MARTIN DE TOURS, SAN
Obispo de Tours. Célebre santo del s. IV, cuyo culto se extendió
extraordinariamente por toda Europa.
N. en Szombathely (Panonia, actual Hungría) el a. 316, si se acepta la
cronología recientemente defendida por Griffe, que es la que seguiremos. Parece
ser que se encontraba allí su padre, de guarnición, pues era tribuno militar. La
educación la recibió, sin embargo, en Pavía. A los 15 años (331) entró en la
carrera militar, sirviendo en la guardia imperial de a caballo. Durante este
tiempo, siendo aún catecúmeno, ocurrió en Amiens el conocido episodio de la
limosna de la mitad de su capa entregada a un pobre; aquel pobre se le apareció
en sueños, en figura de Jesucristo, cubierto de la media capa. También se nos
cuenta, para ponderar su caridad, el hecho de que limpiara el calzado al esclavo
que le servía de ordenanza. Preparado así por la práctica de la caridad, recibe
el a. 334 el bautismo, sin tener todavía una situación definitiva en la milicia.
Ingresa en ésta definitivamente el a. 336 y persevera en ella 20 años hasta que
en 356 se separa del ejército. Siendo oficial de la guardia imperial M. debió de
acompañar al césar Juliano cuando, en dic. 355, dejó Milán para acudir a las
Galias. El joven príncipe pasa en Vienne toda la primera parte del a. 356, ya
que hasta el 24 de junio no le encontramos en Autun, en camino hacia la frontera
del Rhin. Durante su estancia en Vienne o en su región, se interesa por el
Concilio de Béziers, en el que el obispo de Poitiers, S. Hilario (v.), mostraba
una fiera independencia frente a la facción arriana, lo que provocó por parte
del emperador Constancio una sentencia de exilio. Si, como parece seguro, el
Conc. de Béziers se celebró en la primavera del 356, se explica bien que M.
oyese hablar de S. Hilario y admirase, como testifica Sulpicio Severo (v.), su
celo de defensor de la ortodoxia. Juliano está en Worms en el verano del 356 y
allí obtiene M. su separación del ejército. Marcha a Oriente, visita su tierra
natal, donde logra convertir a su madre, y regresa después a Milán, donde hace
un ensayo de vida monástica cerca de la ciudad hasta que el obispo arriano le
expulsa. Durante algún tiempo se refugia en un islote de la costa ligur con un
sacerdote, y allí le llega la noticia de que S. Hilario ha vuelto a Poitiers,
terminado su exilio. Inmediatamente corre a su lado.
Pero en Milán y en la isla ha tomado gusto a la vida monástica. Por eso,
apoyado por S. Hilario, funda un monasterio en Ligugé, realizando así su más
hondo deseo pcrque, como se ha dicho con mucha razón, «S. Martín fue soldado por
fuerza, obispo por obligación, monje por gusto». Pero aquella vida tranquila, al
margen de los afanes del cuidado pastoral y de las querellas teológicas, iba a
durar poco tiempo. Las gentes se fijan cada vez más en aquella figura
extraordinaria. La sede de Tours estaba vacante. Con el pretexto de curar a un
enfermo se le hizo venir a la ciudad y una vez allí, un 4 de julio, no se sabe
con exactitud si del a. 370 ó 371, fue consagrado obispo.
El episcopado galo-romano había cedido en aquellos tiempos al espíritu del
mundo. La figura de M. iba a suponer un contraste profundo con los demás
obispos. Para acentuar más la concepción que él tenía del episcopado, uno de sus
primeros actos fue fundar un monasterio, el de Marmoutiers, junto a su ciudad
episcopal, monasterio que pasaría a constituir un auténtico semillero de obispos
y sacerdotes reformadores en medio del relajado clero de las Galias de entonces.
La figura de M. iba a constituir todo un programa de renovación pastoral,
reuniendo los tres tipos de santidad entonces conocidos: el de los ascetas, que
encarnó en su austeridad y penitencia; el de los pontífices, como obispo de
Tours, y el de los misioneros, por la actividad que como tal desarrolló. Frente
a los restos del paganismo, todavía vivientes, M. adoptó una actitud
extraordinariamente dinámica y combativa. Se llegaba al pueblo, rodeado de sus
discípulos, convocaba a la multitud y, uniendo a la persuasión la autoridad,
conseguíala demolición del templo pagano y el derribo de los árboles sagrados.
Su atractivo personal debía de ser extraordinario, como lo demuestra este
ascendiente sobre las masas paganas, no menos que el que ejerció sobre
personalidades tan fuertes como S. Paulino de Nola, Sulpicio Severo y otros
personajes de su época.
Un episodio habría de ocasionarle grandes remordimientos y aumentar al
mismo tiempo su celebridad. M. logró salvar la vida al hereje Prisciliano (v.) y
sus seguidores, condenados a muerte por el Emperador. Con ello, a M. se le
consideró en cierto modo responsable del posterior desarrollo de la herejía
priscilianista. Sin embargo, su interés por Prisciliano fue evidentemente fruto
de su caridad y de su tesis de que no es la violencia el mejor medio de combatir
las herejías.
Tanta firmeza no podía menos de acarrearle enemistades. Se hizo una gran
campaña contra él, que iba desde acusarle de hipócrita hasta señalarle como
contagiado de priscilianismo. Los obispos salidos de su escuela van siendo
relegados, los concilios se reducen a estériles querellas de precedencia y la
obra del santo es ridiculizada y criticada. Él se retira a su diócesis y
prosigue allí su tarea pastoral hasta que le sobreviene la muerte ca. 397 (el 8
noviembre). La narración de unas palabras suyas pronunciadas en Candes,
pueblecito en la confluencia de los ríos Vienne y Loira, constituye una de las
más bellas páginas de la literatura cristiana, que con justos méritos ha pasado
a las lecciones y aun a los responsorios del Breviario el día de su fiesta:
«Señor, si aún soy necesario -decía, respondiendo a sus discípulos que le pedían
que siguiera viviendo-, no rehúso el trabajo. Que tu voluntad se realice
plenamente». «¡Oh, feliz varón, comenta la liturgia, que ni temió morir ni
rehusó la vida! ».
La explosión de entusiasmo y veneración que tras su muerte se produjo fue
impresionante. El pueblo le proclamó como santo. Pronto se elevó una modesta
capilla sobre su tumba, que S. Perpetuo, sucesor suyo en Tours, transformó en
importante basílica. Excavaciones realizadas en 1952-1953 dieron resultados
interesantes sobre aquel conjunto arqueológico: restos de una pequeña villa
galo-romana, desaparecida probablemente en 275, y un segundo monumento, de fines
del s. IV, de estructura absolutamente singular, por su inmenso ábside casi
semicircular, de 32 metros de diámetro. Es una manifestación más del culto que
se le tributó, constituyendo uno de los más frecuentados lugares de
peregrinación. La Vida que de él escribió Sulpicio Severo, bien directamente,
bien al través de las versiones métricas de Paulino de Périgueux y de Venancio
Fortunato, tuvo una resonancia inmensa, así como los cuatro libros que su
sucesor S. Gregorio de Tours (m. 594; v.) dedicó a contar sus milagros. Por eso
son millares los pueblos que llevan su nombre, las iglesias que le tienen por
titular e incontables las manifestaciones artísticas a que ha dado lugar:
leyendas, lírica, escultura, pintura, etc. Se celebra su fiesta el 11 noviembre.
En 1912 su figura se hizo polémica, con la publicación en París por E. Ch.
Babut de un libro defendiendo que M. y su biógrafo eran unos oscuros
representantes de un clan sospechoso de priscilianismo. La erudición era grande,
y el libro tuvo cierta resonancia hasta que el P. Delhaye, primera figura
científica entre los Bolandistas (v.), lo refutó de manera incontrovertible.
BIBL.: «Bibliotheca Hagiographica Latina», n. 5617-5666, 825-830; AIGRAIN, L'Hagiographie, París 1953, 19,159,162,165-166,182,232, 237,271,298-299,302-303,349-358 y 375; J. M. RESSE, Le tombeauMARTINEZ CAMPOS, ARSENIO - MARTINEZ DE IRALA, DOMINGOde Saint Martin á Tours, París 1922; P. MONCEAUX, Saint Martin de Tours. Récits de Sulpice Sévére mis en /ranpais avec une introduction, París 1927; H. DELEHAYE, St. Martín et Sulpice Sévére, Bruselas 1920. Para la cronología es decisivo el estudio de E. GRIFFE, Le chronologie des années de jeunesse de saint Martin, «Bulletin de littérature ecclésiastique» (1961) 114-118 y «L'ami du clergé» 71 (1961) 642-650; 1. LAHACHE y M. LISERANI, Martino de Tours, en Bibl. Sanct. 8,1248-1291
LAMBERTO DE ECHEVERRÍA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991