MASTURBACIÓN


Noción. Según la opinión más extendida, esta palabra proviene del latín: manus (mano), turbatio (turbación), o, según otros, stupratio (estupro). Con este término se designa la acción de procurar la satisfacción venérea completa, con independencia y fuera del acto sexual realizado según la naturaleza. Algunos autores médicos (especialmente en Alemania) llaman onanismo a la m., aunque con poca propiedad, porque el onanismo o pecado de Onán (cfr. Gen 38,8-10) significa estrictamente el acto sexual interrumpido para evitar la procreación (v. MATRIMONIO v). En la literatura teológica, la m. ha sido llamada también pecado o vicio solitario (es igualmente un nombre poco preciso, porque la m. puede realizarse tambiénentre dos o más personas, del mismo o de distinto sexo), molicie y polución voluntaria. Para evitar los inconvenientes de aplicar el término m. a acciones que no impliquen ninguna manipulación (m. por estímulos psíquicos, fantasías, etc., o por otros medios), Hirschfeld propuso el nombre de «ipsación». De todos modos, teniendo en cuenta las diversidades de pareceres respecto al origen etimológico de esta palabra, no parece que haya dificultad en seguir empleando el término m., incluso para designar esta acción en cualquiera de los dos sexos.
      Causas. Dejando aparte los raros casos que pueden darse en la infancia, la m. hace su aparición generalmente en la pubertad. Con más frecuencia en el sexo masculino (el 80% de los casos, contra el 20% en las muchachas); contribuyen a la instauración de la m. una serie de predisposiciones fisiológicas (desarrollo de los órganos sexuales, fenómenos de erección espontánea, poluciones nocturnas, etc.), y psíquicas (curiosidad hacia el propio cuerpo en lo relacionado con la sexualidad, situaciones de insatisfacción psicológica, tensión psíquica, desamparo afectivo, falta de una correcta educación sexual, etc.). De las primeras experiencias de m. algunas personas pasan insensiblemente al vicio habitual. Otro momento de especial dificultad puede presentarse alrededor de los 30 años en personas célibes, y en los años de la menopausia en la mujer. La mayoría de los autores señalan como componente psicológico de importancia en el impulso hacia la m. una inmadurez psicológica, egocéntrica, sintomática de todas las perversiones sexuales: la disociación de los elementos integrantes de la auténtica sexualidad humana (v.), de tal modo que el impulso sexual, en lugar de llevar a la donación de sí mismo, conduce a usar del propio cuerpo, como de un elemento ajeno al yo, para obtener una satisfacción sensual. De ahí que la m. sea más frecuente en la pubertad, cuando la sexualidad es inmadura y no ha alcanzado su pleno desarrollo heterosexual
      Fuera de la pubertad y de la adolescencia, la m. puede seguir siendo motivada por las mismas razones: se tratará generalmente de personas poco equilibradas, con mayor o menor componente neurótico. En otros casos, obedece simplemente a situaciones de tensión nerviosa (momentos de abatimiento, fugas de la realidad, preocupaciones mal encuadradas, dificultades para conciliar el sueño, etc.), o a claras tentaciones contra la castidad, facilitadas por una escasa vida espiritual o por concesiones indebidas a la sensualidad (v.)
      Estas diferencias en la génesis de la m. se reflejan también en lo referente a sus consecuencias presuntas o verdaderas. Durante bastantes años se ha exagerado mucho sobre los efectos nocivos que la m. tendría para la salud, y a veces -imprudentemente- se ha hecho mención de esos supuestos daños como un medio para alejar y desterrar la m. Hoy parece comprobado que la m. no produce daños físicos especiales. Únicamente en casos de m. exagerada podrían darse repercusiones corporales. Más importantes son las repercusiones psicológicas: aparte las debidas al sentimiento de culpabilidad inherente a la m. y a las posibles situaciones subsiguientes de remordimiento, el egocentrismo y los elementos neuróticos que a veces acompañan a la m. se agravan con su práctica. Posiblemente serán una causa predisponente -es decir, anterior y no consecuencia de la m.-, pero la misma m. contribuye a su arraigo
      Se ha de notar que recientemente algunos autores han pasado al extremo opuesto, por lo que se refiere a los efectos de la m., y no falta quien equivocadamente considere la m. como normal, sana y necesaria para la madurez sexual. El hecho de que, en la adolescencia, eviten la m. precisamente los sujetos más equilibrados, con mejor personalidad y con más profunda y mejor enfocada educación sexual, prueba lo falso de esas afirmaciones
      Casos aislados de m. pueden deberse también a otras razones: experiencias médicas, obtención de semen con diversos fines (análisis, inseminación artificial, v., etc.)
      Moralidad. Es sentencia común y cierta de los teólogos que la m. objetivamente es gravemente ilícita. Hay disparidad de criterio, sin embargo, por lo que se refiere a los motivos de esa malicia y, por otra parte, no es fácil a veces determinar su responsabilidad moral subjetiva. De ahí que convenga estudiar estos diversos aspectos separadamente:1) Malicia objetiva en la masturbación en la S. E. Son tres los textos de S. Pablo que tradicionalmente se han considerado fundamentales para definir la malicia de la m.: «Neque fornicarü, neque idolis servientes, neque adulteri, peque molles, neque masculorum concubitorum... regnum Dei possidebunt» (1 Cor 6,10). En realidad, ni en este texto ni en los otros dos (Gal 5,19 y Eph 5,3) aparece la palabra m., pero mencionándose en una lista de pecados de lujuria la fornicación, el adulterio y la sodomía, parece lógico concluir que el cuarto tipo de pecadores carnales (molles) hace referencia a la m., sobre todo si se tiene en cuenta que durante bastantes siglos la m. ha sido llamada mollities (cfr. Denz.Sch. 2044 y 2149). En los otros dos textos aparece en cambio la palabra immunditia, que también por exclusión de otros pecados de lujuria parece referirse a la m. La enseñanza del Magisterio de la Iglesia ha sido siempre concorde en condenar la m. como ilícita, de especie moral ínfima distinta de la bestialidad y la sodomía (Denz.Sch. 2044); su ilicitud no se debe además a un simple decreto de la ley positiva divina, sino que está prohibida por la ley natural (Denz.Sch. 2149)
      2) Motivos de la ilicitud de la masturbación. Partiendo de esas premisas (la m. está gravemente prohibida por ley natural y divino-positiva), los teólogos han tratado de precisar por qué la m. es contraria a la ley natural. Han surgido así diversas teorías:a) Para Ballerini (cfr. A. Ballerini, D. Palmieri, Opus theologicum-morale, 11, Prato 1898, 759) y A. Lehmkuhl (Theologia Moralis, 1, Oeniponte 1910, 584) lo inmoral de la m. se debería al hecho de contradecir la finalidad biológica del semen humano. Algunos autores ven en esta teoría un reflejo de un supuesto carácter sagrado de las células germinales, concepción realmente sin fundamento. Ofrece además la dificultad de no explicar satisfactoriamente la malicia de la m. en el sexo femenino, y no es fácil de conciliar con el hecho de que naturalmente (p. ej., en las poluciones seminales nocturnas, involuntarias y naturales) también se contradiga la finalidad biológica de las células germinales masculinas; tampoco se entendería la licitud de las relaciones conyugales en caso de esterilidad cierta de la esposa ni la de las intervenciones quirúrgicas de castración, por claras indicaciones médicas)
      b) Para otros autores la m. es pecado porque supone la búsqueda de la delectación venérea completa fuera del matrimonio. Así, p. ej., Palmieri, Genicot y Eschbach (A. Ballerini, D. Palmieri, o. c. 586; E. Genicot, J. Salmans, Institutiones theologiae moralis, I, Bruselas 1946, 320; A. Eschbach, Disputationes physiologico-theologicae, Roma 1901, 483). Tal opinión ofrece igualmente dificultades: en primer lugar porque da por sentada la malicia de la delectación venérea fuera del matrimonio, quees precisamente lo que se trata de demostrar, y además porque si la malicia está en buscar el placer, no sería ilícita la m. que no tuviera ese objeto, p. ej., la que se provocara por motivos médicos (cfr. Denz.Sch. 2201)
      c) Otros autores (cfr., p. ej., A. Lanza, P. Palazzini, o. c. en bibl. 168 ss.) hacen residir la malicia de la m. en que supone una violación sustancial del orden esencial a la facultad generativa. Tal facultad, razonan, está ordenada al bien de la especie y la m. invierte este orden, ejercitando -individualmente y para un bien particular- lo que es una operación en común entre los esposos y está dirigido al bien de la especie humana. No deja también de presentar alguna dificultad esta explicación, porque no parece aplicable a los casos de m. por razones médicas, que tuvieran como objeto el diagnóstico y la terapéutica de alguna anormalidad (esterilidad, enfermedades venéreas, etc.), y con el fin precisamente de contribuir al bien del matrimonio y de la futura prole, es decir, al bien común de los esposos y de la especie
      d) Para T. Sánchez, De sancto matrimonii sacramento, 11, Venecia 1625, 223) es imposible aducir razones intrínsecas que expliquen la ilicitud de la m. en todos los casos, y se limita a dar un motivo extrínseco: si se permitiera alguna excepción a la m. sería inevitable la caída en múltiples abusos. Este mismo razonamiento es usado por otros autores no para probar la ilicitud de la m. sino su gravedad: el hecho de que objetivamente sea siempre pecado mortal
      Todas estas argumentaciones teológicas contienen algún aspecto que no logra explicar quizá la malicia de determinados tipos de m., pero es conveniente recordar que ninguna de ellas pone en duda la malicia de la m. misma. No es raro encontrar, sin embargo, que al criticar una u otra de estas opiniones haya hoy autores que indebidamente concluyen que no hay argumentos para probar la ilicitud de la m. De todos modos, el razonamiento seguido por Pío XII al tratar de este tema no se adhiere a ninguna de las anteriores teorías (cfr. Discurso 19 mayo 1956: AAS 48, 1956, 472-473); ésta es la línea del Magisterio: la m. supone el pleno ejercicio de la facultad generativa fuera del acto conyugal. Tal ejercicio lleva consigo el uso directo e indebido de la facultad generativa, y en este uso indebido reside la violación intrínseca de la ley moral, que está implícita en la m. Por esta razón, la m. «carece de todo título y es contraria a la ley de naturaleza y a la moral, aunque trate de alcanzar un fin por sí justo y sin reparos» (ib.). Son por consiguiente gravemente ilícitos los actos de m. efectuados por lujuria, pero también lo son «cuando haya graves razones que parecen eximirlos de culpa, como, p. ej.: prestar alivio a quienes padecen un excesivo nerviosismo o tienen una tensión anímica patológica; el análisis microscópico del esperma, para diagnosticar enfermedades venéreas o de otro género; el estudio de los elementos constitutivos del semen, para examinar la presencia de espermatozoos, su número, proporción, forma, vitalidad, estado, etc.» (ib.). Todo lo dicho sobre la malicia intrínseca de cualquier uso completo de la facultad generativa fuera del acto conyugal natural «vale igualmente cuando se trata de personas casadas o solteras, se trate de un hombre o de una mujer, sea que se haga individualmente o por ambas partes; mediante tocamientos o por la interrupción del acto conyugal; todas estas cosas son siempre un acto contrario a la naturaleza e intrínsecamente malas» (ib.)
      3) Moralidad subjetiva de la masturbación. Aunque la m., cuando se realiza con pleno conocimiento y completa voluntad, es siempre pecado mortal, no es fácil determinar estos extremos en todos los casos. Dejando aparte las circunstancias que suelen atenuar o suprimir la responsabilidad moral en otros campos, y que también pueden influir en este caso, hay que señalar algunos factores específicos que hacen complejo el estudio de la responsabilidad en casos de m.:a) El hecho de que la m. se dé con frecuencia en los años de la pubertad. Parece evidente que la particular situación psicológica del adolescente no facilita la serenidad y la objetividad de juicio implícitas en una actuación plenamente responsable, y que estos factores atenúan o quitan a veces la responsabilidad. Pero de este hecho no se pueden hacer generalizaciones indebidas ni mucho menos quitar importancia a la m. puberal o facilitarla. «Rechazamos como errónea la afirmación de los que consideran como inevitables las caídas en los años de la pubertad, caídas que de este modo no merecerían que se les hiciera demasiado caso, como si no fueran culpa grave, porque ordinariamente -añaden- la pasión quita la libertad necesaria para que un acto sea moralmente imputable» (Pío XII, Disc. radiofónico sobre la formación de la conciencia cristiana en la juventud, 23 mar. 1952: AAS 44, 1952, 275). Aparte del error en la valoración moral de la m. adolescente, hay que hacer notar que incluso una excesiva blandura dificulta la lucha y, por consiguiente, la supresión del hábito de m. Por otro lado se ha de huir del rigorismo y de la falta de comprensión de su peculiar situación, por motivos morales y para no facilitar la instauración de complejos neuróticos de culpabilidad o la aparición de faltas de sinceridad, que son quizá uno de los peligros más dañinos en esta situación: para la vida en esos años y para la vida espiritual futura
      b) Si el hábito de m. coincide con una clara disposición neurótica, evidentemente estará también afectada la responsabilidad moral, hasta llegar en casos extremos a no existir. Es indispensable la colaboración entre el médico y el sacerdote, no sólo para discernir el alcance moral de la m., sino para evitarla, porque en esos casos el consejo espiritual y los medios sobrenaturales no son suficientes de ordinario
      c) Otras veces, tratándose incluso de personas psicológicamente normales, hay duda sobre la plena responsabilidad de la m., cuando coincide con estados de somnolencia -situación bastante frecuente- o cuando es el resultado de progresivas concesiones morales, imperceptibles quizá a la conciencia, aunque poco generosas en relación con el amor de Dios. En tales situaciones no se podrá hablar de una plena voluntariedad directa, aunque sí pueda haberla indirecta o en causa (v. VOLUNTARIO, ACTO). Dígase lo mismo de la m. provocada por estados de ansiedad o de anormal tensión psíquica: la m. no será nunca lícita, pero su responsabilidad puede estar atenuada por factores compulsivos propios de esas situaciones, teniendo en cuenta además que la m., cuando es solitaria, implica a menudo falta de premeditación y no tiene que superar las barreras humanas (pudor, ocasión favorable, etcétera) que tienen otros pecados sexuales
      Tratamiento moral y médico. Ya se han insinuado algunas medidas que ayudan a evitar o a desarraigar la m. Aparte de ellas, tienen pleno vigor todos los medios humanos y sobrenaturales que ayudan a vivir la castidad (v.) y a evitar la lujuria (v.). Se hará mención, por tanto, de algunos puntos de interés específico: a) Una correcta educación sexual (V. EDUCACIÓN V) es un medio ordinariamente indispensable para evitar la m., especialmente en la pubertad; su responsabilidad corresponde de modo primordial a los padres. b) Todo lo que ayude a vencer el egocentrismo (preocupación por el prójimo y servicio a los demás, actividades que eviten el ensimismamiento y el ocio, etc.). c) El matrimonio es generalmente una ayuda eficaz, aunque a veces --como sucede con la homosexualidad (v.)- no debe recomendarse: sobre todo cuando la m. sea el resultado de una clara disposición neurótica. d) Es importante descubrir y tratar de modificar la situación de insatisfacción interior que se esconde a menudo detrás de la m., y empuja a realizarla. e) Cuando la m. esté motivada o facilitada por causas físicas (insomnio, nerviosismo, etc.) es indispensable poner los medios para corregir esas cosas. Es misión del médico, pero el sacerdote debe facilitar su actuación porque cabe el peligro de achacar la m. solamente a razones ascéticas: sensualidad, falta de vida espiritual o de voluntad, etc. En este sentido puede añadirse que no hay que prestar atención únicamente a las ocasiones de tipo moral, que puedan incitar al pecado, sino también a todo lo que haya condicionado la conducta de la persona interesada y le sirva (en sus circunstancias concretas e individuales) como estímulo a la m.: horario de trabajo y de descanso, lugares que frecuenta, ratos de compañía o de soledad, días determinados, etc
      f) El hecho de que la m. sea habitual no debe llevar necesariamente a la conclusión de que falte un verdadero propósito de enmienda a la hora de la confesión. El solo hecho de acudir al sacramento de la Penitencia ordinariamente es ya prueba de una cierta disposición de enmienda. Debe fortificarse esa disposición, hacerla sobrenatural e injertarla en una verdadera contrición: cabe el peligro de que, después de un pecado de m., la persona interesada quiera verse en paz con su conciencia principalmente por el remordimiento que siente, la humillación que experimenta o un miedo servil al castigo divino, etc. Desde un punto de vista psicológico permanece todavía en un círculo egocéntrico, y desde un punto de vista sobrenatural falta quizá un verdadero motivo de amor de Dios y de arrepentimiento por la ofensa que se le ha hecho. Tal situación ha de modificarse para conseguir una enmienda duradera y sobrenatural
     
      V. t.: AMOR 11; CASTIDAD; LUJURIA; SEXUALIDAD
     
     

BIBL.: Además de la ya citada y de los buenos tratados de Teología moral, cfr. A. LANZA, P. PALAZZINI, Theologia moralis, Appendix, Roma 1953, 160-172; J. L. SORIA, Cuestiones de Medicina pastoral, Madrid 1973, 172 ss.; A. NIEDERMEYER, Compendio de Medicina pastoral, 3 ed. Barcelona 1961, 116-124; L. SCREMIN, 11 vlzio solitario, Milán 1946; 1. H. VANDER VELDT, R. P. ODENWALD, Psiquiatría y catolicismo, Barcelona 1954, 398-410; A. BERGE, L'éducation sexuelle et affective, París 1964; íD, La educación sexual de la infancia, 4 ed. Barcelona 1963; A. GRUBER, La pubertad, desarrollo y crisis, Barcelona 1963; P. LE MOAL, Per una autentica educazione sessuale, Brescia 1965, 124-135; 1. ROUART, Psicopatología de la pubertad y de la adolescencia, Barcelona 1962; V. VANGELUWE, De intrinseca et gravi malitia pollutionis, «Collationes Brugensis» 48 (1952) 112 ss.; 1. CARNOT, El libro del joven, Madrid 1959; P. HOORNAET, El combate de la pureza, Santander 1952; G. COURTOis, Educación sexual, Madrid 1951; A. ALEXANDER, An adolescent problem, «Clergy Review», marzo 1967, 193-203; P. PALAZZINI, Pollutio, en Dictionarium morale et canonicum, III, Roma 1966, 697-702

 

J. L. SORIA SAIZ

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991