PADRE NUESTRO I. SAGRADA ESCRITURA.
Introducción. Los Evangelios nos han transmitido muchas enseñanzas de Jesús
acerca,de la oración (v.). Además, S. Mateo (6,9-13) y S. Lucas (11,2-4) ofrecen
dos redacciones diversas de una fórmula concreta de plegaria, enseñada por el
Señor a sus discípulos, que llamamos, por sus primeras palabras, el Padre
Nuestro, y que los cristianos rezan desde entonces. Ambos evangelistas han
rodeado dicha fórmula de un contexto de enseñanzas o consejos de Jesús para bien
orar (Lc 11,1.5-13; Mt 6,5-8.14-15). San Lucas ambienta la enseñanza del P. N.
en su sección llamada el viaje a Jerusalén; los peregrinos concretaron la
veneración de este momento de la vida del Señor en lo alto del monte de los
Olivos (v.), frente a la Ciudad Santa. Mateo incluyó el P. N. en el centro
exacto del Sermón de la Montaña (V. BIENAVENTURANZAS; MISERICORDIA 1). que
ambienta, al parecer, en las cercanía de Cafarnaúm (v.); el contexto de S. Mateo
es claramente sistemático, no cronológico.
Los expertos en crítica literaria se han afanado en analizar indicios que
muestren cuál de las dos redacciones es la primitiva. Aunque recientemente
suelen inclinarse en favor de la de Lc, en ningún momento ha habido entre ellos
unanimidad, debido a que las razones distan mucho de ser convincentes. De hecho,
por su más pleno contenido y por la influencia predominante que tuvo el
Evangelio de S. Mateo en la Iglesia antigua, su texto es el único que ha pasado
a la liturgia y a la piedad del pueblo cristiano; e incluso, en siglos
posteriores, sustituyó (es decir, completó) el de S. Lucas en muchos de sus
códices y leccionarios.
Comentario: 1. Invocación. a. «Padre». Denominar e incluso invocar a Dios
como «Padre» (o, respectivamente, «madre») es tan antiguo y universal en la
historia del género humano como el mismo hecho religioso. Y, no obstante, la
relación vital cristiana con Dios-Padre (v.) es nueva, característica y
exclusiva. El dogma y el sentido de la real paternidad de Dios es eje, centro,
corazón, síntesis germinal del cristianismo.
Un estudio profundo (no nominalista) de este misterio encontrará que ya se
apunta en el A. T. y que se revela en toda su profundidad y radicalidad en
Jesucristo. Todos los datos históricos y teológicos del N. T. en torno a Él
convergen en una certitud: Jesucristo es el Hijo de Dios presente entre los
hombres. Al revelar a los otros gradualmente esta su intimidad fue
pedagógicamente discreto, pero eficaz, sincero y seguro (v. JESUCRISTO I, 5-6 y
III, 1). Su sentido de Filiación única irradiaba en la plegaria. Excepto una vez
(en una cita del Salterio: Mt 27,46 par.). siempre que el Evangelio lo presenta
invocando a Dios, el vocativo es ¡Padre!. San Marcos conserva la palabra exacta
de su lengua materna: 'Abbá'. En su tiempo, entre los nombres con que el
israelita SOUA invocar a Dios, entraba también (aunque con parsimonia) el de
«Padre»; pero rara vez o nunca a título individual, y jamás con la audacia del
tono estrictamente familiar inherente a la expresión 'Abbá'. En su origen fue
ésta el característico balbuceo de los niños, equivalente al castellano «papá»,
paralelo a immá=«mamá». En la práctica, sería el vocativo familiar, respetuoso,
pero sobre todo confiado, íntimo, cordial, ungido del perenne espíritu del niño
con que el buen hijo sigue hablando siempre, en su casa, con el padre.
De las Cartas de S. Pablo (Gal 4,6; Rom 8,15) se deduce que era práctica
general entre los cristianos de la primera generación, también entre los de
lengua griega, invocar a Dios con la característica expresión vernácula de
Jesús: 'Abbar'! El Apóstol atribuye la audacia filial de esta oración al
Espíritu Santo, que habla por el corazón del creyente que Él mismo ha
transformado de siervo en hijo de Dios; en el contexto paulino es diáfana la
alusión al Bautismo. El P. N. fue, desde el principio, la plegaria de los
bautizados; 'Abbñ'! es la exclamación carismática del hombre divinizado (v.
GRACIA SOBRENATURAL), introducido por el sacramento de la regeneración a la
intimidad del Padre, por el Espíritu, en Jesús. El cristiano es hijo de Dios (1
lo 3,1 ss.) en comunión de vida con el Hijo único; no por figura retórica ni por
mito ancestral de sangre o privilegio de dinastía, sino por misterio de fe, que
quiere decir, por super-realidad. Su vocativo en el diálogo con el cielo es
«¡Padre!», y esta palabra, en cualquier idioma, debe asimilar toda la atmósfera
conceptual y afectuosa del antiguo 'Abbá'!; o sea, el espíritu de filiación
irradiante en la respetuosa confianza de intimidad propia del niño con su padre.
Ésta es la perenne novedad cristiana, que arranca de la misma entraña del ser
cristiano (v. FILIACIÓN DIVINA).
b. «Padre Nuestro». Según S. Lucas (11,2) el P. N. tiene la sola
invocación sencilla: ¡Padre!, correspondiente, sin duda, al 'Abbá'! atestiguado
por las Cartas de su maestro S. Pablo. El texto de S. Mateo refleja la expresión
normal entre los israelitas del siglo de Jesús: 'abinú (hebreo) o 'abúnan
(arameo)=Padre Nuestro. La fórmula de Lucas parece corresponder mejor a la clara
experiencia pospentecostal de la filiación divina por incorporación a Cristo en
pleno sentido teológico. Hablando el Maestro con sus discípulos en la penumbra
de revelación previa al misterio pascual (de su muerte y resurrección),es más
probable que les enseñase a orar en sintonía con la costumbre de su pueblo.
Jesús mantuvo siempre con ellos una delicada distancia pedagógica entre la
expresión «mi Padre» y «vuestro Padre», nunca «nuestro Padre». É1 y ellos se
encontraban en el vértice de un triángulo, sin confundirse en la base. Después
de la Resurrección se acortó la distancia, y floreció entre Él y ellos la
palabra «hermanos» (Mt 28,10 y lo 20,17). Pero sólo en la plena luz del Espíritu
llegaría la unión a tal misterio de confundirse su voz en un mismo 'Abbá'! Mateo
ofrece, con la invocación 'abúnan, el ánfora de una fórmula antigua llena con el
vino de un espíritu nuevo. Traducida al griego y demás lenguas, su adjetivo
nuestro destaca el carácter eclesial de una «oración fraterna» que une a todos
los cristianos en el gozo de sentirse, dentro de una sola Familia, hijos de un
mismo Padre.
c. «Que (estás] en los cielos» (hebreo sebbasámayim, o arameo debisemayyá).
Es una circunlocución semítica, equivalente a celestial; característica, aunque
no exclusiva, de S. Mateo. Su uso didascálico y litúrgico entre los israelitas
pudo tener como origen la educación religiosa de los niños para enseñarles a
distinguir del padre de la tierra el que (está) en los cielos («cielo», en
hebreo, siempre es plural; la Didajé (8,2) tradujo al singular). Sin detrimento
de la intimidad, connota también la posición trascendente del Padre-Dios; y
señala a la familia sobrenatural cristiana su centro de gravedad, que no es la
tierra (cfr. Philp 3,20), sino el cielo (v. CIELO III).
Esta invocación (Padre Nuestro que estás en los cielos) es cifra y
síntesis de todo el P. N., y aun de todo el cristianismo (v.). Debe tenerse
presente en acto junto a cada una de las aspiraciones y peticiones que siguen,
para que éstas no pierdan su sentido. Los vocativos sinceros indican el tono
espiritual, que es lo más importante en una conversación. En el diálogo
cristiano con Dios, el vocativo es ¡Padre!...
2. Aspiraciones. a. «Sea santificado tu Nombre». Este primer anhelo
(idéntico en Mt y Le) resume un tema cucológico muy popular en la plegaria de
los israelitas en tiempo de Jesús (p. ej., en el Qaddis). En la mentalidad
hebrea, el «nombre» no es puro signo, sino representación nocional, dinámica y
casi hipostatizada del ser o de la persona que lo posee. El «Nombre de Dios» es
Dios-manifestado, revelación en acto de Dios mismo (v. DIOS 111, 3). La
perfección esencial íntima de Dios en la enseñanza de la Biblia se llama
Santidad (v.). Y Gloria de Dios (v.) su irradiación espléndida en la naturaleza,
en la historia, en el hombre. «Santificar» es casi sinónimo de «glorificar»
(algunas veces, de «magnificar»; p. ej., Le 1,46). El pasivo sin sujeto
explícito sugiere (en virtud de un conocido hebraísmo) que el agente principal
es Dios mismo. Según estas elementales observaciones, la primera aspiración del
P. N. se encuentra a la letra en labios de Jesús, como síntesis de su obra: «
Padre, glorifica tu Nombre» (lo 12,28). Que Dios «santifica» o glorifica su
Nombre en medio de su Pueblo es tema frecuente en el A. T.; característico de
Ezequiel en perspectiva mesiánica. Cooperando y reflejando en sí la iniciativa
de Dios, también el hombre santifica-glorifica el Nombre de Dios (sobre todo por
la fidelidad a sus mandamientos). El término ideal, muchas veces en perspectiva
consciente, es la Gloria escatológica (v. ESCATOLOGíA TIJA). Pero el P. N. que
los hijos de Dios rezan en la tierra pide, en primer plano, las manifestaciones
anticipadas de esta Gloria definitiva de su Padre.
b. «Venga tu Reino». Es la actuación dinámica del ideal de la Gloria del
Padre: que Él reine. El «Rein Jad)o de Dios» absorbe toda la Misión de Jesús,
que vino para anunciarlo, prepararlo y realizarlo. El Reino es un misterio,
difícil de ser definido con palabras; comunión eterna del mundo en la infinita
plenitud de Vida, Santidad, Gloria, Perfección, Paz y Felicidad del mismo Dios
en un «orden divino» (V. REINO DE DIOS). Todo cuanto es término, y, por
consiguiente, todo cuanto es camino de este ideal entra en la segunda aspiración
del P. N. Asimilarlo, significa para el hijo de Dios hallar su centro en el
corazón del Evangelio (Mt 6,33).
c. «Hágase tu Voluntad». La «Voluntad del Padre» es uno de los temas
básicos de la teología de S. Mateo (la 3a aspiración no está en Le). La
filiación florece en obediencia amorosa, que es amor obediente. La Voluntad o
Beneplácito del Padre-Dios es ley eterna presente en cada paso del hijo por el
tiempo. El sujeto implícito de «hágase» es, ante todo, Dios mismo. EJ hijo de
Dios sintoniza su libertad con la del Padre para anhelar que se haga, como
voluntad suya, la de Aquél. Es el misterio, no analizado por los sabios, pero
vivido por los santos, de la cristiana obediencia libre (v. VOLUNTAD DE DIOS).
Mateo, no sin intención, redacta con las mismas exactas palabras la aspiración
del P. N. y la petición de Getsemaní (26,42), que no expresa una resignación
forzada sino la «prueba» a máxima tensión de la libertad obediente del Hijo. En
la perspectiva del N. T. el objeto de la Voluntad de Dios es siempre la obra de
la Salvación, ya en su término final, ya en la riquísima irisación de gestas
preliminares. Anhelar que Dios realice su Voluntad es pedir al mismo tiempo que
los hombres la cumplan libremente, en lo cual consiste su justicia o santidad
moral (v. SANTIDAD IV).
d. Muchos comentaristas refieren la rúbrica: «como en el cielo, también
sobre la tierra», a la sola tercera aspiración. Preferimos considerarla como un
arco que recubre, en forma de «inclusión hebraizante», todo lo anterior. El hijo
de Dios vive en el ideal de que «cielo» y «tierra» acorten su distancia hasta
anularla, en la integración de un solo Reino del Padre, a la luz de su Gloria y
en el orden divino de su Voluntad.
3. Peticiones. a. Oración del pobre: «El pan nuestro, el necesario para el
día, danos hoy». Dar pan es oficio de padre; pedirlo, actitud de hijo (Mt 7,9
par.). En la lengua de la Biblia (y de muchos pueblos) la palabra «pan» encierra
la idea de «sustento», «alimento», etc., indispensable para la vida. Se pide lo
que no se tiene. El cristiano según el P. N. es a un tiempo pobre (no tendría,
de por sí, su «pan») e hijo (vive en la segura confianza de recibirlo de manos
de su Padre); una sublime glosa de esta actitud de humildad y filiación está en
Mt 6,19-33. La ascética del «hoy» está subrayada en Mt 6,34; Le 11,3 la atenúa,
escribiendo «cada día» (cfr. Ex 16,4) y pasando el aoristo griego de «danos» a
presente (matiz de continuidad). El sustantivo «pan» lleva un desconcertante
adjetivo: epioúsios, desconocido en la literatura griega; ha sido traducido de
varias maneras: «cotidiano», «sobresustancial», necesario para la
«subsistencia», etc., y también: «de [1 día de] mañana» (pudiéndose entender:
del día que está ya empezando, p. ej., al caer de la tarde según costumbre del
país de Jesús). «Nuestro» subraya el espíritu de fraternidad común en torno a la
mesa del Padre. El clima más primitivo del P. N. en la Iglesia debió de ser la
Eucaristía; también hoy (además del Bautismo) es su momento privilegiado (v. ii).
Dicho clima dio seguramente a la petición un sentido pleno: el pan terreno más
el Pan que es Cristo (cfr. lo 6,34-35 ss.).
b. Oración del pecador: «Y perdona a nosotros nuestras deudas, así como
nosotros hemos perdonado a nuestrosdeudores». La súplica del
pecador-en-acto-de-conversión ya era en Israel uno de los temas más
característicos del arte de orar. La teología cristiana del pecado (v.), la
redención (v.) y la gracia (v.) coloca al pecador-penitente en el centro del
foco del Amor de Dios (cfr. Le 15). Y la «ley del talión» en el Amor que preside
el nuevo orden de la Misericordia (glosa de Mt 6,14-15) hace del perdón
fraternal un casi-sacramento de la permanencia en el perdón paterno. El
comentario perfecto de esta petición es la parábola del siervo deudor y acreedor
de Mt 18,23-35. El perdón es de cada día (Mt 18,22), como el pan, en perspectiva
y pregustación del perdón divino definitivo.
c. Oración del débil: «Y haz que no entremos en tentación, antes líbranos
del Maligno]». El momento típico que ilumina el sentido de esta súplica es el
paso evangélico de Getsemaní, cuando los discípulos, por conciencia de su humana
flaqueza, tienen que orar implorando «no entrar en tentación» (Le 22,40.46; Mt
26,41; Me 14,38). El enemigo que les asedia es Satanás (Le 22,3.31.53; lo
13,2.27; 14,30). La «tentación» no se mira por su vertiente pedagógica de
prueba, sino en cuanto es borde del abismo en la caída; y ésta se considera
sustantiva: es el «no» de la apostasía radical contra el «sí» de la fidelidad a
Dios. Mediante un característico semitismo, el hijo pide al Padre (cuya mano
«conduce» todos sus pasos) que no le «induzca», es decir (desmitizando la frase)
que le evite ser «in [troj ducido», en la crisis de la tentación definitiva. El
P. N. de cada día puede aplicarse a las «tentaciones» preliminares, por cuanto
todas convergen hacia aquélla. El inciso de contraste («antes líbranos...») es
propio de Mt. El verbo griego correspondiente a «librar» tiene cierta tensión
dramática.
El Mal (dada la ambigüedad del vocablo griego correspondiente) puede
traducirse como neutro, o, quizá mejor, como masculino (Satanás). La última
petición brota de la conciencia de debilidad o pequeñez propia de los niños que,
con los pecadores y los pobres, forman la aristocracia espiritual del Evangelio.
V. t.: MISERICORDIA I; ORACIÓN II-III.
BIBL.: El P. N. ha sido objeto de multitud de comentarios ascéticos y exegéticos. A título indicativo se señalan algunos: ORíGENES (en griego), De oratione (en PG 11,488; trad. española, Tratado sobre la oración, Madrid 1966) y S. CIPRIANO (en latín), De dominica oratione (en PL 4,528) son los primeros que lo comentan. Son también dignos de mención los comentarios de SANTO TOMÁS DE AQUINO (Super Sancti Matthaei Evangelium Lectura) y de S. TERESA DE JESús (Camino de perfección, Madrid 1954, 201-304), así como el comentario del CATECISMO ROMANO, parte cuarta, cap. I al XVII. Entre los modernos comentarios y estudios: H. SCHÜRMANN, Padre Nuestro, Madrid 1961; CARDENAL G. GRENTE, Padre Nuestro (2 ed.), Madrid 1963; P. M. DE LA CROIX, meditación del Padrenuestro, Madrid 1962; W. MARCHEL, Abba, Pére! La priére du Christ et des chrétiens, 1963; 1. ALONSO, Padre Nuestro, Santander 1954; ÍD, El problema literario del Padre Nuestro, «Estudios Bíblicos», 18 (1959) 63-75; ÍD, El Padre Nuestro dentro del problema general de la Escatología, «Miscelanea Comillas», 34-35 (1960) 297-308; A. GOMÁ CIVIT, El Evangelio según S. Mateo, Madrid 1966 (coment. a Mt 6,9-13).
I. GOMÁ CIVIT.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991