ORGANISMO SOBRENATURAL
El hombre para alcanzar la salvación (v.) debe sufrir una profunda conversión
(v.), que lo haga distinto de como era antes, es decir, que lo saque del estado
de pecado (v.) en que nace como descendiente de Adán, y lo introduzca en el
estado de amistad con Dios. Esa conversión se realiza en virtud de la gracia
(v.) divina, que infunde en el hombre fuerzas nuevas. Con el nombre de Organismo
sobrenatural se designan esas fuerzas, es decir, la gracia que con todas las
virtudes y los dones del Espíritu Santo que la acompañan y que, recibidos en el
alma, hacen al hombre nuevo en Cristo Jesús. Se emplea la expresión o. s. para
indicar que esas fuerzas no son aisladas e inconexas sino que están íntimamente
trabadas entre sí infundiendo y elevando todas las estructuras del ser humano.
La mayor parte de esas realidades tienen artículo en esta Enciclopedia: aquí se
trata de dar una visión de conjunto, remitiendo a los artículos
correspondientes, para un estudio más pormenorizado.
1. Idea general. La S. E. afirma claramente la existencia de una vida
nueva infundida por Dios en el hombre, cuyo desarrollo conduce a la posesión del
bien eterno. Un texto claro es el de 2 Pet 1,3-11: «Pues por el poder divino nos
han sido otorgadas todas las cosas que tocan a la piedad, mediante el
conocimiento del que nos llamó por su propia gloria y virtud, y nos hizo merced
de preciosos y sumos bienes prometidos para que por ellos os hagáis partícipes
de la divina naturaleza, huyendo de la corrupción que por la concupiscencia
existen en el mundo». La expresión «participación de la divina naturaleza» habla
de una divinización radical que la teología ha explicado hablando de la gracia
como hábito entitativo, que se debe manifestar en las obras, y que implica de
esa forma todo un cortejo de virtudes sobrenaturales -hábitos operativos en la
terminología escolástica- que hacen al alma capaz de tener actividad
proporcionada al objeto sobrenatural a que ha sido elevada.
El Magisterio de la Iglesia ha tratado repetidas veces el tema. Podemos
decir que se ocupan de él todos los documentos en los que se habla de la gracia
(v.), de la justificación (v.), del mérito (v.), etc. Nos limitamos a citar aquí
aquellos en los que se deja constancia de las diversas realidades que implica el
don de la gracia, ya que son ellas las que constituyen los elementos del o. s.:
Inocencio III enseña que a los párvulos se les infunde por el Bautismo la fe y
la caridad y las demás virtudes (Denz.Sch. 780); el Conc. de Vienne afirma que
en el Bautismo se confieren las virtudes (De.nz.Sch. 904); Trento define que en
el alma se reciben la gracia y otros dones y enumera específicamente la fe, la
esperanza y la caridad (Denz.Sch 1528,1530,1561).
2. Naturaleza. a) Ideas generales. Aunque el Magisterio de la Iglesia no
ha expresado en términos filosóficos la naturaleza de los elementos del o. s.,
los datos que él y la Tradición nos ofrecen, permiten realizar con seguridad un
estudio en ese sentido. Los elementos de la vida nueva y eterna hecha accesible
al hombre por Cristo son de dos especies, puesto que la vida divina implica un
aspecto personal y otro entitativo. El aspecto personal -o mejor interpersonal-
es la unión con Cristo, y, en Él y con Él, la comunidad con la Trinidad
beatísima el Padre celestial: y se define más concretamente como filiación
divina y como amistad con Dios (v. FILIACIÓN DIVINA). El aspecto entitativo
implica la liberación del pecado (v. JUSTIFICACIÓN), y la interna renovación y
santificación del hombre (v. GRACIA; VIRTUDES) que le hace semejante a Cristo.
Todos estos elementos son los que constituyen la vida sobrenatural.
Para analizar su naturaleza es conveniente que recordemos, aunque sea
brevemente, que la persona humana es un ser espiritual y corporal, que debe su
vida al alma espiritual que da al cuerpo su ser y su perfección. El alma es el
principio de operaciones del hombre, pero no es inmediatamente operativa, ya que
como sustancia creada que es se da en el orden del ser y no en el de operar, y
así necesita para operar de potencias y facultades que emanan radicalmente de su
misma esencia, pero que se distinguen realmente de ella (cfr. S. Tomás Sum. Th.
1 q76-77; v. HOMBRE). Ahora bien, aunque en la naturaleza del hombre no hay
ninguna exigencia de lo sobrenatural (v.), que trascienda totalmente las
exigencias de la naturaleza, sí hay, una vez gratuitamente elevado por Dios, una
estrecha relación entre el orden sobrenatural y el orden natural: la vida divina
eleva al hombre a un nuevo ser, le concede un nuevo modo de existencia. Podemos,
pues, poner en relación las realidades de la vida sobrenatural que nos descubre
la Revelación, con los diversos elementos o estructuras que naturalmente se
encuentran en el ser humano. Por ello, si en el orden natural existe una
sustancia que es el alma y unas potencias del alma y unas operaciones de estas
potencias, de una manera analógica podremos hablar en el o. s. de la gracia
santificante, hábito entitativo que es el principio formal de la vida
espiritual; de las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo que elevan a las
potencias del alma; y también de los actos de estas virtudes y de los dones. En
estos actos -conocer y amar a Dios participando del conocimiento y del amor que
Dios tiene de sí mismoculmina la elevación que Dios nos regala.
b) La gracia santificante, hábito entitativo. La gracia santificante es
una cualidad sobrenatural inherente a nuestra alma que nos da una participación
física y formal -aunque analógica y accidental- de la naturaleza misma de Dios
bajo su propia razón de deidad. Para ser llevada a la intimidad con Dios, el
alma es elevada desde su misma esencia por la gracia santificante, elemento
radical y primordial de la participación en la naturaleza divina (V. GRACIA).
Este elemento no puede ser una sustancia (ya que el alma es ya naturalmente una
sustancia: cfr. Sum. Th. 1-2 qll0 a2 ad2); la gracia santificante es, pues, una
forma accidental, que analizada filosóficamente pertenece al predicamento de la
cualidad, y más concretamente a la especie de los hábitos (cfr. Sum. Th. 1-2
g110 a3 ad2; De veritate, q28 a2 ad7). Si recordamos que las potencias se
distinguen realmente de la esencia del alma, comprenderemos que la gracia
santificante -raíz de la divinización- inhiere en esa esencia del alma; y si
advertimos que la esencia del alma no es operativa por sí misma, sino por las
potencias, entenderemos que la gracia santificante no puede ser otra cosa que un
hábito entitativo: el principio por el que el hombre es divinizado desde la raíz
misma de su ser.
c) Las virtudes sobrenaturales. A la gracia santificante, siguen las
virtudes sobrenaturales, hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias
del alma para disponerlas a obrar según el dictamen de la razón iluminada por la
fe. S. Tomás dice: «Como de la esencia del alma brotan sus potencias, que son
principios de operación, así también de la misma gracia brotan las virtudes en
las potencias del alma, por las cuales esas potencias se mueven a los actos
sobrenaturales» (Sum. Th. 1-2 gll0 a4 adl). De la misma manera que la gracia
santificante eleva, perfeccionándola, la esencia del alma, las virtudes
sobrenaturales perfeccionan las potencias y virtudes naturales, haciéndolas
capaces de actuar en el orden sobrenatural. Sin las virtudes infusas, en efecto,
el alma sería radicalmente incapaz de realizar actos sobrenaturales. Así, pues,
es lógico que encuadremos las virtudes sobrenaturales en la categoría de los
hábitos (Sum. Th. 1-2 gll0 a3; De veritate, q27 a2 a6 ad3). Las virtudes
sobrenaturales confieren al alma un poder de acción que es infundido, y en esto
se diferencian de los hábitos adquiridos que son resultado de la actividad
humana. Esta divinización de las fuerzas operativas al hombre se da no sólo por
las virtudes teologales, que capacitan al hombre para afirmar, amar y esperar a
Dios, por la sola razón de ser Dios y de un modo deiforme (V. FE; ESPERANZA;
CARIDAD); sino también a nivel de las virtudes morales que posibilitan al hombre
para actuar en cualquier situación de la vida como corresponde a su ser deiforme,
es decir, que le dan la capacidad de elegir los medios que deben llevar a la
consecución del fin sobrenatural (v. VIRTUDES; PRUDENCIA; JUSTICIA; FORTALEZA;
TEMPLANZA; etc.).
d) Las gracias actuales. La gracia actual es la noción por la que Dios
pone, por así decir, en movimiento a la gracia santificante o habitual y a las
virtudes infusas. La gracia actual está en íntima relación con el tema de la
moción universal de Dios (v. PROVIDENCIA DIVINA): Dios mediante su moción a las
criaturas hace posible el paso de potencia a acto en las creaturas. Pues bien,
la moción en el orden sobrenatural es lo que llamamos gracia actual (v. GRACIA),
que hace que las potencias, transformadas y elevadas por las virtudes infusas,
actúen realizando los actos sobrenaturales para los que esas virtudes las
capacitan. La realidad de la gracia actual deriva del carácter creado del
hombre: a Dios le debemos no sólo el ser y el poder obrar, sino el obrar de
hecho. Todo acto de una virtud infusa supone, por consiguiente, una previa
gracia actual que, acogida por nuestra libertad, pone en movimiento esa virtud.
El efecto de la gracia actual no es otra cosa que el acto libre y sobrenatural
por el que nos encaminamos hacia la vida eterna y crece en nosotros la gracia
santificante (v. JUSTIFICACIÓN; MÉRITO).
e) Dones del Espíritu Santo. Los dones son hábitos sobrenaturales
infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con
facilidad las mociones del Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano (v.
ESPÍRITU SANTO III). Son, pues, un perfeccionamiento de lo que nos dan ya las
virtudes infusas. S. Tomás aclara la posible duda de que los dones no hacen otra
cosa que duplicar la acción de las virtudes: «Es de considerar que en el hombre
hay un doble principio motor: uno interior, que es la razón, y otro exterior que
es Dios... Y es cosa evidente que todo lo que se mueva debe ser proporcionado a
su motor... Es, pues, necesario que haya en el hombre ciertas perfecciones
superiores que le dispongan a ser movido divinamente y estas perfecciones se
llaman dones» (Sum. Th. 1-2 q68 al). La diferencia entre virtudes y dones se
funda en el diverso principio motor a que unos y otros hábitos se refieren,
aunque su objeto material sea el mismo: mientras las virtudes disponen para
seguir el dictamen de la razón, iluminada por la fe -es decir, para obrar
sobrenaturalmente, pero de un modo humano-, los dones disponen para seguir
dócilmente al Espíritu Santo. Los dones conducen de esa forma al perfecto
desarrollo de la vida sobrenatural.
f) La inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del justo. El
hombre regenerado por la gracia, virtudes y dones se convierte en templo de Dios
y miembro vivo del Cuerpo Místico de Cristo. En el alma en gracia habita la
Santísima Trinidad como en un templo. La Sagrada Escritura emplea diversas
fórmulas para expresar esta verdad: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi
padre le amará, y vendremos a él y en él haremos nuestra morada» (lo 14,23);
«pues vosotros sois templo de Dios vivo» (2 Cor 6,16; cfr. 1 lo 4,16; 1 Cor
3,16-17; 1 Cor 6,9; 2 Tim 1,14). La inhabitación consiste formalmente en una
unión física y amistosa entre Dios y el hombre realizada por la gracia, en
virtud de la cual Dios, Uno y Trino, se da al alma .y está personal y
sustancialmente presente en ella, haciéndola partícipe de su vida divina. Esta
presencia de la Trinidad en el alma en gracia no es igual a su presencia de
inmensidad, común a todas las cosas creadas (V. CREACIÓN; DIOS IV, 3), sino que
es una presencia por el conocimiento y eJ amor (V. JUSTIFICACIÓN; FILIACIÓN
DIVINA).
De un modo análogo a como el Hijo es uno con el Padre por su unidad de
naturaleza, nosotros somos uno con Dios por los actos de conocimiento y amor que
nos permite hacer la gracia, que, como decíamos, no es otra cosa que una
participación física y formal de la misma naturaleza divina. Por la gracia la
misma vida de Dios se comunica al alma. La inhabitación de la Santísima Trinidad
hace que las Tres Divinas Personas se constituyen en objeto fruitivo de toda la
vida espiritual, según han relatado los místicos: «Acaecíame... veníame a
deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar
que estaba dentro de mí, o yo toda enóolfada en El» (S. Teresa, Vida, 10,1). La
oración, la vida mística es el fin normal de la vida cristiana en cuanto vida de
unión con Dios.
3. El desarrollo del organismo sobrenatural. El estudio por separado de
cada uno de los elementos del o. s. no es suficiente para dar idea del papel de
cada uno de ellos en el desarrollo de la vida cristiana. Una breve síntesis
orientará en este sentido. El cristiano es el hombre caÍDo pero regenerado por
la gracia de Jesucristo. Este hombre que antes dirigía sus energías naturales
hacia el pecado, hacia el mal; ahora, por la gracia de Jesucristo, las dirige
hacia el bien. La gracia de Jesucristo eleva todas las fuerzas del alma:
principio de la vida espiritual la gracia es el principio de la santidad. Ella
realiza la nueva estructura del ser humano. Las virtudes teologales permiten al
cristiano llenar sus grandes y nobles ideales llevándolo hacia el Bien Supremo.
Con la gracia y las virtudes teologales se armonizan las virtudes morales
sobrenaturales que elevan todas nuestras fuerzas y las orientan hacia la
elección de los medios para la posesión de Dios.
Esta empresa de nuestra santificación no se realiza en un momento, sino
que se va desarrollando progresivamente. La vida tiende a su desarrollo y
plenitud. Logrará su máxima perfección en la visión de Dios cara a cara, en el
Cielo (v.), pero se anticipa ya aquí de algún modo en la fe, esperanza y
caridad, que nos hacen conocer y amar a Dios mismo y a la realidad entera tal y
como Dios la conoce y la ama. Siendo fiel a la gracia, poniendo en juego, bajo
la moción divina, todas las fuerzas infundidas en El por Dios, el cristiano
crece en su vida sobrenatural, realizándose así en él lo que decía S. Pablo:
«reflejamos, como espejos, la gloria del Señor, y nos transformamos en la misma
imagen, de gloria en gloria como movidos por el Espíritu del Señor» (2 Cor
2,18).
V. t.: GRACIA; VIRTUDES; ESPIRITU SANTO III; ASCÉTICA; MíSTICA.
BIBL.: M. SCHMAUS, Teología dogmática V : La gracia, 2 ed. Madrid 1962; J. VAN DER MEERSCH, Gráce, en DTC VI,1554-1687; J. B. TERRIEN, La gracia de Dios y la gloria, Madrid 1952; CH. BAUMGARTNER, La gracia de Cristo, Barcelona 1969; P. GARRIGOU-LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior, Buenos Aires 1944; A. ROYO-MARÍN, Teología de la perfección cristiana, Madrid 1954; J. TIssoT, La vida interior, Barcelona 1964; A. TANQUEREY, Compendio de Teología ascética y mística, París 1960; y la citada en las voces GRACIA; JUSTIFICACIÓN; MÉRITO; ASCÉTICA; MÍSTICA.
J. M. PUJOL BERTRÁN.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991