MEDIA, EDAD B. HISTORIOGRAFÍA


La historiografía medieval recoge una abundante producción de fuentes narrativas, en que ingenios de varia condición y facultades consignaron la memoria de lo sucedido. La Alta E. M. había heredado esta afición del mundo clásico, aunque sus obras iniciales -crónicas y anales- ofrezcan redacciones más modestas. Las crónicas (v.), herederas de los fastos consulares, añadieron al dato cronológico los sucesos importantes y, desde los primeros ejemplos hasta el s. viiI, aumenta su enjundia; con el renacimiento carolingio, a partir del s. viii, se ponen de moda los anales, hijos de las tablas pascuales o calendarios litúrgicos, a las que se añaden reseñas breves de acontecimientos, generalmente relacionados con el área de una iglesia, o monasterio. Las Cruzadas ampliaron los horizontes de la historiografía y recrearon relatos que abarcan grandes conjuntos de sucesos; así, en la Francia de los Capetos, Suger compone una historia del reino.
      Estas obras amontonan materiales de valor distinto y, más adelante, resulta difícil distinguir la verdad y la leyenda; pero todos los países crean sus grandes crónicas de ámbito nacional que para satisfacción de muchos adoptan pronto redacciones en las lenguas vernáculas, y abandonan el tradicional latín. Para los seglares, las canciones de gesta, sucedáneo de las historias latinas preferidas por los clérigos eruditos, dejan de interesar ya en el s. xii, y la cuarta Cruzada fomenta el gusto por relatos realistas, aunque sigan apartados del sentido de la verdad y lo erudito y continúan admitiendo las fantasías más inverosímiles. La Baja E. M. acentúa el matiz político para los relatos de historia y comienza además una incipiente preocupación crítica, en busca de la verdad; por añadidura, la oleada humanista afecta al estilo literario y a los recursos estilísticos de la historiografía universal.
      Es forzoso, en una panorámica de toda la historiografía universal de la E. M., reducirse a la escueta enumeración de obras y nombres, algunos de ellos recogidos en artículos especiales de esta Enciclopedia; a efectos de sistemática se han agrupado sus monumentos en unos cuantos temas que dan afinidad a los mismos y, por supuesto, se dedica especial atención a la historiografía hispana.
      1. El mundo bárbaro. Atribuido equivocadamente a Próspero de Aquitania, un Carmen de providentia divina da incipiente noticia de las gestas de vándalos y godos; pero es relato superado por las cartas y poemas de Sidonius Apollinaris, galo nacido en Lyon en el 430 y muerto en el 480, obispo de Clermont; se trata de un aristócrata que conoció el asentamiento de los bárbaros, y su pluma describe con vivos colores episodios de esta odisea. En el conjunto de los pueblos bárbaros, los godos tuvieron mejor suerte historiográfica gracias a tres escritores: Casiodoro (v.), Jordanes e Isidoro de Sevilla (v.).
      Magnus Aurelius Cassiodorus, senador de Roma, secretario de Teodorico el Grande, retirado a la vida privada en el 570, además de su correspondencia ha dejado su historia De rebus geticis, conservada a través de los escritos de Jordanes, un bárbaro sincero aunque crédulo que escribió dos obras históricas Romana y Gotica; la segunda compendia la perdida de Casiodoro, salpicándola con aportes personales. Isidoro de Sevilla, el nuevo Plinio enciclopedista, abunda también en datos históricos.
      Para la época merovingia, el primer autor citable es Florentius Gregorius o S. Gregorio de Tours (v.), obispo de esta ciudad, considerado como el Heródoto francés, de gran espíritu conservador, con numerosa obra sembrada de datos históricos, en especial su Historia de los francos, en 10 libros, en mediocre latín, pero jugosa por las tradiciones orales que recoge y valiosa para los sucesos coetáneos; de cronología imperfecta, puede corregirse por la obra del prelado Mario de Avrenches, autor de un Cronicón que continúa el de Próspero de Aquitania, con fiel orden de sucesos en el marco de los años consulares. Obras todas completables con varias tradiciones hagiográficas (como S. Aignan de Orleáns, S. Genoveva de París, S. Remigio de Reims, etc.), además de las recogidas en sus poemas por Fortunato, obispo de Poitiers, poeta áulico de moda, el último de los latinos. Debe citarse además la Crónica de Fredegario, indispensable para los s. vti y VIII' del mundo franco, obra de varios autores.
      Italia bárbara cuenta, además de los textos de Casiodoro, con el Anónimo Valesiano; con Ennodio, obispo de Pavía, muerto en el 521 y autor del Panegírico de Teodorico el Grande; con Pablo, diácono, y su Historia de lombardos en seis libros. La Hispania visigoda, además de Isidoro de Sevilla, cuenta con cuatro cronistas de valía: Hidacio, natural de Limazo y obispo de Chaves, cuya historia llega hasta el 468, y es poco favorable a los suevos; el conde Marcelino, funcionario del Imperio de Oriente, con datos hasta el 534; Víctor Tunnuna, cartaginés autor de una Crónica continuación de la de Próspero de Aquitania; y Juan de Biclara, obispo de Gerona, que historía hasta el 590. Para tiempos posteriores de la monarquía visigoda son interesantes: el Anónimo de Córdoba, la Crónica albeldense, la de Sebastián de Salamanca, la de Julián de Toledo, el Memorial de santos de S. Eulogio (v.) y las noticias recogidas en historiadores posteriores. No pueden olvidarse los autores musulmanes al-Bogari, Ibn Adhari, Ibn al-Qütiyya, Ibn al-Athir, Ibn Abdul Haqam, al-Qusani, En Nuguairi y el meritorio anecdotario Afbar Machmua y sus relatos legendarios sobre la invasión musulmana en la península Ibérica.
      El mundo del Islam cuenta con el texto del Corán, reflejo del espíritu y mentalidad de sus adictos; la fuente historiográfica esencial es la Historia del califato y vizirato de al-Fakhri y los textos de al-Tabari (v.), Masudi e Ibn Jaldún (v.).
      Los anglosajones tienen el gran cronista Beda (v.), muerto en el 735, exponente de la gran cultura del monacato de Gran Bretaña; poeta, historiador, pedagogo, dejó en cinco libros una Historia eclesiástica; de menor importancia son las obras de Nennio, Historia de los bretones, y S. Gildas, con su Librr querolus; más reciente es una Anglo-saxon chronicle anónimaEscandinavia solamente cuenta con sus sagas (v.), epopeyas populares y legendarias; sus modestas crónicas han sido reunidas en ediciones del s. XIX según nacionalidad sueca, noruega y danesa; merece mención particular la Historia dánica de Saxo Gramático; en realidad, hasta el s. XVI no surge una efectiva historiografía escandinava. La gente normanda, en cambio, dejó restos en obras de los países que atacaron, tal ocurrió con Abbon, poeta, autor de un canto sobre el sitio de París en el 885; otros recuerdos de normandos en relatos hagiográficos como el de Eudon sobre los milagros de S. Mauro, de Aimon sobre S. Germán, el de Ermentario sobre la traslación de S. Filiberto, etc.
      Polonia, Hungría, Rumania y Yugoslavia tienen también modestas crónicas medievales, editadas en el siglo pasado; los eslavos aparecen en la Crónica de Kiev, de Néster, redactada en el s. XII, en parte legendaria; datos anteriores se hallan en el Cosmógrafo de Rávena y en la Descripción de ciudades escrita por. S. Emmeran de Ratisbona. Las gentes asiáticas cuentan con relatos greco-latinos, como el de Priscos, embajador cerca de Atila, otro texto sobre los kázaros, etc.
      2. Bizancio. Para la época anterior a Justiniano la fuente esencial es la Historia eclesiástica de Evragio; Justiniano cuenta con Procopio de Cesarea, escritor brillante, autor de unas Historias en ocho libros más sus Anécdotas o Historia arcana, verdadero libelo contra el Emperador y los suyos. Continúan el relato de Procopio hasta el 602 las obras de Aghiatar, Menandro y Theofilacto. Después Pedro el Patricio, jurista y diplomático, escribió una Historia del Imperio romano y otra titulada Katastasis, en que se inspiró el Libro de ceremonias de Constantino Porfirogeneta en el s. X. Otras historias de interés son: las de Juan de Lidia sobre administración, escrita en lengua vulgar, y la de Malalas, de carácter popular; añádanse la Topografía cristiana de Cosme Indicopleustes, la Historia eclesiástica de Juan de Efeso, y para el ambiente monástico la Escala espiritual de Juan Clímaco (v.). No se pueden olvidar los textos legales de Justiniano, y la obra poética de Dioscores y de Pablo el Silenciario.
      Tras Justiniano son útiles fuentes historiográficas la Historia de Heraclio de Sebeos y el Cronicón Pascual. Para la época isáurica la Cronografía de Teófanes, su continuación anónima y la Vida de Esteban el joven. Más abundante es la información para el periodo macedónico con los 10 libros de la Historia de León el Diácono, la Crónica de León el Gramático, la Caída de Tesalónica de Juan Cameniates, la Crónica de Edesa, y en eslavo antiguo la Crónica Laurenciana; pueden añadirse los poemas de Juan el Geómetra, las cartas del patriarca Nicolás el Místico, los tratados de Simeón Metafrato, el Lexicón de Suidas y la Cronografía de Miguel Pselo (v.); se ha citado antes a Constantino Porfirogeneta, Emperador, autor de una Vida de Basilio I, su abuelo, la Administración y el Tratado de las ceremonias.
      Para la Baja E. M. bizantina el mejor historiador de Miguel Paleólogo fue Jorge Pachymere; dejó unas memorias el emperador Juan Cantacuzeno; y la historia de los Paleólogos la resumen cuatro autores: Phrantzes, Ducas, Chalcokondile y Cristóbulo. También es interesante el relato del viajero español Pedro Tafur. Para la Morea francesa hay una Crónica de la Morea y para el Ática aragonesa, el Homero catalán Ramón Muntaner (v.). Cuidó de la historia de Chipre, la Crónica de Leoncio Macheras; también interesan los tratados militares de León VI y las descripciones de Constantinopla debidas a Nicolás Mesarites y Nicolás Acominates.
      3. El mundo carolingio. Pese a los elementos fabulosos contenidos en las Genealogías carolingias son muy útiles sus datos. Pero los precursores de los carolingios han quedado retratados en los anales de monasterios; o alguna pieza especial como la Clausula de unctione Pippini, pacto formal con Roma. Carlomagno abre su historiografía con los Anales reales formados por los del monasterio de Lorsch para los a. 741-788, continuados hasta el 829; desconocida la personalidad de sus autores, es improbable la atribución a Eginardo, pero se trata de fuente oficiosa, obra de clérigos de la capilla real. Interesa además la Crónica de Moissac, inspirada en unos anales meridionales desaparecidos. Complemento de la literatura analística es la Vita Karoli de Eginardo, de cronología deficiente pero vivaz relato representativo del renacimiento del s. IX, que imita a Suetonio; da idea muy clara de Carlomagno. Este renacimiento carolingio produjo poemas de interés para la historia como el de Saxo, De gestis Karoli Magni, reflejo de unos viejos anales perdidos, el Carmen de Angilberto del 801 muy documentados sobre la corte, y algunos poemas de Teodulfo, obispo de Orleans, de origen hispano.
      No deben despreciarse los relatos legendarios del monje de San Gall y la superchería del Seudo Turpin, redactada a fines del s. xi. Luis el Piadoso cuenta con unos Anales reales, en parte escritos por el archicapellán Hilduino y que llegan hasta el 830; tuvo el rey dos biógrafos, uno Thegan de Tréveris, muy bien informado, imparcial y con buena cronología; otro el Astrónomo, anónimo autor de la Vida de Luis el Piadoso, muy buena. Se cuenta además con la Vita Adalardi de Pascasio Radberto, panegirista apasionado, de crudo lenguaje y estilo en clave; y otra obra del partido es el Liber apologeticus de Agobardo, arzobispo de Lyon. Pueden espigarse además alguna hagiografía como la Vida de San Benito Aniano de Abdón Esmaragdo y las colecciones de milagros, un poema elogioso de Ermoldo Nigello y los de Walafrido Estrabón y Sedulio Scotto. Además en el s. IX se pusieron de moda las biografías de obispos y abades; algunas se escribieron en Fontenelle hacia el 834, otras en Mans.
      Para la sucesión de Luis el Piadoso importan los cuatro libros de Historias de Nithardo, bastardo de la casa carolingio, donde se insertan los famosos juramentos de Estrasburgo. Para Carlos el Calvo interesan los Anales de San Bertín, relato anónimo hasta el 835 que continuó Prudencio Galindo, un aragonés obispo de Troyes que escribió hasta el 861, continuando el relato Hincmaro, arzobispo de Reims, muy bien informado.
      La época contemplada desde Alemania cuenta con los Anales de Fulda, centro renano de la cultura alemana del s. IX, obra de sucesivos redactores (Einhard, Rodolfo, Meginhard y un anónimo), que se completa con variosAnales como los de S. Vaast, Xanten y los de Flodoardo, la Crónica de Fontenelle, la de Regino de Pruem y las Historias de Richer. También abundan en el s. IX las hagiografías (v.); hay competencia entre relicarios a justificar con relatos más o menos sinceros; destacan los Milagros de San Germán y la Traslación de San Vicente Mártir, obras de Aimoino. Hay además útiles necrologios y obituarios, con datos sobre personajes y su cronología, y algunos epistolarios como el de Lope de Ferrieres. Otras obras que completan el panorama carolingio y otónida son: las obras de Luitprando, obispo de Cremona muerto hacia el 972, las Rerum gestarum saxonicarum de Widukind escritas en Corbie hacia el 967, la continuación de Regino, los textos de Raúl Glaber y el Cronicón de Adán de Brema. Otras obras útiles: la Vita Brunonis de Ruotger, el panegírico de Otón el Grande por Hrosvitha, los anales ya en decadencia y las primeras crónicas universales como las de Sigeberto de Gemploux y la de Ekkehard de Aura. Únanse desde Italia ciertos anales locales como los de Roma, Bar¡, Novalesa y Amalfi.
      4. Cristiandad e Islam. Punto crucial entre ambos mundos fue la península Ibérica. Del lado musulmán la historiografía se halla en obras de polígrafos, cuya producción cabe clasificar: ya como fragmentos cronísticos como los de Muhammad ibn `Isá, Ahmed al-Arroz¡, Ibn Hayyán (v.), Ibn Hazam (v.), Abdel Malik Bensahibazala, etc.; ya la parte historiográfica de ciertas enciclopedias como las de Abú Bakr de Tortosa, Ibn Almazuaini, ya ciertos historiadores de sucesos particulares como la conquista de Valencia por el Cid de Ibn Alqama, la historia de Granada de Ibn Aljatib, etc.
      La reconquista hispana se refleja también en incipientes relatos; los más antiguos son la Crónica mozárabe del 754, coetánea de los hechos que recoge, la Crónica albeldense escrita hacia el 883 por un coetáneo de Alfonso III y continuada por Vigila, monje de Albelda hacia el 976. No es importante la Crónica de Alfonso III, que abarca los a. 672-866; poca autoridad tiene el Cronicón de Sampiro, obispo de Astorga, para los a. 866-982; está en auge el crédito de la Crónica de Pelayo, obispo de Oviedo, útil para los a. 986-1109; cierto valor literario tiene la Crónica Silense, obra de un monje mozárabe hacia 1120. Para la zona oriental de la Península se carece de obras parecidas en este periodo.
      En el s. xii se escriben tres obras importantes: la Gesta Roderici Campidocti, la Historia Compostelana inspirada por Diego Gelmírez (v.) a canónigos compostelanos, y la Crónica de Alfonso emperador, obra de un toledano desconocido, útil para los a. 1126-47. Estas obras las completan algunos anales, como los Complutenses y los Compostelanos, o el Liber regum en romance navarroaragonés, los Anales toledanos y los cronicones de Cardeña; también en el s. xit surge la historiografía catalana con el Cronicón de Ripoll, que termina en 1191, y la Gesta comitum Barcinonensium, que llega hasta 1270.
      Otro aspecto del binomio cristiandad-islam es el hecho de las Cruzadas relatado por contemporáneos y protagonistas de las mismas, tal el caso de la Gesta anónima sobre la primera Cruzada; o por cronistas algo posteriores, como la Gesta redactada por Foucher de Chartres, la de Roberto el Monje y sobre todo la de Guibert de Nogent. La Cruzada de Luis VII fue relatada por Odón de Demil, secretario del rey en la expedición. También existen relatos bizantinos como el Epítome de Juan Kinnamos, y musulmanes como la Crónica de Damasco de Ibn alQalanisi. Para la tercera Cruzada existe el Itinerario de Ricardo de Caen y el poema de Haymar, monje de Winchester. Para la historia de los Estados cristianos del Próximo Oriente importa la obra en 23 libros de Guillermo de Tiro, escrita en 1175, cuyo relato arranca de 1143. El cronista de la cuarta Cruzada fue Geoffroy de Villehardouin, que redactó en francés su Conquista de Constantinopla. Para otros detalles es valiosa la biografía de Miguel Paleólogo por Georgios Pachymero.
      5. Iglesia católica e Imperio de Occidente. La historiografía sobre el Pontificado nace al calor de las luchas de investiduras, en forma de escritos polémicos que propugnaban la reforma de la Iglesia; tales son las obras de Pedro Damián (v.), los escritos del card. Humberto contra los simoniacos, etc. Nace también la primera literatura publicística, de partidarios o detractores del Pontífice: así los Anales de Lamberto de Hersfeld o la Crónica de Bertholdo en favor de Rodolfo de Suabia, junto con los Anales de Augsburgo; autores imperialistas son Pedro Crasso y Guy de Ferrara; son, en cambio, curialistas Bernoldo de Constanza y Bonizo de Sutri. Sobre Barbarroja queda la Gesta que escribió su tío Otón de Freising continuada hasta 1170 por Rahevin, y la de Otón Morena y sus continuadores. Entre las fuentes italianas destacan: los Anales placentinos de Codagnelo y la Historia milanesa de Landolfo el Viejo. Varias crónicas alemanas e italianas rezuman ya el despertar de las nacionalidades: así la de Otón de Saint Blaise, la Crónica de Colonia, las Rerum Siccularum de Malaspina y los tratados del polemista imperial Pedro la Vigne
      El Pontificado en Aviñón tiene su mejor crónica en la Vida de los papas de Aviñón con 42 biografías que recogió Baluze. El gran cisma de Occidente (v. CISMA III) produjo numerosos libelos y tratados (los de Clamanges, Petit, S. Vicente Ferrer, etc.). Sobre la época de los grandes concilios (v.), además de sus actas, trata la obra de Eneas Silvio Piccolomini (v. Pío II) acerca del de Basilea. Otros temas de interés se ofrecen en varias fuentes sobre Wiclef (v.) y Huss (v.), o sobre la escisión franciscana el Evangelio eterno de Joaquín de Fiore (v.). Añádanse unos diarios interesantes para la corte papal (los de Burckard, Infessura y Volterra) y el tratado de Theofilacto sobre los Errores de los latinos.
      Alemania carece en su Baja E. M. de grandes textos historiográficos y hay que recurrir a las crónicas locales como las de Juan de Winterthur y Matías de Neuenburg; pero es muy útil la Historia sobre Federico III de Eneas Silvio Piccolomini y para las últimas querellas entre Pontificado e Imperio el Defensor pacis de Marsilio de Padua (v.). Muy interesante es la conjunción de textos alemanes e italianos para el tiempo de Federico II, como los de Malaspina, Sicardo de Cremona, Otón de Saint Blaise y Burchard de Ursperg, o los Anales de Tolomeo de Luca y la Crónica de Dino Compagni, amén de las obras de Dante (v.). En el final de la E. M. italiana son útiles las biografías de Vespasiano de Bisticci, la Historia de Milán y la Guerra napolitana de Bernardino Corio, y otras crónicas menores.
      6. La rivalidad franco-inglesa. En el s. XI surge una historiografía local, al amparo de iglesias y monasterios o señores de feudos; hay una dilatada lista de crónicas, muchas anónimas, otras de autor conocido como las de Glaber, Clarius, Hariulfo, Hugo de Poitiers, Hermann de Tournai, Chabannes, etc. En Normandía se observa un renacer historiográfico tanto en monasterios (así Jumieges, Fontenelle, Saint Évroul), como en sedes episcopales (así Bayeux y Caen); además hay un primer cronista de los duques normandos, Dudón de San Quintín, al que siguió Guillermo de Jumieges, cuya obra fue interpolada por Orderico Vital, autor de una Historia eclesiástica en 13 libros redactada hacia 1143. En el s. XII se añaden las obras de Guillermo de Malmesbury y Enrique Huntingdor, y más tarde la obra del abad Lanfranc, primado de Inglaterra.
      La historiografía oficial francesa la inaugura Suger, abad de Saint Denis, colaborador y amigo de Luis VI, hombre gótico, sensible al arte gótico incipiente; las primeras memorias son escritas por Guibert de Nogent, y Galberto de Brujas cuenta el asesinato de Carlos de Flandes. También Suger historió el reinado de Luis VII, pues fue su maestro; pero sus cronistas directos son el médico y monje Rigord, que termina su Historia en 1207, y Guillermo el Bretón, que la continúa hasta 1224. Son más mediocres las crónicas de Luis VIII. Para la crisis albigense interesan las obras de Pedro de Vaux de Cernay, Guillermo de Puylaurens y el poema sobre la Cruzada de Guillermo de Tudela.
      El conflicto franco-inglés se documenta en las obras de Guillermo de Newborough, la Gesta de Enrique II y de Ricardo I de autor desconocido, y sobre todo una Historia en verso de Guillermo el Mariscal. S. Luis tiene la obra monumental de Juan de Joinville, acabada en 1309 y que es una magnífica pieza literaria; además cuenta con varias biografías, tales como las de Geoffroy de Beaulieu, Guillermo de Saint Pathus y Guillermo de Mangis, éste el menos original. Sobre Felipe IV de Francia el Hermoso existe doble crónica, latina y francesa, en la serie de Saint Denis; poco favorable al rey es el poema de Geoffroy de París y es hostil la Crónica de Juan de San Víctor, canónigo de París. En cuanto al parlamentarismo inglés son útiles las crónicas del monasterio de Saint Alba, como la de Roger de Wendover de 1235 y la de Matieu Paris, monje inglés muy relacionado con Enrique III. Valor variado tienen otras crónicas menores galesas, escocesas e irlandesas.
      La monarquía caballeresca de Francia cuenta con un cronista poco difundido, Juan de Bel, canónigo de Lieja cuyas Verdaderas crónicas conoció y copió en parte el famoso lean Froissart (v.), viajero incansable, escritor de oficio, autor de unas Crónicas que han llegado en numerosas versiones, atemperadas al humor del señor a quien el autor ofrecía la nueva redacción; su vida errante justifica su abundante información; es buen observador, narrador delicioso, caballero optimista que olvida las calamidades de la guerra y la miseria de los pueblos. Del lado inglés, la guerra de Cien Años se refleja pálidamente en alguna crónica modesta (la de Adán de Murimuth, las Flores de historias de Reading, y la Crónica de los reyes de Inglaterra de otro Reading). Las desgracias de Felipe VI se reflejan en las Grandes crónicas escritas entre 1340 y 1378 por tres autores sucesivos, de ellos el central mejor que los otros, tal vez un secretario de Carlos V de Francia. El panorama lo completa la Crónica latina de Juan de Venette para los a. 1340-68, con datos sobre las clases humildes; es un carmelita de París este autor, con espíritu de fronda y tono pesimista. Por parte inglesa el periodo se refleja en el poema de Juan Chandos Vida del Príncipe Negro.
      Cristina de Pisa escribió una apología de Carlos V de Francia, pedante y retórica pero llena de datos; son numerosos los relatos sobre el militar del momento Beltrán Du Guesclin, como el Poema de Cuvelier o la Crónica de Enrique II de Castilla de Pero López de Ayala (v.). La época de Carlos VI de Francia se narra en la crónica de Juan Cabaret d'Orville, el diario de Nicolás de Baye y las crónicas inglesas de Melsa y de Adán de Usk. Ricardo II y el triunfo Lancaster tiene eco en los Anales de Guillermo de Worcester y en la Historia anglicana de Tomás Walsingham.
      La crisis de 1422 y el final del conflicto anglo-francés abunda en historiografía: así la Crónica francesa de Juan Chartier, escritor oficial de la época de Carlos VII, el relato realista de la guerra redactada por Heraut Berry, nombre más divulgado de Jacques Le Bouvier, que fue hombre de acción; o el trabajo del canonista Tomás Basin, consejero real, o entre las crónicas feudales del momento la de Perceval de Cagny para los Alen~on y la de Guillermo Gruel para los Richmont. Juana de Arco tiene crónica propia, de Guillermo Cousinot; además existen las piezas de sus dos procesos, de condena y rehabilitación. Sobre la guerra de las Dos Rosas sólo hay dos crónicas contemporáneas, de Juan Harding, y de Juan Wakworth sobre Eduardo IV.
      Asociado a la figura de Luis XI figura Philippe de Commynes (v.), un gran memorialista servidor primero de Carlos el Temerario y luego de Luis XI, de quien es confidente, y por último consejero de Carlos VIII; sus Memorias, llenas de malicia y psicología, sirvieron de modelo a la Crónica latina de Angelo Supino; también hay un historiador oficial de Luis XI, Juan Castel, abad de San Mauro, una curiosa Crónica escandalosa de Juan de Roye, notario parisino.
      7. La historiografía castellana. El s. XIII supone para la historiografía hispana un cambio radical, marcado ya en la Crónica Najerense de 1160, primer relato no cortesano, en donde domina Castilla, aparecen personajes secundarios y se inicia la periodización del pasado, además de utilizarse relatos poéticos. Le sigue en el tiempo la Crónica latina anónima de 1236 y a ésta dos grandes monumentos historiográficos: el Tudense y el Toledano. El primero, Lucas de Tuy, es un leonés, obispo de Tuy, que recopiló crónicas antiguas por orden de la reina Berenguela y las continuó hasta 1236, año de la conquista de Córdoba; inserta en el relato fuentes poéticas de tradición leonesa (Bernardo del Carpio, amores de la mora Zaida, peregrinación de Luis VII, etc.); de su Chronicon mundi hay versiones en castellano. El Toledano es el navarro Rodrigo Jiménez de Rada (v.), gran figura de la política y la cultura peninsulares del s. xiii.
      Obra historiográfica esencial es la Primera crónica general, en cuya redacción intervino personalmente Alfonso X de Castilla y León (v.); la obra se continuó, reinando Sancho IV, hacia 1289; se debió iniciar la redacción hacia 1270 y es obra de varios colaboradores con criterios historiográficos distintos; su prólogo es una traducción libre de la Historia gótica del Toledano; la forma analística cesa desde los 170 últimos capítulos. Sus fuentes, sobre todo para la historia romana, prueban un renacimiento clasicista hispano; la inclusión de lo universal en una historia peninsular es otra de sus novedades. Comprende fuentes árabes, algunas perdidas, grandes gestas, poemitas y romances. Supone un adelanto en la historiografía europea, y su éxito lo prueban sus numerosas traducciones a otras lenguas.
      De esta Crónica general derivan imitaciones de los s. XIV y XV, tal como la Crónica abreviada del infante Juan Manuel (v.), extracto hecho para uso propio hacia 1324; la Crónica de 1344 o Segunda crónica general, que agrega datos genealógicos al modelo, añade sucesos posteriores hasta Alfonso XI e incluye un fragmento desconocido de la crónica de al-Rázi; las abreviaciones conservadas en la Crónica de Veinte Reyes, intento de extracto de la historia castellana; la Tercera crónica general convarios fragmentos extractados de la primera, de valor biográfico (Fernán González, el Cid, los infantes de Lara); y la Crónica de los Reyes de Castilla, que abarca desde Fernando I a Fernando IV, en alguno de sus manuscritos.
      En el s. XIV la historiografía castellana cobra otra personalidad. Ejemplos de ello son: la Crónica del santo rey don Fernando atribuida a Diego López de Cortegana, en verdad su enmendador, y las llamadas «Tres Crónicas» (de Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV) atribuidas a Fernán Sánchez de Tovar, pero que son sin duda de autores distintos: las dos primeras de un partidario de Sancho IV, y la última, superior en todo, obra de un autor diligente que aprovecha el poema de Alfonso XI. La novedad del siglo fue la aparición de la obra de Pero López de Ayala, canciller de Castilla, consejero, gran lector, profundo conocedor de las gentes, buen prosista y primer historiador de la E. M. hispana; destaca su gran fidelidad a la verdad, en tiempos de partidos; atacado en el s. xvi, defendió su valía el cronista aragonés Zurita. Quedan de su obra dos redacciones, llamadas vulgar y abreviada, y afecta a los reinados de Pedro I y los Trastámara hasta los cinco primeros años de Enrique III. Sus noticias las completa El Victorial de Gutierre Díaz de Games para los a. 1379-1446.
      La corte literaria de Juan II de Castilla produjo también varios historiadores. Los más destacados son: Fernán Pérez de Guzmán (v.), sobrino de López de Ayala, hombre austero y amante de la verdad, autor de un Mar de historias, cuya tercera parte son las Generaciones y semblanzas con su galería de retratos; en segundo lugar, la Crónica de Juan II es obra colectiva (colaboraron Pérez de Guzmán, Alvar García de Santa María y otros), y muy bien ordenada, de veracidad probada. Cabe citar además el Sumario de los reyes de España de Juan Rodríguez de Cuenca, despensero de Leonor, mujer de Juan I de Castilla, interesante en la parte coetánea a su autor.
      Diego de Valera, conquense de vida accidentada, enemigo de Alvaro de Luna en la corte castellana, redactó una Crónica de España, compilación muy popular, de gran originalidad en la parte relativa a Juan II, donde se reflejan muchos recuerdos personales de su accidentada vida política. Complemento de la citada Crónica de Juan II es una Crónica de don Álvaro de Luna, anónima, escrita hacia 1460 por alguien afecto al condestable.
      Para la época de Enrique IV destacan tres historiadores: uno Alonso Fernández de Palencia, servidor de varios prelados hispanos e italianos, clasicista y de espíritu muy comprensivo: sus Tres décadas de las cosas de mi tiempo, en latín, abundan en censuras acres para la época de Enrique IV; otro fue Hernando del Pulgar (v.), hombre de confianza de los Reyes Católicos, autor de una crónica útil para los a. 1468-90 y de una galería de retratos: Claros varones de España; Diego Enríquez del Castillo, muy afecto a Enrique IV, escribió una Crónica muy desordenada pero llena de recuerdos personales. No pueden silenciarse algunas crónicas particulares como la del Condestable Miguel Lucas de Iranzo, los Hechos de don Alonso de Monroy y otras que describen la época y sus costumbres.
      8. La historiografía aragonesa. La Corona de Aragón precedió a Castilla en la creación de verdaderas historias, llenas de colorido en su amenísima redacción. La inicia la Crónica de Jaime I, autobiografía escrita hacia 1274, de sencillo estilo y basada en recuerdos personales; escrita en catalán, la tradujo al latín el dominico Pedro Marsilio en tiempos de Jaime II, y en el s. XIV al aragonés Juan Hernández de Heredia. Otro monumento historiográfico es la Crónica de Pedro III y antepasados escrita por el caballero Bernat Desclot (v.), en catalán, a partir de Ramón Berenguer IV, con gran interés por su objetividad y estilo severo la parte relativa a Pedro III. Ramón Muntaner (v.), soldado y cronista, diplomático y actor de la expedición de catalanes y aragoneses a Oriente Próximo, escribía hacia 1328 desde su retiro en Mallorca una Crónica, útil para los a. 1204-1327; la parte más interesante arranca de 1285, llena de entusiasmo patriótico, con exageraciones y parcialismos.
      Una Crónica del reinado de Pedro IV fue encargada a Bernat Descoll, empleado de Hacienda en la época de su real protector, quien deseaba tener crónica análoga a la de su bisabuelo Jaime I; el rey revisó la redacción y por ello está en primera persona. Cita nueva merece Juan Fernández de Heredia, culto aragonés, gran maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, autor de la Grant y verdadera historia de España, una Grant coronica de los conquiridores que incluye la crónica de la Morea, de tanto interés para la expedición a Oriente de catalanes y aragoneses.
      El s. XV fue menos fecundo en la historiografía aragonesa, pues dominan las compilaciones y los extractos, la pasión política o el puro ejercicio literario de los renacentistas. Vale la pena citar a Bernardo Boades, arqueólogo, autor de un Llibre dels feyts d'armes de Catalunya desde la época cartaginesa hasta 1420, y el Memorial de Pedro Tomich hasta Fernando I, continuado por un anónimo hasta Fernando el Católico, obra muy popular en su tiempo, y la discutida obra La f i del comte d'Urgel, defensa del pretendiente al trono aragonés. Grupo especial forman los historiadores de Alfonso V: Antonio Becadelli el Panormita, Bartolomé Facio, Tomás de Chaula y sobre todo Gonzalo de Santa María autor de una Vida de Juan II de Aragón.
      Añádase por su especial relación con Aragón la referencia a la historiografía navarra, iniciada con el Liber regum de principios del s. xIII, obra de un monje de Fitero y que termina con la ingente obra de Carlos de Aragón, Príncipe de Viana, que dejó una Crónica de loa Reyes de Navarra, llena de referencias de archivo.
     
      V. t.: HISTORIA.
     
     

BIBL.: 1. W. THOMPSON, A history of historical writing, Nueva York 1942; A. PTTHAST, Bibliotheca historica medii aevi. Wegw_°iser durch die Geschichtswerke des europaischen Mittelalters bis 1.$00, Graz 1954; ISTITUTO STORICO PER IL MEDIO EVO, Repertorium fontium historicae medii aevi, Roma 1962; R. BALLESTER, Las fuentes narrativas de la historia de España durante la Edad Media, 417-1474, Palma de Mallorca 1912; B. SÁNCHEz ALONSO, Historia de la historiografía española, Madrid 1941-44.

 

A. CANELLAS LÓPEZ

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991