MESIANISMO
Es la creencia en el Mesías o expectación de su venida. Su concepto varía, como
es lógico, según se considere desde el punto de vista judaico o cristiano, pero
ambos coinciden en las esperanzas mesiánicas del A. T. Para un cristiano, éstas
tuvieron su total cumplimiento en la persona de Jesucristo, reconocido como el
Mesías prometido y esperado, «el deseado de las naciones» (v. tvtESíAS). El
pueblo judío, por el contrario, continúa en su expectativa, y esta actitud es la
clave de su historia, desde que la profecía calló hasta nuestros días: dos
largos milenios. El m. así entendido, con todas sus consecuencias, es la gran
muralla que separa irreductiblemente al judaísmo del cristianismo, a pesar de
las profundas vinculaciones que entre uno y otro establece el A. T
Fundamento del mesianismo. EJ término se deriva de mesías (v.), voz de
origen arameo (con duplicación de s, conservada en varias lenguas), adoptada del
hebreo tnasiñh, ungido -untado, en el ladino sefardí-, helenizado en Xristós, de
donde deriva el latino Christus, que pasó a las lenguas modernas. En consonancia
con su etimología, se aplicó a los miembros del sacerdocio, que recibían la
unción, al quedar incorporados a sus funciones y consagrados a Dios; al Sumo
Sacerdote, distinguido con una unción especial; al rey, ungido con óleo y
considerado como inviolable; y a veces tiene una acepción muy general, p. ej.,
en el salmo 105,15 habla de christos meos, «mis ungidos», refiriéndose al clan
de los abrahámi- . das, consagrados a Dios por un pacto solemne. En el Salmo
2,2: «contra Yahwéh y contra su Ungido», se encuentra por vez primera en la
Biblia el término Masiáh, aplicado al lugarteniente de Yahwéh en los tiempos
mesiánicos. Fundándose en este texto, la literatura apócrifa judaica, a partir
de los Salmos de Salomón (s. íi a. C., o tal vez 1) reservó este título de
Mas`iáh al esperado representante de Yahwéh en los tiempos de su manifestación
mesiánica. En el ánimo de todos los israelitas estaba la creencia de que el
Mesías recibiría una especial unción o consagración solemne de parte de Dios.
Así el nombre común de masiáh se convirtió en nombre propio aplicado a su
persona. Es el Ungido, el Cristo del Señor (Biblia Comentada, BAC, Madrid 1962,
204-205; cfr. Le 2,11). A partir, pues, del s. lI o el i a. C., el término
Mesías se emplea para designar el esperado redentor y en ese sentido se habla de
expectación mesiánica reinante en Israel desde la antigüedad. En los escritos de
los Profetas se presenta a menudo al Gran Rey justo y misericordioso que al
final de los siglos establecerá el reino universal de la paz, la santidad y la
grandeza (cfr. Is 7-12: Libro del Enmanuel; Miq 4-5; Ier 33; Zach 9,9 ss.)
En los comienzos de la era cristiana estaba muy en boga, incluso entre los
piadosos israelitas, la creencia en un Mesías político, ben David, hijo de
David, que «restablecería el reino de Israel» definitivamente en toda su
grandeza (cfr. Mt 26,63-64; Me 14,61-62; Le 22,67-69 y Act 1,6). El concepto
espiritualista de los profetas, cuando hablaban de la servidumbre del pecado,
recogido en el concepto cristiano del Mesías, quedaba postergado ante la idea de
un libertador que los redimiera del yugo extranjero, que tan penosamente
soportaban. Los mismos doctores judíos en la época de Jesucristo insistían en
esta interpretación: el Mesías sería un rey temporal, que instauraría un reino
de santidad, pero también de poderío terreno en favor de Israel. También hay
atisbos de un Mesías sacerdotal. Asimismo se habla de falsos mesías (mésiáh
séger), como hubo falsos profetas en la época bíblica
El fundamento principal del m. en el pueblo de Israel se basa en la
alianza pactada con Dios y la intervención constante y providencial de Él en su
accidentada y trágica historia. Esta esperanza, profundamente anclada en el alma
israelita, aunque muchas veces defraudada por obra de falsos mesías, ha sido el
principal baluarte de Israel
Primeros movimientos mesiánicos. Los movimientos mesiánicos, con variedad
de tendencias, caracteres, amplitud y vicisitudes, se han sucedido en el pueblo
de Israel desde su dispersión por el mundo hasta nuestros días, si tenemos en
cuenta que el propio sionismo (v.), en su aspecto espiritual, contiene un fondo
de sentimientos inspirados en el mesianismo. Estos movimientos se han polarizado
siempre en un personaje: son los seudomesías, anunciados por Jesucristo: «Se
alzarán falsos mesías y falsos profetas...» (Mt 22,24). Poco después de su
muerte y resurrección apareció Teudas (44-48), que reunió algunos centenares de
personas con el propósito de iniciar la lucha contra los romanos. Prometió, como
señal de su poder taumatúrgico, separar las aguas del Jordán, pero murió
decapitado por los romanos, con muchos de sus partidarios, y su facción fue
aniquilada. Su cabeza fue llevada a Jerusalén como trofeo y para escarmiento
El más famoso seudomesías de tipo militar fue Simón apellidado Barcoquebas
(Bar Kókéba'), «hijo de la estrella», nombre mesiánico, en arameo valeroso y
hercúleo caudillo de la segunda gran sublevación contra Roma durante tres años
(133-135), en tiempo_ de Adriano (v.), quien para sofocarla tuvo que mandar a
Palestina al mejor general del Imperio, Julio Severo. Se venía creyendo que el
apelativo paronomástico del susodicho, Bar Kozibá («hijo de la mentira»,
falsario), se le había aplicado después, como título denigrante impuesto por el
rabinismo, contrario al m. militar; pero el haberse encontrado entre los
descubrimientos del desierto de Judá cartas suyas con esta firma, parece indicar
más bien fuera ése su verdadero apellido. La rebelión fue terriblemente
aniquilada, y se impusieron durísimas condiciones a los escasos judíos que
siguieron en Palestina, sobre todo en las proximidades del solar de la Ciudad
Santa, pues fueron muchos los que murieron o fueron vendidos como esclavos. El
escalofriante recuerdo de la terrible represión fue un freno poderoso contra
nuevos intentos similares durante tres siglos
Sin embargo, las esperanzas mesiánicas seguían latentes. S. jerónimo en su
Comentario a Joel atestigua el sentir de sus contemporáneos en estos términos:
«Los judíos se prometen, o más bien sueñan, que al final de los tiempos el Señor
los reunirá y llevará a Jerusalén, y no contentos con tal ventura, afirman que
Dios les entregará los hijos e hijas de los romanos para que los judíos los
vendan, no a los persas, etíopes u otras naciones cercanas, sino a un pueblo
lejano, los sabeos» (PL 25,982)
Hacia el 440 surgió un nuevo mesías, Moisés de Creta, que anunció su
propósito de llevar a sus correligionarios de la isla a la Tierra Prometida, por
el mar enjuto, después de dividir las aguas, como el primer Moisés por el mar
Rojo; pero fracasó estrepitosamente, pereciendo entre las aguas con muchos de
sus secuaces, que, ciegamente confiados, habíanse lanzado al mar desde una roca
El mesianismo en la literatura judía posbíblica. En la Misná (v. TALMUD,
2) encontramos dos únicas referencias al Mesías; una, fugaz, al solo efecto de
interpretar una expresión en el tratado Bérakot (1,5), y otra, al final de Sotá
(9,15), donde se detallan, bastante arbitrariamente, las señales que precederán
la venida del Mesías, y se repiten en diversos lugares de la literatura
rabínica. En el Talmud (v.) el Mesías y su misión son objeto de innumerables
referencias. Como de ordinario, en las infinitas cuestiones que en él se
debaten, las más variadas opiniones se entrecruzan y contraponen; pero hay
muchos puntos esenciales, en que todos, o un gran número, coinciden. Por ej.,
dice A. Cohen (o. c. en bibl. cap. XIX): «Los rabinos admiten unánimemente que
el Mesías será un ser humano, encargado de cumplir la misión que le incumbe. En
ninguna parte del Talmud se profesa la creencia en un Mesías sobrehumano». En
cuanto a designaciones de la persona y nombre, las opiniones son variadísimas,
según las escuelas o doctores: Ezequías rey de Judá, David rey de Israel, Siló
(Gen 49,10), Yinnón (Subsistirá), Haniná (Gracia), Menahem (Consolador) y muchos
más figuran entre los que se proponen en diversos pasajes del Talmud, siempre
buscando un apoyo lingüístico en el texto bíblico. El misterioso término Siló se
sustituye en el Targum de Onkelos, el de Jonatán y el Jerosolimitano por Mesías,
prueba inequívoca de esa interpretación. Aun cuando solamente una vez aparece la
mención misteriosa de un Masiáh ben Yosef (Mesías hijo de José), también llamado
ben Efraim, la teoría logró cierto arraigo en el judaísmo posterior, y en la
literatura se encuentran ecos de esa creencia, e incluso la opinión conciliadora
de que habrá un Mesías de la Casa de David, y otro de la Casa de José, es decir,
descendiente de estos personajes. El Mesías ben Yosef vendrá antes del verdadero
Mesías, y al intentar liberar a los israelitas, será matado; el Mesías ben David
será el triunfador, que reinará para siempre. Según expone J. Klausner en su
obra Jesús de Nazaret, la teoría de un Mesías hijo de José no aparece hasta el
fracaso de la insurrección de Barcoquebas, y se encuentra principalmente en
leyendas judaicas tardías. Su fundamento bíblico primero descansa probablemente
en Dt 33,17
Objeto de particular atención en el Talmud y en numerosas obras y pasajes
de la literatura judaica han sido los cálculos para determinar la época del
advenimiento de Mesías (yémot ha-M.: los días del Mesías), en los que resaltan
especialmente los cómputos cabalísticos (v. CABALISMO). «La mayoría de los
rabinos -dice Cohencensuraba los cálculos tendentes a fijar la fecha del "fin",
es decir, la venida del Mesías, porque ellos suscitaban esperanzas que en
seguida se verían frustradas» (o. c.). Y añade el mismo autor: «Donde la
imaginación no conocía límites es al tratar de contemplar el mundo, tal como
aparecería transformado por obra del Mesías». Aparte de sus efectos sobre el
mundo material: el sol, la luna, las aguas, los frutos de la tierra, las
ciudades destruidas, los animales, etc., se insiste particularmente en la paz
inalterable, la alegría, la felicidad que inaugurará el Mesías. Sobre todo,
quien más se beneficiará será, naturalmente, Israel; su situación depresiva en
un mundo hostil se trocará en la posición eminente que Dios le tiene reservada.
Será tan envidiable la suerte de Israel, que muchos extraños tratarán de unirse
a la comunidad; pero, por su falta de sinceridad y desinterés, deberán ser
rechazados. También se creía firmemente que el Mesías llevaría a cabo la reunión
de las tribus de Israel, la restauración de la ciudad santa de Jerusalén, la
reconstrucción del Templo; hasta el pecado desaparecerá, por lo cual no habrá
lugar a sacrificios expiatorios. En suma, la era mesiánica traería una felicidad
completa y perfecta
Es curioso observar, como lo hace el susodicho autor, a quien seguimos en
esta parte, que al revés de los otros pueblos antiguos, que situaban la edad de
oro en un pasado remoto, los judíos la esperaban para el futuro. Al efecto se
basaban en la interpretación de textos proféticos en que reiteradamente se alude
a los últimos tiempos, que serán testigos del apogeo de la grandeza nacional.
Ese glorioso porvenir gravitaba en torno a la persona del Mesías, el Ungido, que
Dios enviaría para inaugurar una nueva era y milagrosa
En la liturgia sinagogal vespertina del Sábado se pide: «Envíe al final de
los días nuestro Mesías, para redimir a los que esperan el final de su
salvación». En los himnos de nostalgia de Sión y anhelos de redención, palpita
la esperanza en el Mesías, que rescatará a los cautivos, libertará a los
oprimidos y cumplirá las promesas
Movimientos mesiánicos en la Edad Media y Moderna. Bajo la dominación del
Islam fueron numerosos los mesías que aparecieron en Oriente. Uno de los más
famosos fue Sereno (Srini), que puso en grave conmoción a todo el judaísmo
oriental y occidental. Muchos judíos de España, incluso bien acomodados,
seducidos por el señuelo mesiánico, acudieron a alistarse bajo sus banderas.
Apresado por revolucionario, hubo de comparecer ante el califa Yazid II (ca.
720), y, atemorizado, declaró que no abrigaba intenciones contra el poder
público y sí solamente burlarse de sus correligionarios, en vista de lo cual fue
entregado a la comunidad judía, la cual le castigó. Sus adeptos, decepcionados,
sufrieron las consecuencias de su credulidad, perdiendo los procedentes de
España sus bienes y la posición que ocupaban
Los grandes doctores del judaísmo medieval, tales como Saadías y
Maimónides (v.), consideran al Mesías según la creencia tradicional, como
libertador y rey excelso del pueblo judío. También los hubo, incluso de gran
talla, que mediante cálculos cabalísticos, matemáticos y astrológicos, se
atrevieron a vaticinar la fecha del advenimiento del Mesías al mundo, p. ej., el
gran polígrafo Abraham ibn Ezra, el barcelonés Abraham Bara Hiyya y el notable
exegeta y estadista Isaac Abravanel, ministro de los Reyes Católicos y de otros
soberanos europeos, cuyas obras ejercieron grande influencia en el m. de la
primera mitad del s. xvi. Durante la Edad Media y la Moderna, desde el s. xi
hasta fines del xvin, aparecieron en varios países de Europa (Francia, Italia,
Alemania, Rusia, Polonia, Turquía) varios mesías. Los más famosos fueron David
Reubení, secundado por S. Molho, y Sabtay ben Zvi, apoyado por Natán de Gaza.
Son interesantes sus novelescas andanzas
David Reubení n. en Jaibar (Arabia) el a. 1490, y efectuó su aparición en
Turquía. En Portugal, donde residió algún tiempo, se le conocía por David Judeu.
Allí encontró un valioso colaborador en el Dr. Diego Pires, n. en 1500,
criptojudío que volvió a abrazar abiertamente la religión mosaica, declarándose
judío de un modo oficial, y adoptó el nombre de Salomón Molho (o Malco), con el
que es conocido entre los judíos. Fue el gran propagador del movimiento
mesiánico de D. Reubení. Éste consiguió una entrevista con el papa Clemente VI,
a quien expuso su proyecto sionista, consistente en promover la conquista de
Palestina y arrebatársela a los turcos pararestaurar allí el reino de Judá. El
proyecto de Reubení, por descabellado que pudiera parecer, llegaba en un momento
muy oportuno, los turcos habían llegado a las puertas de Viena, y por eso fue
del agrado del Papa y de algunos soberanos cristianos, como Juan II de Portugal.
Al parecer, el Papa aconsejó a Reubení se dirigiera a éste, quien podría a su
vez recomendarle al emperador Carlos V
La estancia de Reubení en Portugal originó entre los cristianos nuevos un
fuerte movimiento de retorno a la fe judaica, que disimuló Juan III durante el
tiempo de la embajada del judío, lo cual motivó que el inquisidor Selaya
censurara al monarca como «amigo de los judíos y tolerante con los cristianos
nuevos». Pero cuando Reubení salió de Portugal, el rey volvió a su anterior
política antijudaica
Molho, convertido en embajador y brazo derecho de Reubení, desplegó una
gran actividad visitando varias cortes europeas, y hasta se afirma que intentó
convertir al judaísmo a Francisco I, rey de Francia, como también a Carlos V,
con quien se reunió en Ratisbona juntamente con Reubení. El emperador mandó
prender a los dos inquietos aventureros y los entregó a la Inquisición italiana.
Molho fue condenado a muerte como apóstata de la fe cristiana en Mantua (1532).
Estando en el cadalso, se le ofreció la libertad, por voluntad del emperador, si
abjuraba de la fe judaica; mas él se negó, prefiriendo «morir mártir», como
dicen los historiadores judíos. En cuanto a Reubení, se declaró incompetente
para proceder contra él la Inquisición italiana, por ser judío de nacimiento.
Los historiadores judíos desconocen la suerte final de David Reubení; pero según
un documento que se encuentra en Torre do Tombo -escribía el judío polaco
avecindado en Portugal Samuel Schwarz (Ver e crer, n° 11, marzo 1946)- puede
conjeturarse que la Inquisición española lo entregó a la de Evora, al ser
instituido el Tribunal del Santo Oficio en 22 de octubre de 1536, y que David
Reubení fue quemado en el primer auto de fe de Evora, en 1542
Otros movimientos mesiánicos. Un siglo después, Sabtay ben Zvi, n. en
Esmirna (1626) y m. en Albania (1676), levantó extraordinario revuelo en los
países balcánicos, Turquía, Palestina y Egipto, y con la eficaz colaboración de
Natán de Gaza, consiguió numerosos adeptos, incluso en la Europa Central e
Italia. Muchos llegaron a creer que el sultán cedería la corona a Sabtay, pues
le consideraban como verdadero Mesías. Pero, denunciado como conspirador ante el
Sultán de Constantinopla, negó cobardemente sus pretensiones mesiánicas, y hasta
abrazó, al menos aparentemente, la religión musulmana, aconsejado por un
apóstata judío, para salvar la vida. Pero el movimiento sabataísta no terminó
con la deserción y fallecimiento de su portaestandarte; Natán de Gaza buscó
nuevos argumentos ideológicos, asaz artificiosos, para explicar el extraño
fenómeno de un Mesías apóstata, que tuvieron bastante aceptación. La secta de
los doenmeh, criptojudíos mahometanos, arraigada en Salónica y Turquía, que
perduró hasta entrado el s. XX, fue la postrera manifestación del movimiento
sabataísta. En el s. XVIII éste, se renovó en la persona de Jacob Franck
(1726-1791), n. en Ucrania y afiliado a una secta sabataísta, que encontró apoyo
en algunos sectores católicos y fue un caso típico de versatilidad y adaptación.
En Turquía abrazó el islamismo, en Polonia se hizo bautizar; acusado de
apostasía, sufrió prisión, y, liberado por el ejército ruso al invadir Polonia
en 1763, huyó a Moravia y después se estableció en Offenbach, donde vivió como
gran señor, rodeado de entusiastas partidarios. Después de su muerte, su hija
Eva asumió la dirección de la secta franckista, que desapareció a su muerte
(1816), si bien todavía durante la primera mitad del s. xlx se conservaban
fermentos en linajudas familias judías de Praga, que después afloraron en los
adeptos de la Haskalá o movimiento de renovación cultural judía
En otra dirección respecto a la trayectoria mesiánica, conviene recordar
la escuela mística de Safed (Norte de Galilea), uno de cuyos principales
maestros fue el cabalista Isaac de Luria (s. XVI), el cual imprimió diferente
sesgo a las aspiraciones mesiánicas, opuesto al político, enseñando que la
llegada del Mesías únicamente podría realizarse mediante la perfección
espiritual y restauración del mundo; sólo el misticismo y la vida ascética
pueden acelerar la era mesiánica
No puede faltar aquí una referencia a los documentos esenios (v.)
encontrados entre los Manuscritos del Mar Muerto, cuyo análisis exhaustivo
todavía no ha terminado de revelar sus secretos. En ellos parece descubrirse una
doble expectación mesiánica entre aquellos solitarios: la del «escrutador de la
Ley», el Mesías de Aarón, y la del «Príncipe de toda la Congregación», el Mesías
de Israel; es decir, un Mesías sacerdotal, y un Mesías laico. Sabido es que en
el famoso Documento de Damasco, descubierto en 1896 en la Guenizá del Cairo,
ambos se identifican y sólo se habla del «Consagrado de Aarón e Israel» (V.
QUMRAN, MANUSCRITOS DE)
Una cuestión final, sugestiva e interesante, es la que se plantea respecto
a la posición actual del judaísmo en orden a la esperanza mesiánica. La
Enciclopedia judaica castellana sintetiza con claridad las tres posiciones
actuales en estos términos: «La creencia en el Mesías es el XII de los Trece
Artículos de Fe, de Maimónides, y como tal sigue siendo uno de los principios
básicos del judaísmo ortodoxo («Creo en la venida del Mesías; y, aunque tarde,
espero a diario su llegada»). Pero la facción ultrarreligiosa entre los judíos
rechaza toda conexión entre las ambiciones del Sionismo (v.) y la venida del
Mesías. Aconseja la paciente espera de los judíos, hasta que Dios estime
conveniente cumplir las promesas proféticas y restablecer su Templo en Sión».
Por otra parte, los reformistas interpretan las esperanzas mesiánicas en sentido
universalista de paz en la humanidad y auge de la civilización. Los
nacionalistas consideran al Mesías corno símbolo de la redención del pueblo, sin
rasgos personales. Para el Sionismo, sólo el renacimiento nacional y la
independencia de Palestina tienen importancia
V. t.: HEBREOS; JUDAísmo; APOCALIPSIS II; JESUCRISTO.
BIBL.: The Jewish Encyclopedia, ed. J. SINGER, Nueva York 1901-06, VI11,505-512; Enciclopedia Judaica Castellana, México 1950, VII,410-424; D. CASTELLI, Il Messia secondo gli Ebrei, Florencia 1874; F. FERNÁNDEZ Y GONZÁLEZ, El mesianismo israelita en la Península Ibérica, «Boletín de la Academia de la Historia» VII, Madrid; A. COHEN, Everyman's Talmud, Londres 1932 (trad. franc. La Talmud, París 1933, cap. XI); J. ALONSO DíEZ, Mesianismo, «Cultura Bíblica» 1963, 323-330
D. GONZALO MAESO
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991