PARUSÍA. SAGRADA ESCRITURA


La P. constituye el problema «más complejo y arduo que plantea la exégesis delNuevo Testamento» (A. Feuillet, Parousie, en DB [Supp.] VI, 1411). En efecto, la doctrina del retorno glorioso de Cristo al final de los tiempos forma el corazón de la escatología (v.) del N. T. y, como tal, se relaciona íntimamente con los problemas fundamentales, no sólo de los orígenes cristianos, sino también de la cuestión que la crítica moderna se ha planteado acerca de la «conciencia que el mismo Cristo tuvo de su mesianidad» y de su actitud frente a la escatología y las vicisitudes del Reino de Dios (v.), cuyo advenimiento predicó. Por otra parte, los textos evangélicos que contienen dicha doctrina han sido sometidos a las más diversas interpretaciones, de acuerdo con los presupuestos de las diferentes confesiones, escuelas y métodos exegéticos, complicando extremadamente el estudio de la doctrina neotestamentaria sobre la segunda venida.
     
      No obstante las estrechas relaciones entre la P. y la escatología, aquí sólo exponemos la doctrina neotestamentaria acerca de la primera. Pero se hace necesario distinguir previamente el alcance propio de dichas nociones. Por escatología (v.) entendemos aquí el conjunto de realidades que constituye «lo último», es decir: el final de los tiempos (v. MUNDO III), En ese conjunto se integra como elemento primordial el retorno de Cristo como Juez de la historia. Por P. se entiende únicamente esa venida de Cristo, esto es, el retorno glorioso anunciado por Él mismo.
     
      1. Filología. El sustantivo P. (griego parousía, del verbo pareimi: estar presente, hacerse presente) tiene una doble acepción conforme a los dos sentidos fundamentales del verbo: presencia y llegada. En relación con el sentido específicamente cristiano, desde el punto de vista de la filología se presentan dos problemas: ¿qué relación de dependencia existe entre el uso neotestamentario de la voz P. y su uso en el helenismo?, ¿cuál es el origen de la expresión aplicada a la segunda venida de Cristo? En cuanto a lo primero, merecen destacarse dos tipos de P. en el mundo helenístico: la de los soberanos y la de los dioses. Aquella tenía lugar cuando las solemnes visitas de los príncipes o de los emperadores a las ciudades importantes; la segunda se verificaba en las intervenciones divinas en las celebraciones mistéricas (v. MISTERIO Y RELIGIONES MISTÉRICAS), en las experiencias místicas del hermetismo (v.) y en el neoplatonismo. El sentido religioso, evidente en el segundo tipo de P., aparece frecuentemente también en las primeras (cfr. L. Cerfaux-J. Tondriau, Le culte des souverains dans la civilisation greco-romann, París 1957).
     
      No obstante, la expresión no tiene valor técnico, y su sentido se explícita en función de los genitivos de nombres propios o pronominales. En cuanto al uso bíblico veterotestamentario, ni el hebreo ni el arameo poseen el sustantivo correspondiente. La raíz que sirve para significar las intervenciones divinas o mesiánicas es el verbo venir, en sus diversas formas. En el A. T. las principales venidas de Yahwéh se verifican en la liberación de Egipto (Ex 3,8) y las manifestaciones del Sinaí (Ex 19,18-20; v.). Además de estas venidas mayores, el A. T. conoce otras menos importantes, tales como la presencia cultual (Ex 20,24) de Yahwéh y las intervenciones salvadoras en favor de Israel (Is 59,19). En la serie de estas intervenciones divinas, una de las más importantes es la venida escatológica de Yahwéh que se describe con la terminología técnica del Día de Yahwéh (v. DÍA DEL SEÑOR). En este tipo de intervenciones es donde se incluye la actuación del Mesías. El texto más importante de la serie es Dan 7,13-14. En cuanto al texto griego del A. T. aparece el sustantivo P., pero siempre en sentido profano (Idc 10,18; 2 Mach 8,12;PARUSIA 115,21). Los Setenta no utilizan el sustantivo, aunque sí el verbo pareimi y frecuentemente con sentido religioso. En el judaísmo tampoco aparece el término. Más abundante es el uso en la literatura apócrifa (cfr. en especial el Testamento de los Doce Patriarcas), pero la crítica no se ha pronunciado aún sobre su autenticidad o su inserción por interpolaciones de origen cristiano. A base de este material filológico no se demuestra aún la dependencia del uso técnico cristiano de la expresión a partir de las fuentes del judaísmo helenístico.
     
      En cuanto al origen de la expresión misma, desde Deissmann (Licht vom Osten, Tübiga 1923, 314-320) se ha generalizado la opinión de que fue S. Pablo quien la introdujo en el cristianismo tomándola de las P. helenísticas; pero estudios más recientes como los de J. Dupont (L'Union avec le Christ suivant Saint Paul, 1, París 1952, 59-73) imponen no leves matizaciones. Si bien se puede admitir el origen helenístico del vocablo, el contexto semántico es estrictamente bíblico como lo demuestran los elementos sinaíticos de 1 Thes 4,13-5,11 (la nube, la trompeta, etc.; cfr. Ex 19,10-18) y la mención del Día del Señor. Incluso la procedencia de la expresión en el uso paulino está sometida a revisión, si se atiende a la prioridad cronológica de Mt 24,3.27.37.39, del cual parece depender S. Pablo. Es muy probable que el vocablo fuera ya utilizado por S. Mateo recibiéndolo del helenismo, o fuera por primera vez incluido por el traductor griego bajo la influencia de la traducción griega de Dan 7,13. La cronología arcaica que algunos críticos comienzan a atribuir a la carta de Santiago favorecería la tesis de un uso cristiano prepaulino del vocablo (cfr. A. Feuillet, ib. 1335). En resumen: aun cuando pueda admitirse una dependencia helenística del término, el contexto doctrinal en que se inscribe es totalmente independiente de las P. griegas.
     
      2. Exégesis. a. Doctrina de los Sinópticos. La expresión P. en los Evangelios llamados sinópticos se encuentra sólo en Mt 24,127, aunque la doctrina correspondiente aparece a todo lo largo de los mismos. Los textos se pueden fácilmente dividir en dos series: los del discurso escatológico (Mc 13; Lc 17,22-37; 21,5-36; Mt 24-25) y los textos independientes del resto de la tradición sinóptica (Mc 10, 23; 8,38; 10,1 con los par. de Mt 16,27-28 y Lc 9,26-27; Mt 19,28 y Lc 22,30; Mt 23,37-39 y Lc 13,34-35; Mc 14,62 con los par. de Mt 26,64 y Lc 22,69). La doctrina principal se contiene en los lugares de la primera serie; nos fijaremos principalmente en dichos textos. El contexto de la P. en estos pasajes es el del advenimiento del Reino en un futuro más o menos inmediato.
     
      Lo principal de la doctrina de S. Marcos sobre la P. se contiene en el discurso escatológico (Mc 13). Aunque la unidad del discurso no sea perfecta, constituye lo que A. Feuillet llama «un drama único en tres actos». El tema fundamental del discurso de S. Marcos lo forma el juicio de Dios sobre Jerusalén.
     
      La parte primera (13,5-13) enumera los sucesos que han de preceder al juicio de Dios sobre Jerusalén: calamidades, persecuciones, predicación del Evangelio a los gentiles. La segunda (13,14-23), que es la parte central del discurso, describe el juicio de Dios sobre los judíos incrédulos. De este juicio se librará un Resto: los elegidos (ver. 20) por cuya causa serán abreviadas aquellas tribulaciones. La tercera parte (13,24-27) precisa el acto central del juicio descrito en la precedente, con la cual se conecta cronológicamente mediante el inciso «en aquellos días» (ver. 24). La mención de la venida del Hijo del Hombre (ver. 26) aparece en estrecho paralelismo con Mc 14,62 y Dan 7,7. La descripción de la venida sobre las nubes en Mc 14,62(lo mismo que en Dan 7,13) y par. significa la instauración del Reino de Dios (v.); más que un acto de juicio, describe un acto de entronización mesiánica. La mención idéntica en el discurso escatológico no tiene otro sentido. Del mismo modo que en el proceso ante el sanedrín significaba el triunfo de su muerte, aquí se refiere al triunfo de Cristo en el castigo de Jerusalén.
     
      A diferencia de Marcos, Lucas tiene dos discursos escatológicos: 17,22-37 y 21,5-36. De ambos, el segundo es el que corresponde al texto de Marcos. Las diferencias principales del discurso lucano son: la supresión de la mención de la predicación a los gentiles y la explicitación del sentido de la «abominación de la desolación». Desarrolla claramente el sentido del juicio sobre Jerusalén en el discurso escatológico. Del juicio final habla en 21,25-27. Para este juicio reserva la venida gloriosa de Cristo. El discurso primero consta de cuatro secciones: 17,22-25 refiere la venida del Hijo del Hombre para juzgar; 17,26-30 describe las disposiciones de la humanidad en el momento del juicio; 17,31-33 contiene una serie de advertencias para aquel momento, y 17,34-35, que describe el acto del juicio. Ordinariamente se supone que este discurso se refiere también a la última venida; no obstante, las indicaciones concretas, tales como 17,31 y 32, cuadran mejor con la ruina de Jerusalén. De los tres Sinópticos, S. Lucas es el que mejor precisa la diferencia de la doble manifestación del triunfo de Jesús, a saber, la ruina de Jerusalén y la venida al final de los tiempos.
     
      El discurso escatológico de Mateo es el más extenso de todos (24-26). Estructura una vasta síntesis del juicio en tres partes, recogiendo en una todos los elementos de la apocalipsis sinóptica de Marcos y los dos discursos de Lucas. En la primera (24,1-44) recoge el discurso de Marcos y el material de los discursos de Lc 17 y 21 (Mt 24-26-28 es par. de Lc 17,23-24; mientras Mt 24,37-41 lo es de Lc 17,26-27.34-36); la segunda (24,45-25,30) está formada por tres parábolas sobre el tema de la vigilancia ante la incertidumbre de la P.; la tercera (25,31-46) describe el acto del juicio. Las particularidades principales son: la introducción del solemne acto del juicio, que no tiene paralelo en los otros Sinópticos. Tal vez la pregunta de los Discípulos sobre «el fin del mundo» de 24,3 esté en función de dicho juicio final. La otra particularidad la constituye la aparición de la señal del Hijo del Hombre (24,30) con la lamentación de todas las razas de la tierra. La P. a que hace referencia en la parte primera no es otra que el juicio sobre Jerusalén, lo mismo que en los paralelos de Marcos y Lucas. La incoherencia que parece advertirse entre los ver. 26-28 que hablan de la P. como anterior a la manifestación del Hijo del Hombre sobre las nubes se resuelve fácilmente si se admite que dicha P. no es sino el castigo de Jerusalén (cfr. A. Feuillet, ib. 1353). La descripción del juicio en 25,31-46 repite el tema de 24,1-44. No obstante, hay en ambas P. notables diferencias. Sobre el fondo común de dos grandes juicios colectivos en momentos importantes de la historia mediante una intervención singular del Hijo del Hombre, resaltan las siguientes diferencias: la primera describe un gran juicio colectivo, sin referencia a la suerte ultraterrena de los juzgados, sino más bien como inicio de una nueva etapa en la historia religiosa de la humanidad; la segunda, en cambio, contiene un juicio definitivo, individual y colectivo, que se sitúa al final de los tiempos.
     
      b. Hechos. En el libro de los Hechos de los Apóstoles no aparece la expresión P.; no obstante, la doctrina del retorno de Cristo glorioso ocupa un lugar importante, no sólo en los discursos kerigmáticos de S. Pedro y S. Pablo, sino también en la fe de la Iglesia que vive en la espera de dicho retorno. La mención del retorno en Act 1,11 incluye una connotación de espera y tiempo intermedio, que se refuerza en la interpretación del oráculo de Joel (Act 2,19-20) aplicado a la era escatológica que comienza con el don del Espíritu. El tiempo de la consolación, para el cual se reserva la venida (3,19-21), coincide con el tiempo de la restauración universal de 3,21 y 1,6. También aquí reaparece la idea del tiempo intermedio que se exige para la realización de la conversión de Israel. En 10,42 y 17,31 la venida se identifica con la intervención de Cristo como juez del mundo. La doctrina del libro de los Hechos sobre la P. se enmarca perfectamente dentro de una concepción escatológica según la cual la Resurrección de Cristo y el don del Espíritu han inaugurado ya la era escatológica (2,14-40; 3,12-26), pero se espera aún la restauración universal y una definitiva P. al final de los tiempos que, por lo demás, se desea próxima, aunque el clima no coincida con la impaciencia que se advierte en las Epístolas a los Tesalonicenses.
     
      c. S. Pablo. Desarrolla la doctrina sobre la P., sobre todo, en función de su doctrina de la preexistencia de Cristo, pero no añade nada sustancialmente nuevo a la doctrina de los Sinópticos y de los Hechos.
     
      Las Epístolas a los Tesalonicenses constituyen el grupo más importante sobre el tema de la P. En 1 Thes (estrechamente dependiente del discurso escatológico sinóptico, en especial Mateo) describe las condiciones en que se verificará la P. (1 Thes 4,13-17) introduciendo algunas especificaciones al esquema de S. Mateo. Así, la P. que éste encuadra en la tercera parte de su discurso, en S. Pablo se convierte en la venida al final de los tiempos; la trompeta que en S. Mateo anuncia la reunión de los fieles en S. Pablo es la señal de la resurrección de los muertos (4,16). La aparición del Hijo del Hombre para el juicio (Mt 25,31-46) en S. Pablo significa la bajada de Cristo para reunirse con los resucitados. En todo ello no hay contradicción, sino más bien una precisión y prolongación del pensamiento de Jesús. Lo que en los Sinópticos se refería al triunfo mesiánico de Jesús en contraposición a la ruina de Jerusalén, S. Pablo lo ve proyectado al final de los tiempos, dando a la P. el sentido técnico del retorno glorioso de Cristo cuando la resurrección universal. El tema de las señales precursoras de la P. se desarrolla más ampliamente en 2 Thes 2,3-10. En esta perspectiva, S. Pablo supone próxima la P. (1 Thes 4,15); lo mismo que en las Epístolas del periodo efesino (Gal, Rom, 1-2 Cor) no se contiene referencia particular a la P., fuera de las descripciones de 1 Cor 15,22-28.50-55 y las alusiones de Rom 8,19.23; 13,11, etc.
     
      En las Epístolas de la cautividad, la P. se interioriza. Se habla de un encuentro con Cristo que se verifica inmediatamente después de la muerte, en especial del martirio. Esta idea se expresa mediante una profundización de la fórmula «estar con Cristo» (Philp 1,23), pero sin menoscabo de una esperanza actual de la P. (cfr. Philp 3,20 ss.; 4,5; Col 3,4; Eph 4,30). Una anticipación de la escatología a la participación de la muerte y resurrección de Cristo en el momento del bautismo aparece ya en Rom 6,5, y como doctrina más claramente desarrollada en las Epístolas de la cautividad (cfr. Col 2,12-13; 3,1; Eph 2,5-6).
     
      En las Epístolas pastorales en lugar de la expresión P. aparece su sinónimo Epipháneia, que una vez se aplica a la manifestación de Cristo en la Encarnación (2 Tim 1,10; 1 Tim 3,16) y luego se identifica con la venida. Pero en esta espera se nota cierta diferencia: aunque la espera perdura, comienza ya a organizarse la vida de la Iglesia(cfr. 2 Tim 3,16; Tit 2,12, etc.) y la referencia a los «últimos tiempos» en 1 Tim 4,1 y 2 Tim 3,1 no tiene la misma urgencia y ansiedad de las primeras Epístolas.
     
      En la Epístola a los Hebreos tampoco aparece la expresión. Incluso la idea misma de la P. parece ausente. Ya no es el Cristo del retorno glorioso el que ocupa el punto central de la fe sino el Cristo encarnado y muerto (10,7; 9,11; 4,14; 2,10, etc.). Y más que el encuentro con Cristo en la P., se acentúa la idea de la entrada en el reposo escatológico (4,11; 9,27). No obstante, la doctrina de la P. está subyacente en Heb (cfr. 12,26; 9,28; 10,37.13; 6,2), la vida cristiana se desarrolla en la espera del Día (10,25) con perseverancia y buen ánimo. La mención de una «segunda venida» en 9,28 es del todo singular en el N. T. por lo cual algunos no católicos lo consideran como no-paulino.
     
      d. Epístolas católicas. En Santiago la doctrina sobre la P. está muy próxima a la de los Sinópticos y algunos autores exigen una revisión de la cronología tradicional de dicha Epístola para situarla en conexión con Mateo en una fecha muy primitiva (cfr. Feuillet, ib. 1335-36). La doble mención en 5,7-8 no se refiere al fin de los tiempos, sino al castigo de los judíos incrédulos, lo mismo que en Mateo. En I Pet tampoco aparece la expresión P., sino el equivalente revelación (apocalypsis) del Señor (1.7.13; 4,13) y el verbo apocalyptein (1,6; 5,1). La mención más expresa del fin de los tiempos se contiene en 4,7 con una connotación de proximidad (cfr. 1,5.7.13). El descenso de Cristo a los infiernos se describe igualmente como una manifestación del mismo (3,19; 4,6). Por lo demás, las persecuciones y padecimientos de que son objeto los cristianos se consideran como las señales precursoras del juicio (4,13.17; 5,8.10). En la espera del próximo fin, los fieles viven como extraños y segregados (1,17; 2,11). Con unas preocupaciones muy parecidas a las de 1 Pet, la Epístola de judas se refiere a las calamidades que han de preceder al fin. La 2 Pet se enfrenta contra las objeciones de los incrédulos a la fe en la P. Defiende con vigor que la doctrina sobre ésta no es una fábula (1,16) y los incrédulos se engañan (3,3 ss.). Predice la purificación del mundo por el fuego (3,5 ss.) y el problema de la tardanza lo resuelve recordando el misterio de la duración divina: mil años son para Dios como un día (3,8 ss.). Los fieles han de vivir la espera preparando y acelerando la venida (3,12).
     
      e. S. luan. Un tratamiento particular exige su doctrina, tanto la contenida en el Apocalipsis como en su Evangelio y las Epístolas.
     
      El Apocalipsis ocupa un lugar importante en la doctrina neotestamentaria de la P., por más que en todo el libro no se haga mención de la expresión. Más aún, contiene un punto de vista sumamente original sobre el tiempo intermedio en la espera del retorno. Desde las primeras palabras de 1,1: «lo que ha de suceder pronto» hasta las últimas de 22,20: «ven, Señor», todo el libro habla de la P. Todas las calamidades que se describen como precursoras llegan al punto culminante en la visión de 14,4-20 y 19,11-16 que explica el desarrollo de los últimos acontecimientos. La manifestación de 10,14, preparada por las predicciones precedentes, significa la-intervención de Cristo en la historia preparada por la economía del A. T. que desemboca en la era cristiana. Después de esta manifestación no queda sino la consumación final anunciada por el séptimo ángel que preludia la resurrección de los muertos y el juicio definitivo descrito en 11,15-19. La principal aportación del Apocalipsis está en la prolongación del contenido en los Sinópticos. La espera que se repite a lo largo del libro, junto con la perspectiva de un fin definitivo todavía lejano (el tiempo de la Iglesia que se sitúa entre el son de la sexta y la séptima trompeta con el reino de los mil años) dan a la doctrina del Apocalipsis un valor singular que se puede considerar como la aportación original del libro a la preocupación neotestamentaria por la expectación de la P. En efecto, como afirma Feuillet (o. c. 1402), «la paradoja de un fin próximo y, al mismo tiempo, cronológicamente lejano, que el autor del Apocalipsis subraya como no lo había hecho precedentemente ningún otro, obliga a ver en el tema tradicional de la proximidad del fin una cosa bien diferente que una cuestión de fecha».
     
      En las Epístolas la doctrina sobre la P. se centra en dos temas: la espera de la P. y la manifestación del Anticristo. La salvación realizada en el nuevo nacimiento del cristiano, que ya le hace vivir de Dios (1 lo 1,3,6; 2,3.6.9.13. 20.24; 3,1.2) le sitúa, sin embargo, en una viva tensión en espera de la P. (2,28; 4,17). La manifestación de 1 lo 3,2, aunque generalmente se entiende de la transformación del creyente en la perfecta visión, incluye por igual la referencia a la P., toda vez que la plena transformación no se verificará sino en la resurrección gloriosa y la venida de Cristo.
     
      La doctrina de la acción actual del Anticristo (1 lo 2,18-22; 4,1-4; 2 lo 7-9) precisa la contenida en los Tesalonicenses, en su presentación personificada del Anticristo. Independientemente del hecho de que el final de los tiempos se manifieste un Anticristo personal, el autor quiere dar a entender que las persecuciones actuales en nada se diferencian de los ataques que alcanzarán su culmen al final de los tiempos.
     
      El IV Evangelio no sólo no recoge el discurso escatológico sinóptico, sino que la misma doctrina referente a la manifestación del último día y el consiguiente juicio aparecen interiorizados y actualizados: la vida eterna ya ha sido otorgada e iniciada en el creyente (6,68; 17,3; 14,9; 11,25 s.; 5,25); igualmente, el juicio ya se ha verificado (5,24; 3,18; 12,31; 9,39; 3,17; 8,15; 12,47; 5,45); la victoria está conseguida. En cuanto a la venida de Cristo, en el discurso de despedida se habla indiferenciadamente de la venida en Espíritu y la venida al fin de los tiempos. Pero junto a estos textos que suponen la escatología y la P. ya actualizadas y realizadas, aparecen otros que evidentemente se refieren a una escatología y una P. definitiva que está por realizarse; así la expresión «último día» exclusiva de S. Juan en el N. T. (6,39.40.44. 54.11,24; 12,48). Se han llevado a cabo diversos intentos exegéticos y teológicos para explicar esta aparente dificultad. Pero, como advierte Feuillet (o. c. 1407), es sospechoso todo método que intente resolver las dificultades suprimiendo los textos difíciles como interpolaciones. La actualización y la interiorización que en la doctrina joannea va tan lejos se basa, sin embargo, en la contraposición del poseer ya y del esperar lo absolutamente completo y definitivo.
     
      3. Síntesis. En los Sinópticos Jesús centra su predicación en el advenimiento del Reino de Dios (v.), de naturaleza netamente escatológica. Un Reino que se instaura, se desarrolla paulatinamente e irrumpe en un futuro, cuya fecha no se determina. La doctrina parusíaca se encuadra en este último apartado. Para su descripción se adopta la división temporal en «el siglo presente» y «el siglo futuro». Al siglo futuro pertenece la vida eterna para los buenos y la gehenna para los malos. La discriminación definitiva entre los unos y los otros se verifica mediante una intervención judicial de Dios que ya se inicia en este siglo, y llega a la completa universalidad en eJ juicio último ydefinitivo. No obstante, con anterioridad a la última P. se verifican manifestaciones que alcanzan una verdadera dimensión histórica y colectiva de gran alcance, como en el caso del castigo de Jerusalén. De esta manera, la escatología y el anuncio de la P. se convierten en algo esencial a la predicación de Jesús.
     
      La primera comunidad cristiana comprendió bien esta dimensión escatológica del Evangelio de Jesús y la espera de la P. juega un papel esencial en su fe. A todo lo largo del N. T. esta perspectiva ocupa un lugar primordial, que no desaparece, ni pasa a segundo plano al correr del tiempo. Como complementaria de la P., aparece en S. Pablo la doctrina del encuentro individual con Cristo inmediatamente después de la muerte, que también sé apunta en los Sinópticos. La perspectiva parusíaca es lo que da propiamente el sentido religioso al desenvolvimiento de la historia. En esta enseñanza fundamental, Dios, a través de cada escritor, matiza la naturaleza de la espera. La doctrina sinóptica representa la forma fundamental, que recibe precisiones en las Epístolas a los Tesalonicenses. Una tendencia común que se advierte, tanto en la mutua comparación de los Sinópticos como de las Epístolas citadas es la referente a una aplicación de las señales del juicio sobre Jerusalén a la P. última.
     
      Por otra parte, la tensión escatológica forma unidad con la conciencia y el aprecio hacia los bienes escatológicos logrados, la comunicación actual con Cristo glorioso (V. GRACIA; etc.). Así la refleja fuertemente el IV Evangelio, sin eliminar la perspectiva de la P. definitiva en la resurrección de los muertos. La teoría según la cual la espera escatológica sería una creación de la comunidad cristiana no se concilia con el examen objetivo de los textos. Esto no obsta para que vocabulario y elementos literarios, tanto de la tradición sinóptica como de las Epístolas 'a los Tesalonicenses, tengan precedentes en la apocalíptica judía. Por otra parte, la doctrina joannea del Apocalipsis y del IV Evangelio no se encuentran en contradicción con el pensamiento de los Sinópticos, antes bien suponen una continuidad fundamental en la misma línea.
     
      V. t.: MUNDO III; RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS; ESCATOLOGÍA II; SALVACIÓN II; ANTICRISTO; ALIANZA (Religión) II; DíA DEL SEÑOR; CIELO III; APOCALIPSIS I.
     
     

BIBL.: Católicos: A. FEUILLET, Parousie, en DB (Suppl.) 6,13311419; J. CHAINE, Parousie, en DTC 11,2043-2054; A. ROMEO, Parusia, en Enciclopedia cattolica, 9,875-882; B. RIGAUX, Parusia, en Enc. Bibl. 5,891-895; A. FEUILLET, Le sens du mot Parousie dans I'Ev. de Mt., en The Background o( the N. T. and its Eschatology, Cambridge 1956, 261-280; B. M. HAGEBAERT, L'Époque du second Avénement du Christ, «Revue Biblique» (1894) 71-92; E. WALTER, Das kommen des Herrn, 2 vol. 3 ed. Friburgo 1948; E. PAx, Epiphaneia. Ein religiongeschichtlicher Beitrag zur bibl. theologie, Munich 1955; T. COLANI, lésus-Christ et les croyances messianiques de son temps, Estrasburgo 1864; M. 1. LAGRANGE, L'Avéneinent du Fils de L'homme, «Revue Biblique» (1906) 382-441 y 561-574; A. FEUILLET, Le Venue du Régne de Dieu et du Fils de f'homme (Le 17,20-18,3), «Recherches de Sciences Religieuses» (1948) 544-564; ÍD, Le discours eschatolo-gique sur la ruine du Temple, «Revue Biblique» (1948) 481502 (1949) 340-364 (1950) 62-91, 180-211; f1), Le triomphe eschatologique de lésus d'aprés quelques textes ¡soles des Ev. «Nouvelle Revue Théologique» (1949) 701-722 y 806-822; ÍD, Comparaison entre Mt 24 et lo 5,1-11, en The Background ol the N. T. and its Eschatology, Cambridge 1956, 261-280; F. SPADAFORA, Gesú e la fine di Gerusalemme, Rovigo 1950; F. TILLMANN, Die Wiederkunft Christi nach den paulinischen Brielen, «Biblische Studien», Friburgo de Br. 1909; W. DRUM, S. Paul and the Parousia, «Ecles. Rew» (1914) 616-621; L. MuRILLo, La Parusía en el Apóstol San Pablo, «Estudios Bíblicos» (1929) 264-282 (1930) 264-282; V. CAVALLA, 11 Tempo della Parusia nel pensiero di S. Paolo, «Scuola cattolica» (1937) 463480; M. OLLERS, San Pablo y la segunda venida del Señor, «Cultura Bíblica» (1945) 75-77; J. DuPONT, Sym christoi. L'umon avec le Christ suivant S. Paul. 1. Avec le Christ dans la viePARUSfA 11future, París-Lovaina 1952; B. VAWTER, And the shall Come Again with Glory, Paul and Christian Apocalyptic, en Stud. Paul. Congness. Int. Cath. 1961, Roma 1963, 1,143-150; A. FEUILLET, Essai Xinterprétation du chap. XI de l'Apoc. «New Testament Studies» (1958) 183-200; ID, Le chap. XI de l'Apoc., en Sacra Pagina, París 1959.

 

A. M. ARTOLA ARBIZA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991