. 2 Tim 3,16; Tit 2,12, etc.) y la
referencia a los «últimos tiempos» en 1 Tim 4,1 y 2 Tim 3,1 no tiene la misma
urgencia y ansiedad de las primeras Epístolas.
En la Epístola a los Hebreos tampoco aparece la expresión. Incluso la idea
misma de la P. parece ausente. Ya no es el Cristo del retorno glorioso el que
ocupa el punto central de la fe sino el Cristo encarnado y muerto (10,7; 9,11;
4,14; 2,10, etc.). Y más que el encuentro con Cristo en la P., se acentúa la
idea de la entrada en el reposo escatológico (4,11; 9,27). No obstante, la
doctrina de la P. está subyacente en Heb (cfr. 12,26; 9,28; 10,37.13; 6,2), la
vida cristiana se desarrolla en la espera del Día (10,25) con perseverancia y
buen ánimo. La mención de una «segunda venida» en 9,28 es del todo singular en
el N. T. por lo cual algunos no católicos lo consideran como no-paulino.
d. Epístolas católicas. En Santiago la doctrina sobre la P. está muy
próxima a la de los Sinópticos y algunos autores exigen una revisión de la
cronología tradicional de dicha Epístola para situarla en conexión con Mateo en
una fecha muy primitiva (cfr. Feuillet, ib. 1335-36). La doble mención en 5,7-8
no se refiere al fin de los tiempos, sino al castigo de los judíos incrédulos,
lo mismo que en Mateo. En I Pet tampoco aparece la expresión P., sino el
equivalente revelación (apocalypsis) del Señor (1.7.13; 4,13) y el verbo
apocalyptein (1,6; 5,1). La mención más expresa del fin de los tiempos se
contiene en 4,7 con una connotación de proximidad (cfr. 1,5.7.13). El descenso
de Cristo a los infiernos se describe igualmente como una manifestación del
mismo (3,19; 4,6). Por lo demás, las persecuciones y padecimientos de que son
objeto los cristianos se consideran como las señales precursoras del juicio
(4,13.17; 5,8.10). En la espera del próximo fin, los fieles viven como extraños
y segregados (1,17; 2,11). Con unas preocupaciones muy parecidas a las de 1 Pet,
la Epístola de judas se refiere a las calamidades que han de preceder al fin. La
2 Pet se enfrenta contra las objeciones de los incrédulos a la fe en la P.
Defiende con vigor que la doctrina sobre ésta no es una fábula (1,16) y los
incrédulos se engañan (3,3 ss.). Predice la purificación del mundo por el fuego
(3,5 ss.) y el problema de la tardanza lo resuelve recordando el misterio de la
duración divina: mil años son para Dios como un día (3,8 ss.). Los fieles han de
vivir la espera preparando y acelerando la venida (3,12).
e. S. luan. Un tratamiento particular exige su doctrina, tanto la
contenida en el Apocalipsis como en su Evangelio y las Epístolas.
El Apocalipsis ocupa un lugar importante en la doctrina neotestamentaria
de la P., por más que en todo el libro no se haga mención de la expresión. Más
aún, contiene un punto de vista sumamente original sobre el tiempo intermedio en
la espera del retorno. Desde las primeras palabras de 1,1: «lo que ha de suceder
pronto» hasta las últimas de 22,20: «ven, Señor», todo el libro habla de la P.
Todas las calamidades que se describen como precursoras llegan al punto
culminante en la visión de 14,4-20 y 19,11-16 que explica el desarrollo de los
últimos acontecimientos. La manifestación de 10,14, preparada por las
predicciones precedentes, significa la-intervención de Cristo en la historia
preparada por la economía del A. T. que desemboca en la era cristiana. Después
de esta manifestación no queda sino la consumación final anunciada por el
séptimo ángel que preludia la resurrección de los muertos y el juicio definitivo
descrito en 11,15-19. La principal aportación del Apocalipsis está en la
prolongación del contenido en los Sinópticos. La espera que se repite a lo largo
del libro, junto con la perspectiva de un fin definitivo todavía lejano (el
tiempo de la Iglesia que se sitúa entre el son de la sexta y la séptima trompeta
con el reino de los mil años) dan a la doctrina del Apocalipsis un valor
singular que se puede considerar como la aportación original del libro a la
preocupación neotestamentaria por la expectación de la P. En efecto, como afirma
Feuillet (o. c. 1402), «la paradoja de un fin próximo y, al mismo tiempo,
cronológicamente lejano, que el autor del Apocalipsis subraya como no lo había
hecho precedentemente ningún otro, obliga a ver en el tema tradicional de la
proximidad del fin una cosa bien diferente que una cuestión de fecha».
En las Epístolas la doctrina sobre la P. se centra en dos temas: la espera
de la P. y la manifestación del Anticristo. La salvación realizada en el nuevo
nacimiento del cristiano, que ya le hace vivir de Dios (1 lo 1,3,6; 2,3.6.9.13.
20.24; 3,1.2) le sitúa, sin embargo, en una viva tensión en espera de la P.
(2,28; 4,17). La manifestación de 1 lo 3,2, aunque generalmente se entiende de
la transformación del creyente en la perfecta visión, incluye por igual la
referencia a la P., toda vez que la plena transformación no se verificará sino
en la resurrección gloriosa y la venida de Cristo.
La doctrina de la acción actual del Anticristo (1 lo 2,18-22; 4,1-4; 2 lo
7-9) precisa la contenida en los Tesalonicenses, en su presentación
personificada del Anticristo. Independientemente del hecho de que el final de
los tiempos se manifieste un Anticristo personal, el autor quiere dar a entender
que las persecuciones actuales en nada se diferencian de los ataques que
alcanzarán su culmen al final de los tiempos.
El IV Evangelio no sólo no recoge el discurso escatológico sinóptico, sino
que la misma doctrina referente a la manifestación del último día y el
consiguiente juicio aparecen interiorizados y actualizados: la vida eterna ya ha
sido otorgada e iniciada en el creyente (6,68; 17,3; 14,9; 11,25 s.; 5,25);
igualmente, el juicio ya se ha verificado (5,24; 3,18; 12,31; 9,39; 3,17; 8,15;
12,47; 5,45); la victoria está conseguida. En cuanto a la venida de Cristo, en
el discurso de despedida se habla indiferenciadamente de la venida en Espíritu y
la venida al fin de los tiempos. Pero junto a estos textos que suponen la
escatología y la P. ya actualizadas y realizadas, aparecen otros que
evidentemente se refieren a una escatología y una P. definitiva que está por
realizarse; así la expresión «último día» exclusiva de S. Juan en el N. T.
(6,39.40.44. 54.11,24; 12,48). Se han llevado a cabo diversos intentos
exegéticos y teológicos para explicar esta aparente dificultad. Pero, como
advierte Feuillet (o. c. 1407), es sospechoso todo método que intente resolver
las dificultades suprimiendo los textos difíciles como interpolaciones. La
actualización y la interiorización que en la doctrina joannea va tan lejos se
basa, sin embargo, en la contraposición del poseer ya y del esperar lo
absolutamente completo y definitivo.
3. Síntesis. En los Sinópticos Jesús centra su predicación en el
advenimiento del Reino de Dios (v.), de naturaleza netamente escatológica. Un
Reino que se instaura, se desarrolla paulatinamente e irrumpe en un futuro, cuya
fecha no se determina. La doctrina parusíaca se encuadra en este último
apartado. Para su descripción se adopta la división temporal en «el siglo
presente» y «el siglo futuro». Al siglo futuro pertenece la vida eterna para los
buenos y la gehenna para los malos. La discriminación definitiva entre los unos
y los otros se verifica mediante una intervención judicial de Dios que ya se
inicia en este siglo, y llega a la completa universalidad en eJ juicio último
ydefinitivo. No obstante, con anterioridad a la última P. se verifican
manifestaciones que alcanzan una verdadera dimensión histórica y colectiva de
gran alcance, como en el caso del castigo de Jerusalén. De esta manera, la
escatología y el anuncio de la P. se convierten en algo esencial a la
predicación de Jesús.
La primera comunidad cristiana comprendió bien esta dimensión escatológica
del Evangelio de Jesús y la espera de la P. juega un papel esencial en su fe. A
todo lo largo del N. T. esta perspectiva ocupa un lugar primordial, que no
desaparece, ni pasa a segundo plano al correr del tiempo. Como complementaria de
la P., aparece en S. Pablo la doctrina del encuentro individual con Cristo
inmediatamente después de la muerte, que también sé apunta en los Sinópticos. La
perspectiva parusíaca es lo que da propiamente el sentido religioso al
desenvolvimiento de la historia. En esta enseñanza fundamental, Dios, a través
de cada escritor, matiza la naturaleza de la espera. La doctrina sinóptica
representa la forma fundamental, que recibe precisiones en las Epístolas a los
Tesalonicenses. Una tendencia común que se advierte, tanto en la mutua
comparación de los Sinópticos como de las Epístolas citadas es la referente a
una aplicación de las señales del juicio sobre Jerusalén a la P. última.
Por otra parte, la tensión escatológica forma unidad con la conciencia y
el aprecio hacia los bienes escatológicos logrados, la comunicación actual con
Cristo glorioso (V. GRACIA; etc.). Así la refleja fuertemente el IV Evangelio,
sin eliminar la perspectiva de la P. definitiva en la resurrección de los
muertos. La teoría según la cual la espera escatológica sería una creación de la
comunidad cristiana no se concilia con el examen objetivo de los textos. Esto no
obsta para que vocabulario y elementos literarios, tanto de la tradición
sinóptica como de las Epístolas 'a los Tesalonicenses, tengan precedentes en la
apocalíptica judía. Por otra parte, la doctrina joannea del Apocalipsis y del IV
Evangelio no se encuentran en contradicción con el pensamiento de los
Sinópticos, antes bien suponen una continuidad fundamental en la misma línea.
V. t.: MUNDO III; RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS; ESCATOLOGÍA II; SALVACIÓN
II; ANTICRISTO; ALIANZA (Religión) II; DíA DEL SEÑOR; CIELO III; APOCALIPSIS I.
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