ORIGENES Y ORIGENISMO


O., sabio doctor de la Iglesia prenicena, que llevó a su máximo esplendor la escuela teológica de Alejandría (v. ALEXANDRíA VI). N. probablemente en esta ciudad ca. 185 y m. el 253 en Tiro a consecuencia de los quebrantos ocasionados en su salud durante la persecución de Decio.
      Vida. Se dispone de diversas fuentes para recomponer los hechos más fundamentales de su vida. La principal es el Libro VI de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea (v.). El presbítero Pánfilo de Cesarea compuso una Apología en defensa de O., de cuyos cinco libros sólo se conserva el primero en una versión bastante libre hecha por Rufino; aporta datos biográficos de interés. S. Gregorio el Taumaturgo (v.), discípulo de O., escribió un discurso de despedida, importante por los datos que suministra referentes a la vida y al método didáctico de su maestro. S. Jerónimo en su De viril illustribus (54,62) y en su epistolario (Epist. 33) ofrece también algunos datos aprovechables.
     
      O., el mayor de los hijos de una familia cristiana, recibió una esmerada educación tanto en ciencias profanas como en religiosas, sobre todo en el campo de la S. E. Después del martirio de su padre, Leónidas, en la persecución de Severo (a. 202), se hizo cargo de su familia habiéndose de dedicar a la enseñanza, ya que el Estado se había incautado de sus bienes patrimoniales. El a. 205, Demetrio, obispo de Alejandría, lo pone al frente de la Escuela catequética de esta ciudad, disuelta desde la huida de Clemente de Alejandría (v.) a consecuencia de la misma persecución. En su tarea docente ejerció como auténtico maestro, por su alta calidad docente y por la fuerza de arrastre de su vida, «moviendo a innumerables discípulos a emular su ejemplo» (Eusebio, Hist. Ecl. VI, 3,7). Interpretando literalmente la expresión de Jesús en Mt 19,12, se castró a sí mismo en un deseo sincero, aunque mal enfocado, de fidelidad a las exigencias evangélicas (ib. VI,8,1-3). Su ascetismo, sin embargo, aunque austero, fue en general equilibrado (ib. V1,3,9-10).
      La primera etapa de su magisterio se desarrolla en Alejandría desde el a. 203 al 231. El aumento progresivo del alumnado y la complejidad de materias enseñadas le obligó a tomar como auxiliar a su discípulo Heraclas, quien se encargó de los cursos introductorios (Dialéctica, Física, Matemáticas, Geometría y Astronomía); él se reservó las clases superiores de Filosofía y Teología (especialmente la S. E.). Para su propia formación filosófica frecuentó durante este tiempo las explicaciones de Ammonio Saccas, el fundador de la escuela neoplatónica (v.), que influyó en las concepciones cosmológicas y en la misma metodología origeniana.
     
      Durante esta primera fase O realizó varios viajes. Ca. 212 visita Roma con el propósito «de ver la antiquísima Iglesia de los romanos» (Hist. Ecl. VI,14,10), conociendoal famoso teólogo occidental el presbítero Hipólito de Roma (v.). Un segundo viaje, antes del 215, lo hizo a Arabia a instancias del gobernador romano, deseoso de ser instruido por el maestro alejandrino. El a. 216, a consecuencia del saqueo de Alejandría y de las drásticas medidas tomadas por el emperador Caracalla (v.) contra las escuelas y maestros de la ciudad, O. se estableció en Palestina, varios de cuyos obispos lo invitaron para que explicará la S. E. a sus fieles. Ante la protesta de su obispo Demetrio de Alejandría por haber predicado ante obispos, siendo él seglar, O. se sometió y regresó a Alejandría. Quince años más tarde viaja a Grecia, enviado por su propio obispo para refutar a algunos herejes; a su paso por Cesarea de Palestina, Teoctisto, obispo de esta ciudad, y el obispo Alejandro de Jerusalén (v.), para evitar se repitieran las dificultades habidas en otro tiempo y a pesar de la irregularidad canónica por ser eunuco, decidieron ordenarlo de sacerdote. Esto provocó la indignación de su obispo Demetrio, quien en sendos sínodos excomulgó (a. 230) y degradó (a. 231) a O. A la muerte de Demetrio, su sucesor Heraclas, antiguo colega de O., renovó la excomunión, alejando definitivamente de Alejandría al maestro, que fijó su residencia en Cesarea.
      La segunda etapa de su docencia transcurre en Cesarea (v.) por espacio de veinte años. En esta ciudad, a petición del obispo, que no se mostró muy escrupuloso ante la censura que pesaba sobre el gran maestro, O. funda una nueva escuela teológica. Por el Discurso de despedida de Gregorio Taumaturgo, que asistió a estas enseñanzas del 233 al 238, sabemos qué en líneas generales el procedimiento didáctico era el mismo que en Alejandría. También durante esta segunda etapa docente hizo algunos viajes. El a. 232 Julia Mamea, madre del emperador Alejandro Severo, invitó a O. para que la adoctrinara en Antioquía. Hacia el a. 244 fue a Arabia y devolvió a la fe al obispo monarquiano Berilo de Bostra. Los tormentos sufridos por O. durante la persecución (v.) de Decio, descritos por Eusebio (Hist. Ecl. V1,39,5), fueron sin duda la causa inmediata de su muerte.
     
      Obras. Epifanio de Salamina da como cierto que O. había escrito nada menos que 6.000 libros (Haereses 64, 63), lo que demuestra por lo menos su fama de laboriosidad. S. Jerónimo (Adv. Ru/inum 2,22) atestigua que la lista de las obras origenianas, añadida por Eusebio en la biografía de S. Pánfilo (perdida), contaba unos 2.000 títulos. De ellos conocemos sólo 800 según el catálogo que ofrece el mismo jerónimo en su carta a Paula (Epist. 33). Para la publicación de tan elevado número de escritos contó con la ayuda inestimable de su amigo Ambrosio, que le proporcionó siete taquígrafos, otros tantos copistas y varios calígrafos (Hist. Ecl. VI,23,1-2). De su inmensa producción se ha conservado sólo una exigua parte, y de ésta el texto en muchos casos no es ya el original griego, sino el de la versión latina. Puede agruparse en cuatro :apartados:1) Escritos sobre la Sagrada Escritura. Son los más numerosos. Fue el primero que se aventuró a establecer el texto crítico del A. T., disponiéndolo en seis columnas: las Hexaplas. Contenían el texto hebreo, el mismo texto pero con caracteres griegos para identificar la pronunciación, y cuatro versiones griegas: la de los Setenta, y las de los judíos Aquila, Símaco y Teodoción. Fue una obra monumental incabada que se conservó en la biblioteca de Cesarea y de la que sólo nos han llegado algunos fragmentos (v. BIBLIA vi, 2).
     
      Con carácter exegético, escribió sobre todos los libros del A. y N. T. en tres géneros literarios: los Escolios (sobre Éxodo, Levítico, Isaías, Salmos, Eclesiastés y cuarto Evangelio) prácticamente perdidos; las Homilías, de valor más ascético y espiritual, destacando junto a las 20 homilías sobre jeremías y algunas otras, las dos Sobre la Pascua recientemente descubiertas y publicadas en 1953 por Nautin (la lista completa de las homilías que se conservan puede verse en: Dictionary of Christian Biography, Literature, Sects and Doctrines, ed. por W. Smith y H. Wace, Londres 1877-87, vol. 4, 104-118); los Comentarios, que es la producción bíblica más elaborada, pero interesándose más por el sentido místico que por el literal y dando así lugar a manifiestos errores hermenéuticos, y también a unas penetrantes consideraciones espirituales. Se han conservado fragmentos del Comentario a S. Mateo, a S. Juan, a la Epístola a los Romanos y al Cantar, obra ésta la más importante en opinión de S. Jerónimo. En las Catenae, en algunos manuscritos bíblicos y en referencias de escritores posteriores hay dispersos fragmentos de sus comentarios sobre Génesis, Salmos, Isaías, Lamentaciones, Ezequiel, Profetas Menores, Lucas, Gálatas, Efesios, Filipenses y varios más.
     
      2) Escritos apologéticos. Por el a. 178 el filósofo pagano Celso (v.) escribió un alegato contra los cristianos titulado el Discurso verdadero, en el que plantea un ataque a fondo con apariencias científicas y con sofismas sutiles, sin prescindir de una burla demoledora y punzante. Aunque admite la doctrina moral cristiana y su enseñanza acerca del Logos, ataca la verdad fundamental de la resurrección de Cristo y en general rechaza a Jesús considerándolo un falsario. Afirma que la filosofía y la religión griegas están por encima de la judía y cristiana; acusa a los cristianos de ser gérmenes de división en el Estado por no someterse a la religión común de Roma. La obra de Celso, ignorada por los escritores cristianos contemporáneos, fue refutada por O., a instancias de su amigo Ambrosio, hacia el a. 246. El tratado Contra Celso, distribuido en ocho libros, rechaza punto por punto los argumentos del filósofo platónico. Su defensa del cristianismo resulta atractiva por el talante humano y religioso del alejandrino. La indudable preparación del adversario tuvo ciertamente su réplica adecuada en este erudito maestro cristiano que compuso de esta forma la más grande apología de la Iglesia primitiva (V. APOLOGÉTICA II, 1).
     
      3) Escritos dogmáticos. La obra más importante de O. es el De principias (Pera Arkhon), primera sistematización del dogma y de la doctrina cristiana; compuesto del 220 al 230, consta de cuatro libros. El 1° es una Teología, que trata de Dios, Uno y Trino, de los ángeles y de su caÍDa; el 2° es una Cosmología, habla de la creación del mundo, del hombre en cuanto ser espiritual encadenado en un cuerpo y de su redención por Cristo; el 3° es una Antropología, y trata de la libertad humana, de los pecados y de la reconstitución final de todas las realidades en Dios; el 4° es una Teleología, habla de la Revelación, de la S. E. como fuente de la fe y de sus diversas interpretaciones. El mérito de ser la primera síntesis dogmática palia algunos defectos formales inevitables en un primer ensayo. Sin embargo, es en esta obra donde más aparecen las falsas doctrinas de O. La obra ha llegado a nosotros íntegramente sólo en una traducción libre de Rufino, que indudablemente la retocó y purificó de expresiones erróneas. En la Philocalia y en dos edictos del emperador Justiniano 1 se conservan también algunos fragmentos griegos.
     
      La disputa con Heráclides es el título de uno de los papiros hallados en Toura el a. 1941, que interesa por su doctrina trinitaria. Fragmentos de un escrito Sobre la resurrección se pueden encontrar en Pánfilo, Metodio de Filipos y S. Jerónimo. Parece que O. negó la identidad material entre el cuerpo resucitado y el cuerpo humano.
     
      También escribió una Miscelánea en diez libros, según informa Eusebio (Hist. Ecl. VI,24,3) y por los datos de S. Jerónimo (Epist. 70,4) en esta obra, sin seguir un orden determinado, O. cotejó la enseñanza cristiana con la de viejos filósofos, como Platón, Aristóteles, etc.
     
      4) Obras de carácter práctico. Ca. 233, a petición de su amigo Ambrosio, escribe O. el breve tratado Sobre la oración; en su primera parte, contiene enseñanzas generales acerca de la oración, tratando en la segunda parte del Padrenuestro; con un apéndice sobre la actitud interior y exterior más conveniente para la oración concluye esta pieza, testimonio de la profunda y viva piedad de su autor. Al comienzo de la persecución de Maximino Tracio (235) compuso en Cesarea una Exhortación al martirio, dirigida a dos amigos, Ambrosio y Protecto, diácono y sacerdote de aquella ciudad, los cuales habían tenido que sufrir ya bastante. Pero el autor escribe para los que juzgaban que es suficiente «creer en el corazón» y consideraban poco menos que indiferente sacrificar externamente a los dioses falsos (V. LAPSOS). El escrito revela la personal actitud de O. a lo largo de toda su vida: una lealtad inquebrantable y un amor ardiente al Salvador.
     
      De su extenso epistolario, agrupado en cuatro colecciones, no quedan más que dos cartas, una dirigida a su discípulo Gregorio Taumaturgo entre 238 y 243, y la otra a Julio Africano escrita ca. 240.
     
      Doctrina. La idea de Dios es el punto de partida del que arranca para estructurar orgánicamente todo su sistema. Dios tiene como cualidades específicas el ser espíritu, el ser ingénito, invariable, inmutable; es el mismo Dios del A. T., el Creador, el Providente, el juez, el Remunerador, en una palabra el Padre y Artífice de todo. Las diversas Personas de la Trinidad se relacionan entre sí con un cierto subordinacionismo (v.): sólo el Padre es autotheos, mientras que el Logos -aunque eterno y homoousios, consustancial- es deuteros theos (segundo Dios), no «simplemente bueno» como el Padre, sino «imagen de la bondad» (cfr. Contra Celsum, V,39; De Princ. 1,2,13). Algunos autores antiguos (S. Gregorio Taumaturgo y S. Atanasio) y moderno (Prat) se resisten a calificar a O. de subordinacionista e interpretan en sentido ortodoxo sus afirmaciones; pero parece claro que admite una jerarquía dentro de la Trinidad y estima que el Espíritu Santo ocupa un rango inferior al del Hijo (De Princ. prefac. 4).
     
      Dios-Hombre, Jesucristo, en quien habita Dios, aparece conglorificado y considerado como trono del Padre. El Logos es el que tomó cuerpo y se hizo Hombre. O. defiende la íntima unión de naturalezas en Cristo y enseña la «comunicación de idiomas» (V. CRISTOLOGÍA 2; ENCARNAC(ÓN DEL VERBO II, 7). Si hemos de dar fe al historiador Sozomeno, O. aplicó a María el título de «Madre de Dios» (Theotokos), aunque no se registra en los escritos origenianos que han llegado hasta nosotros; se recoge, en cambio, una clara afirmación de la maternidad universal de María en el Comentario a Juan. Muy interesante su visión de la Iglesia, inmaculada e irreprochable, formada por fieles que son miembros de Cristo. La Iglesia militante es apoyada por la Iglesia triunfante, pues los santos (los fieles) ya difuntos sostienen con su intercesión al que ora. El testimonio de O. es favorable al dogma del pecado original: toda alma que nace con la carne sale en pecado y por eso ha de administrarse el Bautismo a los niños recién nacidos.
     
      Su doctrina sobre la Penitencia (v.) y el perdón de los pecados parece fluctuar un poco. En ocasiones habla de la idolatría, del adulterio y de la fornicación como de pecados «incurables». Sin embargo, hay que observar que no usa la expresión «pecados imperdonables» y además nunca dice que se trate de pecados absolutamente imperdonables, sino que no pueden ser perdonados con la sola oración. Hay otros textos de O. en que se afirma claramente que todos los pecados pueden ser perdonados, textos que pueden iluminar los pasajes oscuros. Es clásica la cita de la obra Contra Celso (3,50) en que se habla de una readmisión del pecador en el rebaño después de un periodo de penitencia. En cuanto a la Eucaristía, da testimonio de la presencia real; aunque en varias ocasiones explica alegóricamente el Cuerpo y Sangre de Cristo. En una de sus homilías (16,9) afirma que la sangre de Cristo puede beberse de dos maneras: sacramentalmente o «cuando acogemos sus palabras, en las cuales está la Vida». El carácter sacrificial de la Eucaristía queda afirmado también con claridad por el maestro alejandrino (V. EUCARISTÍA II A, 3).
     
      En la Escatología (v.) se sitúa una de las doctrinas más discutibles de O.: la de la restauración universal o apocatástasis final. Las cosas todas volverán a su estado original, puramente espiritual. Por tanto, las almas de los pecadores pasarán por un fuego purificador e igualmente los demonios. No existe, pues, un fuego eterno. Cuando todos los seres se hayan purificado tendrá lugar la segunda venida de Cristo y Dios entonces será todo en todas las cosas. Después de esta restauración, seguirán otras en una sucesión sin fin. En íntima relación con esta teoría defiende la preexistencia de las almas, que eran espíritus separados de Dios en el mundo anterior y encerradas en cuerpos actualmente (v. PARUSíA II).
     
      Hacia la Sagrada Escritura manifiesta O. un respeto y veneración extraordinarios. Acomodándose a la tricotomía de Platón, distingue tres sentidos en la Biblia: el somático («corporal» o literal, que atiende a los datos históricos), el psíquico (o moral) y el pneumático («espiritual» o alegórico). Su interés permanente consiste en tratar de entender los textos sagrados en ese sentido más elevado y espiritual (v. INTERPRETACIÓN II; NOEMÁTICA).
     
      No podemos omitir la doctrina ascético-mística de O., últimamente algo más estudiada. El ideal de perfección consiste, según él, en «asemejarse lo más posible a Dios». Para esto se requiere junto a la gracia de Dios el esfuerzo y la lucha humana. Distingue entre apostolado y discipulado de Cristo y de modo análogo diferencia a los cristianos llamados a una mayor perfección (los «espirituales») y los fieles comunes (V. PERFECCIÓN). Pone un acento fuerte en la necesidad de luchar contra el pecado, y contra las pasiones como causa del mismo, si bien la motivación de la penitencia externa o mortificación, no suficientemente clarificada, le lleva a la conclusión de que se ha de renunciar al matrimonio. Su aprecio de la virginidad (v.), en su aspecto positivo, es válido y ortodoxo. La evolución y ascensión mística interior se inicia con el abandono del mundo y después de periodos de prueba se ha de lograr la mística unión del alma con el Logos, expresada generalmente por la imagen del nacimiento de Cristo en el corazón del hombre y por la figura del desposorio espiritual (V. CONTEMPLACIÓN, 2)Pervivencia. La valía indiscutible de este personaje lo convirtió en autor del máximo influjo entre sus contemporáneos y en la posteridad. Tuvo muchos partidarios por la fuerza de su pensamiento verdaderamente original y sobre todo por la convincente manera de su vida (v., p. ej., EVAGRIO PÓNTICO). Los detractores los tuvo en razón de sus evidentes desviaciones dogmáticas; varias de sus doctrinas fueron pronto denunciadas. Las disputas origenianas se reproducen especialmente en tres momentos: hacia el a. 300, el 400 y eJ 550. La primera fue unadiscusión meramente literaria entre Metodio de Filipos y Pedro de Alejandría como impugnadores y Pánfilo de Cesarea como defensor de Orígenes. Ca. 400 el obispo Epifanio de Salamina (v.) condenó a O. lo mismo que el papa Anastasio. El Conc. de Constantinopla (v.) del a. 543, promulgó, a instancias del emperador Justiniano I, quince anatemas contra algunas de las doctrinas origenianas, hecho confirmado por el papa Virgilio (V. TRES CAPÍTULOS, CUESTIÓN DE LOS, 1).
     
      Sus errores principales, señalados arriba, son fruto de su empeño por explicar los datos revelados con los esquemas de las filosofías, especialmente la neoplatónica. Hay que intentar, sin embargo, comprender su postura. Su deseo de ortodoxia fue siempre claro (cfr. De Princ. prefac. 2). Sus fallos, por tanto, merecen una explicación. En muchos casos la doctrina misma católica no estaba suficientemente explicada, y faltaba aún en su época la definición dogmática que sancionara asuntos concretos que él desvirtuó. En otros casos puede incluso tratarse de doctrinas en sí ortodoxas claramente poseÍDas como tales por O., pero desacertadamente glosadas a la hora de intentar su transmisión a la posteridad.
     
      V. t.: GNOSTICISMO I y II, 6.
     
     

BIBL.: Fuentes: Ediciones de conjunto: PG 11-17; Griechiste christliche Schrisisteller (GCS) 12 vol. Leipzig 1899-1941, ed. por P. KOETSCHAU (3 vol.), E. KLOSTERMANN (4 vol.), E. PREUSCHEN (1 vol.), W. A. BAEHRNS (3 vol.), M. RAUER (I Vol.); los fragmentos de la Hexapla: F. FIELD, 2 vol. Oxford 1867-75. Ediciones de obras particulares: Contra Celso, 1899, Sobre la Oración y Exhortación al martirio, 1899, Sobre los Principios, 1913, editadas por P. KOETSCHAU; cfr. H. CROCZEL, Instrumenta Patristica VIII, Bibliographie critique d'Origéne (publié avec le concours du Centre National de la Recherche Scientilique de France), Steenbrugis, in Abbatia Sancti Petri, Bélgica 1971. Traducciones: Obras seleccionadas por P. KOETSCHAU, números 48, 52 y 53 de la Bibliothek der Kirchenvüter, 1926 ss.; G. BARDY, De oratione y Exhortatio ad Martyr, París 1932 (Bibliothéque Patristique de Spiritualité); H. U. VON BALTHASAR, Geist und Feuer, Salzburgo 1938 (antología de textos); L. DOUTRELEAU, Homil. in Gen., París 1944; FORTIER, DE LUBAC, Homilie sur 1'Ex., en Source Chrétienne (SCh) 16 París 1947; A. MEHAT, Homilie sur les Nombres, en SCh 36 ib. 1953; O. ROUSSEAu, Hom. sur le Cantique des Cant., en SCh 37, ib. 1954; F. MENDOZA, Tratado sobre la oración, Madrid 1966; D. Ruiz BUENO, Contra Celso, Madrid 1969.

 

F. MENDOZA RUIZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991