Misericordia de Dios
Es la esencia de toda la Historia de la Salvación (v.) El porqué de todos los hechos salvíficos. Y es que la salvación, que es voluntad de Dios y anhelo universal de todos los hombres, es una salvación esencialmente misericordiosa. Dios es misericordioso y ese divino atributo es como el motor que guía y hace la historia. Así cuando los Apóstoles pretenden resumir la Revelación (cfr. Heb 1,1-3; Eph 3,312), aparece siempre la m. como el perfil de un «plan eterno» gratuita y generosamente preparado por Dios.
1. Terminología. La m. es una noción de excepcional
importancia en la S. E.; por ello el uso que se hace de su terminología es
lógicamente abundante; sin embargo, al ser un concepto relativamente concreto,
no existe tanta variedad como en otros conceptos menos definidos.
El término hebreo consagrado es hésed, usado 245 veces en la Biblia hebrea. Su
significado va desde fidelidad a un pacto (1 Sam 20,8) hasta un acto o
sentimiento de amor, gracia, compasión, misericordia. Con sentido muy similar se
usa rahámim (38 veces), aunque quizá con un matiz de afecto sensible. También
tiene el significado de entrañas, corazón. Y como el hombre se siente
íntimamente conmovido ante una necesidad, de ahí la idea de composición que con
frecuencia acompaña a esta palabra. En muchos lugares aparece formando bina con
hésed (cfr. Ps 103,4; ler 16,5).
Entre los términos hebreos que acompañan hésed e iluminan su significado podemos
citar mispat (juicio: Os 12,7; Mich 6,8.; Ier 9,23; Ps 101,1; Sap 7,9), sédaqáh
(justicia: Ier 9,23; Ps 36,11; 40, 11; 85,11; 143,11 ss.; Prv 21,21), yésu'áh
(salvación: Ps 13,6; 40,11; 85,8; 119,41...), salñm (paz: ler 16,5; Ps 85,11),
ahábáh (amor: ler 2,2; 31,3), emúnáh (fidelidad: Ps 89,25; 98,3), tob (bondad,
bien: Ps 23,6). Particular relieve tiene el uso de la bina hésed we-émeth (m. y
fidelidad o verdad).
Los verbos que expresan la acción de tener m. son hanán (conceder gracia,
apiadarse) y raham (compadecerse), además de paráfrasis, como `asáh-hésed.
En la Biblia griega destacan en la expresión de m. el sustantivo éleos (hésed y
seis veces rahámim) y el verbo eleein (hanán y rahám). Para la radical rahám es
también frecuente el empleo de oiktíro y oiktirmós.
Entre los griegos éleos era un pathos incluido en el concepto general de lype
(tristeza). Tanto Aristóteles (Ret. 11,8), como los estoicos comparaban la m.
con la envidia. Ambas son para ellos una especie de tristeza. Pero se distinguen
en que la m. tiene como objeto un mal ajeno y la envidia en cambio un bien. Aun
cuando la compasión era un sentimiento conveniente al hombre libre, los estoicos
la censuraron como una enfermedad del alma. Y en el caso del juez era un defecto
que le apartaba del cumplimiento imparcial de su deber. Sócrates consideró una
indignidad el implorar la m. de sus jueces (Platón, Apol. 34c.35b; cfr. Epict II,21).
En la Biblia la terminología nos ofrece un concepto de m. mucho más positivo. Y
se trata más que de una acción benéfica, de una actitud de benevolencia. No sólo
no es un sentimiento indigno, sino que es una postura obligada y necesaria.
Justicia y Juicio indican que se refiere a algo que es y debe ser así. Salvación
y paz demuestran que la m. es necesaria al hombre para alcanzar sus ideales
supremos.
2. En el Antiguo Testamento. Con razón puede el
Salmista asegurar que «de la misericordia del Señor está llena la tierra» (Ps
33,5; 119,64). Podemos decir que la m. es la actitud sistemática de Dios, como
el recurso a ella es el remedio universal para todas las necesidades del hombre.
a. Existe con frecuencia una relación intencionada entre m. y Alianza. Entonces
reviste un matiz preciso de fidelidad (cfr. Neh 1,5; 9,32). Lo hemos visto en el
caso de David y Jonatán (1 Sam 20.8). Pero cuando se refiere a Dios es un
elemento característico. La actitud misericordiosa de Dios es fruto y
consecuencia de una bérith, alianza, pacto. En la formulación clásica de la
Alianza «Yo seré su Dios, ellos serán mi pueblo», Dios suele añadir su
compromiso de salvar (Ier 7,23; 11,4; 24,7; 30,22; 31,1.31-34; 32,38-41; cte.;
cfr. Gen 17, 4 ss.; Ex 19,5). Por eso la m. de Dios es considerada como objeto
de una Alianza (1 Reg 8,23; Ps 89,50; 106,45; Is 54,10; Dan 9,4; Neh 1,5). Y en
este sentido es la fidelidad de Dios a sus promesas de ayuda y salvación. El
Deuteronomio al analizar los motivos de la actitud salvadora y misericordiosa de
Dios, insiste en su fidelidad al juramento hecho a los Patriarcas (Dt 7,7; 9,7;
cfr. 2 Reg 13,23).
b. Otras veces m. es sencillamente la inclinación sistemática de Dios a prestar
auxilio en la necesidad. La idea de ese Dios que ve la aflicción del pueblo, oye
sus clamores, conoce sus angustias y baja a salvar (Ex 3,7 ss.) está siempre
presente en la mente de los fieles del A. T. Lo sabe Moisés, que en Dios
encuentra siempre remedio para las sediciones de su pueblo (Num 11, 11 ss.;
12,13; 14,5 ss.; cte.). Es la tesis tenazmente defendida en el libro de los
jueces (v.): el pueblo prevarica, Dios castiga; el pueblo recurre a Dios y Dios
se compadece, porque «no puede soportar la aflicción de Israel» (Idc 2,18;
3,7-9.12-15; 10,6.7.10.16). Los Salmos contienen una abundante letanía de
misereres. Son los Salmos de súplica humilde y confiada (Ps 4,2; 6,3;9,14;
25,16; 26,11; 31,10; 41,5.11; 51,3; 56,2; 57,2; 86,3.16; 119,29.58.132; 123,3),
de apelación a esa m. que dura eternamente (cfr. Ps 100,5; 136,1-26; Ier 33, 11;
cte.). Por eso tiene fuerza de costumbre y de norma el recurso a la m. de Dios
en las plegarias del pueblo (cfr. Ps 25,6 ss.; 33,22; 59,17; 86,13...; Hab. 3,2;
2 Par 6,42; Neh 1,8 ss.; 13,22; Tob 3,2; Idt 9,17; Ecc1i 51,11).
c. El Dios Misericordioso. Una de las definiciones de Dios que nos da la S. E.
es «E1 piadoso y compasivo» (hanán wé-rahztm, 11 veces). En dos ocasiones se
especifica la idea con el apelativo de «justo» (Ps 112,4 y 116,5). En el pasaje
del Ex 34,6, que vale como autopresentación de Dios a su pueblo, se añade una
explicación que repetirá otras dos veces el texto bíblico: «piadoso y compasivo,
tardo para la ira y rico en misericordia» (cfr. Num 14,18; Ioel 2,13; Ion 4,2;
Ps 86,15; 103,8; 145,8; Neh 9,17; Prv 14,29; 15,18; 16,32). Es el grito de
confianza convertido en estribillo de cantos y plegarias: «Porque su
misericordia es eterna» (Ps 118; 136; 2 Par 5,13; 7,6; 20,21; Esd 3,11), porque
Dios, que es eterno, es también esencialmente misericordioso.
En una gran variedad de epítetos aparece la admirable trascendencia de la m.
divina: a) Ya hemos visto su condición de eterna, es decir, sin límite de tiempo
(cfr. Ps 23,6; 89,3; 103,17; 138,8; Eccli 40,17; Dan 30, 90 ... ); b) es
inmensa, sin límite de lugar ni de espacio (Ps 36,5; 57,11; 139,7-10; cte.); c)
universal, sin los moldes pequeños de primitivos nacionalismos (Ex 34,7; Di
5,10; Ps 103,8-14; Os 11,9; Ion 4,2-11; Sap 11,24; Eccli 18,13); d) grande o
mucha, medida que ponen al perdón divino los orantes bíblicos (2 Sam 24,14; 1
Par 21,13; Neh 9,17.19.27.31; Ps 5,8; 51,3; 69,14; 86,5.15; 106,7.45; Eccli
2,23; 17,28; 35,26; cte.).
d. El objeto de la misericordia de Dios. El campo que abarca la m. de Dios es
tan amplio como la esfera de las necesidades del hombre: a) Toda necesidad
física o moral parece conmover a Dios y obligarle a prestar su ayuda al hombre.
Es el compromiso que adquiere con Israel (Dt 30,1-9; Is 49,8). Por eso se
compadece de las tribulaciones de su pueblo (Ex 3,7 ss. 16 ss.; Idc pass.; Lam
3,32). En ellas acuden los fieles a la bondadosa m, de Dios (Ps 9,14; 25,16;
31,10; 56,2; 123,3; cte.), lo mismo que en los casos de peligro (Ier 13,14;
30,18; Idt 8,17 ss.; 9,11 ss.; Ps 13,6; 86,3 ss.). La m. de Dios es la que hace
cesar la peste que está asolando al pueblo (2 Sam 24,16; 1 Par 21,15), la que
hace volver a los cautivos a su tierra (Di 30,31; Is 47; 49,9 ss.; ler 12,15;
39,25; Zach 1,12 ss.; cte.), el remedio del salmista enfermo (Ps 6,3; 41,11),
despreciado (Ps 123,3), pobre (Ps 25,16), angustiado (Ps 10,18; 41,11; 57,2;
118,4 ss.), perseguido (Ps 56,2)...; b) Capítulo esencial de la actividad
misericordiosa de Dios lo constituyen los pecados del hombre. Israel, cuyo
nombre podía ser «Rebelde desde su nacimiento» (Is 48,8). aprendió la lección
que le diera en el Sinaí el «Dios piadoso y compasivo... que perdona la
iniquidad, la rebeldía y el pecado» (Ex 34,7). Y supo de la generosidad de Dios
en el perdón (1 Rea 8,33 ss.; 2 Par 6,25; Is 1,18; Ier 31,34...). Y por eso, al
implorarlo, blandía como argumento cierto la segura m. de Dios (Num 14, 19 ss.;
Is 43,25; 55,7; Ier 50,20; Ps 25,7; 51,3; Dan 9,15 ss.: Neh 7). Era también
argumento de los profetas cuando predicaban la necesidad de la conversión (cfr.
Dt 30,2-3; Is 45,22; Ier 3,14.22; 15,19; Os 14,2; Ioel 2,12 ss.; Zach 1,3); c)
Los beneficiarios de la m. divina son además con título especial Israel y
Jerusalén (cfr. Dt 13,18; 2 Reg 13,23; Is 14,1; 49,15; ler 12,15; 31,20; Ez
39,25; Os 2; Zach 1,12; Ps 102,14). Y como representantes de la pobreza y
debilidad humanas, los huérfanos y las viudas (Ex 22,22; Dt 10,18; 26,12; Is
1,17; ler 7,6; 22,3; Ps 68,6; 146,9; Zach 7,10) y los que, conscientes de su
limitación, aceptan temerosos y confiados la protección de Dios (Ps 103,13-18;
cfr. Sap 3,9; 4,15).
3. La misericordia de Dios en el Nuevo Testamento.
Jesucristo (v.) es en el tiempo de la Nueva Alianza la encarnación de la m. de
Dios. Vino a perdonar, a reconciliar, a salvar. «Manso y humilde de corazón»
brinda el alivio y el descanso a todos los atribulados (Mt 11,28 ss.). En el N.
T., continuación y complemento del A., la m. sigue siendo un aspecto
característico de Dios. Santiago (5,11) repite la bina «piadoso y compasivo». S.
Pablo llama a Dios «Padre de las misericordias» (2 Cor 1,3). En la Epístola a
los Hebreos, Cristo es el «Pontífice misericordioso» (Heb 2,17); y siempre la m.
es presentada como el motivo de la acción salvadora de Dios (Tit 2,11; 3,4-5; 1
Pet 1,3; 2,10...).
El sentido de fidelidad y gracia que la m. tiene en el A. T. está aquí también
ampliamente representado. En los cánticos del Evangelio de la Infancia (Le cap.
1-2) aparece precisamente destacado este aspecto. Para el evangelista existe una
relación necesaria entre la m. y las promesas (Le 1,50.54-55.72-73; cfr. Eph
2,4-9). Dios salva (=se compadece) «para cumplir las promesas hechas a los
padres» (Rom 15,8).
También es ayuda gratuita en toda clase de necesidad (Me 5,19; 1 Cor 7,25; 1 Tim
1,13.16; etc.). «Hacer misericordia» es hacer un favor, como la maternidad de
Israel (Le 1,58) o los servicios del Buen Samaritano (Le 10,37). La súplica
constante de los enfermos a Jesús es: «ten misericordia» (Mt 9,27; 15,22; 17,14;
20,30; Me 10,47; Le 17,13).
Muy importante es el sentido escatológico con que se matiza a veces la m. de
Dios. «Obtener misericordia» es conseguir la salvación. Y esto en un doble
plano, en el tiempo presente por los hechos cristianos (Rom 11,3032; 1 Pet 2,10;
1 Tim 1,13) y en el eterno del juicio final (Mt 5,7; 2 Tim 1,18). De ahí que la
m. ocupe un lugar preferente en los saludos epistolares al lado de la gracia y
la paz (1 Tim 1,2; 2 Tim 1,2; Tit 1,4 en algunos códices; 2 lo 3).
El Evangelio según S. Lucas es, todo él, un himno entrañable a la m. divina.
Basta recordar los cánticos «Magnificat» y «Benedictus», preocupación por los
pobres (Le 4,18; 7,22), por los pecadores (Le 5,31; 7,3650; 19,1-10; 22,61;
23,39-43). Particular relieve tienen las conmovedoras parábolas llamadas de la
m. (Le 15).
4. El Mandamiento de la misericordia. Existe en
ambos Testamentos una urgencia por parte de Dios para que el hombre tenga
sentimientos de misericordia. El supremo argumento es que Dios es
misericordioso. Es la ley de la santidad del Levítico, que en Le 6,36 adquiere
la forma especial: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso».
La misma idea se inculca en el Padre Nuestro (v.) y es el eje del mandamiento
del amor (Mt 22,37 ss.; lo 13,15; 15,12-17; v. CARIDAD). La venganza queda
proscrita (Eccli 27,30-28,9) y se recomienda el perdón generoso (Mt 18,23) y el
amor a los mismos enemigos (Mt 5,43 ss.; Le 6,27 ss.; 10,30 ss.: Buen
Samaritano). La m. será como la cima de la perfección (cfr. Mi 5,48 y Le 6,36).
Lo quiere Dios que se complace en el corazón compasivo (Is 58,6-11),porque la m.
vale más que los sacrificios (Os 6,6; Mt 9, 13; 12,7). La quinta bienaventuranza
(v.) está dedicada a los misericordiosos (Mt 5,7). Y los Apóstoles recomiendan a
los cristianos los sentimientos de m. y ello como condición para obtenerla en el
supremo día del juicio final (Ids 21; MI: 25,31-46; Eph 4,32...).
V. t.: BIENAVENTURANZAS; PADRE NUESTRO I; CARIDAD I.
G. DEL CERRO CALDERÓN.
BIBL.: F. ASENSIO, Misericordia et Veritas. El Hesed y el Emet divinos, Roma 1949; J. GUILLET, Thémes Bibliques, París 1954; R. SCHNACKENBURG, Testimonio Moral del N. T., Madrid 1965; J. CAMBIER, Misericordia, en Vocabulario de Teología Bíblica, Barcelona 1966.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991