MESÍAS
Introducción. Mesías es una palabra calcada del hebreo y arameo maliah, de la
raíz msh que significa ungir; aveces se indica con qué se hace la unción: óleo
(Ex 30, 35.26.30.31; 1- Sam 16,13). La forma pasiva en que está máslah nos da el
significado de ungido con óleo. La versión griega de los Setenta traduce siempre
mdsiáh por jrstós (Lev 4,3: Kejrisménos).
El término encuentra la plenitud de su significado en Jesucristo (v.), que
establece y predica el Reino en el que se halla la salvación. Mesías viene a ser
en la época apostólica el nombre propio de Jesús. En Él se concentran y
realizan, sublimadas, las esperanzas mesiánicas de Israel.
Aunque el N. T. nos presenta a Jesús como realización del M. Salvador, en
quién se han cumplido las profecías, es preferible comenzar con el A. T.,
analizando las promesas de un M. Salvador que Dios hace al pueblo de Israel,
pues conociendo el A. T. y las interpretaciones judías, es más fácil comprender
cómo Jesús corrige o confirma y perfecciona los anhelos mesiánicos de Israel.
El mesianismo tiene un ámbito mayor que el término concreto Mesías. Aquél
expresa un anhelo hacia el porvenir, en cambio el término M. se aplica a una
persona (física o moral) que tiene una misión especial, no siempre con la mirada
puesta en el porvenir.
MESÍAS I. EN EL ANTIGUO TESTAMENTO. El término M. lo encontramos 38 veces
en el A. T. hebreo. Hay también otros muchos textos en los que claramente se
alude al M. sin que aparezca la palabra.
1. Textos en los que aparece expresamente el término Mesías.
a. El sacerdote ungido. La palabra M. aparece por primera vez en la S. E.
en los textos sacerdotales del Levítico (4,3.5.16; 6,15). En ellos se llama
Músiah al sacerdote del A. T., sin la significación que tendrá después el M.,
sobre todo en el aspecto escatológico, excepto en su responsabilidad ante el
pueblo y ante Dios y su oficio de ofrecer los sacrificios, lo que se realizará
efectivamente en «Jesús Mesías-Sacerdote». Quizá, en estos textos del Levítico
se alude a Ex 30,30: «Con él (el óleo) ungirás a Aarón y a sus hijos y los
santificarás, para que me sirvan como sacerdotes»; pero no parece que tengan
relación, ya que el Targúm de Onqelos, tal vez para no identificar el sacerdote
con el M., no ha puesto en este pasaje la palabra «ungido»; sí, en cambio, el
Targúm Jonatán cuando se aplica al rey.
b. El rey ungido. Hay una serie de pasajes en los que se aplica al rey de
Israel el término M., p. ej. (ateniéndonos a los textos más claros) 1 Sam 16,6,
donde se llama a David (v.) «ungido», incluso antes de la unción que se describe
en los ver. 12 y 13; es una unción similar a la de los sacerdotes, en 1 Sam
24,7.11 David no quiere herir a Saúl «porque (éste) es el ungido de Yahwéh»;
David perdona por segunda vez la vida a Saúl por ser el ungido de Yahwéh (1 Sam
26,9.11.16.23), y da muerte al amalecita que ha matado a Saúl, puesto que nadie
debe poner sus manos sobre el ungido del Señor (2 Sam 1,14. 16); Abisaí pide que
muera Semeí por haber maldecido a David, el ungido (2 Sam 19,22); éste, en su
cántico de acción de gracias a Yahwéh, dice: «Él (Yahwéh) da grandes victorias a
su rey, y muestra su gracia a su ungido, a David y a su descendencia para
siempre» (2 Sam 22,51; efr. 23,1). A partir de Saúl y David se aplica con
frecuencia el título a los reyes de Israel sobre todo de la dinastía de David (cfr.
p. ej., Ps 2,2; 18,51; 132,10.17; Lam 4,20). Todos los reyes de Judá y
probablemente los de Israel fueron ungidos (son muchos los textos de Sam y de
Reg que lo atestiguan). En un texto (Is 45,1) se da el título a Ciro, que ocupa
el puesto que ocupaban los reyes preexílicos en la liberación del pueblo.
En el análisis de los contextos encontramos algunos datos diferenciadores
del título aplicado a los sacerdotes y a los reyes: «Tomó Samuel el cuerno del
aceite y le ungió en medio de sus hermanos y se apoderó de David el espíritu de
Yahwéh desde aquel día» (1 Sam 16,13); el espíritu del Señor es una
característica del Mesías, esta gracia mira a la descendencia de David para
siempre (2 Sam 22,51; Ps 18,51; 132,10.17); el rey ungido es el protector y
salvador del pueblo: «El aire de nuestro aliento, el ungido de Yahwéh, quedó
preso en las fosas; aquel de quien decíamos: a su sombra viviremos en medio de
las gentes» (Lam 4,20), se dice de Sedecías.
c. El pueblo «mesías». En algunos textos el pueblo de Israel es llamado
«ungido». Evidentemente no se trata de una unción con óleo de cada una de las
personas del pueblo, tal como se hacía con los reyes y sacerdotes. Son textos
tardíos. Cuando se escriben, el rey en quien estaban depositadas las esperanzas
de salvación no existe en Israel. Hay una fe en que la salvación está en el
pueblo de Israel (v. ISRAEL, RESTO DE) y ante el fracaso de los reyes empíricos,
que no han sido fieles a Yahwéh, es probable que se haya dado el título al
pueblo. «Sales a salvar a tu pueblo, a salvar a tu ungido» (Hab 3,13); por las
leyes del paralelismo hebreo, el segundo hemistiquio dice lo mismo que el
primero con distintas palabras; igualmente Ps 28,8: «Yahwéh es fortaleza para su
pueblo, refugio de salvación para su ungido».
En Ps 105,15 y 1 Cr 16,22 parece que el término m. se aplica a los
profetas: «No toquéis a mis ungidos, no hagáis mal a mis profetas». Por las
leyes del paralelismo son idénticos los ungidos y los profetas. El contexto (Ps
105,6 ss.) nos dice que ambos términos se aplican a los patriarcas. «Ungidos y
profetas son títulos que se aplican aquí en sentido lato a los patriarcas. En
Gen 20,7 se da a Abraham el de profeta. El de ungidos es más extraño;
eventualmente se unge a un profeta (1 Reg 19,16), pero los ungidos son
propiamente los sacerdotes y los reyes; quizá la conexión venga por el título de
jefe que se da a Abraham (Gen 23,6); en sentido lato se llama a todo el pueblo
sacerdote (Ex 19,6; is 61,6). En el salmo, estos dos títulos no quieren sino
expresar la inmunidad de que los patriarcas gozan, como la de los ungidos y
profetas. Se alude a los conflictos que tuvieron con los reyes o jefes de los
países de morada (Gen 12,17; 20,3; 26,11)» (A. González, o. c. en bibl. 417).
Los textos en que se aplica a los sacerdotes el título de ungidos son
posteriores a aquellos en que se aplica a los reyes, quizá la unción real se
transfirió al sumo sacerdote, jefe del pueblo después de la desaparición de la
monarquía, y de éste se extendió a todos los sacerdotes.
Una primera síntesis nos permite ver las cualidades y la misión del M. en
los textos analizados: oficio del sacerdote ungido es ofrecer el sacrificio
expiatorio por los pecados, tanto por los propios (Lev 4,3) como por los de la
asamblea del pueblo (Lev 4,14.16) o de alguno en particular (Lev 4,27 ss.), y
hacer la oblación de la ofrenda a Yahwéh (Lev 6,15). La unción consagra a los
sacerdotes para el servicio de Dios (cfr. Ex 30,22 ss.; v. SACERDOCIO ii). En un
contexto más amplio, la misión del sacerdote, además de ofrecer el sacrificio,
es: 1° pronunciar el oráculo cuando se va al Templo a consultar a Yahwéh (Dt
33,8-10; 1 Sam 23,9 ss.; 30,7 ss.; 14,41-42); 2° enseñar la Ley (Dt 33,10); y 3°
las reglas de conducta práctica (Lev 10,10-11).
Mientras hay rey, él es el ungido, en él están depositadas las esperanzas.
Hay incluso textos posteriores a la monarquía que siguen esperando la salvación
a través delrey, y otros que relatan hechos anteriores a la monarquía, que
asumen la carga del rey mesías.
Al rey ungido le viene el poder de Dios que desbarata a sus adversarios (1
Sam 2,10); desde la unción que es un rito religioso el Espíritu de Yahwéh reposa
en el rey (1 Sam 16,13; cfr. 10,10; 2 Sam 23,1-2), que participa de la santidad
de Dios y por eso es inviolable (1 Sam 24,7,11; 26,9.11; 2 Sam 1,14 ss.); Dios
le da las victorias, tiene misericordia de él y de su descendencia eternamente
(2 Sam 22,51, donde se indica la perpetuidad de la dinastía davídica), es «Hijo
de Dios» (Ps 2,7); todo el salmo desborda la figura de cualquier rey y apunta al
M. futuro; aunque el lenguaje sea el de la entronización del rey (cfr. A. Robert,
o. c. en bibl. 96-98). Los Salmos en que se encuentra el término M., aplicado al
rey, abundan en las mismas ideas que los libros históricos: Dios le da grandes
victorias y tiene misericordia de él (cfr. refiriéndose a David y «a su
descendencia por siempre», Ps 18,51; 20,7; 28,8). El Ps 89 recoge esos aspectos
sobre el rey ungido, especialmente el dominio universal y la adopción divina.
2. Textos mesiánicos en los que no aparece expresamente el término Mesías.
a. El texto fundamental del mesianismo real es indiscutiblemente 2 Sam 7:
En esta profecía de Natán a David tienen su fundamento histórico y teológico
todas las esperanzas mesiánicas. En la profecía hay un juego de palabras con el
término hebreo bait: El rey vive en un palacio y el Arca de Yahwéh está en una
tienda (ver. 2); el rey decide hacer un Templo para el Arca; entonces Yahwéh le
anuncia por medio de Natán que no será David quien construya una casa (Templo) a
Yahwéh, sino éste quien edificará una casa (dinastía) a aquél (ver. 11). En toda
la profecía se entiende que la descendencia davídica permanecerá en el trono. La
profecía trasciende, pues, la persona estricta de Salomón, primer sucesor de
David y deja entrever un descendiente privilegiado en quien Dios se complacerá.
Este oráculo constituye el primer eslabón de las profecías sobre el M. concebido
como hijo de David.
El lazo entre Yahwéh y la dinastía davídica se expresa en términos de
alianza: «Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo» (ver. 14), «Sí, mi
casa está establecida con Dios, porque ha hecho conmigo una alianza eterna»
(ver. 5). La frase constituye una fórmula de adopción, como en los salmos
reales, 2,7 y 110,3 (griego). De la misma manera que estos salmos, el profeta
Natán expresa, por primera vez, el mesianismo real: cada rey de la dinastía
davídica será como una imagen y anuncio del rey m. del futuro.
Dios había hecho una alianza con Israel: Israel sería el pueblo propiedad
de Dios, y Dios sería el Dios exclusivo de Israel (cfr. Ex 6,7; 19,5; Dt 7,6;
26,18; 29,11-12). En la plegaria de David, a continuación de la profecía (2 Sam
7,19-29), esta alianza antigua queda confirmada y se fusiona con los nuevos
datos de la profecía: «Has confirmado a tu pueblo, Israel, por pueblo tuyo, para
que sea tu pueblo por siempre jamás y seas tú su Dios» (ver. 24). «La casa de tu
siervo David estará firme ante ti. Porque tú mismo, Yahwéh Sebaot, Dios de
Israel, has hecho esta revelación a tu siervo: Yo te edificaré una casa» (ver.
26b-27). La salvación depositada en el pueblo pasa a concentrarse en el linaje
davídico, del cual no se apartará el favor de Dios y será estable (ver. 15-16)
aunque obre mal la dinastía davídica (ver. 14). Los descendientes de David (cfr.
Libros de los Reyes) serán juzgados por su actitud ante la alianza, sobre todo
acerca del primer mandamiento; y el pueblo depositará su esperanza en esa
descendencia, a pesar del fracaso de la mayor parte de los reyes en su
confrontación con la alianza; y veremos que, en muchos textos, ya caída la
monarquía, se mantendrá siempre viva la esperanza en la estirpe davídica. Cierto
que esta figura de la monarquía se irá enriqueciendo con otros datos mesiánicos,
hasta llegar a depositar las esperanzas de salvación en una persona de esta
ascendencia; y la misma esperanza se irá purificando de sus adherencias
puramente materiales. Pero esto nada quita, para que sea éste el texto básico
del que parte la esperanza mesiánica real.
b. Bendición de Jacob a Judá. De este sentido mesiánico está impregnado
Gen 49,8-12. Prescindiendo de la datación del pasaje, que tiene elementos muy
antiguos, en el que se manifiesta la preeminencia de Judá sobre las demás tribus
(ver. 8; ISRAEL, TRIBUS DE), el ver. 10 es el de más interés para el mesianismo.
No carece, sin embargo, de dificultades la recensión hebrea masorética; su
traducción más probable es: «no faltará de Judá el cetro, ni de entre sus pies
el báculo, hasta que venga aquél cuyo es (¿el báculo?) y a él darán la obedienca
de los pueblos». No está la fuerza en que terminará el cetro de Judá, sino en la
promesa de que no faltará el cetro; y llegará un príncipe, al que obedecerán
todos los pueblos. Los Setenta traducen «hasta que lleguen las cosas reservadas
a él, y él (será) la esperanza de las naciones», con una interpretación
mesiánica personal, lo mismo que la Vulgata: «donec veniat qui mittendus est, et
ipse erit expectatio gentium». El Targúm añade «el rey Mesías, a quien pertenece
la realeza» (Ongelos, Neophyti I), con una paráfrasis que interpreta el texto
como mesiánico directo. Los ver. 11 y 12 describen un tiempo mesiánico en medio
de la abundancia paradisíaca, como hacen los profetas. Suscribimos las palabras
de Dennefeld: «Judá tendrá el cetro; no lo cederá más que a un príncipe
escatológico que ejercerá el poder real en toda su plenitud. Será el jefe no
sólo de las tribus de Israel, sino de todos los pueblos» (DTC 14,1416).
c. El último oráculo de Balaam. Algo semejante al texto anterior ocurre
con Num 24,17. Es parte del último oráculo de Balaam (v.) y se refiere a un rey
israelita que dominará a Moab (v.), a todos los hijos de Set (según la lectura
del Targúm de Onqelos, en vez de los hijos de Set se introduce «los hombres»;
cfr. Gen 4,25). Aun teniendo elementos muy antiguos estos oráculos se consideran
en su texto y contexto actuales. El encuadramiento del oráculo, lo mismo que Gen
49, se hace con una fórmula escatológica: «... ven que te diga lo que este
pueblo ha de hacer al tuyo al fin de los tiempos» (Num 24,14). Ve a Israel como
un «todo» unido. El texto en sí, como señala Dennefeld (DTC 10,1418), sólo
indicaría el porvenir glorioso de los reyes de Israel, su poder y su gloria,
pero no trataría del M., rey por excelencia: «Álzase de Jacob una estrella,
surge de Israel un cetro, que aplasta los costados de Moab y el cráneo de todos
los hijos de Set». Pero el contexto en que está encuadrado, el lenguaje del
mesianismo real, que refleja, y el dominio universal, contiene unas esperanzas
que desbordan el horizonte de los reyes de Israel. Mucho más claro se ve este
mesianismo en los Setenta que, en lugar de cetro, traducen hombre: «surge de
Israel un hombre». Hay que tener en cuenta que cuando se hace la versión de
estos textos al griego (s. iiI a. C.) ya está muy desarrollada la idea de un M.
personal; así se han interpretado otros textos, p. ej., Gen 3,15. El Targúm de
Onqelos en vez de cetro pone expresamente «Mesías» (el Targúm Neophyti I «el rey
Mesías»).
d. El ciclo profético de Emmanuel. Los profetas se han hecho eco de estas
ideas del mesianismo real, pero insisten más en el futuro con el anuncio del
«día de Yahwéh», sobre todo algunos pasajes de Amós (p. ej., 9,11-15) y Oseas
(3,5). Los representantes principales son Isaías y Miqueas. Con Isaías (v.),
probablemente, toma cuerpo la idea de un M. personal, en el que se depositan las
esperanzas de salvación.
En el célebre ciclo profético de Emmanuel se contienen varias profecías
mesiánicas, la principal en Is 7,14: « Por eso, el Señor mismo os dará una
señal: he aquí que la virgen está encinta y dará a luz un hijo y le pondrá por
nombre Emmanuel». El contexto nos introduce en las ideas del mesianismo real.
Isaías acude al rey Acaz para decirle que no ponga su confianza en los
preparativos de la defensa ni en la alianza con el rey de Asiria contra la
amenaza de los reyes de Damasco e Israel; sino que confíe en Dios, si quiere
quedar salvo. Para mostrarle que quedará a salvo, le indica de parte de Dios que
pida una señal milagrosa (ver. 11). El rey, quizá por los compromisos políticos
adquiridos, la rechaza (ver. 12). Entonces el profeta da la señal (ver. 14),
significando que los reyes de Damasco e Israel no podrán con la casa de David
(ver. 7.16). Por la incredulidad del rey habrá un castigo: la invasión de Asiria
(7, ab, 17-25; 8,5-8). Pero la liberación en la guerra siro-efraimítica es una
afirmación absoluta y el signo que da el profeta es nacimiento del Emmanuel. La
tradición cristiana, comenzando por el N. T., ha visto siempre en este oráculo
designados a la Virgen María y a Jesucristo. El término hebreo para expresar la
mujer no es el de virgen como aparece en los Setenta y en la Vulgata, sino el de
joven. El nombre del hijo significa la protección de Dios: «Dios con nosotros».
¿Se refiere directamente el oráculo a la Virgen María y a Jesucristo?
Probablemente no, puesto que es un signo de liberación, constatable por aquellas
mismas personas que se debían ver libres de la amenaza de Israel y Damasco.
Significaría directamente a otras personas y éstas, a su vez, a la Virgen y a
Jesús. Sería un oráculo típicamente mesiánico: no son las palabras las que
significan directamente sino las personas. Igualmente válido es el sentido
literal que el típico. Pero el oráculo no se puede detener en unas personas
inmediatas, posiblemente reales; pues la solemnidad del oráculo, el nombre
simbólico del hijo muestran, por encima de la continuación dinástica, una
intervención decisiva de Dios en relación con el reino mesiánico definitivo. El
ver. 15 indica la abundancia material de Palestina, por la derrota de los
enemigos, y puede significar también la prosperidad con que se describen los
tiempos mesiánicos. Pío VI, en el Breve Divina de 20 sept. 1779, condenó un
libro de J. L. Isenbiehl, que negaba el mesianismo de este oráculo, pero sin
dilucidar la cuestión del sentido literal o típico. El pasaje de Is 7,14 queda
así definido por el Magisterio de la Iglesia como mesiánico.
lsaías (8,23-9,6) ve la liberación de las regiones paganas del norte,
gracias al nacimiento de un niño (ver. 5) de la estirpe de David (ver. 6; cfr.
Is 7,14); cuyo reino será confirmado y consolidado en el derecho y en la
justicia para siempre (ver. 6; cfr. 2 Saco 7). Para entonces se predice el
triunfo de Yahwéh sobre los enemigos, la liberación de los deportados en medio
de una gran alegría y un tiempo de paz. Estos datos, unidos a los títulos que se
dan al niño, indican que no se trata de un rey inás de la dinastía davídica,
sino del M.: «consejero maravilloso», «Dios fuerte», «Padre sempiterno»,
«Príncipe de la paz».
En Is 11,1-9 volvemos a encontrar las ideas de este mesianismo real: la
esperanza está depositada en un retoño del tronco de Isaí, padre de David (ver.
1; cfr. 1 Sam 16), sobre el que reposará el espíritu de Yahwéh (ver. 2; cfr. 1
Sam 16,13), dominará a los enemigos y obrará en favor de los humildes (ver. 4);
universalismo: también le buscarán los gentiles (ver. 10); un dato nuevo de este
oráculo es el vocabulario de sabiduría (ver. 2). La era mesiánica futura está
descrita como una vuelta a la armonía paradisiaca (ver. 6-8): el M. restablecerá
la paz que el hombre rompió; se verá reflejada en la convivencia pacífica de los
animales y los hombres; la causa será el conocimiento de Yahwéh, indicando el
carácter profundamente religioso de la época mesiánica: conocer a Dios es
conocer su voluntad, manifestada en sus mandamientos, su presencia sobrenatural,
su mismo ser. Cada vez se va configurando mejor el retrato moral del futuro rey
ideal, el Mesías.
Paralelo a los oráculos de Isaías, comentados anteriormente, es el de
Miqueas (5,1-5; v.): el futuro rey será de la estirpe de David, en concreto de
Belén (ver. 1); como en Is 7,14 se hace alusión a la madre (ver. 2), al dominio
de los enemigos y a la paz (ver. 4), a su poder, que se extenderá hasta los
confines de la tierra, ya que gobernará con el poder de Dios (ver. 3).
Otros oráculos, dentro de esta esperanza mesiánica real, son los de
Jeremías (23,1-6; v.): en contra de los malos pastores que destrozan y dispersan
el rebaño del Señor, Israel (ver. 1.2) y Yahwéh va a suscitar un vástago justo a
David, será rey y sus cualidades serán la prudencia, el derecho y la justicia
(ver. 5); traerá la salvación para Judá e Israel. El aspecto escatológico está
más de relieve que en los oráculos anteriores. E igualmente Ezequiel (21,32;
v.), y, sobre todo, 24,23-24, con la descripción ya clásica del descendiente
davídico.
Zacarías (9,9-10; v.) nos presenta al futuro rey M., con las
características tradicionales: alegría en el pueblo por su venida, un rey justo,
victorioso, que trae la paz y será señor universal; por otra parte, encontramos
nuevos datos: salvador, humilde, montado en un asno»; pero, como escribe
Lamarche, «el autor, que tiene una concepción muy profunda del Mesías humilde y
sufriente, en ciertos momentos deja entrever su pensamiento y prepara así los
espíritus a concebir un Mesías humillado, pero aquí quiere, sobre todo,
describir las esperanzas mesiánicas en términos tradicionales» (o. c. en bibl.
45).
e. Los poemas del siervo de Yahwéh (ls 42,1-4; 49,1-5; 50,4-9;
52,13-53-12). Se encuentran dentro del llamado Libro de la Consolación (Is
40-55). El profeta exhorta a los desterrados a que tengan fe en Yahwéh, que
manifiesta su poder, y no adoren a los dioses falsos. Yahwéh no sólo es el Dios
de Israel sino también el creador de todo y señor de los paganos. Los gentiles
también se convertirán, «desearán a Yahwéh». No es ésta una idea nueva del Libro
de la Consolación. Ya Is 2,2-4, en una magnífica imagen escatológica, dice: «Y
sucederá a lo postrero de los tiempos que el monte de la casa de Yahwéh será
consolidado por cabeza de los montes y será ensalzado sobre los collados, y se
apresurarán a él todas las gentes, y vendrán muchedumbres de pueblos, diciendo:
venid y subamos al monte de Yahwéh, a la casa del Dios de Jacob, y Él nos
enseñará sus caminos, e iremos por sus sendas, porque de Sión ha salido la Ley,
y de Jerusalén la palabra de Yahwéh. Él juzgará a las gentes y dictará sus
amonestaciones a numerosos pueblos, que de sus espadas harán rejas de arado, y
de sus lanzas, hoces». Pero es Yahwéh mismo quien da la salud; sólo en lospoemas
del Siervo se anuncia un mediador de esta salud. Será el Siervo de Yahwéh (v.),
herido por Dios, entregado a la muerte, como un sacerdote que va a ser
sacrificado por todos los hombres a los que trae la salvación. Tiene un don
profético y enseña la Ley de Dios a judíos y gentiles. Las ideas de los poemas
coinciden en muchos puntos con los del Libro de la Consolación en el que están
insertados. También encontramos en ellos algunas ideas del mesianismo real: el
Siervo ha sido elegido y llamado por Dios (42,1; 49,1), Yahwéh ha puesto su
espíritu sobre Él (42,1), proclamará e impondrá el derecho sobre las naciones
(42,1.3-4), etc. Pero la figura del Siervo sobrepasa todo eso; es singular en
todo al A. T., por su papel con los gentiles y por el modo cómo realiza la
salvación. Podemos preguntarnos si este Siervo es un individuo o un grupo.
En el Libro de la Consolación se llama al pueblo de Israel siervo de
Yahwéh, testigo de fe en el verdadero Dios y mediador con los gentiles, elegido,
casi con las mismas palabras que el Siervo de los poemas (44,1-2.5; 45,22-24),
en los que aquél es siempre anónimo (los Setenta, por medio de una glosa, en
42,1 lo identifican con el pueblo de Israel); únicamente en 49,3 podría
entenderse del pueblo de Israel, si se admite la siguiente traducción; «Y me
dijo: tú eres mi siervo, Israel, por quien me glorificaré»; pero el ritmo hebreo
recomienda otra traducción, que puede ser muy bien ésta de Vaceari: «Tu se¡ il
mio Servo, un Israele (con alusión al patriarca Jacob) per il quale io mi
glorifico» (o. c. en bibl. 1350); además en los ver. 5 y 6 el Siervo es distinto
del pueblo de Israel, con quien tiene que realizar una misión. El Targum en
52,13 identifica el Siervo con el Mesías. Toda la descripción del Siervo en los
poemas, con ser vaga y no circunstanciada, es la de un individuo concreto. El
mesianismo de los poemas, sobre todo del último, es coinúnmente aceptado. Pero,
¿hablan directamente de Jesucristo o de otra persona, tipo de Jesús? Se han
propuesto multitud de personas que pudieran asumir todos los rasgos del Siervo
de los poemas; pero de hecho ninguna de las personas históricas propuestas lo
consigue. En cambio, en Jesucristo se encuentran todos y cada uno de los rasgos
de los poemas, de modo que éstos han sido llamados el quinto evangelio.
El Siervo, en el primer poema (42,1-4), tiene una misión divina universal:
proclamar el derecho de Dios, su conocimiento, ante las naciones (42,1) y se
describe en boca de Yahwéh el modo de actuar del Siervo: humilde, sencillo, fiel
a la verdad, firme (42,2-4). En el segundo poema (49,1-5), el Siervo habla de su
vocación para una misión especial (49,1); con una metáfora se expresa la
eficacia de las palabras del Siervo (49,2; cfr. Heb 4, 12); su labor se ve
frustrada por la mala voluntad de los hombres, pero no se desanima porque tiene
su confianza en Dios (ver. 4.5). En el tercero (50,4-9), se dan casi las mismas
circunstancias del poema anterior: el oficio de hablar y enseñar del Siervo
(ver. 4.5), su confianza en Yahwéh (ver. 7-9), la resistencia por parte de los
hombres; pero aquí se da un paso más: los hombres le injurian (ver. 6); en forma
literaria judicial cita a sus adversarios, que habían impugnado su causa, es
decir, su autoridad y misión divina, que no podrán condenarle.
El cuarto poema (52,13-53,12) presenta como un hecho consumado la muerte
del Siervo y explica la solución de un misterio: ¿ha sido un fracaso la causa
del Siervo? Sin embargo, Yahwéh estaba con Él; la muerte del Siervo tiene
relación con el pecado; los hombres lo consideran castigado por Dios (53,3),
pero el Siervo era inocente... (53,9). El poema da estas respuestas al misterio
de la muerte del Siervo inocente: no es una consecuencia de los propios pecados,
sino que muere por los pecados de los demás; esto lo repite con insistencia
(ver. 4a.5a. 6b.12); el Siervo entrega libremente su vida a los enemigos (ver.
la); su muerte es un sacrificio expiatorio (ver. 10), «recayó el castigo sobre
Él para nuestra salvación y por sus llagas se nos dio la salud» (ver. 5), «por
la prueba de su alma hará ver la luz, saciará el justo con su conocimiento,
justificará mi Siervo a muchos, pues cargó Él con sus culpas» (ver. 11); por eso
precisamente su causa no es un fracaso, ya que por su muerte la lleva a cabo, el
plan de Yahwéh tendrá éxito por su medio (ver. 10); el autor sagrado no se cansa
de insistir en la eficacia redentora de la muerte del Siervo (52,1315;
53,10-12); también se señala la idea de intercesión: «y rogó por los malvados»
(ver. 12), que confirme la voluntariedad de la muerte del Siervo. En los poemas
se ha llegado a una altura inigualable en el A. T. Pero hay otros textos que, de
alguna manera, tienen relación con estas ideas: así la figura del rey humilde,
afligido, de Zac 9,9, o la más enigmática del «traspasado» de Zac 12,10. Y sobre
todo los salmos del justo paciente. Un grupo de Salmos tienen el lenguaje y los
motivos de los poemas del Siervo: 18; 22; 49; 69; 86; 88; 116; 118. Se entienden
como profecías mesiánicas de la pasión de Cristo, lo mismo que los poemas.
De entre ellos, el Salmo 22 es el más importante por sus resonancias en el
N. T. El orante de este salmo, aunque no es llamado Siervo, tiene muchas
relaciones con el Siervo de los poemas: es configurado desde el vientre de su
madre (ver. 10.11); está como abandonado de Dios y humillado (ver. 2.7-8); le
persiguen a muerte los enemigos que le rodean (ver. 13 ss.); tiene depositada su
confianza en Yahwéh (ver. 4.20); se afirma que Yahwéh dominará a las naciones,
que los gentiles le adorarán a £1 sólo (ver. 29.30); la posteridad del salmista
servirá al Señor (ver. 31). Ninguna duda cabe sobre el mesianismo de este salmo,
cumplido en la Pasión de Jesús. Pero hay una diferencia fundamental con el
cuarto poema: en el salmo se insiste en el abandono, pero no hay alusión alguna
a los sufrimientos expiatorios por los pecados de los demás. La adoración que
han de prestar a Yahwéh los grandes de la tierra no se pone en relación con el
sufrimiento del salmista.
f. ¿Existe un Mesías sacerdotal en el A. T.? Hemos visto en un recorrido
extenso de textos que las esperanzas de salvación están depositadas en un
egregio descendiente de David que vendrá «al fin de los tiempos». ¿Podemos
afirmar que, en algún momento, estas esperanzas se colocan en un futuro
sacerdote? J. Coppens escribe: «... durante el periodo posexíljco, cuando los
sumos sacerdotes aumentaron su poder y su influencia, la esperanza mesiánica se
estructuró sobre la fe en la venida de un salvador, sumo sacerdote ideal» (Le
Messianisme sacerdotal dans les écrits du N. T., «Recherches Bibliques»
V1,101-102). Hemos visto, efectivamente, en los textos del Levítico que los
sacerdotes son llamados mesías o ungidos; pero sus prerrogativas no exceden las
del sacerdocio ordinario: son intermediarios; restituyen la relación de la
comunidad o de -los individuos con Dios, pero sin la proyección escatológica que
tiene el descendiente davídico. Se aducen algunos textos, como testigos de la
espera de un M. sacerdotal en el A. T. (cfr. A Gelin, o. c., en bibl. 1196; J.
Coppens, o. c., en bibl. 102). Los más relevantes son: Num. 25,12-13, donde se
concede al sacerdote Finés, descendiente de Aarón, «unaalianza de paz, alianza
de un sacerdocio eterno, para él y para su descendencia», con términos casi
idénticos a la promesa hecha a David en 2 Sam 7, pero esta descendencia no se
individualiza, después, como en el caso de David. El oráculo de jeremías
33,14-26 promete a David un reino eterno y a los levitas un sacerdocio perpetuo,
si guardan el pacto. Pera tiene más relieve «el hijo de David que se siente
sobre el trono» que «el varón a mi servicio que ofrezca holocausto». No
obstante, este oráculo podría ser ejemplo de una doble espera mesiánica. En la
visión simbólica de Zac 4,1-13, Zorobabel, descendiente de David, aparece junto
a Josué, descendiente de Sadod. En 1 Sam 2,30-35, después del castigo de los
hijos de Helí, dice Yahwéh: «Yo me suscitaré un sacerdote fiel, que obrará según
mi corazón y según mi alma: le edificaré una casa estable, y él andará siempre
en presencia de mi Ungido» (o «como mi Ungido», traducción posible, si quitamos
la puntuación masorética); ahí el futuro sacerdote tendría unas características
similares al M. davídico. En el libro del Eclesiástico, el sumo sacerdote goza
de una gran aureola, pero «en el Siracida la figura del sumo sacerdote no
pertenece todavía a las esperanzas mesiánicas...» (Coppens, o. c., en bibl.
103). Sin duda, el texto más importante a favor de un M. sacerdote es el Ps 110.
En él encontramos varios temas del M. davídico. Pero hay nuevos datos, al menos
en la interpretación de los Setenta: «Tú eres sacerdote para siempre al modo de
Melquisedec» (Ps 110,4), donde, además de rey descendiente de David, el M. sería
sacerdote. Prescindiendo del origen y fecha de composición del salmo, con
resonancias del Ps 2, en los Setenta y Vulgata, se introduce la filiación divina
del M., su origen está en lo alto, sin lazos e intervención terrena (cfr. G.
Castellino, o. c. en bibl. 601).
Vemos, pues, que algunos datos apuntan a un futuro M. sacerdote sin la
tradición y la resonancia que tiene el M. descendiente de David.
g. El Hijo del hombre. La apocalíptica presenta un mesianismo de carácter
trascendente, que hemos visto ya en el Ps 110; aviva una esperanza, el triunfo
de Dios en el combate escatológico, una liberación sobrenatural. La figura del
«Hijo del hombre» se encuentra en el profeta Daniel (7,13; v.), que en una
visión contempla cuatro bestias saliendo del mar (7.3), y que significan cuatro
reinos enemigos de Dios (ver. 21); y en contraste con ellas, un «como Hijo de
hombre» que va sobre las nubes hacia Dios; tiene las características del M.: es
presentado en una escena preliminar al juicio, tiene el señorío absoluto sobre
las naciones, su dominio es eterno, su imperio sin fin. Pero, por el contexto,
donde se trata de reinos, es difícil no entenderlo en sentido colectivo: «el
reino de los santos del Altísimo» (ver. 18); cierto que la imagen del reino pide
el rey y el ver. 17 concreta los cuatro reinos en cuatro reyes.
h. El Mesías en los apócrifos. Su estudio es necesario para tener una
comprensión más exacta del M. del N. T. El Mesías hijo de David. Encontramos la
síntesis más completa en el cap. 17 del Salmo de Salomón (y parte del 18), que
se puede datar entre 63-48 a. C. Aunque muy condicionado el Salmo por las
circunstancias históricas (la conquista de Jerusalén por Pompeyo; las
deficiencias de la dinastía asmonea, etc.), que le dan con frecuencia un tono
muy politizado, pide con anhelo que Dios suscite al hijo de David, que será un
rey justo y santo y que hará de los judíos un pueblo santo, ya que éste ha caído
en la corrupción; el rey es llamado Cristo=ungido (ver. 32) y Dios lo ha hecho
todopoderoso en el «espíritu santo» (ver. 37); tiene unos atributos (ver. 32 ss.)
que recuerdan a Is 11. Se adivinan fácilmente las fuentes bíblicas en que se
apoya. La obra del Mesías, aun teniendo en cuenta su aspecto nacionalista, es
religiosa; realizará, como instrumento, la obra escatológica de Dios. Aunque se
habla de su actividad guerrera (ver. 24-27) se insiste principalmente en su vida
santa, su justicia, su obediencia a Dios; pero no hay rasgo alguno que haga
pensar en un M. trascendente.
El Mesías sacerdote. En los Testamentos de los doce Patriarcas, al lado de
la realeza y con preferencia a ésta se coloca el sacerdocio. Se habla
explícitamente de un M. sacerdote en el Testamento de Rubén (6,7 ss.) y en el
Testamento de Leví (18,1-9) se habla del Sumo sacerdote que suscitará el Señor,
cualificado con los dones mesiánicos. Hay una yuxtaposición del M. sacerdote y
el davídico en los Testamentos que preludia esa doble espera, o doble M. que
encontramos en los documentos de Qumrán (cfr. A. Gelin, o. c., en bibl.
1198-1199). Si bien en Qumrán tiene la preeminencia el sacerdocio, y no se
concede ninguna función en la comunidad al descendiente de David; hay un texto
en el Manual de Disciplina (IX,II), que la mayor parte de los autores entienden
como la espera de un doble M. en Qumrán: «... hasta la venida del profeta y los
ungidos (Mesías) de Aarón e Israel» (cfr. J. Carmignac y P. Guilbert, o. c. en
bibl. 15 y 63).
El Hijo del hombre. El libro de las Parábolas de Henoch, la parte más
importante del primer Libro de Henoch (cap. 37-69) para el N. T., cita con
frecuenta al Hijo del hombre inspirándose en Dan 7. Es un M. trascendente, pero
ya claramente individualizado, probablemente en círculos fariseos (cfr. P.
Grelot, Le Messie dans les Apocryphes de 1'A. T., «Recherches Bibliques» V1,50),
y ya antes de la venida de Cristo. Hay alusiones al M. davídico s través de
Isaías, lo que indicaría ya la fusión del M. trascendente con el M. terrestre,
como sucede también en el Libro IV de Esdras, 13 (cfr. A Gelin, o. c. en bibl.
1202). Aclamado por todos, aparecerá al fin de los tiempos para el juicio
universal.
II. EL MESIAS EN EL NUEVO TESTAMENTO. Dos veces en lo se aplica a Jesús el
título de M. con las palabras hebreas transcritas al griego. Andrés dice a su
hermano Simón: «Hemos hallado al Mesías, que quiere decir el Cristo» (lo 1,41);
a la afirmación de la Samaritana: «Sé que viene el Mesías, el llamado Cristo;
cuando él venga, nos hará saber todas las cosas», Jesús dice: «Soy yo, que hablo
contigo» (lo 4,25-26). En todo el N. T. está atestiguada la fe de que en Jesús
tienen cumplimiento las esperanzas de salvación. Es el M. llamado Christós como
en la versión griega de los Setenta (cfr. Mt 1,1: «Genealogía de Jesucristo...»;
Me 1,1: «Principio del Evangelio de Jesucristo...»). Todas las líneas de
pensamiento mesiánico del A. T. las encontramos aplicadas a Jesús, realizadas en
Él, unidas en su persona. Pero precisamente dos títulos que en el A. T. tienen
menos tradición son los que se ponen más de relieve: Jesús es Hijo de Dios y
Siervo sufriente. Así la esperanza mesiánica del A. T. queda aclarada y
trascendida. Tal vez porque la espera mesiánica estaba cargada con demasiadas
adherencias terrenas es por lo que Jesús, aun afirmando que Él es el M.
esperado, manda celosamente que no se comunique; es lo que constituye el secreto
mesiánico: «... no les dejaba hablar (a los demonios), porque conocían que Él
era el Mesías» (Le 4,41); «Entonces ordenó a los discípulos que a nadie dijeran
que Él era el Mesías»(Mt 16,20); sin duda, porque debía purificarse la
concepción del M. y aceptar los vaticinios que anunciaban su sufrimiento (cfr.
Mt 16,21 ss.).
1. Jesús, el Mesías descendiente de David. El título «Hijo de David» es
aplicado a Cristo en los evangelios sinópticos (Mt 1,1, donde también es llamado
«hijo de Abraham») y a José (Mt 1,20); le invocan con este nombre los ciegos (Mt
9,27; 20,30.31; Me 10,47.48; Le 18,38. 39), pidiéndole la curación; la mujer
cananea (Mt 15,22), y las muchedumbres se preguntan: «¿no será éste el Hijo de
David?» (Mt 12,23), título con el que a su vez le aclaman en la entrada triunfal
a Jerusalén (Mt 21,9.15). En todo esto es título mesiánico. En Mt 22,41-45 (Me
12,3537; Le 20,41-44) se plantea cómo Cristo puede ser hijo de David si éste le
llama Señor (cfr. Ps 110). Quizá este texto sea la clave del por qué Jesús no
utiliza para sí mismo el título de «Hijo de David»: la razón sería estar cargado
de ese sentido político que hemos encontrado en los Salmos de Salomón
(restauración del reino de David). Los textos citados son los únicos del N. T.
en que se emplea la expresión. La Iglesia primitiva en los escritos
neotestamentarios le dice el descendiente de David con varias formas, resaltando
su naturaleza humana (Act 2,30, Rom 1,3-4). Y (en los evangelios de la infancia)
se proclama esta descendencia de David; Jesús es el M.; se han cumplido las
promesas de un descendiente: es Emmanuel (Mt 1,23-Is 7,14), nacido en Belén,
caudillo que apacentará a Israel (Mt 2,6; cfr. Mich 5,5), se sentará en el trono
de David y su reino no tendrá fin (Le 1,3233; cfr. 2 Sam 7), nacido de la Virgen
(Le 1,31; cfr. Is 7,14), león de la tribu de Judá (Apc 5,5; cfr. Gen 49, 10-12),
linaje de David, la estrella brillante de la mañana (Apc 22,16; cfr. Num 24,17),
luz para la Galilea de los Gentiles (Mt 4,14-16; cfr. Is 8,23-9,6), sobre quien
reposa el Espíritu del Señor (Le 4,18; cfr. Is 11,1; 61,1), es el Hijo de Dios (Act
4,25 ss.; Heb 1,5; 5,5; cfr. Ps 2,8), triunfante en la humildad de su entrada a
Jerusalén (Mt 21,5; cfr. Zac 9,9).
2. Jesús, el Hijo del hombre. Es el título mesiánico preferido por Jesús.
Con él se denomina a sí mismo 81 veces en los Evangelios. La muchedumbre lo
identifica una vez (lo 12,34) con el Mesías. S. Esteban (v.) en su discurso lo
aplica sin duda a Cristo (Act 7,56), aludiendo a Me 14,62. Heb 2,5-6, hablando
de que el mundo no está sometido a los ángeles sino a Jesucristo, aplica a Éste
el título «hijo del hombre», citando el Ps 8, en donde se aplicaba a todos los
hombres. Pero es sorprendente el poco uso que se hace de él (4 veces) en los
escritos neotestamentarios, aparte los evangelios. Se ha pretendido entender que
Jesús emplea este título como signo de humildad, o tal vez porque era enigmático
y no quería desvelar prematuramente su condición, ya que también se denominan
así los demás hombres (cfr. Mt 12,31; Me 3,8). Pero no es un título de humildad,
ya que aparece en textos que le dan un sentido glorioso y escatológico (Mt 24,27
ss.; Le 17,30). Lo importante aquí es constatar que Jesús intencionadamente ha
elegido esta expresión de Daniel, sobrepasando al mismo profeta: «Nadie ha
subido al cielo, sino aquel que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre» (lo
3,13); Jesús pertenece al mundo celeste (cfr. F. M. Braun, Messie, Logos et Fils
de 1'Homme, en La venue du Messie, «Recherches Bibliques», 1962, 143-144).
Cuando Caifás pregunta a Jesús «¿Eres tú el Mesías, el hijo del Bendito?» (Me
14,61), Jesús le responde: «Yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la
diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo» (Me 14,62). Al M. davídico
del Ps 110 se une el M. trascendente de Dan 7: «Jesús se identifica con una
figura trascendente, de origen celeste, encargado de una misión de juicio y de
salvación» (A. Gelin, o. c., en bibl. 1208). Por hacerse igual a Dios
(blasfemia) se le condena.
3. Jesús, Sacerdote. Se ha visto que en el A. T. y en la tradición judía
ponen algunas veces su esperanza en un M. sacerdotal. Pero, ¿se presenta Jesús
como sacerdote? ¿Es presentado como tal en los escritos neotestamentarios? Nunca
Jesús se da a sí mismo el título de sacerdote, ni se lo dan los hagiógrafos del
N. T. a excepción de la carta a los Hebreos. El nombre de «sacerdote» o «sumo
sacerdote», se reserva para los sacerdotes judíosmiembros de las familias
sacerdotales). Tal vez, porque nada tenía que ver ese sacerdocio con el de
Cristo. Se citan algunos textos de los Evangelios en los que Jesús estaría
investido de atributos sacerdotales o actuaría como sacerdote. Los más
importantes son: los exorcismos de Jesús y el perdón de los pecados, que
recordarían funciones sacerdotales; el velo roto del templo (Mt 27,51 y par.)
significaría que la muerte de Cristo le abre el velo y penetra como sumo
sacerdote; la bendición solemne de Jesús a sus discípulos en el momento de subir
al cielo (Le 24,50-52), que recordaría la bendición del sacerdote, y también el
momento de la entrada en el Santuario celeste como sacerdote según la concepción
de la carta a los Hebreos; el carácter sacrificial de la última Cena, en que
Jesús actúa como sacerdote. Es en S. Juan donde se han visto más pronunciados
los rasgos sacerdotales de Jesús; el Templo de lo 2,13-23; el término
«santificarse» =consagrar, poner aparte para el servicio divino (lo 10,36;
17,17.19) «por ellos», que implicaría un carácter sacrificial (cfr. Heb 13,12);
los discursos de despedida, etc., todo ello son datos que apoyan la teología de
la carta a los Hebreos, pero no retratan a Jesús como ,acerdote (cfr. J. Coppens,
o. c., en bibl. 106 ss.).
La Epístola a los Hebreos es una síntesis poderosa del sacerdocio de
Cristo. Le llama «sacerdote», «sumo sacerdote». Pero el sacerdocio de Cristo es
superior al de Leví (Heb 7,4-10); no es por herencia de tribu (7,13), sino
eterno, «a semejanza de Melquisedec» (7,11); su condición de Hijo le confiere
este carácter eterno (5,5-6). Algunas de las cualidades del antiguo sacerdocio
se conservan en Cristo: tomado de entre los hombres, llamado por Dios en favor
de los hombres para ofrecer sacrificios por sus pecados (5,1 ss.). Pero hay un
fuerte contraste entre el sacerdocio de la Antigua Alianza y el de Cristo:
propio de todo sacerdote es el sacrificio (8,3): los sacerdotes de la Ley vieja
ofrecen sacrificios de machos cabríos... Cristo se ofrece a sí mismo (9,12); el
sumo sacerdote penetra, a través de la primera tienda, en el Sancta Sanctorum
una vez al año (9,6-7). Cristo, a través de su cuerpo (9,11), penetró de una vez
para siempre en el cielo (9,12). Este sacrificio de Cristo es el único eficaz:
los de la Ley antigua sólo servían para la purificación de la carne (9,13),
mientras el sacrificio de Cristo purifica la conciencia de los pecados (9,14;
10,11-14), lo que hace posible que nosotros podamos entrar en el cielo (10,19 ss.).
4. Jesús, el profeta. No se descubre en el A. T. la línea o textos en que
se indique que el futuro M. será un profeta. En Dt 18,15 se promete un profeta.
Por el contexto, significa no que vendrá un profeta eminente, sino que el pueblo
de Dios no será destituido de guía profética; esta guía se espera en Israel (1
Mach 9,27). En los poemas de Isaías, el siervo sufriente tiene varios rasgos
proféticos, entre ellos el de intercesión por la oración (Is 53,12). Los
milagros de Jesús hacen que las muchedumbres identifiquen el M. con el Profeta
que ha devenir (lo 6,13-15); el discurso de Pedro en Act 13,22 ss. cita a Dt
18,15; «la predicción del profeta que debe venir, a juicio del orador, ha
encontrado su cumplimiento en la resurrección e intronización de Jesús. ... En
Dt 18,15.18s. Dios promete a Moisés que, después de su muerte, no dejaría al
pueblo de Israel sin un depositario inspirado de la palabra divina (¡.e., sin un
profeta). El cristianismo primitivo entiende esta expresión "profeta de Moisés"
con referencia al Mesías, en cuanto que éste es el único profeta que no resulta
inferior a Moisés» (A. Wikenhauser, Atti degli apostoli, 2 ed. italiana, Brescia
1962, 85-86). Vemos, pues, que en Jesús se ven cumplidas y sobrepasadas todas
las esperanzas de salvación.
5. Jesús, Mesías sufriente. Los Apóstoles y la Iglesia primitiva han
identificado a Jesús con los poemas del Siervo. En el N. T. no se le llama a
Jesús «Siervo de Yahwéh» a no ser en las expresiones de Act 3,13.26; 4,27-30, en
que se le llama país, que los Setenta traducen por «siervo» en Is 42,1; 49,6;
52,13 (cfr. A Penna, o. c. en bibl. 428 ss.), o en la expresión formare servi
accipiens (Philp 2,7) refiriéndose a la Encarnación y a la Pasión, pero a Él se
aplican en diversas ocasiones los textos de los poemas. El ministro de la reina
de Candace iba leyendo versos de Isaías (Is 53) y preguntó a Felipe: «¿de quién
dice eso el profeta?, ¿de sí mismo o de otro?» (Act 8,32-34). El texto prosigue:
«y abriendo Felipe sus labios y comenzando por esta Escritura anunció a Jesús» (Act
8,35).
a. Textos explícitos de los poemas aplicados a Jeslís. Mt 8,17, después de
narrar los milagros de la curación del leproso, del siervo del centurión, de la
suegra de Pedro, de los posesos y de todos los que padecían enfermedades, dice
que se han llevado a cabo para que se cumpliera lo que había dicho el profeta
Isaías: «Él tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias» (ls
53,4), siendo las enfermedades la consecuencia del pecado (cfr. S. Lyonnet, o.
c. en bibl. 11, 15). Mt 12,17 ss. cita con cierta libertad el primer poema del
siervo (Is 42,1-4) aplicándolo a Jesús y poniendo el acento en que Éste no
alterca con los enemigos y rehúye la aclamación popular y la admiración
sensacionalista. En el Evangelio de Lucas (22,37), Jesús se aplica a sí mismo (y
es el único lugar en que lo hace) las palabras del cuarto poema del Siervo «fue
contado entre los malhechores»; esta cita en Me 15,27, queda aplicada a la
muerte entre los dos ladrones; pero en el texto de Le se dice que los discípulos
han de participar en el duro destino del Maestro (cfr. J. Schmid, L'evangelo
secondo Luca, Brescia 1961, 428). Juan (12,39; cfr. Rom 10,16) cita a is 53,1,
viéndolo cumplido en la incredulidad de los judíos, a pesar de los milagros de
Jesús. S. Pablo apoya su ministerio con los gentiles (Rom 15,16) en las palabras
de is 52,15 (Rom 15,21).
b. Alusiones a los poemas. Señalamos solamente los más claros: en la
fórmula eucarística, que es sacrificio de Jesús y precisamente con las palabras
tomadas del cuarto poema (además de la «sangre de la Alianza»): «... ésta es mi
sangre de la Alianza, que será derramada por muchos para remisión de los
pecados» (Mt 26,28; cfr. Me 14,24; Le 22,20; 1 Cor 11,24), «porque entregó su
vida a la muerte... y Él mismo llevó los pecados de muchos» (ls 52,12). En Is
53,11-12 el siervo lleva a la salvación, librando de los pecados; justifica a
muchos (todos), haciendo que los pecadores se reconcilien con Dos; hay textos en
los Evangelios donde se recogen estas ideas y algunas palabras (cfr. Mt 20,28;
Me 10,45); S. Pablo desarrolla el tema de la justificación, anovándose en textos
del Siervo, en que se hable de la expiación vicaria (cfr. Rom 4,25);
y*normalmente la predicación apostólica o kerigma más' primitivo se apoya en
estas palabras: Cristo murió por nuestros pecados (cfr. 1 Cor 15,3; 1 Pet
2,22-25).
En el Evangelio de S. Juan, el Bautista presenta a Jesús como el Cordero
que quita los pecados del mundo (lo 1,29.36), como pastor que da la vida por las
ovejas (lo 10,11.15.17.18); es propiciación por nuestros pecados y es inocente
(1 lo 3,5; 4,10).
No había encontrado eco en el A. T. la idea del sacrificio vicario, ni
tampoco lo tenía en los contemporáneos de Cristo (aunque sí el perdón de los
pecados, cfr. Le 1,77); de ahí la resistencia que encuentra Jesús a la idea de
un sufrimiento aun entre sus discípulos (cfr. Mi 16,21-23; Me 9,31-33); Jesús
mismo, después de su resurrección, tiene que explicar a los discípulos de Emaús
las Escrituras que hablaban de los padecimientos del M. (Le 24,25 ss.). Pero aun
cumpliéndose en el Calvario con el mayor realismo lo anunciado en el cuarto
poema del Siervo, la Pasión del Señor es descrita especialmente con los Salmos
del justo paciente, en particular el Salmo 22 (cfr. Mi 22,38; Me 14,33=Ps 42,6;
Mi 27,35; Me 15,24Le 23,34; lo 19,24=Ps 22,19; Mi 27,39; Me 15,29; Le 23,35=Ps
22,8; Mt 27,43; Ps 22,9; Mt 27,26; Me 15,34=Ps 22,2; Mt 27,48; Me 15,36; Ps
69,22, etc.).
Del estudio de estos textos concluimos que Jesús se presenta como
cumplimiento en su persona de las predicciones del Siervo sobre el sufrimiento,
y que los Apóstoles, después de Pentecostés, entendieron y predicaron el
sacrificio vicario de Cristo.
Jesús es el M., es el Cristo; es una proposición de fe basada en las
Escrituras; creer en ella es responder a la exigencia de fe que sus obras y sus
palabras exigían a los testigos y ahora exigen a quienes escuchan el anuncio.
Anunciar que Jesús es el Cristo significa proclamar que Jesús de Nazaret es el
que cumple las promesas de Dios tal como se habían anunciado al pueblo judío en
el A. T.
V. t.: JESUCRISTO; CORDERO DE DIOS; BUEN PASTOR; SIERVO DE YAHWÉH; ALIANZA
(Religión) 11; ISRAEL, RESTO DE; MESIANISMO; CRISTIANISMO
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T. LARRIBA URRACA
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991