NACIONALISMO II. DOCTRINA SOCIAL CRISTIANA
En la idea de n., explotada por los políticos y condenada por los teólogos, se
mezclan las tradiciones tribales y el sentimiento de solidaridad derivada de la
convivencia con la secularización de los vínculos religiosos que apoyaron a
determinadas monarquías. El n. configura una época en la historia, trasforma en
guerras nacionales las precedentes luchas dinásticas y los conflictos
bélico-religiosos; cabalga sobre la exaltación de la independencia y sobre el
orgullo de los postulados impuestos a los pueblos como propios. En este sentido,
el n. resulta típico del s. XIX. El Estado, como forma política moderna, se
califica universalmente por apoyarse sobre una nación en visión actualizada del
concepto de pueblo: los Estados del s. XIX son, unitariamente, liberales y
nacionales.
La doctrina pontificia se articula a partir de la distinción recalcada por
tantos Pontífices entre patriotismo (v.) y n., es decir, entre el punto justo o
la exaltación desorbitada del mismo sentimiento, juego de tradición, libertad y
prudencia. Tampoco puede olvidarse que las naciones europeas surgen de la
dislocación del orden medieval y, en ocasiones, tomando posición contra la
Iglesia. Si el n. italiano supuso la lucha contra el Papa como soberano de la
Ciudad Eterna, en otras naciones implicó el triunfo de la secularización
protestante o la explotación del sentimiento religioso, tanto en la declaración
del principio cujus regio ejus religio, como en la imagen del Trono y el Altar.
De la desintegración del universalismo cristiano surgió la sobrevaloración de
las estructuras estatales, la lealtad se concentró en los príncipes, y la
religión pasó a convertirse en instrumentum regni. Al fin dominó el elemento
racionalista; la Revolución francesa traspuso el orden religioso al terrenal y
los movimientos totalitarios divinizaron a las naciones. La reacción no fue una
vuelta al universalismo,, sino una nacionalización confesional. El regalismo'
que los pontífices rechazaban en el s. XVIII, reaparece bajo forma secularizada
en los n. del s. XIX. Las palabras que el obispo Ketteler (v.) escribía en 1866
son muy expresivas de la conciencia de ese fenómeno: «Mala inspiración ha sido
sugerir a la religión y a sus ministros una especie de consagración religiosa a
todas las violencias de la política. ¡Por cuántas victorías, desde las guerras
injustas de Luis XIV hasta las de Napoleón, se han cantado Te Deums que no iban
a la gloria de Dios, sino que Dios maldecía de lo alto del cielo! ».
Las formas de exaltación nacionalista establecidas en la Europa de las
últimas décadas -nacionalsocialismo (v.) alemán, especialmente; fascismo (v.)
italiano, con algún matiz- provocaron una concreta condena pontificia. Pío XI,
en 1937, en su enc. Mit brennender Sorge declaró que quien eleva la raza, el
pueblo, el Estado o una determinada forma suya, los representantes del poder
estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana, a suprema norma
de todo y los diviniza, «pervierte y falsea el orden de cosas creado. y querido
por Dios».
Posteriormente, Juan XXIII y Paulo VI han tratado ampliamente el tema. En
la enc. Pacem in terris, Juan XXIII pone de relieve cómo las relaciones
internacionales deben conjugarse con el respeto debido a la norma de la
libertad, norma que excluye -dice el Santo Padre- que alguna de las naciones
tenga derecho a oprimir injustamente a las otras e interferirse indebidamente en
sus intereses. Es así evidente que, si por el contrario, «todas han de ayudar a
las demás a que adquieran más plena conciencia de sus propias funciones, actúen
con emprendedora iniciativa y sean en todos los campos artífices del propio
progreso», se limita la exaltación nacionalista en una especie de
interdependencia. En la Populorum progressio, Paulo VI advierte el problema de
esos pueblos que acaban de lograr la independencia nacional y necesitan añadir a
ella «un crecimiento autónomo y digno, social no menos que económico, a fin de
asegurar a sus ciudadanos su pleno desarrollo humano y de ocupar el puesto que
les corresponde en el concierto de las naciones».
En fin, preocupa al Papa el n. como «obstáculo que hay que remontar».
Todavía otros obstáculos se oponen a la formación de un mundo más justo y más
estructurado dentro de una solidaridad universal: nos referimos al n. y al
racismo (v.). Así, dice: «Es natural que comunidades recientemente llegadas a su
independencia política sean celosas de una unidad nacional aún frágil y que se
esfuercen por protegerla. Es normal, también, que naciones de vieja cultura
estén orgullosas del patrimonio que les ha legado su historia. Pero estos
legítimos sentimientos deben ser sublimados por la caridad universal, que
engloba a todos los miembros de la familia humana». «El nacionalismo -concluye-
aísla a los pueblos, en contra de su verdadero bien. Sería particularmente
nociva allí en donde la debilidad de las economías nacionales exige, por el
contrario, la puesta en común de los esfuerzos, de los conocimientos y de los
medios financieros para realizar los programas de desarrollo e incrementar los
intercambios comerciales y culturales».
BIBL.: J. BENEYTO, Historia de las doctrinas políticas, 4 ed. Madrid 1964; fD, Del feudo a la economía nacional, 2 ed. Madrid 1953; fD, Espíritu y Estado en el s. XVI, Madrid 1952; H. KOHN, Historia del nacionalismo, México 1949; G. GOYAU, Ketteler, Madrid s. a.; R. MONDOLFO, Il pensiero político nel Risorgimento italiano, Milán 1959; O. VOSSLER, Nationalgedanke von Rousseau bis Renke, Munich 1937; G. WEILL, L'éveil des nationalités et le mouvement libéral, París 1931; K. vox BECKERATH, Wesen und Werden des fascistischen Staaton, Berlín 1927; J. BENEYTO, Nacionalsocialismo, Barcelona 1934; G. GENTILE, Origine e dottrina del fascismo, Roma 1934; T. MAUI.NIER, Más allá del nacionalismo, Buenos Aires 1944; J. MESSNER, Ética social, política y económica a la luz del Derecho natural, Madrid 1967, cap. 152; 1. L. GUTIÉRREZ GARCÍA, Conceptos fundamentales en la Doctrina social de la Iglesia, III, Madrid 1971, 170 ss.
JUAN BENEYTO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991