Novacianismo


1. Ambiente religioso del s. III. Hasta mediados del s. III las persecuciones contra el cristianismo no habían pasado de explosiones momentáneas de tempestad muy localizadas, y con cierto fondo de tolerancia. Por otra parte, en la Iglesia primitiva (s. I-III), los llamados «pecados capitales»: apostasía, homicidio, adulterio y fornicación, se castigaban con gran rigorismo penitencial; pero aun a los grandes pecadores públicos expulsados perpetua o temporalmente de la Iglesia, después de larga y ejemplar penitencia, se les concedía el perdón y la readmisión en la comunidad cristiana. De esta práctica antiquísima (s. I-II) dan testimonio S. Ireneo, Clemente Alejandrino. S. Cipriano y el propio Tertuliano antes de hacerse montanista. No faltaron, sin embargo, obispos y aun sectas excesivamente rigoristas, que excluyendo definitivamente de la comunidad a los grandes pecadores, niegan a la Iglesia el poder para perdonar: este tipo de pecados.

Con el emperador Decio (249-251) se inicia un nuevo sistema de persecución general contra los cristianos y exterminio de la propia Iglesia. De modo sistemático se indaga y pone a prueba la fe de los cristianos. Surge así, en tiempo del papa Cornelio (a. 251-53), la controversia de los lapsos, y poco después la de los rebautizantes. La reconciliación eclesiástica y la disciplina penitencial, desde mediados del s. III hasta bien entrado el s. IV, constituyen un grave problema dentro de la Iglesia y son causa de innumerables escisiones y chispazos cismáticos tanto en Oriente como en Occidente.

2. Novaciano: datos biográficos. De origen probablemente frigio (Filostorgio, Hist. eccl., 8,15) y nacido a principios del s. 111, N. vivió desde muy joven en Roma.

Como catecúmeno forma parte, durante años, de la comunidad cristiana. Su inteligencia y profundos conocimientos, tanto de la filosofía estoica como de los clásicos latinos, le colocan en un puesto de importancia dentro de la Iglesia romana.

Por largo tiempo, escribe Eusebio (Hist. eccl. 6,43,14-15), estuvo N. poseído del diablo y, habiéndole ayudado un grupo de exorcistas a salir de su enfermedad, en la misma cama en que yacía recibió el bautismo de aspersión («clínico»). Recobrada la salud no cuidó de suplir las ceremonias prescritas por la Iglesia, ni tampoco fue confirmado por el obispo. Este tipo de bautismo de urgencia se consideraba impedimento para ascender a cualquier grado del estado clerical. Sin embargo, el papa Fabiano, contra la costumbre de la Iglesia y en abierta oposición a buena parte del clero y pueblo romano, le impone las manos para darle como dice Eusebio - «un puesto entre los presbíteros» (Hist. eccl. 6,43,17). Cabe suponer que la actuación del papa Fabiano y la dispensa de tal impedimento se debió sin duda al prestigio intelectual de que gozaba N. y, sobre todo, a los muchos servicios que de él esperaba en favor de la Iglesia.

Desencadenada la persecución de Decio y martirizado Fabiano (enero del 250), durante catorce largos meses resulta imposible proceder a la elección de nuevo Pontífice. Al frente de la comunidad romana está el presbyterium; Cornelio y N. son los personajes más influyentes dentro del clero romano. A raíz de la persecución y ante la apostasía de numerosos cristianos (lapsi), el obispo de Cartago, S. Cipriano, consulta a los «presbíteros y diáconos que viven en Roma», sobre la conducta y disciplina a seguir con los que apostataron y ahora tratan de ser readmitidos. El contenido de las dos cartas de respuesta de Roma, su estilo esmerado y brillante y, sobre todo, el testimonio de S. Cipriano (Epist. 4,5: PL 4,235-40) hacen suponer que su autor, más que el propio presbyterium, fue N. (Cipriano, Epist. 30 y 36: PL 4,310-15; 335-36). En ellas se pone de manifiesto que la iglesia de Roma está plenamente de acuerdo con el obispo de Cartago en lo que se refiere al mantenimiento de la disciplina eclesiástica con los caídos durante la persecución, y aunque se declara a favor del perdón para los arrepentidos y penitentes, sin embargo, prefiere aplazar la cuestión de la reconciliación hasta la elección del nuevo obispo de Roma. Sólo en caso de peligro inminente de muerte, por razón de caridad, debe socorrérseles, dándoles la absolución con cautela y solicitud (Cipriano, Epist. 30,8).

3. El cisma. Elegido Cornelio para suceder a Fabiano en la sede de Roma (primavera del 251), N. se siente herido y, ante la imposibilidad de realizar sus aspiraciones, trata de formar partido entre presbíteros y confesores y, después de acusar a Cornelio de laxista por su benignidad con los apóstatas, consigue con engaño y violencia que tres obispos rurales de Italia le consagren obispo de Roma (Eusebio, Hist. eccl. 6,43,8-9). Desde este momento y rodeado de un grupo de presbíteros, diáconos y admiradores, el antipapa N. se declara, frente a Cornelio, jefe de una secta religiosa que había de extenderse por Oriente y Occidente con grave daño para la Iglesia católica.

S. Dionisio de Alejandría, conocedor de la postura rigorista de N. y del cisma que se avecinaba, después de intervenir ante la autoridad eclesiástica suplicando la mayor benignidad posible para con los caídos en la persecución, en carta al antipapa le dice: «Que él con sus adeptos, los «novacianos», prescindiendo de los motivos personales - más o menos razonables - deberían estar dispuestos a sufrirlo todo, antes que desgarrar la unidad de la Iglesia de Dios» (Eusebio, Hist. eccl. 6,45). Ante la conducta intransigente y altanera de los novacianos, que se llamaban a sí mismos «puros» (cátaros), el sínodo romano del año 251 excomulga a N. ya cuantos comparten sus inhumanas ideas. En cambio, usa de misericordia con los lapsi, exigiendo las debidas cautelas y saludable penitencia.

A partir de esta condenación pública, poco sabemos de la vida de N. Durante las persecuciones de Galo (a. 253) y Valeriano (a. 257), lejos de Roma, permanece en contacto con sus comunidades a base de pequeños tratados, cartas y exhortaciones morales. De esta época son sus opúsculos sobre: Los alimentos judaicos, Espectáculos públicos y Ventajas de la castidad. El novaciano Simproniano y el historiador Sócrates (Hist. eccl. 4,28) relatan su martirio ocurrido durante la persecución de Valeriano; y el Martirologio jeronimiano nombra a N. entre los mártires romanos, el 29 de junio. Recientemente (1932) en un cementerio romano anónimo, cerca de S. Lorenzo (Via Tiburtina) se descubrió una tumba sepulcral ricamente decorada con esta inscripción: NOVATIANO BEATISSIMO MARTYRI GAUDENTIUS DIACONUS); muchos suponen, con fundamento, que se trata del sepulcro de N., en cuyo honor el diácono Gaudencio mandó embellecer su tumba.

4. Novacianismo. La secta novaciana no termina con la expulsión de su fundador y correligionarios en el sínodo de Roma del 251. Paulatinamente va matizándose su doctrina e ideología. Sabemos por S. Cipriano que a la muerte de N. (ca. 257) su contra-iglesia contaba ya con Jerarquía propia, buena organización y florecientes comunidades (cfr. Epist. 55,24: PL 2,358). Los historiadores antiguos: Eusebio, Sócrates y Teodoreto, hablan de su gran expansión y progreso por todo Oriente. En Antioquía y Asia Menor, las viejas comunidades montanistas y otras sectas rigoristas se refundieron con los novacianos. Algo parecido ocurre en Africa; frente a la iglesia católica de Cartago con su obispo S. Cipriano se levanta, por una parte, el partido laxista de Felicísimo y Fortunato y, por otra, la iglesia novaciana con Máximo a la cabeza. Hacia el 255 y después en el concilio de Nicea (325) se plantea entre los católicos el problema de la validez del bautismo administrado por los novacianos. La incorporación al catolicismo de numerosos novacianos y de católicos a la contra-iglesia es un signo de la vitalidad y organización de las comunidades novacianas. Entre los obispos novacianos más destacados figuran: Marciano de Arlés, Fabio Antioqueno y Asclepiades de Nicea. Durante el s. IV celebran varios sínodos en Frigia (Pazos).

El papa Cornelio, S. Cipriano de Cartago y S. Dionisio de Alejandría lucharon tenazmente contra N. y su secta. La misma actitud adoptan: Reticio de Autun (ca. 315), S. Ambrosio (ca. 390), Paciano de Barcelona (fines s. IV), S. Cirilo (ca. 412), etc. Todos ellos se oponen al novacianismo, que no permite la absolución de los lapsi ni en peligro de muerte y niega a la Iglesia la potestad de perdonar determinados pecados graves. Adictos a la fórmula homousiana, el Conc. de Nicea los trata con suma benevolencia. Más tarde, por esta profesión de fe, los novacianos, junto con los católicos, serán objeto de la ira y fanatismo macedoniano (356) y nestoriano (428). Los papas Inocencio I (402-417) y Celestino I ( 422-432) cierran muchas de las iglesias novacianas, obligándoles a reunirse en casas privadas. Con la Ley de Valentiniano III y Teodosio II ( 428) la secta novaciana pierde definitivamente sus iglesias en Roma y Alejandría, la autoridad imperial controla rigurosamente sus reuniones y todo tipo de manifestación pública (Cod. Theod. XVI,5,65; 3 ed. Th. Mommsen, 878; Cod. Just. 1,5,5).

Ya entrado el s. VI, Eulogio, patriarca de Alejandría, escribe 6 gruesos volúmenes contra los novacianos. Focio (s. IX) nos ofrecerá más tarde un compendio doctrinal de esta obra. La historia del cisma e iglesia novaciana termina en el s. VII con la extinción definitiva de sus últimas comunidades en Oriente.

5. Escritos y doctrinas. S. Jerónimo y S. Cipriano atribuyen a N., entre otras, las siguientes obras: De Trinitate, De cibis judaicis, De spectaculis, De bono pudicitiae, De singularitate clericorum, Epistolae (30 y 36) de S. Cipriano, etc. (PL 3,911-82, 982-92; 4,810-18,851-60,912-48; 310-23; 335-36). Sometidos a rigurosa crítica, sólo los tratados De Trinitate, De cibis judaicis, 2 Cartas al obispo de Cartago y, con menor probabilidad, el De spectaculis y De bono pudicitiae, pueden considerarse obras de N. Los Tractatus SS. Scripturarum, Quod idola Dii non sint, De laude martirii, etc., son obras de otros novacianos o simplemente anónimas. Discípulo e imitador de Tertuliano, N. y sus seguidores no ofrecen grandes novedades en el campo teológico. Sin embargo, N. es el primer teólogo romano que publica sus obras teológicas y exhortaciones pastorales en latín. En lenguaje culto y estilo esmerado, proporciona a la Iglesia occidental la terminología y fórmulas dogmáticas precisas, indispensables en las controversias trinitarias con los griegos.

El tratado sobre la Trinidad (PL 3,911-82), obra teológica principal de N., está escrito con primoroso cuidado y dialéctica contundente; viene a ser una explicación de las verdades fundamentales del «símbolo de la fe». En la misma línea de S. Justino, S. Ireneo y Tertuliano, expone su complicada teología trinitaria, intentando mantener una vía media entre el adopcionismo dinámico y el modalismo patripasiano. Dios, al mismo tiempo que «uno», es Padre con paternidad eterna. Del Padre nace y procede la segunda persona, el Hijo, «sustancia divina» distinta, que recibe la santificación del propio Padre. Enviado por el Padre como mensajero del gran consejo, Jesucristo es siervo fiel y obediente a sus consejos. N. admite la unión y distinción de la humanidad y divinidad en Cristo y, por tanto, le considera y llama: «verdadero Dios y verdadero hombre». A pesar de sus esfuerzos por admitir la «consustancialidad», «communio substantiae», del Padre y del Hijo, al tratar de salvar la unidad de la divinidad sin incurrir en el diteísmo, acentúa la subordinación del Hijo convirtiéndole en manifestación temporal y pasajera del Padre. En la doctrina novaciana, el Espíritu Santo es el tercer término de la Trinidad. Sin llamarlo Dios, N. lo considera «revelador de las cosas divinas» dotado de «virtud celeste y eternidad divina». Él fue quien iluminó a los apóstoles y profetas, quien con sus dones conserva incorrupta la santidad de la Iglesia, Él es autor de nuestro segundo nacimiento en el Bautismo. Pero el Paráclito recibió su mensaje de Cristo y, por tanto, es inferior a Cristo, de quien recibe, y superior a las criaturas, a las cuales da.

Los opúsculos morales sobre la castidad, espectáculos, etc., no tienen carácter teológico; su finalidad es éticopastoral. Tampoco se hace en estos escritos ni la menor alusión al cisma. N., como buen pastor, dirige sus exhortaciones a las distintas comunidades de Oriente y Occidente; todos los temas están salpicados de sabios consejos evangélicos.

 

6. Valoración. Casi todo lo que sabemos de N., su personalidad, carácter, conducta, etc., lo sabemos a través de sus adversarios. Esto impone ciertas reservas. La conducta altanera del antipapa y su abierta oposición al legítimo obispo de Roma, más que a posiciones dogmáticas o doctrinales, debe atribuirse a motivos puramente personales. De hecho su obra De Trinitate es un auténtico tratado de teología occidental, con los errores de Teófilo Antioqueno, S. Ireneo, S. Hipólito y Tertuliano, pero más amplio, exacto y sistemático. Ni el Conc. de Nicea (325) ni el I de Constantinopla (381) le declaran hereje.

Poco antes de la elección de Cornelio, N. alaba la conducta de Cipriano en todo lo referente a los lapsi con estas palabras: «Deseando guardar en estas cuestiones la moderación de esta vía media..., después de consultar a otras iglesias, hemos juzgado que no se debe modificar nada hasta la designación de un nuevo obispo. Pero creemos que se debe usar de moderación en las medidas que se tomen respecto de los lapsi…, vale más que queden en suspenso las causas de aquellos que pueden soportar la dilación. En cuanto a los que por hallarse en peligro inminente de muerte no pueden tolerar que se difiera su causa, si han hecho ya penitencia y han manifestado repetidas veces el dolor de sus faltas..., y si por otro lado, humanamente hablando, no les queda ninguna esperanza de vida, que sean socorridos con cautela y solicitud» (Cipriano, Epist. 30: PL 4,310-315). En cambio, en la primavera del 251, apenas elegido Cornelio, olvidando por completo su postura y decisión moderada en el problema de los apóstatas, N. se opone tenazmente a los obispos de Cartago y Roma y, sobre todo, a las decisiones sinodales de ambas iglesias. ¿Cómo se explica un cambio de opinión tan radical y en tan corto espacio de tiempo?

N., una vez consumado el cisma, se convierte en jefe de la contra-iglesia. Desde este momento, ya no es él solo quien actúa y rige, es la iglesia novaciana, son sus obispos, quienes le obligan a tomar actitudes y aun principios doctrinales opuestos a los sostenidos antes por él mismo y ahora manifestados en los sínodos de Cartago y Roma.

N., que, en general, admite todos los dogmas y doctrina de la Iglesia católica, partiendo de una concepción puritana de iglesia («asamblea de los santos, puros»), y de la limitación del poder de las llaves ( «el que me negare delante de los hombres yo le negaré delante de mi Padre», Mt 10,33), al negar la readmisión de los apóstatas y libeláticos, pone en jaque la bondad del Padre, la misericordia del Hijo y la misma acción santificadora del Espíritu Santo. Sin embargo, esta separación definitiva de la Iglesia impuesta por los novacianos a todo género de apóstatas no supone para ellos una infalible condenación. N. admite que aun fuera de la Iglesia, si bien con mucha menos seguridad, los apóstatas arrepentidos pueden obtener la misericordia de Dios y salvarse. «Dejemos a Dios mismo - escribe -, que sabe cómo los ha de tratar (a los lapsi) y de qué manera mirar a la balanza de la justicia. Nosotros, por nuestra parte, obremos con diligencia de manera que ningún malvado pueda aplaudir nuestra liberalidad y que ninguno que esté verdaderamente arrepentido acuse a nuestra severidad de crue1» (Cipriano, Epist. 30,8). N. se opone a la readmisión de los lapsi porque cree que la presencia de estos seres impuros mancillaría la santidad de la misma Iglesia.

No fue N., sino más bien sus seguidores, los «novacianos» y, sobre todo, los montanistas, quienes llevaron su doctrina a un rigorismo insospechado. A finales del s. IV, los novacianos y montanistas rechazan, entre otras cosas: la crismación después del bautismo, las segundas nupcias, la reconciliación eclesiástica de apóstatas, adúlteros y fornicarios, y exigen a los cristianos afiliados a su secta nuevo bautismo. Sólo una fuerte reacción contra la supuesta corriente laxista, iniciada en tiempo del papa Calixto y ratificada después en los sínodos de Roma y Cartago (251) explica esta conducta rigorista.

Iniciador de la teología occidental y hombre de personalidad acusada, el antipapa N. provoca en Roma una escisión puramente disciplinar. Sus correligionarios, los «novacianos», extendidos ya por Oriente y Occidente, en siglos sucesivos y con un rigorismo a ultranza, convirtieron esta escisión en auténtico cisma, comprometiendo la unidad y vida de la Iglesia hasta el s. VII.

BIBL. : S. GONZÁLEZ RIYAS, La penitencia en la primitiva 19lesia española, Salamanca 1952; I. QUASTEN, Patrología, I. Madrid 1962, 503-518 (contiene amplísima bibliografía y fuentes); E. AMANN, Novatie:n et Novatianisme, en DTC 11,815-849; M. SIMONETTI, Alcune osservazioni sul «De Trinitate» di Novaziano, en Studi in onore di A. Monteverdi, II, Módena 1959. 771-783; A. D'ALES, Novatien. Étude sur la théologie romaine au milieu du III siecle, París 1924; P. GALTIER, L'Église et la rémission des péchés aux premiers siecles, París 1932; W. AMMUNDSEN, Novatianus og Novatianismen, Copenhague 1901.

A. RIESCO TERRERO.

 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991