MARONITAS


San Marón y los primeros maronitas. La palabra m., que indica una de las iglesias orientales católicas, proviene de S. Marón (340-410), un santo anacoreta que vivió y murió en el Monte Ciro, en la región de Apamea, capital de la Siria Segunda, en las proximidades de Antioquía (v.). Dos antiguos documentos históricos nos hablan de la existencia y personalidad de este santo ermitaño; en primer lugar, se conserva una carta de S. Juan Crisóstomo (v.), escrita desde su destierro en Cucusa a «Marón, sacerdote y anacoreta», en la cual le recuerda los años de amistad y se encomienda a sus oraciones (PG 52,630). En segundo lugar, tenemos el testimonio de Teodoreto (v.), obispo de Ciro, el cual en su Historia Religiosa (PG 82,1418) nos da importantes datos sobre la figura de S. Marón, a quien conoció personalmente; habla de su retirada a un monte cerca de Ciro, de la vida de austeridad y oración que llevaba, de un templo pagano que el santo consagró a Dios, de los milagros que hacía de vivo, de sus discípulos y seguidores, de su santa muerte y de la construcción de un monasterio dedicado a su nombre en el lugar donde fue enterrado.
      Los monjes congregados en torno a S. Marón y bajo su dirección espiritual, y más tarde junto a su tumba a orillas del Orontes, forman el primer núcleo de maronitas. Teodoreto, que los había tratado, cita sus nombres, entre los cuales había algunas mujeres nobles que habían renunciado al mundo para entregarse a la vida solitaria. Unos años más tarde, se construyó un gran monasterio, no lejos del primitivo, que llegó a ser un gran centro de irradiación y cuyo superior gozaba de cierta autoridad sobre los de la comarca. Los monjes llevaban una vida cenobítica rigurosamente organizada. A principios del s. VI, cobijaba ya más de 800 monjes, los cuales fueron víctima de una cruel conspiración por parte de los jacobitas (v.): en 517, el Patriarca jacobita de Antioquía, Severo, desencadenó contra los monjes de S. Marón una terrible matanza, en la cual perecieron unos 350 monjes, cuando éstos se dirigían en peregrinación a la iglesia de S. Simeón Estilita, situada entre Antioquía y Alepo. Esta gran hecatombe, célebre en la historia de los m., fue descrita con términos vivos en una carta que los supervivientes dirigieron al papa S. Hormisdas, en la cual suplican al Pastor Universal para que use de su báculo de pastor para expulsar a los «lobos rapaces» de en medio de las ovejas: «Porque Cristo nuestro Dios verdaderamente os constituyó príncipe de los pastores, doctores y médicos de las almas... es justo que os expongamos las persecuciones que estamos sufriendo y que os señalemos a los lobos inmisericordes que destruyen el rebaño de Cristo; para que, con la autoridad de vuestro báculo, los expulséis de en medio de las ovejas y vuestras doctrina y oración sean salud para el alma y medicina que mitigue nuestros padecimientos... Mataron trescientos cincuenta de nuestros varones, hirieron a otros e incendiaron el monasterio...» (T. Anaissi, o. c. en bibl. 4) El año siguiente, el Papa les contestó con una carta muy larga y llena de solicitud paterna, recordándoles que el camino del cielo está sembrado de escollos y adversidades, y que Cristo no nos prometió una vida cómoda ,en la tierra y que fue el primero en cargarse con la cruz: «Aunque indignos, somos llamados a grandes cosas. No os desanime la enfermedad, porque el que nos llama es fiel en la recompensa y fuerte en la ayuda... Nuestro Señor no nos prometió delicias, blanduras ni comodidades... La puerta es estrecha, pero el reino es amplio... Nuestro Señor, maestro de paciencia, fue el primero que cogió la cruz para dar ejemplo a los suyos...» (Anaissi, fb. 7). Los m. celebran la festividad de estos 350 mártires el día 31 de julio. Este monasterio fue restaurado por el emperador Justiniano a mediados del s. VI, y, durante las invasiones árabes, cayó en ruinas y desapareció por completo.
      Organización de la Iglesia maronita. La formación de la Iglesia m., con su jerarquía y liturgia propias, comenzó en este monasterio, cuando la palabra m. era sinónimo de los monjes de S, Marón y de los pocos fieles que vivían a la sombra de su convento y bajo su dirección espiritual, y ha ido adquiriendo, a lo largo de los siglos, un carácter eclesial y popular. El Patriarcado m., cuyo origen y circunstancias son un tanto oscuros, nació en este monasterio. Parece que, a raíz de los disturbios políticos de la segunda mitad del s. VII, el Patriarca de Antioquía no podía entrar en esta ciudad, y tenía que regirla desde Constantinopla. Esta situación se agravó a primeros del s. VIII, de tal manera que la Sede Patriarcal quedó sin titular durante 40 años (702-742). En estos tiempos vemos a un m. ocupar el trono patriarcal. Un texto de Dionisio Tell-Mahri, escrito hacia 745, dice: «Los maronitas siguen hasta nuestros días nombrando patriarca y obispos de su mismo convento» (cfr. Chroniques de Michel le Syrien, publicado por Chabot, Bruselas 1963, t. 11, 511). El verbo siguen, empleado por Tell-Mahri en el año 745, hace pensar que la nominación de Patriarca y obispos m. venía ya de muy antes. Los historiadores m. la hacen remontar hacia finales del s. VII, y la tradición designa a S. Juan-Marón (que no debe confundirse con S. Marón), superior del monasterio, como primer Patriarca y organizador de la jerarquía m. (cfr. P. Dib, o. c. en bibl. 58 ss.). Desde entonces, quedó organizada la jerarquía maronita con una lista ininterrumpida de patriarcas y obispos hasta nuestros días. Éstos tuvieron la difícil tarea de apacentar la pequeña grey, que iba aumentando en número y extendiéndose por todas partes, en medio de graves dificultades y persecuciones. Al intensificarse las persecuciones y agravarse la situación en Siria (v.), los m. decidieron abandonar su tierra natal, buscando refugio en la isla de Chipre (v.) y en las montañas del Líbano (v.), donde pudieron ejercer sus cultos y guardar su fe y autonomía: «Los maronitas -dice Dib- abandonaron las ricas llanuras de Siria para refugiarse en el Líbano, cambiaron las riberas del Orontes, donde podían desarrollar los más variados cultivos, por áridas montañas y tierras informes y salvajes» (P. Dib. íb. 70). Esta emigración comenzó a finales del s. VII, e iba continuando progresivamente. Se establecieron al principio en el Norte del Líbano, en la región de los cedros, y más tarde hacia el centro y el Sur del país; construyeron allí sus Iglesias y conventos, y pudieron ejercer sus cultos con toda libertad, bajo la orientación del Patriarca y los obispos, que habían emigrado con ellos. Pero quedaron m. en Siria y Mesopotamia con sus obispos respectivos, aunque siempre en contacto con el Patriarca, que residía ya en el Líbano. La lista ininterrumpida de los Patriarcas m. comprende hasta mediados del s. XX unos 70 Patriarcas. Llevan el título de Patriarca de Antioquía y de todo el Oriente. Esta lista comprende eminentes figuras en el campo de la santidad, de la administración y de la ciencia; los más destacados entre ellos son: al-Duaihi, al-Jazen, Omeira, Jeremías, Hjula, Huayek, Arida, Meuchi.
      Durante la Edad Media, la comunidad m. se regía según las reglas del Libro de la Dirección, comúnmente conocido por su nombre árabe de Kitúb al-Hudá. A mediados del s. XVIII, tuvo lugar el célebre Sínodo Libanés, en el convento de Luaizé, cerca de Beirut, presidido por el legado pontificio, el célebre sabio m. Assemani, donde se procedió a la codificación del Código Maronita Libanés, cuyas leyes continúan en vigor. Según este Código, el Patriarca se designa por el Sínodo de obispos, y el Patriarca con su Sínodo nombran a los obispos y toman las decisiones necesarias para la dirección de la comunidad m.
      Desde muy antiguo algunos vienen hablando de la caída de los m. en las herejías monotelita (v.) y monofisita (v.). Los estudios recientes, llevados a cabo por eminentes historiadores y especialistas, han llevado a la conclusión de que se trata de un error material, en el cual habían caído algunos m., y no todo el pueblo; éste ha permanecido siempre fiel al Vicario de Cristo y a los Concilios Ecuménicos, principalmente al Concilio de Calcedonia (v.), hasta tal punto que sus adversarios los llamaban despectivamente los Calcedonianos.
      Los maronitas en la actualidad. El pueblo m., nacido como una comunidad monástica, evolucionó rápidamente hacia la formación de una Iglesia propia con su historia, tradición, jerarquía y liturgia. Para guardar y desarrollar este rico patrimonio han tenido que luchar ferozmente a costa de mucha sangre derramada de sus mártires, de la vida ascética de sus santos y la obra apologética de sus sabios; estos últimos florecieron en los s. XVI y XVII, a raíz de la fundación del Colegio Maronita de Roma, del cual salieron eminentes figuras que han enseñado en las Universidades europeas, como los Assemani, el Sionensis, el Echelensis, Faustus, el Casiri, Mubárak y otros.
      Actualmente, los m. son 1.400.000 fieles, diseminados por todo el orbe; el núcleo más numeroso sigue viviendo en el Líbano (v.); de allí emigraron a mediados del siglo pasado hacia Estados Unidos, Hispanoamérica y África. Existen todavía maronitas en algunos países árabes. La jerarquía está integrada por el Patriarca y doce obispos; la mayoría de ellos residen en el Líbano. El clero secular alcanza un millar, de ellos un centenar sirven en las parroquias m. de la emigración. Existen, además, tres órdenes religiosas de monjes, una Congregación de Misioneros Libaneses y siete órdenes femeninas, tres de ellas de clausura. Los idiomas litúrgicos son el siro-aramaico y el árabe.
     
      V. t.: ANTIOQUÍA V; SIRIA V; LÍBANO V
     
     

BIBL.: P. DIB, Histoire de L'Église Maronite, Beirut 1962; T. ANAISSI, Bullarum Maronitarum, Roma 1911; ID, Collectio Documentorum Maronitarum, Liorna 1921; P. ABRAHAM, The Maronites of Libanon, Wheeling 1931; G. DANDINI, Missione Apostolica al Patiarca dei Maroniti del Monte Libano, Cesena 1656; J. FÉGHALI, Histoire du droit de 1'Église Maronite, París 1962; L. AWUAD, Le droit privé des Maronites au temps des Chihab, París 1938; M. HAYEK, Liturgie Maronite, París 1964; P. SFAIR, La Messa siro-maronita, Roma 1946; I. ZIADÉ, Messe Orientale, en DTC XI,1434-1487; A. RAES, Introductio in liturgiam orientalem, Roma 1946

 

IGNACIO SAADÉ

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991