Ortodoxa, Iglesia. Teología


1. Caracteres generales de la teología ortodoxa. Sobre el tema ha escrito M. Jugie, gran investigador sobre la doctrina y la teología ortodoxa, aunque algunas de sus afirmaciones podría matizarse. Por lo que se refiere a la teología propiamente bizantina (no convienen tanto a la teología rusa), nos da estas características especificativas: Una teología más positiva que especulativa; más polémica que conciliadora; nacional; sometida a influencias políticas; y falta de coherencia sistemática, por constar de fragmentos aislados.

á) Más positiva que especulativa, atiende más al argumento de tradición que al especulativo. Su carácter general tiende más al conservadurismo que al progreso científico. De ahí su rígido tradicionalismo. No hay más que una excepción, la del dogma trinitario, pues para la cuestión del Filioque (v. I, B, 4), o procesión del Espíritu Santo, los teólogos bizantinos, siguiendo la pauta de Focio, más que a argumentos escriturísticos, se acogen a los argumentos de razón. Pero en los demás casos, se apoyan muy particularmente en argumentos de orden positivo.

b) Espíritu polémico, que prevalece particularmente contra los latinos. Aunque tampoco faltaron sus controversias internas, como la del palamismo en el S. XIV.

c) Carácter nacional, o más bien regional, pues su teología se apoya casi exclusivamente en los Padres griegos, sin apenas uso de los latinos. Sobresalen S. Juan Crisóstomo, S. Juan Damasceno y S. Máximo el Confesor. Con todo, a partir del S. XIV, y tras el contacto con los cruzados, comenzaron a traducirse al griego diversas obras latinas, sobre todo las de S. Tomás y de S. Agustín. Tuvieron un lugar destacado en la misma teología algunos Emperadores, y no pocos seglares.

d) Carácter un tanto político, debido sobre todo a la injerencia de algunos seglares y de los mismos Emperadores, que querían pasar como eruditos teólogos. De ahí que a veces los demás se vieran como forzados a seguir o profesar una doctrina, cuando la defendía algún Emperador, y a veces se llegó a imponer incluso penas civiles o canónicas a los que defendieran lo contrario. Bastaría recordar el desarrollo de toda la controversia palamítica.

e) Falta de sistematización. Prevalecen las exposiciones monográficas, y se nota escasez de trabajos teológicos de síntesis que reduzcan las ideas a sistema. No puede pensarse en obras similares, p. ej., a la de S. Tomás. Exponen sus doctrinas en forma casuística muchas veces, de preguntas y respuestas, y proponen cuestiones circunscritas y particulares, que mueven más bien a la curiosidad.

Por lo que se refiere a la teología rusa, han solido aplicársele estas otras características: a) Simplicidad y falta de originalidad en sus primeros tiempos. La literatura cristiana rusa de los primeros siglos consta sobre todo de versiones hechas del griego. Obras casi exclusivamente ascéticas y litúrgicas, y algunas también de carácter polémico. Se explica en parte esa falta de originalidad primitiva por tratarse de una comunidad naciente, en todo dependiente de la bizantina.

b) Luego una disminución ya del influjo bizantino, sobre todo a partir de la toma de Constantinopla por los turcos. Incluso hubo autores rusos que pretendieron tachar de herejes a los bizantinos. Así se explica perfectamente el origen y progreso de la teoría de Moscú como tercera Roma, que suplantara a Constantinopla (la segunda Roma), en la dirección de toda la Iglesia eslavo-bizantina.

c) Influjo escolástico en la teología de la Academia de Kiev. Su colegio primero y su Academia después, funciona de modo parecido a los colegios de los jesuitas, y durante mucho tiempo florecen en ella las disputas de tipo escolástico de los latinos.

2. Fuentes de la teología oriental. Afirmaba expresamente Pedro Moguila (v.) en su Confessio Fidei que los artículos de fe fundan su aprobación y autoridad tanto en la Sagrada Escritura como en la Tradición eclesiástica y doctrina de los Concilios y Santos Padres. No es por tanto para los ortodoxos, como pretendía el luteranizante Prokopovich (v.), única fuente de la Revelación la Sagrada Escritura. En cuanto a los argumentos de Tradición, pueden distinguirse los primarios, como son los Símbolos, Concilios y Santos Padres; y los secundarios, que son los llamados Libros Simbólicos.

a) Sagrada Escritura. Pueden considerarse estos tres puntos: la inspiración, el canon y el texto. En cuanto a la inspiración, sostienen que la autoridad de la S. E. se basa en su inspiración. Concepto que exponen de tal modo, que no aparece clara la distinción entre el concepto de inspiración y revelación, sin dar el suficiente relieve al intervalo existente entre la inspiración de los Libros Sagrados y el modo cómo nos transmite a nosotros el escritor sagrado lo que recibió antes por revelación. En cuanto al canon, hasta el S. XVII no hay diferencia alguna entre ortodoxos y católicos en cuanto al concepto, valor y número de los Libros Sagrados. Admitían sindificultad y unánimemente los libros canónicos del A. T. y N. T. En el S. XVII vino a desaparecer en parte esa unanimidad, debido al influjo protestante, calvinizante con Lukaris (v.) en la parte bizantina, y luteranizante con Prokopovich en la rusa; y ya algunos teólogos comenzaron a impugnar determinados libros canónicos, y disminuir, o incluso negar su autoridad. De todos modos, no es una postura teológica propiamente ortodoxa, sino una influencia más o menos marcada protestantizante, contra la que reaccionó generalmente la Iglesia ortodoxa. Y en cuanto al texto vienen a coincidir con los católicos en cuanto al N. T., pues admiten, como es natural, la primacía del texto griego. En cuanto al A. T., admiten como única versión oficial la traducción de los Setenta. Los eslavos, por su parte, tienen en suma veneración la versión eslávica que Protasov declaró como auténtica y canónica. Hay, sin embargo, diversas posturas: unos preferirían el texto hebreo como solo auténtico, otros la versión griega de los Setenta. Entre los rusos no hay unanimidad en esto. Como norma general se admite la doctrina de Filareto de Moscú (v.), de que ambos textos son auténticos, aunque por el uso tradicional de la Iglesia, deberá preferirse la versión de los Setenta.

b) Tradición y Magisterio. Entre los Símbolos sobresale el Niceno-Constantinopolitano, sobre el que no existe discusión. Luego viene el Pseudo-Atanasiano (Quicumque), al que la mayor parte de los teólogos admiten como de valor primario. El de S. Gregorio Taumaturgo (v.) tiene ya un valor muy limitado entre los greco-rusos. En el Quicumque admiten más bien su versión griega, más reciente que la latina (v. FE 11, 6). Naturalmente, rechazan el Filioque de los latinos, que tienen no sólo como añadido, sino aun como adulterado. En cuanto al Símbolo primero de los Apóstoles, fuera de algunas excepciones, suelen quitarle autoridad universal. Por lo demás, su valor y autoridad les viene del valor y autoridad de los Concilios que los redactaron.
En cuanto a los Concilios, admiten de común acuerdo los siete primeros ecuménicos. Su autoridad es indiscutible; contienen siempre la verdad, y su doctrina ha de tenerse como segura en todas las cuestiones teológicas y eclesiásticas. Y en esto coinciden plenamente con los católicos. Para muchos griegos les queda equiparado además, aunque no sea de carácter general, sino particular, el famoso Concilio Trullano del año 692, al que llaman ellos Synodus Quinisexta, porque viene a completar con sus cánones los Ecuménicos quinto y sexto. Y algunos llegan a admitir también el que consideran como octavo ecuménico, el Sínodo fociano del 879-880, que la mayoría, sin embargo, tan sólo admite como particular. Su autoridad queda así afirmada por el autor ruso 1. Filevsky: «Los Concilios ecuménicos tienen una autoridad casi igual a los Evangelios, según la más estricta doctrina ortodoxa. La verdadera doctrina de los Concilios que se relaciona con la fe es inspirada por Dios, e infalible, por la misma razón que la palabra de la Sagrada Escritura». Esa autoridad omnímoda se la negó en el S. XVII la escuela procopoviana, que aún conserva su influjo, pues los discípulos de Prokopovich hacen derivar la infalibilidad de los Concilios de todo el cuerpo de la Iglesia, sentencia que siguen hoy muchos eslavófilos, con todas sus consecuencias.

Los Santos Padres han estado siempre en gran estima entre los orientales. Conocida es su veneración por la tradición patrística y por la primitiva tradición eclesiástica. Admiten también a los Padres occidentales, pero es natural que prevalezcan, en cuanto al número y utilización, los orientales.

Como documentos secundarios han de tenerse los llamados Libros Simbólicos. Tan sólo mencionamos aquí tres principales: la Confessio Orthodoxa Fidei de Pedro Moguila (v.), la Confessio Dosithei, de Dositeo (v.) de Jerusalén y el Catecismo de Filareto (v.) de Moscú. A los dos primeros escritos, que datan del 1640 y del 1672 respectivamente, algunos teólogos llegan a concederles tanta autoridad como a la misma Escritura, apoyándose en que la Iglesia greco-rusa es la única verdadera, y, por tanto, sus documentos han de tener una autoridad infalible. Otros, en cambio, no admiten el postulado anterior, y sólo atribuyen esa autoridad infalible a los Concilios Ecuménicos. Estas Confesiones tan sólo pertenecen al Magisterio ordinario, y, por tanto, no tienen una autoridad infalible, sino sólo limitada, regional o nacional. El Catecismo de Filareto fue editado con la aprobación sinodal de la Iglesia rusa en 1823; aunque algunos lo equiparan a las Confesiones anteriores, otros -la mayoría- restringen su valor y autoridad a sola la Iglesia rusa, aunque tenga gran influencia en los otros pueblos eslavos.

c) Consentimiento de los teólogos. Está considerado también como argumento válido en Teología. La unánime y general afirmación de alguna verdad de fe es como la determinación o fijación de la doctrina de la Iglesia. Este consentimiento de los teólogos tiene interés especialmente entre los greco-rusos, pues no tienen documentos de valor universal, y reina un poco de incertidumbre en cuanto a las doctrinas que conviene seguir. Pero es difícil encontrar este acuerdo general aun en las cuestiones más vitales. En ciertos periodos, sin embargo, aparece más o menos una cierta unanimidad de opiniones en la Iglesia rusa. En la actualidad va cundiendo cada vez más la teoría llamada de la Sobornost, o sea, el acuerdo o consentimiento de todos los fieles, y no precisamente de los teólogos solos.

3. Historia de la teología bizantina. Si prescindimos del periodo que podría llamarse Fociano, pues nos limitamos a esa evolución a partir de la separación, podríamos distinguir en la iglesia greco-bizantina tres grandes periodos; a) Desde Cerulario hasta la fundación del Imperio latino de Constantinopla (1054-1220); b) Desde la fundación de este Imperio latino hasta la caÍDa de Constantinopla en poder de los turcos (1220-1453); y c) la época moderna, subdividida a su vez en varios subperiodos.

a. Desde Cerulario a la fundación del Imperio latino de Constantinopla. Característica propia de todo este periodo, que durará casi dos siglos, es la autonomía y total independencia, sin influencias extrañas ni latinas. Los principales exponentes de la Iglesia bizantina, ya separada, y propia del Imperio bizantino, además del propio Patriarca Miguel Cerulario (v.), pueden ser entre otros: Eutimio Zigabeno, que puede ser considerado como el mayor teólogo del S. XII, autor de su Panoplia contra toda clase de herejías, donde ataca la doctrina de la procesión bivalente del Espíritu Santo del Padre y del Hijo. De la segunda mitad del S. XII, y uno de sus mejores teólogos, debe ser tenido Nicolás el Metonense, que escribió sobre el Espíritu Santo, sobre el Sacrificio de la Misa, etc. Del mismo siglo son los teólogos Juan de Zonaras y Teodoro Balsamon, que más bien podrían ser tenidos como canonistas, aunque en sus estudios rozan temas dogmáticos, sobre todo el trinitario. Nicetas de Maronea escribió seis diálogos sobre el dogma trinitario; admite, por cierto, la recta doctrina del Filioque, pero defiende que a pesar de eso, los latinos deberían eliminar su proclamación en el Símbolo niceno-constantinopolitano. El teólogo Theoriano se esforzó por llegar a unaunión con los armenios y los jacobitas, sin éxito; vivió en paz con los latinos, y tuvo una doctrina recta sobre el uso del pan ázimo. Finalmente, Nicetas Acominato, historiador y teólogo, autor del Thesaurus Orthodoxiae contra todas las herejías; consta de 27 libros, de los que 5 están publicados en la Patrología de Migne.

b. Desde el Imperio Latino de Constantinopla, hasta la caÍDa de la ciudad en poder de los turcos. El contacto con los occidentales ocasionó un influjo manifiesto de la teología occidental en muchos de los teólogos bizantinos. De ahí una doble tendencia: unos teólogos se inclinan marcadamente hacia la doctrina romana; y otros persistirán en su rígido focianismo doctrinal. Los primeros suelen ser conocidos con el apelativo de latinoplirones, y los segundos con el de focianos.

En el grupo de los latinophrones aparece en primer lugar Nicéforo Blemmida, que asistió a unos coloquios organizados entre teólogos pontificios y bizantinos. Escribió sobre la procesión del Espíritu Santo, sosteniendo al parecer la doctrina católica, contra lo que había defendido en un principio. Sin embargo, no quiso manifestarse demasiado romanizante por no desagradar a los suyos, los cuales defienden que nunca llegó a sostener las doctrinas occidentales. Lo contrario parece deducirse de sus escritos.

Más importancia tuvo Juan Beccos, nombrado Patriarca de Constantinopla después de la unión sellada en el Conc. II de Lyon (v.). En un principio fue convencido fociano, pero persuadido de la verdad de la sentencia católica, la defendió después acérrimamente. Es tenido como un promotor entusiasta de la unión. Por su postura fociana inicial, se opuso tenazmente a la asistencia de los ortodoxos al Concilio, por lo que fue arrojado en prisión por orden del Emperador mismo. Más tarde reflexionó seriamente sobre las doctrinas controvertidas, y llegó a la conclusión de que la verdadera doctrina sobre el Espíritu Santo y el Primado Romano no era otra que la que defendía la Iglesia católica romana. Desde ese momento se convirtió en un decidido apóstol de la unión. Muerto el emperador Miguel Paleólogo, tuvo que sufrir constantes ataques por parte de los que se oponían a la unión firmada en Lyon, y fue por dos veces desterrado. Permaneció siempre valiente en la confesión de la fe aceptada y de la unión sellada, adicto hasta el fin de su vida a la doctrina católica. Murió hacia el 1296 mártir de esa unión. Muchas de sus obras han sido editadas. Merece especial mención su obra sobre la unión.

Amigo y compañero de Beccos fue Constantino Melitiniota, que siguió, eamo él, la doctrina católica trinitaria. Y Jorge Ciprio, ni fociano ni latino, que siguió un camino intermedio, queriendo explicar por medio de sutilezas la procesión del Espíritu Santo.

Más importancia quizá que los anteriores, por su intervención en la controversia palamítica, la tuvo Barlaam (v.) de Calabria, una figura muy controvertida en la época de su tiempo. Fue el más destacado adversario de Gregorio Palamas.

En el grupo de los focianos aparecen también muchos autores. Germán II de Constantinopla, como teólogo es de poca altura, pero intervino en los coloquios teológicos, con miras a la unión que se proyectaba. Escribió varios opúsculos contra los latinos sobre los puntos doctrinales entonces controvertidos. En ellos interpreta erróneamente los textos que aduce. Fue acérrimo enemigo de la unión. Teodoro Láskaris II, Emperador, y discípulo de Nicéforo Blemmida, escribió también contra los latinos en la doctrina de la procesión del Espíritu Santo. Tiene editado en PG uno de sus escritos. El monje Hieroteo, y Constantino Acropolita impugnaron la procesión del Espíritu Santo; Jorge Moscabaro y Teodoro Muzalón atacaron al Patriarca Juan Beccos; Job Jasitu acusaba al Papa de innovador, etc.

En la segunda mitad del S. XIV tuvo gran resonancia la controversia palamítica, controversia interna de la iglesia bizantina. El principal exponente y sostenedor de estas doctrinas controvertidas fue el famoso Gregorio Palamas (v.), monje del Monte Athos, primero, y luego Arzobispo de Tesalónica. 131 daría una base científica al sistema espiritual del hesicasmo (v.), que desde entonces comenzaría a llamarse también palamismo. Murió en el 1360 y fue canonizado por un Concilio constantinopolitano. Como escritor, fue fecundísimo, sobresaliendo en obras polémicas.

Los palamitas eran buenos y numerosos. Puede aparecer en primer lugar Gregorio el Sinaíta, monje del Monasterio del Monte Sinaí, que intentó reformar la vida monástica del Monte Athos (v.), defendiendo un sistema oracional, que puede tenerse como una especie de hesicasmo adulterado. Nilo y Nicolás Cabasilas (v.), tío y sobrino, muerto el primero en 1363 y en 1371 el segundo. Nilo fue sucesor de Palamas en la Sede de Tesalónica y colaborador suyo entusiasta en la controversia palamítica, como un convencido hesicasta. Escritor de carácter polémico, que impugnó también la procesión del Espíritu Santo y el Primado Romano. Sus obras están editadas en PG. Su sobrino Nicolás fue primero antipalamita, y luego convencido y fervoroso hesicasta como su tío. Por tanto, fociano y antilatino. Célebre por su tratado de la interpretación de la Liturgia, en el que defiende la eficacia de la Epíclesis eucarística (divergencia doctrinal con Roma que comienza a aparecer ahora), aunque sin negar la validez complementaria a las palabras de la Institución o Consagración sacramental.

Teófanes Niceno escribió pastorales y algunos tratados de teología sobre el hesicasmo y sobre el Espíritu Santo, contra judíos, latinos y mahometanos. Luego los dos Emperadores, padre e hijo, Juan y Mateo Cantacuzeno, que protegieron al palamismo, con varios tratados polémicos. El Emperador Manuel Paleólogo, m. en 1425, que tiene algunas obras polémicas sobre el Espíritu Santo contra los latinos, y varios diálogos contra los mahometanos. Entre los palamitas se incluyen, finalmente, dos autores de gran talla: Marcos Eugénico, llamado también Efesino, y Jorge Scholarios, más tarde Patriarca de Constantinopla con el nombre de Gennadio (v. GENNADIO II). El Efesino estuvo presente en las primeras sesiones del Conc. Florentino. Pero era un irreductible impugnador de la unión que se proyectaba, cuyos decretos se negó rotundamente a suscribir. Monje primero en Constantinopla, donde había nacido; y luego desde 1437 designado Metropolita de la Sede de Ifeso. En el Conc. Florentino llevaba la representación del Patriarca antioqueno. M. en 1444, a los 52 años de edad, y fue canonizado por la Iglesia bizantina. Exagerado polemista, atacaba por sistema todas las cuestiones discutidas en el Concilio, hasta que por disposición del Emperador hubo de abandonar las sesiones del mismo.

Jorge Scholarios tuvo una relevante intervención en todo el desarrollo del Florentino. Sin duda, el más ilustre teólogo de todo este periodo. Después del Conc. de Florencia, cuyos decretos de unión defendió, aprobó y firmó, fue nombrado Patriarca de Constantinopla, después de ocupada la ciudad por los turcos. Gobernó la Iglesia patriarcal con el nombre de Gennadio, mostrándose valiente caudillo religioso y civil de su pueblo oprimido. Durante el Conc. Florentino era seglar aún; esono obstante, intervino muy atinadamente en los debates conciliares, pronunciando diversos discursos en pro de la unión, pues había estudiado a fondo, y conocía muy bien la teología occidental. Por desgracia, vuelto a Constantinopla, se pasó al partido antiunionista, en el que perseveró hasta su muerte. Insigne como teólogo y como filósofo, estudioso y apreciador de S. Tomás de Aquino, algunas de cuyas obras tradujo al griego. Compuso la Confessio Gennadii tenida como «Libro Simbólico» de la Iglesia bizantina. Sus tratados son de carácter vario: apólogético, polémico, irénico, litúrgico y pastoral.

Los antipalamitas. Nicéforo Grégoras, m. ca. 1359, escritor fecundísimo, y después de Barlaam, el más insigne adversario de Gregorio Palamas, con el que discutió personal y públicamente, demostrándole que la esencia y la operación en Dios no se distinguen realmente. Fue condenado en el Concilio palamítico del 1351, y relegado a un monasterio. Sus obras tratan cuestiones variadísimas, como teología, filosofía, astronomía, historia, retórica, gramática, etc.

Juan Calecas, Patriarca de Constantinopla, condenó el sistema palamítico en una carta y en un Sínodo. Como reacción sería depuesto de su cargo en un Sínodo palamítico. Demetrio Cidonio (v.), muerto en 1400, afecto primero a los palamitas, y seguidor luego de Barlaam, entabló amistad con un dominico que puso en sus manos la Suma Teológica de S. Tomás; terminó pasando al catolicismo, paso que defiende en sus obras apologéticas. En las polémicas ataca a Palamas, y sostiene la verdadera doctrina sobre el dogma trinitario. Hermano suyo fue Prócoro Cidonio (v.), quien tradujo al griego diversos autores latinos, particularmente a S. Tomás y S. Agustín. Juan Cyparissiota escribió su obra antipalamítica, Palamiticarum transgressionum libri quatuor.

Pero sobre todos sobresale el gran Bessarion (13951472; v.), probablemente el más insigne de los personajes bizantinos del S. XV, que lucharon por la inteligencia y por la unión. Gran teólogo y gran filósofo. Ordenado de sacerdote en Constantinopla, fue adicto en sus primeros años a la doctrina de Focio; pero convencido de su error, vino a constituirse en el defensor más acérrimo de la unión. Asistió y suscribió el Conc. Florentino, donde tuvo valiosísimas intervenciones, a pesar de su joven edad. Era Arzobispo bizantino de Nicea, y como tal asistía al Concilio. Vuelto a su Sede, después de la unión, comenzó a ser perseguido por los descontentos, y hubo de refugiarse en Roma, donde lo recibió benignamente el Papa Eugenio IV, que le creó cardenal. En Roma le distinguieron los Papas con diversos cargos eclesiásticos, y tuvo incluso votos para Papa en uno de los cónclaves. Reunió una magnífica biblioteca, que regaló luego a Venecia. Sus obras son de carácter apologético, y toca en ellas todos los puntos controvertidos por los griegos. En su honor se fundaría la célebre revista «Bessarione», especializada en cuestiones orientalistas. Aún podrían citarse muchos otros autores antipalamitas, como Gregorio Acyndi,no, Constantino Harmenópulo, Manuel Calecas, José Metinense, Gregorio Mammas, Máximo Crisoverga, Isaías Cyprio, Jorge Trapezuntio, Juan Argirópulo, etc.

e. La época moderna. Se extiende desde la toma de Constantinopla hasta nuestros días. Durante ella encuentra la teología bizantina más dificultades, y siente un marcado influjo occidental, tanto latino como protestante.

Periodo de 1500 a 1612. Puede extenderse este periodo desde la caÍDa de Constantinopla hasta los comienzos del Patriarcado de Cirilo Lukaris. De tendencia en cierto modo polémica contra los latinos, especialmente contra los jesuitas que comenzaban a trabajar activamente en el territorio del Patriarcado, tanto en Constantinopla como en diversas islas del Egeo. Comenzaba, en cambio, una influencia pronunciada de la teología protestante sobre la bizantina, debida en parte a la formación de algunos ortodoxos en Universidades protestantes occidentales.

Jeremías II, Patriarca de Constantinopla, m. en 1595, se encargó de responder con cierta violencia a los teólogos de Tubinga. Defendió con valentía la teología ortodoxa contra esas injerencias protestantizantes. Se llegó incluso a la proposición de una unión con los mismos protestantes, que el Patriarca rechazó valientemente. Con respecto a los católicos fue más bien moderado; señal de que no veía un peligro tan amenazante.

Melecio Pigas es otro teólogo de nota, nacido en Creta, y alumno de la Universidad de Padua (Italia). Desde 1590 había de ser Patriarca de Alejandría. Fue enemigo declarado de los católicos y de toda proposición de unión. En sus escritos polémicos abordó las diferencias doctrinales entre griegos y latinos. Murió en el 1601. En cambio Máximo Marguino, que fallecía al año siguiente, 1602, se declaraba favorable a una inteligencia con los occidentales, y escribió sobre el dogma trinitario, inclinándose a los católicos en el enfoque de la doctrina. Dejó varios opúsculos contra los jesuitas, y uno contra los franciscanos. Gabriel Severo (1541-1616) se mostró anticatólico, y atacó sobre todo a los jesuitas Belarmino (v.) y Possevino (v.), porque llamaban cismáticos y herejes a los orientales. A pesar de ello, tenía una formación occidental, como antiguo alumno de las Universidades de Padua y Venecia, donde vivió por algún tiempo.

Periodo de 1612 a 1723. Un periodo más agitado por crecientes influencias calvinistas. Comenzaba con el Patriarcado de Cirilo Lukaris (v.), de marcada tendencia hacia las doctrinas de Calvino. Nacido en Creta, estudió en Padua y en Venecia. Luego fue nombrado Patriarca de Alejandría, de donde pasaría más tarde al Patriarcado de Constantinopla. Imbuido en ideas protestantes, más concretamente calvinistas, publicó la Confessio Fidei, con 18 artículos y 4 respuestas. Reunidos en Constantinopla Patriarcas, Metropolitas y dignidades eclesiásticas, fue condenada su doctrina, anatematizada nuevamente en el Sínodo de 1646, y condenada asimismo por diversos teólogos griegos y rusos, como Pedro Moguila, Melecio Sirigas y Dositeo de Jerusalén (v.). Metrófanes Critópulos, monje del Athos, que estudió teología con los anglicanos, redactó también una Confesión de fe, en la que expuso los diversos puntos controvertidos entre ortodoxos, latinos y protestantes. Su doctrina es generalmente recta, con influencias marcadas de tendencia protestante. En 1636 fue nombrado Patriarca de Alejandría; m. en 1639.

Entre los teólogos polemistas de este periodo podemos citar a Melecio Sirigas, fallecido en 1667, cretense, y alumno de las Universidades de Padua y Venecia. Tradujo al griego, pero corregida en algunas de sus doctrinas, la Confesión de Pedro Moguila, ruso. Aunque se inclinaba a las doctrinas católicas, es fociano en el enfoque del dogma trinitario. Páisio Ligarides, m. en 1678, llegó a convertirse al catolicismo en Roma, donde estudió Filosofía y Teología; pero, regresado al Oriente con una comisión de la Congregación de Propaganda Fide, volvió al cisma. Siendo católico, escribió contra luteranos y calvinistas, y siendo ortodoxo contra el Primado y la procesión del Espíritu Santo. También contra el Primado escribió el monje del Sinaí, y luego Patriarca de Jerusalén, Nectario, m. en 1676. También fue Patriarca de esta misma sede el Patriarca Dositeo (1641-1707; v.); compilador más que autor original en sus obras teológicas, fue un enemigo declarado de los latinos, y luchó contra lainfiltración católica entre los teólogos rusos de Kiev. También se opuso valientemente a los protestantes.

Hubo otro grupo de teólogos que podemos llamar irénicos, amigos de comprensión y mutua inteligencia, como Agapito Lando, monje athonita, célebre por sus vidas de Santos; Nicolás Kursulas, de sistema escolástico y doctrina casi completamente católica, y Gregorio de Quíos, que escribió una obra teológica a la que aluden los polemistas católicos en su lucha contra los protestantes.

Finalmente, mencionamos el grupo de los teólogos unionistas, muchos de los cuales dieron el paso al catolicismo. Juan Mateo Cariofilo, m. en 1633, n. en Creta, obispo de Iconio, adversario declarado de la doctrina de Lukaris y defensor del Primado Romano, y traductor al griego del Catecismo del cardenal Belarmino. Pedro Arcudio (1562-1633), de Corcyra, primer doctor por el Colegio de San Atanasio de Roma. Tuvo gran intervención en la unión de los Rutenos (v.), con quienes convivió varios años que estuvo entre los pueblos eslavos. Sobresale un estudio suyo sobre el Patriarca Beccos; buen teólogo, de los mejores quizá de su tiempo. León Allacio (1586-1669), gran teólogo también, natural de Quíos, fecundo y erudito escritor. Una buena parte de sus obras permanecen inéditas aún. En la Biblioteca Vaticana se conservan no pocos de sus escritos.

Periodo de 1723 a 1823. Se distingue por la polémica contra los católicos, originada sobre todo por la conversión de un grupo de melquitas del Patriarcado de Antioquía. La reacción fue violenta, hasta el punto de que el Patriarca Cirilo V declaró inválido el bautismo de los latinos, ordenando la rebautización. Sobresalen, entre los teólogos de este periodo, Eugenio Bulgaris (1716-1806), estudiante en Padua, director de academias teológicas, bibliotecario imperial de Rusia, obispo del Quersoneso y editor, sobre todo de obras teológicas anteriores. De esta misma época son algunos teólogos bizantinos de origen, pero católicos de religión, como Luis Andrutzis, de Chipre, alumno del San Atanasio de Roma y profesor en Bolonia; y Nicolás Commeno Papadopoulos (1655-1740), cretense, ingresado incluso en la Compañía de Jesús.

Periodo de 1823 en adelante. El año 1823 es el de la Constitución del nuevo Reino griego, independizado del dominio turco, que había de conceder una mayor libertad al desarrollo de la Iglesia ortodoxa, sobre todo a partir de la fundación de la Universidad de Atenas, con su propia Facultad teológica. Sus teólogos del S. XIX siguen más bien un camino ecléctico, comentando a los teólogos católicos, rusos y protestantes. Los principales pueden ser: Nicolás Damalas, Chrestos Androutsos, profesor en Atenas, y de bastante talla; Dyobuniotes, Balanos, Mesolaras, Constantino Rhallis, Teófilo Farmakides, Constantino Ecónomo y Teófilo Kairis, generalmente anticatólicos. De este periodo es la polémica anticatólica, originada por diversas invitaciones a la unión cursadas a los griegos por varios Pontífices Romanos, sobre todo Pío IX y León XIII. El Patriarca Gregorio VI publicó en 1838 una Encíclica contra los católicos, suscrita por el Patriarca de Jerusalén y otros 11 Metropolitanos. En el 1848 todos los -Patriarcas bizantinos escribieron otra larga Encíclica, respuesta a la invitación hecha por Pío IX. Y el Patriarca Anthimo VII respondió en el 1895 con una Carta Sinodal a la Encíclica Orientalium Dignitas, de León XIII.

Ya más en nuestros días, han tenido una postura más bien intransigente teólogos más modernos como Elías Tandalides, Constantino Ecónomo, Moscato, Crisóstomo Metropolita, Zigavino, Diomedes, Ciriaco, y por los años 1927 a 1930 el Metropolita Ateniense Crisóstomo Papadopoulos, en su controversia con el obispo griego uniata Mons. Jorge Calavassy.


Á. SANTOS HERNÁNDEZ,
 

4. Historia de la teología rusa: V. UNIÓN SOVIÉTICA VI. BIBL.: Á. SANTOS, Iglesias de Oriente, Santander 1963, II. Repertorio bibliográfico (con abundante bibl.); K. ALGERMISSEN, Iglesia católica y confesiones cristianas, Madrid 1964, 669-721; M. JUGIE, Theologia dogmatica Christianorum Orientalium, 5 vol. París 192635; M. GORDILLO, Compendium Theologiae Orientalis, Roma 1950; ÍD, Theologia Orientalium cum Latinorum comparata. Commentario historica, Roma 1960; N. LADOMERSKY, Theologia Orientalis, Roma 1953; 1. ROSANAs, Teología bizantina, Poblet 1950.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991