MONOFISISMO II. SAGRADA ESCRITURA.


La Biblia en su totalidad -desde los relatos del origen del hombre en los primeros capítulos del Génesis hasta la predicación sobre la universalidad de la salvación en Cristo contenida en el N. T. y ampliamente glosada por S. Pablo-, así como la Tradición cristiana, se expresan en términos monogenistas. Al aparecer en la época moderna la hipótesis poligenista, surgió una cuestión: ¿las afirmaciones monogenistas de la Biblia y la Tradición obligan a afirmar que esa hipótesis poligenista debe ser declarada falsa, o por el contrario cabe sostener que estamos ante una cuestión en la que la ciencia no cuenta más que con sus propios medios y que debe, por tanto, dilucidar por su cuenta y riesgo? En otras palabras, ¿el m. es una verdad revelada o, por el contrario, una opinión que, siendo corriente en los tiempos bíblicos y posteriores, fue asumida por los hagiógrafos y la Tradición al emplear el lenguaje propio de su época, pero sin refrendarla con su autoridad y, por tanto, sin incluirla en el depósito de la fe?Desde que se formuló en el s. XIX, esa pregunta ha dado lugar a una abundante literatura, y a varias intervenciones del Magisterio eclesiástico que, si bien no han definido dogmáticamente la cuestión. marcan una orientación hastante clara, y llevan a concluir que el m. es una sentencia próxima a la fe. Examinemos, pues, las enseñanzas que al respecto nos ofrecen las fuentes de la Revelación. En este artículo nos limitamos a una presentación del tema en la Biblia, y a un análisis histórico-crítico de sus textos, dejando para el siguiente (v. III) la consideración de la Tradición y del Magisterio, de los que depende una respuesta integral al tema ya que la Iglesia es la intérprete auténtica de la S. E.
      Concepción monogenista de la Biblia. El primer relato de la creación (Gen 1,1-2,4a; v.), comúnmente atribuido a la tradición sacerdotal (v. PENTATEUCO), no se pronuncia claramente sobre quién o quiénes fueron creados al principio. Adán (v.) es aquí (Gen 1,26-29) un nombre colectivo que abarca los dos sexos y por ello todo el pasaje se construye con verbos y sufijos en plural. De todos modos conviene anotar que acaso este plural colectivo designe sencillamente la primera única pareja, como parece desprenderse de Gen 5,1 ss. a la luz de Gen 5,3-5, donde la palabra Adán designa al individuo varón. En cambio, el segundo relato de la creación, atribuido a la tradicióp yahwista (Gen 2-3), distingue claramente al primer varón (Adán) de la primera mujer, a la que el propio Adán llama «varona» en Gen 2,23 y Eva en Gen 3,20. Esto no impide que en el mismo relato yahwista encontremos a veces la voz Adán usada en sentido colectivo incluyendo al varón y a la mujer (Gen 3,22.24).
      La unicidad de la primera pareja humana en la descripción del yahwista es, en cualquier caso, evidente. El primer individuo humano, formado por Dios cuando «no había hombre que labrara el suelo», vive al principio en una soledad que motiva la decisión divina de formar mujer, porque «no es bueno que el hombre esté solo» (Gen 2,18). Se describe a continuación el desfile de todos los animales ante Adán, para terminar subrayando: «mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada» (Gen 2,20). Y finalmente, cuando la mujer aparece ante el hombre, éste descubre a su primer semejante, ya que el autor inspirado lo hace exclamar: «esto ya sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gen 2,23; v. EVA). En la misma idea abunda el autor del relato sacerdotal, que encabeza con Adán (Gen 5,3) la lista de patriarcas antediluvianos, coronada con Noé, del cual hace luego salir todas las razas de la tierra (Gen 10).
      No creemos se pueda poner en duda que la concepción bíblica del origen de la humanidad está concebida en términos claros del más riguroso m. Ni una sola vez, a lo largo de toda la Biblia, aflora siquiera la sospecha de que los hombres existentes hayan podido proceder de varias parejas iniciales. Repetidas veces, en cambio, se afirma lo contrario; así, en consonancia con las listas genealógicas del relato sacerdotal, S. Lucas hace arrancar de Adán la genealogía de Cristo (Lc 3,38). La unidad de la especie humana se atribuye expresamente a su unidad de origen (Act 17,26). Asimismo se atribuye la creación de todos los hombres a Dios por el hecho de que Dios creó a la primera pareja, y se explican todas las penalidades y la muerte de todos los hombres como castigo por el pecado de esa pareja original. La afirmación monogenista se hace más clara por la contraposición paulina del único segundo Adán (Cristo) al único primer Adán, causa original del reino universal del pecado y de la muerte sobre todos los hombres (Rom 5,12-21; 1 Cor 15,21 s. 45-48).
      ¿Está formalmente revelado el monogenismo en la Biblia?. Es, pues, claro que la Biblia se expresa en monogenista. Pero la cuestión está en saber si este presupuesto bíblico pertenece o no a lo formalmente revelado en la Biblia, es decir, a lo formalmente testificado por el carisma de la inspiración. La legitimidad de esta pregunta deriva del hecho de que no siempre los presupuestos culturales de los autores inspirados entran como elemento formal en la revelación que Dios, a través de ello, nos comunica (v. BIBLIA III y V).
      Es evidente, p. ej., que el relato de la creación en el primer capítulo del Génesis, y en el resto de la Biblia cuando alude a este tema, están concebidos en términos fijistas por lo que se refiere a las distintas especies vegetales y animales, incluido el hombre. Se supone y se afirma que todos los seres vivos salieron de las manos del Creador «según sus especies». Ahora bien; nadie afirma que el fijismo original de las especies biológicas pertenezca a lo formalmente revelado en la Biblia, y el Magisterio de la Iglesia, al permitir entre doctos la libre discusión de la hipótesis transformista mitigada (ene. Humani generis: Denz.Sch. 3896, y S. Muñoz Iglesias, Documentos bíblicos, Madrid 1955, n° 701), admite o da por supuesto que el fijismo asumido por los autores inspirados no forma parte necesariamente de la revelación formal de la Biblia. Se trataría de una afirmación espontánea, que pertenece -como la imagen que del mundo físico tenían los antiguos- al acervo cultural de aquel tiempo, y que sólo es asumida por el autor inspirado -y por Dios con élcomo vehículo de una enseñanza teológica: la creación de todas las cosas por Dios (V. CREACIÓN).
      ¿Cabe decir lo mismo de la concepción monogenista de la especie humana que refleja la Biblia? Por de pronto, la paridad con el fijismo no es absoluta ya que hemos visto que es compatible con el evolucionismo (v. I). Mientras la afirmación del fijismo en la Biblia aparece como espontánea, y responde -al igual que la imagen física del mundo- a un concepto común en las culturas antiguas, no podemos decir otro tanto respecto al m. En los antiguos relatos antropogónicos que han llegado a nosotros prevalece la concepción poligenista: no suelen afirmar expresamente la creación de un solo individuo o de una sola pareja original, como, en cambio, lo hace claramente el texto bíblico; a veces dicen, sin más, que los dioses formaron la Humanidad (Enuma Elis). En un texto asiro-babilónico se cuenta que la diosa Mami encargó a los dioses inferiores que le prepararan 14 muñecos de barro, y luego intervino ella para «trazar los rasgos humanos y acabar a su imagen» los primeros siete hombres y siete mujeres. Es posible que debajo de esta concepción poligenista se esconda un intento de justificar las diferencias de razas. El hecho es que, en este contexto cultural, las afirmaciones del Génesis parecen presentarse como reflejas y acaso polemizantes, es decir, presuponiendo una intención positiva de afirmar el m. En todo caso, no se puede afirmar que pertenezca al acervo cultural antiguo y haya sido simplemente asumida por él en función de otra enseñanza distinta.
      Cabría, sin embargo, sostener que, aun siendo refleja, responda a una intención funcional determinada que desplace en ese sentido su voluntad de afirmar. Es decir, afirmar que, así como la concepción poligenista de los mitos antiguos trataba tal vez de explicar el origen de las diversas razas, la clara afirmación monogenista del autor bíblico pretenda simplemente subrayar la unidad específica del género humano, y en función de esta enseñanza -para él religiosamente básica- hable de un m. que, por su funcionalidad teológica, no tendría en él mayor intención histórica que el p. de los otros relatos extrabíblicos. Obviamente esta suposición es sólo una hipótesis, que no excluye la contraria, es decir, que el autor sagrado quiera afirmar expresamente el m. El estado actual de la exégesis no permite de momento dirimir la cuestión.
      En 1909, la Pontificia Comisión Bíblica emanaba un decreto respondiendo negativamente a la pregunta de si podía ponerse en duda el sentido literal histórico de los hechos narrados en los tres primeros capítulos del Génesis respecto a la unidad del género humano; prescribía, pues, que debía enseñarse que en el Génesis se proclamaba la unidad monogenética de toda la humanidad (Denz.Sch. 3514). Posteriormente, en 1948, en carta del Secretario de dicha Comisión al card. Suhard, Arzobispo de París, se decía, refiriéndose expresamente al Decreto precedente, que «estas respuestas no se oponen en modo alguno a un examen ulterior verdaderamente científico de estos problemas según los resultados adquiridos durante estos cuarenta últimos años» (Denz.Sch. 3862). Poco después, en 1950, Pío XII en la ene. Humani generis dice que, tratándose «del poligenismo, los hijos de la Iglesia no gozan de la misma libertad» que tienen ante el transformismo mitigado; pero no funda su sentencia en la clara afirmación monogenista de los primeros capítulos del Génesis y de la Biblia toda, sino que la razón aducida es que «no se ve claro cómo tal sentencia pueda compaginarse con lo que las fuentes de la verdad revelada y los documentos del Magisterio de la Iglesia enseñan acerca del pecado original que procede del pecado verdaderamente cometido por un solo Adán y que, difundiéndose a todos los hombres por la generación, es propio de cada uno de ellos» (Denz.Sch. 3897, y Documentos bíblicos, o. c., n° 703). No remite, pues, a un argumento basado en el valor histórico de las afirmaciones monogenistas contenidas en los textos sobre la creación, sino a una consideración dogmática basada en la analogía de la fe, es decir, en la universalidad del pecado original testificado por la S. E. y especialmente por S. Pablo en Rom 5,12-19, texto que la encíclica cita expresamente. No parece, pues, que haya una decisión autoritativa del Magisterio sobre el valor histórico de esos versículos del Génesis que hemos analizado.
      El alcance de los textos paulinos sobre la universalidad del pecado y de la Redención. Con posterioridad a la Humani generis sigue habiendo autores católicos que se manifiestan poligenistas; y diversos teólogos han afrontado estudios sobre el pecado original, con la intención de ver si el dogma autoriza esa posición partidaria del p. Ello obliga al exegeta a plantearse con toda crudeza el problema del alcance de los textos paulinos, aun a sabiendas de que su función y los resultados a los que él puede llegar no son en manera alguna definitivos. Y no lo son porque al Magisterio de la Iglesia corresponde la interpretación auténtica del mensaje revelado, y este último no se establece por las solas leyes de hermenéutica bíblica (v.).
      Que S. Pablo, tanto en Rom 5 como en 1 Cor 15, piense en monogenista y funde su argumentación en la enseñanza bíblica anterior sobre la procedencia de todos los. hombres de una sola pareja original nos parece evidente. Pero las reservas que, como dejamos apuntado, pueden formularse sobre el valor formalmente revelado del m. en la Biblia tal vez alcancen a la argumentación paulina. La enseñanza formal de S. Pablo en los textos mencionados parece referirse a la capitalidad soteriológica de Cristo como fuente única de gracia y de vida para todos los hombres, todos ellos necesitados de Redención en cuanto sometidos al pecado. Esta enseñanza es dada por el Apóstol uniéndola a la concepción monogenista bíblica y rabínica de una capitalidad física de Adán. Ahora bien, vuelve la pregunta, ¿el Apóstol intenta enseñar esa capitalidad o simplemente, la asume para ilustrar por contraste la capitalidad soteriológica del segundo Adán? Cabe, en efecto, plantear como hipótesis de trabajo que el presupuesto monogenista que hemos visto campear en toda la literatura inspirada del A. T. y que creó espontáneamente en el lector asiduo de la Biblia una convicción que se refleja en la enseñanza rabínica asimilada por S. Pablo a los pies de Gamaliel, hubiera sido asumido por él pero sin hacerlo formalmente suyo y convertirlo así en parte del depósito de la fe, sino sólo para valerse de él como ilustración, válida ad hominem y por contraste, de su formal revelación sobre la capitalidad soteríológica de Cristo.
      No afirmamos que esto sea así. Pero ante la posibilidad de esta hipótesis, tampoco nos atreveríamos a considerar definitivamente cerrado, a la luz del solo análisis críticohistórico, el camino a la hipótesis poligenista que algunos autores siguen defendiendo hoy. Por eso sin afirmar que el p. sea una cuestión teológicamente abierta, más aún diciendo que el m. tiene un fuerte apoyo bíblico, nos inclinaríamos a opinar que desde la crítica histórico-bíblica no puede considerarse el tema cerrado de un modo definitivo y absoluto. Una exégesis integral, que sitúe los textos bíblicos en el contexto de la tradición cristiana, debería completar ese juicio: la Iglesia es, decíamos, la intérprete auténtica de las S. E. Pero ésa es tarea del artículo siguiente.
      En favor de la revelación formal del m. suele aducirse el pasaje de Heb 2,11 («Porque todos, así el que santifica como los santificados, de uno solo vienen»). Pero, aparte de que en este pasaje de la Carta a los Hebreos parece pensar concretamente en la descendencia de Abraham (cfr. 2,16). Cabría hacer consideraciones parecidas a las anteriores con lo que el problema no avanzaría.
     
      V. t.: ADÁN, 2; EVOLUCIÓN V.
     
     

BIBL.: M. GARRIGOU-LAGRANGE, Le monogénisme, n'est-i1 nullement révélé, pas méme implicitement?, «Doctor Communis», 2 (1948) 191-202; F. CEUPPENS, Le polygénisme et la Bible, «Antolicum», 24 (1947) 20-32; T. Atuso, Poligenismo y evolucionismo a la luz de la Biblia y de la teología, «Arbor», 19 (1951) 347-372; M. GARCÍA CORDERO, Evolucionismo, poligenismo y exégesis bíblica, «La Ciencia Tomista», 78 (1951) 456-484; L. ARNALDICH, El origen del mundo y del hombre según la Biblia, Madrid 1957, 93-157, especialmente 147-157; 1. RENIE, Les origines de l'humanité d'aprés la Bible. Mythe ou Histoire?, Lyon 1950; 1. DE FRAINE, La Bible et Corigine de l'homme, Brujas 1961.

 

S. MUÑOZ IGLESIAS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991