Ofrenda


Ofrendas cruentas e incruentas. En todas las religiones existe la práctica de ofrecer a la divinidad, dueña de la vida y de las cosas, algo que le pertenece, con la finalidad de reconocer su dominio soberano, expiar las propias faltas, manifestarle agradecimiento o congraciarse en la petición de algún favor; pueden variar la materia, lugar y modo o desarrollo de la ofrenda. Las diferencias, que se especifican, no deben considerarse como inmutables e in, transferibles; sería ridículo y absurdo en cualquier caso, mucho mas por tratarse de religiones practicadas por pueblos que se entreveraron en más de una ocasión a través, de la convivencia en el mismo suelo. Las diferencias apuntadas se limitan a determinar las preferencias de cada corriente religiosa, la práctica más generalizada en cada una de ellas. Dos son las clases principales de ofrendas: cruentas e incruentas. De las primeras o sacrificios se habla en otro artículo; en las religiones no cristianas, el sacrificio caracteriza sobre todo a las étnico-políticas o celestes, más propias de pueblos, al menos en su origen, nómadas y pastores. Aquí se hablará de las incruentas u ofrendas en su sentido más restringido y propio.

La religiosidad telúrico-mistérica y las ofrendas. La religiosidad telúrica afincada, por lo menos en su origen, en el suelo agrario (pueblos sedentarios y labradores) prefiere la o. de frutos de la tierra: cereales, vino, etc., o elaboraciones no sangrientas de los animales, p. ej., panales de miel. En los cultos mistéricos, más despegados del subsuelo telúrico por su evolución interna, por el paso del tiempo y por contagio con las religiones étnico-políticas, se sacrificaron también animales, mas casi siempre se trata de los llamados sacrificios omofágicos (acompañados de banquete de todo o parte del animal sacrificado): la serpiente, el toro , encarnaciones de la divinidad y destinados a producir el «entusiasmo» o «endiosamiento» (bacantes, ménades, etc.).

Objetos ofrendados. Aparte de los frutos y productos agrícolas al natural o elaborados: panes, harina, vino, etcétera (pueblos de religión telúrica, Mesopotamia, Arabia, bantúes, camitas, incas, etc.), los objetos más frecuentemente ofrendados son los siguientes: miel (pigmeos africanos: bambuti, etc.), flores (indios de Matto Grosso, varios pueblos de la América precolombina, p. ej., los incas, etc., antiguos asirio-babilonios, etc.), incienso y sustancias aromáticas de procedencia vegetal (Mesopotamia, cananeos, etc.), el cabello ordinariamente, de los muchachos al comenzar la pubertad, de las muchachas al casarse (Grecia, Arabia central, etc.). El cabello era símbolo de la fuerza y de la vida, tal vez por relación con fenómenos de la pubertad (brote de vello y cabello, etc.). Por eso, la tonsura, o cortarse el pelo en señal de luto por parientes muertos trasciende la apariencia primera de condolencia; viene a significar la participación, de los unidos por la sangre, en la muerte de uno de ellos.

Varios pueblos (babilonios, sumerios, acadios, etc.), conocieron la o. incruenta de personas: mujeres, que no eran dedicadas todas a la «prostitución sagrada», sino también a servir a los dioses. Otras o. frecuentes eran la de alimentos arrojados por el paterfamilias, al comenzar la comida, al fuego vivificado por Hestia, Vesta, etc., y de vino derramado sobre el altar familiar; también bebidas de sabor especialmente grato para el gusto de los dioses: el soma (India), el haoma (mazdeísmo, zoroastrismo), si bien la última se empleaba también con fines purificatorios, p. ej., de los labios de los recién nacidos. Ofrenda de las primicias. Una de las versiones más arcaicas de las o. es el ofrecimiento de las primicias presente tanto en pueblos agrícolas (primeros frutos de los árboles, de la cosecha de mieses, primeros canales, primer vino, etc.) como en los cazadores, p. ej., los bosquimanos, y pescadores (primer pescado cogido o animal cazado, ya íntegro ya algunas de sus partes) y en los ganaderos (primeros nacidos de los animales y de los hombres): pueblos primitivos de Africa (Pigmeos, bantúes, camitas, etc.), Asia, Australia (islas Salomón, Polinesia, etc.), Alaska, Tierra de Fuego, Israel, semitas, incas y varios pueblos precolombinos, etc.

Al parecer, una modalidad de esta clase de o. era el diezmo ofrecido a la divinidad e indirectamente, sobre todo en época tardía, a los sacerdotes, diezmo de la era y del lagar, propio de los labradores y de los primogénitos de los ganados (pastores, ganaderos), existente en varios pueblos de los enumerados.

Ofrendas a los muertos. De ordinario no tratan de aplacar su peligrosidad. El alma tras la muerte necesitaba los alimentos: sangre, agua, etc., como medio de subsistencia y de conservar la apariencia (umbra, doble) corporal. De ahí que en varios vasos, lecitos, etc., estén los soportes de las almas sorbiendo los alimentos; de ahí la existencia de hoyos de o. en las sepulturas del paleolítico y posterior, o de vasijas y recipientes en tumbas de diversos tipos (dólmenes, épocas posteriores: cananeos, etcétera). Sobre todo necesitaban corporeidad y alimentos, cuando eran evocados; p. ej., caso de Ulises en el libro 11 de la Odisea. En otros casos las ofrendas a los muertos y antepasados tienen un carácter más estrictamente cultual, relacionado más o menos con la divinidad, en cuya mansión moran los espíritus de los difuntos.

Finalidad de las ofrendas. Pueden señalarse varios fines o motivos originarios de las mismas: a) Reconocimiento del señorío absoluto y dominio universal de la divinidad. De ahí que se le ofrezca lo mejor y primero (primicias). En la parte ofrendada queda como concentrado el todo por ella simbolizado. La o. no es sino devolución de lo que ya pertenece a la divinidad. Expresamente lo reconocen en la fórmula de la o. varios pueblos, p. ej., los pigmeos africanos, cuando ofrecen parte de la miel silvestre o de los frutos, pues dicen: «Esto es para ti, Tore», «Todo pertenece a Tore, pues Tore ha hecho los árboles..., todo lo ha hecho»; b) una especie de contrato, do ut des, o dar algo a la divinidad, para que ella conceda algo: sus bendiciones, buenas cosechas, salud, cualquier petición, a veces, formulada de modo marcadamente ritualista (p. ej., religión romana); c) comida y bebida ofrecidas a los dioses (práctica de los sumerios, babilonios, lectisternios de los romanos, etc.).

En general, ofrecer cosas a Dios es una práctica natural de religiosidad y piedad. La ofrenda puede ser no sólo exterior, sino fundamentalmente interior; la ofrenda material externa, de un objeto, primicias, etc., en realidad no es más que un signo y manifestación de la ofrenda interior, del ofrecimiento a Dios de la propia persona. El hombre, creado por Dios y dependiente de ÉI, devuelve así a Dios la gloria y el honor debidos; es también una manifestación del amor que debe a Dios, un deseo de unión con ÉI, y un deseo de cumplir su voluntad, de realizar la tarea que Dios ha encomendado al hombre en esta tierra. Éste es el profundo sentido que tiene la ofrenda en el cristianismo, que por iniciativa de Dios llama al hombre a la más alta santidad. La práctica del frecuente ofrecimiento de obras, la oración, que muchas veces tiene el sentido de ofrecimiento, el cultivo del espíritu de mortificación y de la presencia de Dios, la búsqueda de la santificación del trabajo, etc., están en esa línea.

BIBL. : M. GUERRA, Yahveísmo, religiones nacionales y religiosidad ctónico-mistérica, «Burgense», 7 (1966) 49-50 y 6 (1965) 46-48; G. VAN DER LEEUW, Phanomenologie der Religion, Tubinga 1933; ÍD, Die do-ut-des-Formel in der Opfertheorie, «Archiv für Religionswissenschaft», 20 (1920-21) 241-253; R. A. S. MACALISTER, Sacrifice, en Encyclopădie of Religion and Ethics, 11, Edimburgo 1928, 37 55.; I. MARINGER, Los dioses de la prehistoria, Barcelona 1962 (ofrendas en el paleolítico).

M. GUERRA GÓMEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991