MARTIN V, PAPA


Odón Colonna, n. en Gennazzano en 1368 de origen ilustre, se distinguió desde muy joven por su piedad, modestia, prudencia y experiencia en toda clase de actuaciones; afable, enérgico y apto para el mando. Cardenal desde 1405, participó en todas las sesiones de los Conc. de Pisa y de Constanza (v.). En este último, tras eliminar a los tres pontífices que dividían la cristiandad (v. cisMA iII), parecía llegado el momento de elegir un nuevo y único Papa. En junio de 1417 se comenzó a discutir seriamente sobre ello. Después de muchas discordias, confusiones y efervescencia de ánimos, se anunció un cónclave en el que iban a participar 23 cardenales. Se pensó que convenía reforzar su autoridad agregándoles 30 prelados (seis por cada nación participante en el Concilio). Estos 53 electores, el 11 nov. 1417, por unanimidad, dieron su voto al cardenal Colonna, de 49 años, que en honor de S. Martín, cuya fiesta se celebraba aquel día, se llamó Martín V.
      Su primera tarea fue la prosecución del Concilio. El 20 en. 1418 comunicaba M. a las naciones un proyecto de reforma. Discutieron el proyecto las naciones, y por fin, se formuló en siete decretos la reforma general que ordenaba suprimir todas las exenciones de los monasterios concedidas por los Papas después de Gregorio XI; revocar las uniones o incorporaciones de varios beneficios bajo un solo título; renunciar por parte del Papa a las rentas o frutos intercalares de los beneficios vacantes; suspender a todos los ordenados simoniacameñte y anular todas las elecciones contaminadas de este vicio, imponer la residencia a los beneficiarios; prohibir a cualquier persona inferior al Papa exigir diezmos e imponerlos al Papa, si no era en casos graves; corregir los abusos de los obispos en el vestir y en el porte de la persona. Otros puntos que no parecían tan universales se determinaron en la reforma particular; lo relativo a cada nación, se estableció en los concordatos que el Papa dictó con Alemania, España, Francia e Inglaterra, haciendo a las iglesias nacionales y a los príncipes algunas concesiones, especialmente en el orden fiscal y beneficiol. La principal tarea reformatoria se confió, por medio del decreto Frequens, a los futuros concilios. El de Constanza iba a clausurarse el 22 abr. 1418 con la celebración de la sesión general XLV, que fue la última.
      El 28 sept. 1420 M. hizo su entrada triunfal en Roma, en donde halló un montón de ruinas. Entonces se dedicó intensamente a la restauración de la Ciudad Eterna. Mandó a los cardenales restaurar sus iglesias titulares y él se adelantó a todos con el ejemplo. La reconstrucción de la techumbre de San Pedro le costó 50.000 florines; el pórtico cuadrado, ya ruinoso, fue preciso rehacerlo totalmente. También en S. Juan de Letrán (ante cuyo altar mayor se encuentra su tumba) reparó el techo, renovó el pavimento con mármoles y pórfidos y encomendóla decoración a pintores tan eximios como Gentile de Fabriano (v.) y Giacomo Bellini (v.), de la escuela umbra. En Santa María la Mayor trabajaron los pinceles del florentino Masaccio (v.). El Capitolio, los puentes del Tíber y, sobre todo, el palacio familiar de los Colonna, fueron igualmente objeto de la acción restauradora del Papa. Suministró víveres en abundancia a los ciudadanos y pudo con razón apellidarse padre de la patria.
      Aunque había recibido la tiara en el Conc. de Constanza, no conservaba buen recuerdo del orgulloso conciliarismo (v.) triunfante en aquella asamblea; sin embargo, como en ella se había establecido que a los cinco años debía celebrarse concilio general, y de nuevo al cabo de otros siete, no sin miedo convocó el concilio para la ciudad de Pavía el 23 abr. 1423. Una epidemia les obligó a trasladarse en junio a la ciudad de Siena, donde se continuó el concilio durante siete u ocho meses. Se mantuvo, lo mismo que en Constanza, la división y votación por naciones. Se confirmaron los decretos constancienses contra los herejes Wiclef (v.) y Huss (v.), así como la condenación del antipapa Benedicto XIII (v.), ya difunto. Se trató, por fin, de la reforma. Como resultado, los decretos expedidos por M. en abril de 1425 ordenaban la vida ejemplar de los cardenales y de sus familiares; se reducía el número de los protonotarios, de más de cuarenta a sólo siete; se recomendaba a los arzobispos, obispos y abades la residencia, la colación gratuita de las órdenes sagradas y de los beneficios, la celebración trienal de los concilios provinciales; el Papa por su parte renunciaba al nombramiento de buen número de beneficios que le competían. En Siena se designaba la ciudad de Basilea como sede del próximo concilio, que se celebraría en 1431 (v. BASILEA, CONCILIO DE; EUGENIO IV). El 1 feb. 1431 expidió M. dos bulas nombrando presidente del próximo concilio al cardenal Cesarini. Poco después la muerte arrebataba a M. con un ataque de apoplejía en el amanecer de 21 feb. 1431.
     
     

BIBL.: R. GARCfA VILLOSLADA, Historia de la Iglesia católica, III, 2 ed. Madrid 1967, 238-313; Pastor, 1,343-422; FlicheMartfn XIV,203-228; J. GOÑi GAZTAMBIDE, Recompensa de Martín V a sus electores españoles, «Hispania Sacra» 11 (1958) 259297. V. t. la bibl. de CONSTANZA, CONCILIO DE

 

T. MORAL CONTRERAS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991