PALESTINA I. SAGRADA ESCRITURA.B. EN EL NUEVO TESTAMENTO.


1. Cronología. En la vida de P. los tiempos del N. T. comienzan con la primera intervención de Roma, ya que con ella se inician unas líneas políticas, económicas, y sobre todo religiosas que encontrarán su desarrollo durante el N. T. Estas circunstancias finalizan no con la conquista de Jerusalén por Tito, sino con la de Adriano, que al reconstruir la ciudad borra su nombre, lleno de historia y contenido religioso, y lo sustituye con el romano de Aelia Capitolina: El periodo comprende, por consiguiente, del 63 a. C. al 135 d. C.
     
      2. Historia. Años 63-44 a. C. Con la conquista de Jerusalén por Pompeyo (63 a. C.) se inicia este periodo. Pompeyo (v.) marchó a Jerusalén (v.) desde Damasco para juzgar el pleito entre Hircano II, sumo sacerdote, y su hermano menor Aristóbulo II, que reinaba desde el 69, en que murió su madre. Al oponer resistencia al ejército de Pompeyo, Aristóbulo inclinó la balanza en favor de su hermano Hircano II, que fue repuesto como sumo sacerdote, limitada su jurisdicción a los territorios en que la población judía practicaba el culto de Jerusalén (Judá, Perca, sur de Samaria y norte de Idumea). Políticamente el territorio de P. formaba parte de la provincia romana de Siria, y era gobernado por un legado romano. La costa mediterránea y el resto de Samaria dependían directamente del gobernador de Siria. Exteriormente los judíos gozaron de paz y prosperidad bajo el yugo romano, aunque los partidarios de Aristóbulo II y no pocos judíos independientes soportaban a desgana el yugo romano iniciado con la profanación del Templo por el propio Pompeyo. El débil Hircano gobernaba por medio del idumeo Antípatro, a cuyos manejos debía el sumo sacerdocio.
     
      En el 57 a. C. Alejandro, hijo de Aristóbulo, que había huido de los romanos en su viaje a la cautividad, reapareció en P. y reunió a los descontentos. Se apoderó de las fortalezas de Hircania, Alexandrion y Maqueronte. La sublevación fue ahogada rápidamente por Gabinio, el procónsul de Siria, que desmanteló las fortalezas y privó a Hircano del poder político, dejándole el título de administrador del Templo y etnarca ad honorem. Las cinco toparquías de la etnarquía estaban gobernadas por tres synhaedria, que dependían directamente del procónsul (V. JUDEA).
     
      En los años siguientes, Judea dependió de las intrigasinteriores de la familia asmonea: sublevaciones de Aristóbulo (56 a. C.) y de su hijo Alejandro (55 a. C.), ambas sofocadas por los romanos sin dificultades; y de las vicisitudes de la política romana: formación del primer triunvirato con la designación de Craso para el gobierno de Oriente con sede en Damasco, deposición del veterano Gabinio y depredación de los templos, entre ellos el de Jerusalén, por el triunviro para su guerra contra los partos, en la que halló la derrota y la muerte. Su lugarteniente Casio Longino logró salvar Siria de la invasión parta y dominó con la ayuda de Antípatro la revuelta de los judíos dirigidos por Fitolao (53 a. C.).
     
      La guerra civil entre César y Pompeyo repercutió en P. Aquél, sabedor del apoyo de Oriente a Pompeyo, dio libertad a Aristóbulo, que fue envenenado durante el viaje de regreso, por instigación de Antípatro, lo mismo que Alejandro, en Antioquía, donde estaba preso. La victoria de Farsala hizo que Hircano II y Antípatro cambiaran de bando; ayudaron con un cuerpo expedicionario a César, prácticamente sitiado en Alejandría (48 a. C.). César supo pagar el favor y devolvió la etnarquía real a Hircano II, hizo ciudadano romano a Antípatro y le nombró procurador de Judea, que incluía el distrito de Jope, en la costa. Antípatro consiguió nombramientos para sus hijos: Fasael fue estratega de Jerusalén, y Herodes obtuvo el gobierno de Galilea, donde se hizo famoso por aplastar a los bandidos capitaneados por Ezequías, que probablemente eran patriotas sublevados contra el idumeo.
     
      Años 44-37 a. C. La muerte de César (44 a. C.) causó profundo pesar en P., pero inmediatamente Antípatro con su hijo Herodes acudieron en ayuda de Casio con hombres y dinero. La exacción de dicha contribución ocasionó una revuelta que fracasó. Su jefe Malicos envenenó al poderoso Antípatro. Herodes marchó a Jerusalén y sucedió a su padre junto a Hircano; de éste obtiene la mano de su nieta Mariamme, que por su padre, Alejandro, era también nieta de Aristóbulo II, uniendo en sí la legitimidad de las dos ramas asmoneas. Con la derrota y muerte de Casio y Bruto, Herodes quedó en difícil situación ante los romanos, agravada por las embajadas de notables judíos contra el usurpador extranjero, pero su habilidad diplomática y el dinero prevalecieron, y consiguió para su hermano Fasael y para sí el nombramiento de tetrarcas de Judea, dejando a Hircano con el mero poder espiritual del sacerdocio (41 a. C.).
     
      Marco Antonio (v.) abandonó el gobierno de Siria y P., donde reinaba el malestar por los pesados tributos. Los partos aprovecharon la ocasión para invadirla. Antígono, el hijo superviviente de Aristóbulo II, se sublevó contra los idúmeos y su tío Hircano, refugiados en Jerusalén. Fasael e Hircano fueron llevados con engaño al campamento del sátrapa parto Barzafrane. El idumeo se suicidó, y al sumo sacerdote le cortaron las orejas, con lo que quedó inútil para seguir en su cargo, de acuerdo con Lev 21,17-23. Herodes no se dejó engañar y logró huir a Masada, donde dejó a su familia y, cruzando el mar Muerto, llegó a Petra (v.) con la esperanza de obtener el apoyo de los nabateos.
     
      Antígono, llamado Matatías en hebreo (40-37 a. C.), se ganó el pueblo para su causa, aunque el apoyo parto en su acceso al poder le hacía enemigo de Roma. Asta no tardó en reaccionar contra los partos. En el 39 a. C. Asia Menor y Siria fueron liberadas de los partos y castigados los príncipes locales infieles a Roma. Antígono quedó aislado, pero eludió el castigo usando los medios que habían servido a Herodes para mantenerse en el poder: el dinero debidamente distribuido. Pero Herodes desde Petra, donde no encontró el apoyo esperado, marchó a través del desierto hasta Alejandría, y embarcó para Roma. Bien recibido por Octavio y Marco Antonio, fue proclamado rey de los judíos con el encargo de reconquistar el reino.
     
      Herodes se apoderó de Tolemaida (39 a. C.), con la ayuda de los romanos. Por Jope llegó a Masada, sitiada por Antígono, y liberó a su familia. Antígono se refugió en Jerusalén en espera del auxilio parto. Pero los partos fueron en esta ocasión derrotados por los romanos y muerto su rey Pacoro. Herodes, con la ayuda de Marco Antonio, derrotó en Isana a Antígono, que se refugió en Jerusalén. Sitiada la capital, fue conquistada en el 37 a. C., y Antígono llevado cautivo a Antioquía, donde fue decapitado por instigación de Herodes. Más tarde morirían también los demás descendientes de la familia asmonea: Aristóbulo III, apenas nombrado sumo sacerdote; Hircano II, ya viejo; Mariamme, su madre, Alejandra, y los tres hijos de Herodes y Mariamme; si bien el menor murió de muerte natural en Roma, siendo casi un niño, los otros dos, Alejandro y Aristóbulo, por orden de su propio padre.
     
      Herodes el Grande (v.). Inició su reinado (37-4 a. C.) con la conquista de Jerusalén. Con fría crueldad unas veces, otras con magistral diplomacia, aseguró su trono. La crueldad cayó sobre sus súbditos, especialmente sobre la familia asmonea, y los fariseos. La diplomacia brilló en sus relaciones con Roma: partidario de Marco Antonio, cambió a raíz de la batalla de Annio: sometiéndose servilmente a Octavio. También se acreditó como diplomático en sus relaciones con la ambiciosa Cleopatra: perdió parte de su reino, pero salvó la vida.
     
      Amante del fausto, quiso que su reino floreciera con magníficas obras públicas: teatros, hipódromos, parques, termas, templos imperiales y nuevas ciudades, como Cesarea marítima, o reedificadas como Samaria, rebautizada Sebaste. En Jerusalén, además de su palacio, la torre Antonia, el anfiteatro, fuentes con sus acueductos y avenidas, reconstruyó el Templo. El proyecto era de tal amplitud que el trabajo de los pórticos siguió muchos años después de su muerte: hasta el 63 d. C. En Hebrón embelleció el mausoleo ¿santuario? de los patriarcas. Muy cerca, en Mamre, construyó un suntuoso santuario alrededor del terebinto de Abraham. Herodes dejó además su sello en las construcciones castrenses de P.: las fortalezas de Alexandrion, Cipros, Herodion, Hircania, Maqueronte y Masada. Pasaba gran parte del año en Jericó, que construyó según la técnica y gusto más romano que helenístico. Como romano, se rodeó de filósofos y retores, entre los que destacó Nicolás de Damasco, autor de una vida de Herodes, que ha llegado a nosotros en cuanto fuente utilizada por Flavio Josefo. Parece ser que no le interesaba el judaísmo y sólo con la construcción del Templo pretendió atraerse a sus súbditos. Buscó en los sumos sacerdotes hombres formados en el helenismo y no saduceos, partidarios de los asmoneos, con los consiguientes rechazos por parte del pueblo, especialmente de los fariseos. No ocurrió lo mismo con los esenios, honrados por Herodes, que recordaba, a decir de Josefo, ¿cuya fuente fue Nicolás de Damasco?, el presagio del esenio Menahem cuando siendo niño no podía pensar llegar a ser rey.
     
      El reinado de Herodes en sus últimos años estuvo dominado por luchas familiares y temores de sublevaciones, que el monarca ahogó en sangre. En esta perspectiva hay que situar la matanza de los niños de Belén y aledaños (Mt 2,16-18). Murió en Jericó (4 a. C.) y fue enterrado con gran pompa en el Herodion. En sus últimos años de vida, sin que sea posible precisar más, nació Jesucristo (v.). Ninguna fuente profana, excepto el pasaje de dudosa autenticidad de Flavio Josefo, habla de ello, por lo que resulta difícil indicar el año exacto del nacimiento.
     
      Los hijos de Herodes. Herodes dejó herederos de su reino a tres de sus hijos: a Arquelao (4 a. C.-6 d. C.) dio Judea, Samaria e Idumea; a Herodes Antipas (4 a. C.39 d. C.), Galilea y Perea (ambos eran hermanos de madre, Maltace, la samaritana); y Filipo (4 a. C.-34 d. C.) recibió la tetrarquía al E del Jordán y Tiberíades. A pesar de la oposición de los judíos, que volvieron a enviar embajadas a Roma para que el Emperador no reconociera el testamento de Herodes, aquél respetó la voluntad del difunto, pero negó a Arquelao el título de rey, concediéndole tan sólo el de etnarca. Por su carácter dominante y su enfrentamiento con el sacerdocio, Arquelao no supo ganarse a los judíos. Ante una nueva embajada, Roma actuó y depuso al etnarca, convirtiendo su territorio en provincia romana, bajo la autoridad de un prefecto o procurador, cuya misión era exclusivamente la de recaudar impuestos y mantener el orden público con las tropas a sus órdenes.
     
      En Galilea, Herodes Antipas no corrió la misma suerte que su hermano Arquelao. Supo, como su padre, mantener el favor romano y reinó más de 40 años. Su vanidad le llevó a construir una nueva capital al sur de Galilea, bien comunicada con Perea: Tiberíades, con cuyo nombre quiso honrar a Tiberio. Casado con la hija del rey nabateo Aretas IV, la repudió para unirse a Herodías, esposa de Herodes Filipo, hijo de Herodes el Grande y Mariamme de Alejandría. Esta unión ocasionó la muerte de Juan Bautista (v.), y, años más tarde (ca. 37), una derrota ante los nabateos, al dejarle solo los romanos, que no quisieron intervenir en favor de Antipas. Muerto Tiberio, Calígula le desterró a Lyon, en las Galias (39 d. C.). Su tetrarquía pasó a Herodes Agripa, nieto de Herodes e hijo de Aristóbulo y Berenice, que ya era tetrarca de los territorios al E del Jordán y Tiberíades.
     
      Filipo gobernó con justicia y benevolencia sus territorios, limítrofes con nabateos y partos y, por consiguiente, clave en la defensa del Imperio. Edificó como capital Betsaida, a la que llamó Julia, en honor de la hija de Augusto, y Cesarea de Filipo, junto a una de las fuentes del Jordán sobre la Paneas helenística. Murió sin descendencia (34 d. C.). Tiberio integró sus territorios en la provincia de Siria, hasta que Calígula (37 d. C.) los entregó a Herodes Agripa.
     
      Los procuradores. Durante el imperio de Augusto se sucedieron los procuradores en Judea sin que sepamos mucho de ellos excepto sus nombres: Coponio (6-9), Marcos Ambivio (9-12) y Annio Rufo (12-15). A partir de Tiberio, que mantuvo largos años a los procuradores, sabemos más: Valerio Grato (15-26) tuvo dificultades con el sumo sacerdote Anás y le destituyó. Lo mismo le ocurrió hasta que obtuvo el cargo el yerno de Anás José, llamado también Caifás, que se supo mantener hasta el a. 36.
     
      A raíz de las excavaciones de Cesarea sabemos que Poncio Pilato (v.), el sucesor de Valerio, tenía el título de praefectus ]udeae. Permaneció en el cargo 11 años (2637 d. C.). Su crueldad y despotismo le malquistaron desde el principio con los judíos. Comenzó por provocarles introduciendo en Jerusalén las insignias imperiales. Los judíos, presididos por sus notables, reclamaron ponderadamente que se respetase su ley. Pilato se negó y ellos decidieron mantenerse en muda protesta ante el palacio de Cesarea hasta que cediese el prefecto. A los cinco días les rodeó con soldados dispuestos a matarlos. Los judíos ofrecieron sus cuellos y Pilato hubo de ceder, siguiendo el dictamen de sus consejeros. En otra ocasión se apoderó del tesoro del Templo para construir el acueducto que lleva su nombre, y del que quedan restos (v. it); también se amotinaron los judíos y reprimió el motín con sangre. Finalmente se lanzó contra los fieles samaritanos y ejecutó a un puñado de ellos. Denunciado por Agripa (36 d. C.), fue despuesto por Vitelio, legado de Siria. Marchó a Roma para justificarse ante Tiberio y allí se encontró que éste había muerto. Calígula (v.) le desterró, o ejecutó, a decir de tradiciones no contemporáneas.
     
      Poco sabemos de los sucesores de Pilato durante el imperio de Calígula, excepto el grave incidente de Yamnia (ca. 39 d. C.), donde la exigencia del culto imperial y el fanatismo judío provocaron una gran matanza en Judea. Al subir al trono imperial Claudio (41 d. C.) confió a Agripa la etnarquía de Arquelao, con lo que sus dominios casi igualaban a los de su abuelo Herodes el Grande. Su reinado fue pacífico y próspero para los judíos, cuyas tradiciones respetó y cuya ley observó, procurando permanecer fiel a los romanos al tiempo que se granjeaba la ayuda de los fariseos, aun a costa de los cristianos (muerte de Santiago y prisión de S. Pedro, Act 12,1 ss.). Inició la construcción del tercer muro de Jerusalén, para hacerla inexpugnable, lo que no agradó a los romanos. Según Josefo, Claudio paralizó las obras ante la información del legado de Siria; pero Agripa murió inopinadamente en Cesarea, en el a. 44.
     
      Al ser menor de edad su hijo, Marco Julio Agripa, no heredó ningún territorio. Todos ellos pasaron a ser regidos por procuradores, que ejercían el cargo por poco tiempo, excepto Antonio Félix (52-60 d. C.), tal vez por sus relaciones con los judíos, al haberse casado con Drusila, hermana de -Julio Agripa II. Los procuradores coincidieron en su poco interés por comprender al pueblo, hiriendo frecuentemente sus sentimientos. Así, provocaron no pocos levantamientos que sofocaron con sangre las más de las veces. Acaso sea Félix, con su inmediato antecesor Ventidio Cumano, quien destacó en su despotismo y crueldad, como indican Josefo en Antigüedades, 20.7,2, y Tácito en Historias, 5.9. Nerón envió a Jerusalén a un procurador justo y eficaz, Porcio Festo (60-62), pero la situación era tan explosiva que nada pudo hacer. Los dos sucesores de Festo, Albinio y Gesio Floro, empeoraron las cosas con sus arbitrariedades, en perjuicio de los judíos, tanto de Cesarea como de Jerusalén, entregada al saqueo de las tropas a raíz del robo sacrílego del tesoro del Templo. Ni los sacerdotes ni Agripa II pudieron calmar los ánimos, y los judíos moderados fueron desbordados por los extremistas, que se adueñaron de Jerusalén, aniquilando la guarnición romana y destruyendo e incendiando los palacios herodianos (junio del 66).
     
      El legado de Siria, Cestio Galo, llevó 30.000 hombres contra Jerusalén en octubre, pero no pudo conquistarla inmediatamente y se retiró. Los sicarios, ante la retirada, marcharon contra la retaguardia romana infligiéndola duro castigo en Bet Horon, con lo que se enardecieron más aún. La sublevación se extendió a toda P. e incluso a territorios fuera de ella donde abundaban los judíos, como en la Decápolis e Idumea. Los saduceos, al ver que era imposible una solución pacífica, intentaron organizar la revuelta. Mandaron a Idumea al jefe de los sicarios, Eleazar, y a Galilea a Flavio Josefo (v.), el historiador, por donde se esperaba el ataque romano. Pero el jefe de los zelotas galileos, Juan de Giscala, no acató la autoridad de Josefo, por considerarlo poco menos que traidor a la causa. Otro jefe de insurrectos, Simón Bar Giora, se adueñó con la misma pasión de Samaria. Más tarde, ambos se encontraron en Jerusalén y lucharon entre sí.
     
      Destrucción de Jerusalén. Al conocer Nerón la situación de P. envió a Tito Flavio Vespasiano (v.), que obró con rapidez. En el mismo invierno reunió en Antioquía dos legiones, la X Fretense y la V Macedonia, seis alas de Caballería, 23 cohortes de auxiliares y los contingentes de Agripa II, y otros vasallos romanos, marchando sobre Tolemaida. Allí esperó que desembarcara su hijo Tito al frente de la legión XV Apolinare. El total de los efectivos alcanzó así los 60.000 hombres. Inició la campaña en Galilea, con la estrategia que le había dado fama. Era la primavera del 67. No sin esfuerzo conquistó toda Galilea, teniendo que hacer frente a sublevaciones como la de Yafa de Nazaret, o la de los samaritanos en el Garizim (v.). Dominada toda la costa marchó a Perca, para aislar también por el E a Judea. Pero la noticia de la muerte de Nerón (junio del 68) le obligó a demorar el ataque a Judea, ya que la situación en Roma era confusa. Mientras tanto no era menos grave la de Jerusalén. Juan de Giscala se había adueñado de la ciudad, dominando el extremismo y la anarquía. La llegada de Simón Bar Giora estropeó aún más la situación. Las luchas fratricidas debilitaron sus efectivos durante la inesperada tregua, que debía haberles servido para fortalecerse. Proclamado Vespasiano Emperador por Oriente abandona el campo de batalla dejando a su hijo Tito (v.) al frente del ejército, con el encargo de acabar la guerra. Reforzado el ejército con una nueva legión, la XII Fulminata, Tito preparó durante el invierno el ataque definitivo. Al llegar la primavera del 70 dejó que entraran en la ciudad los peregrinos que iban a la Pascua y a continuación la sitió circundándola con un fuerte muro. Muy pronto comenzó a sentirse el hambre en la ciudad superpoblada. Tito esperó, y en julio atacó la fortaleza Antonia. Los sublevados se hicieron fuertes en el Templo, que, destruido, cayó en manos de las legiones romanas. La ciudad alta resistió, pero pronto cayó también, y fue arrasada. Juan de Giscala y Simón Bar Giora fueron hechos prisioneros. Tito regresó a Roma, y P., con el nombre de Judea, quedó como provincia imperial. El legado Lucilo Baso recibió el encargo de reducir las fortalezas de Herodion, Maqueronte y Masada. Las dos primeras cayeron rápidamente, pero Masada resistió hasta el 74, en que sucumbió en una gesta cantada por Flavio Josefo en su De Bello Judaico VI, VIII y IX.
     
      Con la destrucción del Templo y la conversión de Jerusalén en ciudad romana, los judíos que salvaron sus vidas, domeñados por el yugo imperial, intentaron salvar, bajo la dirección de sus guías, fariseos y escribas, el patrimonio espiritual en Yamnia, donde se instaló el Sanedrín. Se fijó el canon; se reunieron las tradiciones que luego serían la Misnáh y el Talmud. También los cristianos se vieron sojuzgados por los romanos, a pesar de su «neutralidad» y abandono de Judea antes del asedio, y fueron considerados como traidores por los judíos. Pero los judíos seguían manteniendo la esperanza de su liberación. Primero fue la sublevación en la diáspora, en tiempos de Trajano (ca. 115 s.; v.) y, más tarde, durante el gobierno de Adriano, en Judea.
     
      No es clara la chispa que produjo la segunda sublevación, en el 132, pero los historiadores indican como posibles la prohibición de la circuncisión, o el querer construir en Jerusalén un templo dedicado a Júpiter. Bajo la dirección intelectual de Rabbí Aquiba (v.), la religiosa del sacerdote Eleazar y la militar y política de Simón Ben Kosiba, conocido, hasta que fueron hallados los documentos contemporáneos de Murabaat y Hever, como Simón Bar Kokeba, nombre mesiánico (cfr. Num 24,17). Hábil estratega, planteó la guerra como una guerrilla con bases diferentes y distanciadas: Jerusalén, Tecoa, Engadi, Mesad Hasidim, Bet Ter, Herodion... Esta táctica obligó al Emperador a trasladar desde Britania al mejor de sus generales, Sexto Julio Severo, para aplastar la sublevación, ya que ni el gobernador de P., Tineyo, ni el legado de Siria, Publicio Marcelo, podían dominar a los escurridizos insurrectos. Severo logró sofocar la insurrección a base del exterminio de cada una de las fortalezas o cuevas del desierto en que se habían refugiado, con sus familias, los hombres de Bar Kokeba. En 134-135 Severo había pacificado toda Judea, y Adriano, asolada Jerusalén, construyó sobre sus escombros una ciudad nueva, enteramente romana, Aelia Capitolina, a la que no tuvieron acceso los judíos. Es notable que a partir de entonces los obispos de Jerusalén ya no tuvieron nombre semita, sino griego. El pueblo judío quedó sin su tierra, y sin organización de ninguna clase. En medio de la catástrofe se intentó salvar el patrimonio espiritual en regiones alejadas de Jerusalén: Tiberíades, Merón, etc., y en la diáspora.
     
      3. Economía. Conocidas son las contribuciones que los romanos exigían a los territorios que conquistaban, e incluso en los de aliados. Ya desde Herodes el Grande P. sufrió este esquilmar romano directo, o a través de Herodes. También por entonces apareció una nueva clase social, los publicanos, recaudadores de las contribuciones romanas que, pagando un tanto alzado como arriendo al erario, extorsionaban a los contribuyentes para sacar el mayor provecho propio. Repetidamente hemos visto en la Historia que eI tesoro del Templo fue saqueado por los procuradores romanos, pese al carácter sacrílego de la medida. Con todo ello P. quedó más empobrecida que a raíz de la primera destrucción del Templo por Nabucodonosor. En sentido contrario, los romanos fomentaron la actividad edilicia, especialmente en algo muy nuevo, acueductos y calzadas, que mejoraron notablemente las condiciones de vida y los transportes.
     
      4. Religión. En el fondo de los avatares históricos de P. en este tiempo, siempre late el problema religioso(v. JUDAÍSMO). Se caracteriza este periodo por la formación de grupos religiosos de gran dinamismo: saduceos (v.), fariseos (v.) y esenios (v.). Las tensiones entre estos grupos o modos de vivir y entender la ley originaron la literatura religiosa «intertestamentaria» (v. APÓCRIFOS I), que de forma más o menos esotérica mantuvieron la esperanza religiosa del pueblo y, hasta cierto punto, fomentaron las sucesivas rebeliones contra todos los que ellos creían usurpadores.
     
      No hay que olvidar la presencia del fermento cristiano, a partir de Pentecostés, con doble efecto: o rechazados como traidores y heterodoxos, o afinidad hacia ellos y, finalmente, conversión con recepción del Bautismo. Poco sabemos, a este propósito, de la comunidad judoo-cristiana de Jerusalén y, en general, de toda P., pero S. Pablo en sus Cartas y sermones nos habla de la oposición que este grupo manifestó hacia su misión dirigida a los gentiles (cfr. Act 15 y Gal 1-2).
     
     

BIBL.: E. SCHRUERER, Geschichte des jüdischen Volkes im Zeitalter Jesu Christi, 4 ed. Leipzig 1901-11; G. RICCIOTTI, Historia de Israel, II, Barcelona 1947; G. F. MOORE, Judaism in the lirst Centuries ol the Christian Era..., Harvard 1926-30; M. J. LAGRANGE, Le Judaisme avant Jésus Christ, París 1931; P. LEMAIRE y D. BALDI, Atlante Storico della Bibbia, Turín 1955; A. G. LAMADRID, Los descubrimientos de Qumrdn, Madrid 1956; 1. DHEILLY, El Pueblo de la Antigua Alianza, Bogotá 1965; J. BONSIRVEN, Le jadaisme palestinien au temps de Jésus-Christ, París 1934; F. M. ABEL, Histoire de la Palestine depuis la conquéte d'Alexandre jusqu'á I'invasíon arabe, 2 ed. París 1952.

 

V. VILAR HUESO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991