MODALISMO
Introducción. Con el nombre de m., acuñado en el s. XIX, se designa una falsa
manera de concebir la Trinidad, que se difundió durante los s. II y III y según
la cual no hay en Dios más que una sola persona, a la que llamamos Padre, Hijo y
Espíritu Santo, según los distintos modos de manifestarse en sus relaciones
personales con el mundo y con el hombre. Tales modos o denominaciones no
trascienden la entidad de meros nombres, puntos de vista, formas distintas de
desvelarse la única persona de Dios frente al hombre.
La génesis del m. puede explicarse así. Los autores cristianos del s. II,
preocupados por salvaguardar la unidad de Dios frente al dualismo teológico
típico de las corrientes gnósticas o al pluralismo de las mitologías paganas,
afirmaron con insistencia y firmeza el monoteísmo. Con idéntica fuerza dejaron
bien sentada la condición divina del Verbo Encarnado, de Cristo. Surgía así la
incipiente teología trinitaria como la tarea encaminada a mostrar la plena
compatibilidad a nivel especulativo de ambas afirmaciones de la fe, llegando así
a una mejor intelección del dogma. A finales del s. II y durante los siglos
siguientes estas cuestiones, basilares para la recta intelección del dogma
cristiano, serán objeto de numerosas controversias. Algunos autores en su
defensa de la unidad de Dios degeneran en el error denominado monarquianismo que
para afirmar la unidad de Dios (unidad de principio: nonos, único; anché,
principio) negaba la divinidad de Cristo, bien por concebirle como simple hombre
dotado de una particular fuerza divina (monarquianismo dinámico; V.
SUBORDINACIONISMO), 0 bien porque derivara hacia la teoría de la adopción
(monarquianlsm0 adopclanista; V. ADOPCIONISMO; PABLO DE SAMOSATA). Otra
dirección es la del llamado monarquianismo modalista. Ésta fue la más seguida. Y
la más peligrosa para la masa sencilla del pueblo fiel; ya que salvaba
aparentemente tanto la divinidad del Padre como la del Hijo; y posteriormente
-cuando se completó el sistema- también la del Espíritu Santo. Los modalistas
decían que Jesucristo era Dios; pero que era el mismo Padre encarnado, un modo
especial de manifestarse el Padre. La consecuencia era clara: el Padre sufrió la
Pasión; de ahí el nombre que S. Cipriano y todos los historiadores posteriores
dan a esta herejía: patripasianismo. Este mismo error fue aplicado al Espíritu
Santo por Sabelio (v.) o quizá por sus discípulos.
Principales representantes. El iniciador del m. fue el obispo Noeto de
Esmirna, quien hacia el año 180 predicaba en Esmirna (Asia Menor) la identidad
del Hijo de Dios con el Padre. A Noeto lo conocemos por la refutación de S.
Hipólito, Homilía contra la herejía de Noeto, en la que sintetiza así el
pensamiento de éste: «Dijo que Cristo era el mismo Padre, que el mismo Padre era
el que había nacido, padecido y sufrido» (Contra Noetum, 1). Por el propio
Hipólito nos consta que Noeto era esmirniota y que examinado por los presbíteros
de aquella iglesia fue detectado pronto su error. Noeto, sin embargo,
perseverará en sus convicciones: «¿Qué mal hago yo -decía a los presbíteros de
Esmirna- si honro a Cristo?» (ib.). Expulsado de la iglesia de Esmirna por
contumaz, recaló en Roma donde contó con Epígono como discípulo y propagador de
sus doctrinas, y éste, a su vez, con Cleómenes «que confirmaba -según Hipólito-
la doctrina errónea con una vida y unas costumbres desordenadas» (Philosophumena,
IX,7).
Un segundo protagonista del m. fue Práxeas. Por Tertuliano sabemos que
llegó a Roma procedente de Asia. Es muy posible que fuera enviada por los
obispos asiáticos para alertar a la sede romana contra los errores montanistas
en los últimos años del s. ii o a comienzos del siguiente. La propaganda de las
nuevas ideas trinitarias de Práxeas durante su estancia en Roma no debió de
tener mucho relieve, porque pasó inadvertida para Hipólito, buen conocedor del
pensamiento teológico de los ambientes romanos en aquellos años. Desde Roma
Práxeas pasó a Cartago, encontrándose allí con Tertuliano quien, noticioso de
sus ideas, escribirá contra él, hacia el a. 213, el tratado polémico Adversus
Praxeam. El Doctor africano, convertido ya por aquellas fechas al montanismo
(v.), nos deja una pintura de Práxeas nada halagüeña por cierto: «Era hombre de
carácter inquieto, hinchado por el orgullo de haber sido confesor, sólo por
algunos momentos de fastidio que padeció durante algunos días en la cárcel. En
aquella ocasión aun cuando `hubiese entregado su cuerpo al fuego, de nada le
hubiera servido' (1 Cor 13,3), porque no tenía caridad. Había resistido a los
dones de Dios y los había destruido» (Adversus Praxeam, 1). Por Tertuliano
también sabemos que el modalista Práxeas, al enfrentarse con los textos de la S.
E., en los que se establece una distinción real entre el Padre y el Hijo, trató
de formular una diferenciación entre ambos curiosamente artificiosa: «El Hijo es
la carne, el hombre, Jesús; el Padre el espíritu, Dios, Cristo» (ib. 27).
El último y más importante brote del m. en Roma corresponde al llamado
sabelianismo. Sabelio (v.), que llegó a Roma en los primeros años del s. in,
será el principal promotor de la nueva orientación de la teología trinitaria,
incluyendo al Espíritu Santo en el esquema modelista. Gracias al relieve
personal de este autor el m. se propagó fuera de Roma y tuvo especial vigencia
en Egipto. Las teorías modalistas de tipo sabeliano, a pesar de la oposición
encontrada en la teología ortodoxa tradicional, pervivieron durante bastante
tiempo, enriqueciéndose con peculiares especulaciones como indica S. Epifanio
(v.) al describir el pensamiento de dicha secta: «El Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo son una misma realidad, de tal manera que las tres denominaciones
corresponden a una misma hypóstasis. Así como en un hombre existe el cuerpo, el
alma y el espíritu, de la misma manera el Padre se asemeja al cuerpo, el Hijo al
alma, el Espíritu Santo al espíritu humano... El sol tiene una sola hypóstasis
y, sin embargo, un triple modo de actuar: iluminar, calentar y conformar
circularmente; la función de calentar corresponde al Espíritu, la de iluminar al
Hijo y al Padre la de dar forma personal» (Panarion, 11,82).
Reacciones y condenas. La teología trinitaria de talante modalista chocó
desde el principio con la repulsa de los grandes teólogos de la época. Las obras
citadas de Tertuliano e Hipólito y, más tarde, la de S. Epifanio constituyen una
buena prueba de ello. Parece, sin embargo, que el Magisterio oficial de la
Iglesia no se mostró lo suficientemente claro y explícito en la defensa de la
ortodoxia, por lo menos al principio. De ahí las durísimas críticas que Hipólito
hace a los pontífices Ceferino (199-217) y Calixto (217-222) por su real o
supuesta negligencia. Acusa a . Ceferino de «varón indocto y avaro que se dejaba
persuadir por las dádivas y animaba a los partidarios de Cleómenes, abrazando él
mismo la herejía, teniendo coma consejero a Calixto» (Philosophumena, IX,7).
Moteja a Calixto de «malicioso y taimado... embaucador y agudo para el fraude» (ib.
IX,11 y 12); le acusa de vacilar en la ortodoxia y de haber incurrido además en
el m. de Sabelio.
En realidad, para formarse una idea cabal del alcance de la grave
acusación de Hipólito es necesario no olvidar que éste, rigorista en materia de
penitencia, era enemigo irreconciliable del papa Calixto. Al juzgarlo heterodoxo
debía de estar pesando en ello su enemiga personal contra el Papa. Por otra
parte, sabemos que fue el propio Calixto quien condenó a Sabelio. Además nos
consta que Calixto se opuso a la rígida teología dualista de Hipólito:
«(Calixto) nos injuriaba -dice Hipólito- delante de todo el pueblo y nos llamaba
diteístas» (ib. IX,12). Habida cuenta de todas estas circunstancias, parece
bastante probable la opinión, sostenida en la actualidad por muchos autores, de
que Calixto no profesó una doctrina errónea, sino que sostuvo una teología
trinitaria ortodoxa intermedia entre el monarquianismo modalista y el diteísmo,
hacia el que propendía Hipólito.
El m. en sus distintos aspectos quizá con la sola excepción del
sabelianismo apenas tuvo eco popular. La explicación puede ser doble: ante la fe
sencilla de los fieles los sabelianos parecían respetar las verdades
fundamentales de la fe. Por otra parte no veía el pueblo -ni muchos obispos- con
buenos ojos el esfuerzo de los apologetas por explicar la Revelación cristiana
aplicándole los esquemas de la filosofía racionalista pagana. Los mismos
escritores se quejan de incomprensión; su esfuerzo especulativo les hace pasar
ante los sencillos como sospechosos de desvirtuar la Revelación y de tender una
mano en exceso pródiga a la filosofía pagana. Esta situación es más candente
cuando Tertuliano e Hipólito escriben contra el m.: Tertuliano es jefe
intelectual de una herejía, el montanismo; Hipólito es antipapa. Así se
entienden las diatribas de Tertuliano contra la masa de fieles, a los que tacha
de simples e idiotas; como las de Hipólito contra el papa Calixto y sus
seguidores. Y es que los obispos, el papa Calixto en este caso, se encontraban
en el difícil deber de mantener el sagrado depósito de la Revelación libre tanto
de errores (expulsa de la comunidad cristiana a Sabelio) como de especulaciones
peligrosas (reprueba la postura doctrinal de Hipólito por extremar la distinción
entre el Padre y el Hijo). Carecían evidentemente unos y otros de la
terminología exacta. Por eso mismo es meritoria la labor de los Papas que
supieron mantener a sus fieles al margen de la polémica y salvaguardar intacto
el depósito de la fe.
Estas tempranas controversias, sin tener una importancia trascendental en
la vida de la Iglesia de la tercera centuria, servirían para hacer progresar
notablemente la incipiente teología de la Trinidad. La obra de Tertuliano contra
Práxeas, especialmente, representa una contribución muy importante para la
Historia de la Teología y será ampliamente utilizada por el Concilio de Nicea.
El tratado De Trinitate escrito por Novaciano antes del a. 250 establece ya sin
ambages una doctrina trinitaria que, a pesar de ciertas deficiencias, sortea
airosamente los peligros del m. y del diteísmo.
V. t.: TERTULIANO; HIPóLITo ROMANO, SAN; TRINIDAD, SANTÍSIMA.
BIBL.: Fuentes: TERTULIANO, Adversus Praxean, ed. crítica; A. KROYMANN y E. EVANS, Corpus Christiano rum series Latina, 2, Tournai 1954, 1157-1205; HIPÓLITO, Contra haerensi Noeti eujusdam. PG 10,803-840; íD, Philosophumena sive omnium haeresium refutatio: PG 16,3369-3412; EPIFANIO, Panarion: PG 41-42.
F. J. FERNÁNDEZ CONDE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991