MONAQUISMO EN OCCIDENTE
En el s. IV, el m. estaba ya bien arraigado en Occidente. Florecían tanto el
anacoretismo como el cenobitismo. S. Martín de Tours (v.) fue el primero de los
héroes del m. latino; su vida, escrita por Sulpicio Severo, tuvo un éxito
similar al de la Vida de S. Antonio, de S. Atanasio. S. Jerónimo fue el primero
de sus doctores y propagandistas; sus Vidas de santos monjes, sus apologías y
sus cartas están llenas de un celo monástico a veces un poco excesivo.
Propugnador entusiasta del cenobitismo fue S. Agustín (v.), quien, desde su
misma conversión, quiso vivir como cenobita y cuyos discípulos llenaron de
monasterios el África romana.
Del monasterio-eremitorio insular de Leríns (v.), cerca de Cannes, fundado
por S. Honorato (v.) en 410, salieron una serie de santos obispos; entre ellos
sobresale S. Cesáreo de Arlés (v.), autor de una Regla para monjes y otra para
monjas. Bien formado en la ruda escuela del m. de Palestina y Egipto, Casiano
(v.) fundó en Marsella un monasterio de hombres y otro de mujeres, y escribió
sus inmortales Colaciones o conferencias de los Padres del yermo.
Irlanda constituyó uno de los más importantes focos de irradiación
monástica de la historia (v. MONJES IRLANDESES). Casi desde el tiempo de S.
Patricio (m. ca. 460; v.), la Iglesia irlandesa estuvo enteramente dominada por
el m. Los monjes eran casi los únicos que ejercían el ministerio pastoral, y los
abades, la jurisdicción eclesiástica. El m. celta, que floreció con gran pujanza
hasta mediados del s. VIII, se distingue por su rigorismo, por su extremismo
ascético, por su amor a las letras y a las artes, por el gran número de sus
santos, por cierta tendencia al eremitismo (pese a sus inmensos monasterios) y
por sus ansias de viajar combinadas con un indudable celo misionero. S. Columba
(m. 579; v.) mereció el título de apóstol de Escocia. Pero el más célebre de los
monjes itinerantes irlandeses fue el ardiente S. Columbano (m. 615; v.), viajero
impertérrito, apóstol, profeta, autor de una Regla rigurosísima y fundador de
varios monasterios en el continente europeo.
De, los primeros monjes españoles casi no sabemos nada. Su existencia no
es atestiguada sino por un documento del 380; pero este mismo documento prueba
que en la península había monjes y monasterios desde hacía mucho tiempo. Poco
debió de subsistir de este m. primitivo después de las invasiones de los
bárbaros. Restablecida una relativa tranquilidad, afincaron en España monjes
africanos que huían de los vándalos. Pero sólo después de la conversión de los
visigodos empezó realmente el extraordinario florecimiento del m. español
autóctono que caracteriza nuestra alta Edad Media. Sus comienzos están
vinculados a S. Martín de Dumio (v.) y lo dominan las grandes figuras de S.
Isidoro de Sevilla (v.) y S. Fructuoso de Braga (v.). Alimentados por la
doctrina y ejemplos de los Padres del yermo y por la espiritualidad de Casiano y
S. Gregorio Magno (v.), los monjes visigodos amaron la renuncia y la soledad,
practicaron un rudo ascetismo, se dedicaron a la oración; pero también
cultivaron las letras y las artes y, en calidad de abades u obispos,
intervinieron en los asuntos de la Iglesia y del Estado en los Conc. de Toledo.
Italia produjo al verdadero padre del monacato occidental: S. Benito de
Nursia (v.), cuya Regla acabó por imponerse casi en todas partes. Hacia el s. xi
los monjes de Occidente se confunden con los benedictinos (v.). Desde entonces
los cenobios se organizan en órdenes monásticas: los que siguen la Regla de S.
Benito (benedictinos, camaldulenses, cistercienses; v. voces respectivas), los
cartujos (v.), los jerónimos (v.), etc.
Al margen del m. y más o menos influidas por él, aparecieron en el s. XIII
las órdenes mendicantes y, a partir del s. xvi, otras corporaciones religiosas,
dedicadas preferentemente al apostolado. Ni estas nuevas tendencias, ni los
golpes sucesivos que le asestaron la Reforma protestante, la Ilustración, la
Revolución francesa y la consiguiente secularización, han impedido que el m. sea
todavía hoy relativamente próspero.
BIBL.: M. HEIMBUCHER, Die Orden und Kongregationen der katholischen Kirche, 3 vol. 3 ed. Paderborn 1933-1934; P. DESEILLE, L'Evangile au désert, París 1965; K. HEUSSI, Der Ursprung des Mónchtums, Tubinga 1936; P. COUSIN, Précis d'histoire monastique, París 1963 (útil, pero con muchos errores); S. SCHIWIETZ, Das morgenlündische Mónchtum, 3 vol. Maguneia-Máhling 1904-39; A. VSóBus, History of Asceticism in the Syrian Orient, 2 vol. publicados, Lovaina 1958-60; 1. PÉREZ DE URBEL, Los monjes españoles en la Edad Media, 2 vol. Madrid 1933-34; J. ORLANDIS, Estudios sobre las instituciones monásticas medievales, Pamplona 1971. Para una visión de conjunto, v. A. EHRHARD, W. NEUSS, Historia de la Iglesia, II, Madrid 1962, 162-169; 319-329; B. LLORCA, R. GARCÍA VILLOSLADA, F. J. MONTALBÁN, Historia de la Iglesia 'Católica, I, 4 ed. Madrid 1964, 586-606; 11, 3 ed. Madrid 1963, 253-282; 636-661.
GARCÍA Ma COLOMBÁS.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991