MUERTE IV. RELIGIONES NO CRISTIANAS.


Concepto. La negación o punto de oposición radical frente a la existencia como si ésta cayera en la nada, noción simplificada que prevalece hoy en algunos sectores del pensamiento humano, está muy lejos de la mente del hombre primitivo, y en general, de toda la humanidad a lo largo de su historia que cree en una vida más allá de este mundo(V. INMORTALIDAD; ULTRATUMBA). La m. no es un hecho, sino un «paso a través» a un estado diferente. La sobrevivencia es tan real como la vida misma. La diferencia entre m. y vida se asemeja a la que existe entre el adulto y el niño; por eso, en los pueblos primitivos, así como para que el impúber llegue a tener cabida en el mundo responsable del grupo son precisos unos ritos, otros semejantes acompañan al hombre fallecido para hacerle un ciudadano del mundo allende el tiempo. En no pocas culturas el rito de iniciación (v.) que marca cultualmente el paso a la adultez es comparado a la m. En el Congo los jóvenes iniciados reciben un nombre nuevo, una nueva identidad y pretenden no conocer a sus amigos y parientes. La m. es un paso más en la historia religiosa o sacral del individuo. No es un contecimiento sino un estado, diferente al vital. En Melanesia se conoce con el nombre de Mate ese estado, que comienza bien con la enfermedad bien con la senectud.
      Ritos. Los ritos que rodean la m. tienen una doble finalidad: a) Preparar al individuo la sobrevivencia, o sea, capacitarlo para existir en su nueva vida o dimensión; entre éstos se puede elencar la inhumación en postura fetal, tan frecuente en la época prehistórica y proto-histórica, considerada como requisito que preparaba mágicamente el re-nacimiento del individuo. El cadáver, colocado como embrión, da al enterramiento el sentido de una vida que comienza. La momificación de los cadáveres es otra forma mágico-ritual de poner al alcance del difunto la posibilidad de una nueva vida en el más allá. Ya en tiempos muy remotos se conocen formas de momificar, desde el colorear de rojo los cadáveres, costumbre ya conocida en la época de Cromagnon, o el chamuscarlos, hasta la perfección médico-mecánica de Egipto, dan fe de un proceso mágico para dotar al difunto de aquellos elementos, el cuerpo o la sangre, precisos para su nuevo existir. Sin duda, las operaciones realizadas en el cadáver van acompañadas de oraciones y acciones simbólicas que refuerzan la acción exterior. En Egipto, el rito de «abrir la boca» completaba la momificación: tras asperjar con agua del Nilo e incienso, el sacerdote tocaba con un cincel de cobre los ojos, nariz y oídos de la momia. De esta forma, revitalizado ritualmente el cadáver, podía sostener dentro de sí el Ba, el nuevo espíritu del difunto. El Libro de los Muertos conserva asimismo una oración dirigida a Osiris en la que se pide ese nuevo ser semidivino, superior ya a la m.: «Honor a ti, mi divino padre Osiris. Tú tienes tu cuerpo con tus miembros. Tú no desfalleces jamás... Tú no padeces corrupción. Yo no desfalleceré jamás, tampoco padeceré corrupción. Tendré mi (nuevo) ser, viviré, germinaré, me despertaré en la paz».
      Otra forma de ayudar a los difuntos en la nueva vida y que también tiene sentido ritual, son las ofrendas. Conocidas en todas las épocas y culturas, están a disposición de los muertos para que su nueva vida no le sea penosa. Entre estas ofrendas, además del ajuar o de todo un séquito o corte, tumbas de Ur (v. ULTRATUMBA), se han descubierto toda clase de alimentos comunes, siendo notable el hecho de ofrecer sangre (quizá humana en un principio) para de esa manera inyectar nueva vida en el espíritu debilitado del difunto. Subyace en este rito la opinión ya encontrada en los primitivos de Crimaldi (Neardentales o Cromagnon) de que la sangre es la vida. Se pone a disposición del difunto «sangre», vida, prestándole así las condiciones requeridas para una vida feliz.
      b) La variedad de ritos que rodean el momento de la m. y su contexto pretenden por otra parte defender a los vivos del poder de la m. en general o, ya en concreto, del espíritu de los difuntos. Se puede afirmar que la mayoría de los pueblos poco evolucionados creen que la m. del individuo afecta a toda la comunidad. lista se siente afectada por el acontecimiento. La m. como poder personal ha hecho acto de presencia contaminándolo todo, personas y cosas. En el individuo ha muerto una parte del grupo y todos se sienten en peligro. Más aún, si el muerto ha sido el jefe, en África, prácticamente cesa toda vida: se apagan los fuegos, el campo es abandonado, cesa toda actividad y se sacrifica el ganado. El mundo entero del primitivo sufre un parón en presencia de la' muerte. Durante el periodo de luto, variable, se vive en esa no-vida de sombras y entonces los ritos subsiguientes pretenden asegurar el contacto con la vida y el cosmos que estuvo a punto de desaparecer. Creen que la m. o los muertos han acudido en tropel y se resisten a abandonar la aldea y entonces se pretende expulsarla por la magia o la astucia. Sacan el cadáver por un agujero practicado en la pared o por puertas no utilizadas como entradas o salidas comunes; se lo llevan a la sepultura por caminos tortuosos, dando vueltas por el poblado o por los campos para despistar a la muerte. Este miedo a que los muertos abandonen sus moradas parece ser la razón de los grandes bloques megalíticos, dolmen, cronlech, círculos líticos, etc. El pequeño del Uzbekistán (URSS), neardentaloide, enterrado en lo que debió de ser su vivienda, aparece rodeado de cinco pares de cuernos de macho cabrío, clavados en tierra por las puntas; en Le Moustier no pocos cadáveres están también rodeados de grandes piedras: en todos estos casos tales elementos de protección pueden indicar miedo al difunto por parte de los que aún viven, aunque también sirvan como defensa de sus restos de cara a las fieras o a los profanadores de tumbas. Todo se practica para que el muerto no perturbe a los vivos. No es suficiente que se le encamine al lugar de los antepasados, sino que es preciso que éstos le admitan y le asignen un lugar en el que se sentirá satisfecho. Para él se trata de un «paso a través» y los vivos son responsables del éxito del viaje.
      Si la piedad para con los parientes o los conciudadanos impulsa a ayudar a los muertos, la clase de ofrendas elencadas más arriba hace pensar que la intención de protegerse contra la inclinación dañina del muerto convive con la voluntad de ayudarle. En ciertos ambientes, el culto a los muertos se practica -según todas las apariencias- en igual medida por piedad y por miedo; en otras ocasiones, el temor a los aparecidos, los sueños maléficos, el miedo a la contaminación real de enfermedades provocadas por los cadáveres, hacen que las motivaciones se combinen de tal forma que lo pretendido en primer lugar con el cuidado ritual de los muertos sea cumplir con la tradición que imponía la piedad y el respeto, beneficiando al difunto, pero haciéndole a la vez desistir con ello de molestar a los que le superviven (V. DIFUNTO I).
      El estado de reposo, de descanso que a los muertos le es ofrecido, aparece a veces como un deseo del mismo difunto. A pesar del carácter dinámico de éstos, en ciertas culturas se consideraba que el reposo era el mayor anhelo de los muertos. Desde las estelas funerarias a los sarcófagos, una advertencia se eleva perenne a los violadores de tumbas, profesión tan antigua como la sepultura misma: ¡Dejad en paz a los muertos! En una tumba fenicia, de un príncipe de Sidón se lee: «Yo, Tabnit, sacerdote de Astarté, rey de los habitantes deSidón, yazgo en este sarcófago. Quienquiera que seas tú, el que encuentres este sarcófago, ¡no lo abras! ¡no me molestes! No tengo ni oro ni plata, ni joyas. Yazgo solo en este lugar. No lo abras, no me molestes, porque sería una abominación para Astarté. Pero si tú lo abres, si me molestas, ¡ojalá no puedas tener ya descendencia entre los vivos bajo el sol ni reposo entre las sombras! » (cfr. M. J. Lagrange, Études sur les Religions Sérnitiques, París 1905, 232).
      Culto. En Grecia, las ceremonias funerarias eran detalladas. Tras amortajar el cadáver (prótesis), era colocado en lugar conveniente donde se desarrollaba uno de los ritos más generales y antiguos: las lamentaciones, hechas por las mujeres de la familia a veces ayudadas y siempre dirigidas por profesionales del llanto. Cabía la posibilidad de contratar a un poeta profesional que componía un canto fúnebre o Ternos, que era ejecutado por el duelo por un coro. Venía luego la Ekforá o procesión funeral que conducía al cadáver fuera de la población al lugar del enterramiento o incineración: se colocaban las ofrendas, que en tiempos de Aristófanes era un pastel de miel (quizá para ganarse al guardián del Hades, el can Cerbero) o una moneda para pagar al barquero Caronte (v. INFIERNO I; ULTRATUMBA). Los asistentes participan en el banquete funerario (Perideipnon) y, para purificarse de la corrupción provocada por la m. se purificaban: Fiesta de los muertos.
      En Roma, el ritual era bastante parecido; sin embargo, por influencia etrusca, en el desfile funerario se incluían las máscaras de los ascendientes del difunto, que eran llevadas por actores profesionales, vestidos según el cargo más importante que los representados habían ejercido en vida. De esta manera la familia en pleno participaba ritualmente en la m. de cada componente de la misma. Aunque existían maravillosos cementerios (la Necrópolis de Carmona, Sevilla), se encuentran tumbas y mausoleos al lado de las vías romanas, como la Apia, Estaba prescrito el sacrificio de un cerdo y la purificación del local donde había estado el cadáver. Estos ritos duraban ocho o nueve días (V. DIFUNTO I).
      Postura ante la muerte. Entre los semitas, la aspiración básica del hombre medio es la vida, entendida como existencia total y como vitalidad en pleno rendimiento. De ahí el temor a la m.; aunque se plantearon en algunos ambientes el problema de una continuación ultraterrena, la forma de pensar tradicional y popular no respondía sino con reticencias a esta pregunta. El Poema de Gilgames (v.) lo confirma: cuando el protagonista exclama: «Desearía no ver la muerte, que temo», se le responde: «Gilgames, ¿adónde corres? No encontrarás la vida que buscas. Cuando los dioses crearon a los hombres, para éstos instituyeron la muerte y la vida la tomaron en sus manos» (cfr. P. Dhorme, Choix de Textes religieux Assyro-Babyloniens, París 1907, 301).
      En Egipto, la m. determinó en gran manera la vida de los hombres. Se consideraba una obligación seria preparar en vida la propia tumba: «Haz hermosa tu mansión en Occidente y engrandece tu morada en la Ciudad de los Muertos», dice un consejo de Mericaré. De esta forma durante sus años de existencia, cada uno se preocupaba de este lugar definitivo adonde iría a parar por un tiempo indeterminado. Aunque no todos podían construirse grandes pirámides, mastabas o sepulcros, la preocupación existía.
      En Grecia la m. es temida. El orgulloso Aquiles declaraba en las sombras del Hades que preferiría ser siervo de gleba a rey sobre los muertos. De ahí surge, como es natural, un canto a la vida: «Contemplar la luz del día es lo más dulce para los hijos de los hombres y el Hades es la nada», dice la Efigenia de Eurípides. A veces el cansancio o el malestar provocan el tedio de vivir y se desea la muerte. Así lo declara un coro de Edipo en Colonos: «Quien desea vida larga, locura alberga su corazón. No haber nacido es lo mejor; pero, si vives, apresúrate a volver al lugar de donde viniste, que es, sin duda, lo mejor». Eurípides siente claramente la gravedad del problema que le plantea a cada uno la realidad de la propia muerte. En Alcestes afirma claramente que la m. es mi m. ante la cual nadie puede buscar sustituto y, por supuesto, huir de ella es una locura. ¿Qué es la muerte? Platón responde que es la última oportunidad, la suprema porque encierra en sí y da valor a las anteriores, que se le ofrece al individuo para demostrar su obediencia a los dioses. (Apología 28,d; 38,e.f; 41,d.e); luego el hombre justo, completo, el buen «filósofo» debe «procurar morir», morir voluntariamente (Fedón 64a; 67,e; 80,1). En la m. alcanza su punto definitivo la existencia que ha gozado.
     
      V. t.: DIFUNTOS I; ESPÍRITU II; INNIORTALIDAD I; METE D9PSícosis; ESCATOLOGíA I; ULTRATUMBA; PREMIO Y CASTIGO I; CIELO 1; INFIERNO I.
     
     

BIBL.: A. PIOLANTI (dir.), El más allá, Barcelona 1959; F. CUMONT, Recherches sur le symbolisme funeraire des romains, París 1907; A. PARROT, Le refrigerium dans I'au-delá, París 1937; A. BRELICH, Aspetti della morte nelle iscrizioni sepolcrali, Budapest 1937; D. E. BRIEM, Les sociétés secrétes des mysterés, París 1941.

 

J. GUILLÉN TORRALBA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991