NATANAEL


Equivale a Teodoro, Adeodato (babilonio: Natari(ni)li; hebreo Nétan'é1, don de Dios). Es el nombre de varios individuos de escaso relieve en el A. T. y de uno de los primeros discípulos de Jesús, que probablemente se ha de identificar con el apóstol Bartolomé (v.).
      Semblanza evangélica. Era natural de Caná de Galilea, unos 12 norte de Nazaret (v.), y figura entre los Apóstoles (v.) al lado de Simón Pedro, Tomás, los hijos del Zebedeo y otros dos discípulos (lo 21,2). Fue Felipe (v.), que llevaba ya algún tiempo como discípulo de Jesús, quien le comunicó el descubrimiento del Mesías: «Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas; a Jesús, hijo de José, de Nazaret» (lo 1,45). Se refería al Profeta anunciado por Moisés (Dt 18,18-19). La respuesta de N. «¿de Nazaret, puede salir algo bueno?» (lo 1,46) revela su idea de que la aldea de Nazaret, que ni siquiera se nombra en el A. T., no era el lugar apropiado para la patria del Mesías, sino Belén (Mich 5,1), como suponían muchos, según nos revela S. Juan: «¿Par ventura va a venir de Galilea el Cristo? ¿No ha dicho la Escritura que del linaje de David, Y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el Cristo?» (lo 7,41-42).
      Los jefes del pueblo formularán más tarde a Nicodemo la misma objeción: «Averigua, y verás que de Galilea no sale profeta alguno» (lo 7,52). Se puede suponer que N. participaba además de la creencia de sus compatriotas sobre el origen misterioso del Mesías: «Éste sabemos de dónde es; en cambio, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es» (lo 7,27). El origen humano de Jesús ha sido siempre para los judíos la piedra de tropiezo para no reconocer su origen divino (lo 7,27-29). Ante el escepticismo de su amigo, Felipe se limitó a decirle: «Ven y verás» (lo 1,46). «Vio Jesús venir hacia sí a Natanael, y dice de él: He aquí un israelita de veras, en quien no hay engaño» (lo 1,47). Este elogio expresa la condición que el Señor quiere encontrar en los hombres para hacer de ellos sus discípulos y constituir el Nuevo Israel. El sentido de las palabras de Cristo es: He aquí un hombre digno de llamarse Israel, que hace honor a su nombre de israelita, enteramente fiel al Señor y a su Alianza (cfr. Is 44,5-7), en cuya conducta y palabras no hay resto alguno de infidelidad religiosa (Soph 3,13), capaz, por consiguiente, de ver y conocer a Dios en Cristo. Hay por ventura aquí una alusión a la distinción entre judío e israelita, caracterizando la diversa actitud de los compatriotas de Jesús frente a su mensaje de salvación: «En adelante los judíos son rechazados de la elección, en provecho de un pueblo nuevo, el grupo de los discípulos que, a imagen de Natanael, sabe reconocer que Jesús es el Hijo de Dios, el Rey de Israel (lo 1,49). Judío marcaba la descendencia carnal; Israel la descendencia espiritual; los que rehúsan ver la Gloria de Cristo permanecen judíos, no son más que judíos, dejan de ser Israel» (E. Boismard, o. c. en bibl. 103).
      Las palabras de Jesús daban a entender que conocía íntimamente el alma de N. El asombro de éste llegó al extremo, al oírle hacer alusión a una vivencia secreta de su vida: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (lo 1,48). «No nos extrañaría nada que Natanael, cuando estaba debajo de la higuera (lugar al que los rabinos acostumbraban retirarse para estudiar), estuviera pensando si él ajustaba o no su conducta a la que debía ser la de un israelita sin dolo. Cuando luego... Jesús le dijo que sabía esto porque le había visto cuando estaba debajo de la higuera, se dio cuenta de que las palabras de Jesús eran intencionadas, que respondían a lo que él había estado pensando, y suponían por lo mismo un conocimiento sobrenatural» (Enciso). Las palabras: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (lo 1,49), en el nivel histórico, afirman que Jesús es el Mesías, en conformidad con la profecía del salmista que canta la entronización del Rey-Mesías sobre Israel (Ps 2,78). Pero en el nivel profético que tiene presente la realización del oráculo en el hecho de la resurrección (Act 13, 33), la fórmula implica el reconocimiento de la filiación divina natural de Jesús, que le dijo: «¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera crees? Cosas mayores que éstas has de ver... En verdad, en verdad os digo, veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre» (lo 1,50-51).
      Esta profecía de Jesús resume lo que N. y los demás discípulos han de contemplar durante su convivencia con Él: la comunicación del cielo y de la tierra en forma parecida a la visión de la escala de Jacob (Gen 28,11-13), manifestada en los milagros y en la exaltación de Cristo, «signo» en el cual el verdadero israelita ve a Dios. «En el cuarto evangelio, a la idea del Hijo del hombre está esencialmente vinculada la idea de la exaltación y glorificación: es porque el Hijo del hombre ha descendido del cielo. por lo que puede volver a subir a la derecha del Padre, en la gloria. Este misterio de la exaltación comienza por la cruz, primer paso que debe conducir a Cristo a lo alto... El misterio de Cristo elevado (sobre la cruz y en la gloria) es objeto de visión: es el signo por excelencia que debe permitir al fiel ver a Dios en Cristo. Con ello el fiel viene a ser verdadero Israel, el Vidente de Dios» (Boismard, o. c. 119).
      Dudas en torno a su figura. No obstante esta estampa evangélica, muchos, en pos de S. Agustín, negaron que N. fuera apóstol. Al lado de S. Agustín están: S. Jerónimo, S. Gregorio Magno, S. Alberto Magno, S. Tomás y otros muchos. S. Epifanio (Raer. 23,6: PG 41,305) lo identifica con el compañero anónimo de Cleofás en la aparición de Jesús camino de Emaús (Lc 24,13.18) y otros con alguno de los 72 discípulos del Señor (Lc 10,1.17), sin tener en cuenta el relato de la elección del que había de sustituir a judas en el Colegio apostólico (Act 1,21-23), en el que sólo aparecen dos candidatos con las condiciones requeridas de haber acompañado a Jesús desde el bautismo: José y Matías, nombre este último que por significar «don de Dios» coincidiría con el de N. En algunos documentos litúrgicos de las iglesias orientales se le identifica con el apóstol Simón el Cananeo (Mc 3,18; Mt 10,4), acaso por referir este apellido a Caná de Galilea (lo 21,2).
      Identificación con S. Bartolomé. El primero en proponerla es Isho'dad (s. IX), obispo nestoriano de la ciudad de Merw, en Siria. Se la supone en un panegírico griego del s. ix en loor de S. Bartolomé, por Nicetas David de Paflagonia (Oratio 10: PG 105,195-214). Entre los escritores latinos, el primero en admitirla como hipótesis fue Ruperto de Deutz (m. 1129), comenzando cuatro siglos más tarde a ser defendida abiertamente por Cornelio Jansenio de Gante, Salmerón, Cornelio Alápide, Calmet y , muchos contemporáneos, los cuales, sin embargo, en atención al silencio de la antigüedad, dejan la puerta abierta a ulteriores discusiones.
     
      V. t.: BARTOLOMÉ APÓSTOL, SAN.
     
     

BIBL.: U. HOLZMEISTERS, Nathanael fuitne idem ac S. Bartholomaeus apostolus?, «Biblica» 21 (1940) 28-39; J. ENCISO VIANA, La vocación de Natanael y el Salmo 23, «Estudios Bíblicos» 19 (1960) 229-36; M.-E. BOISMARD, Du Baptéme á Cana (Jean 1,19-2,11), París 1956, 89-131; R. SCHNACKENBURG, Das Johannesevangehum, I, Friburgo-Basilea 1965, 312-321.

 

J. PRADO GONZÁLEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991