LOCKE, JOHN


Datos biográficos. Obras. Filósofo y pensador político inglés. Nació en Wrington, cerca de Bristol el año 1632. Hizo sus primeros estudios en la Westminster School de Londres; ingresó en 1652 en el Christ Church College de Oxford con intención de seguir la carrera eclesiástica, pero su interés fue progresivamente declinando hacia el estudio de la Física, Química y Medicina (en esta última se graduó, sin haber ejercido nunca profesionalmente), un tanto decepcionado del clima que la Teología y la Filosofía tenían en la atmósfera nominalista de Oxford. La biografía de L. muestra una rica personalidad en la que se entrecruzan incesantemente dos facetas: la de hombre de ideas y la de hombre político. Hay un L. que reflexiona largas horas sobre los problemas filosóficos y toma parte en las tertulias de cartesianos y gassendistas durante su exilio, y un L. que colabora con Lord Ashley Cooper, jefe del partido liberal, en la gestación de la revolución parlamentaria. En la cronología de su vida se reflejan las oscilaciones de fortuna política de su noble protector: en ella se alternan cargos administrativos y embajadas con el destierro en el continente. Cuando en 1688 sube al trono Guillermo de Orange (v.), L. se ve rodeado de honores y respeto, pero su precario estado de salud le lleva a declinar una serie de responsabilidades que se le ofrecen en el gobierno. En 1700 se retira a Oates (Essex), donde fallece cristianamente en 1704.
      Fruto de las reflexiones de L. fueron los 'siguientes escritos: Essays on the law of nature (Ensayos sobre la ley de la naturaleza), escritos entre 1660 y 1667. En 1686 aparece Methodus adversariorum (obra sobre metodología de la lectura). En 1690 publica el famoso Essay concerning human understanding (Ensayo sobre el entendimiento humano), así como la First letter concerning toleration (Carta primera sobre la tolerancia) a la que siguieron una segunda y una tercera. También en 1690 aparecieron los Two treatises on civil government (Dos tratados sobre el gobierno civil). En 1695 se datan Some Thoughts concerning education (Reflexiones sobre la educación) y The reasonableness of Christianity as delivered in the Scriptures (Lo razonable del Cristianismo tal como ha sido trasmitido en la Sagrada Escritura); en 1697 Of the conduct of understanding (Sobre la conducta del entendimiento). Varios escritos más aparecieron a título póstumo en 1706, entre ellos: Elements of natural philosophy (Elementos de filosofía natural) y Examination on Malebranche's opinion of seeing all things in God (Examen sobre la doctrina de Malebranche de la visión de todas las cosas en Dios).
     
      Pensamiento de Locke. Locke es uno de los representantes más cualificados del empirismo (v.), actitud filosófica muy arraigada en las Islas Británicas, que L. revivió en un momento en el que el racionalismo preponderaba en el continente (V. GRAN BRETAÑA VI). Sólo se puede comprender la actitud empirista de L. en oposición polémica a las actitudes racionalistas de Descartes (v.) y Leibniz (v.). Para éstos la realidad (v.) se desvela total e intuitivamente a la inteligencia con sólo que ésta contemple y sepa poner en el debido orden sus propias ideas. Su racionalismo conlleva otras dos afirmaciones: que el conocimiento sensorial es engañador y que Dios infunde en el alma las nociones fundamentales o un poder potencial de conocerlas (ideas innatas). L. juzgaba descabelladas tales teorías y pretende hacer reinar en la Filosofía una mayor sensatez. Para ello se impone previamente -antes de cualquier navegación intelectual- «saber la longitud de la cuerda de sondear» (Ensayo, Int.), o sea, «examinar nuestra propia capacidad y ver qué objetos están a nuestro alcance» (ib.).
      El punto de partida de L. se cifra en los siguientes postulados: a) No hay más área de conocimiento que la experiencia (v.), en ella está el origen de todo lo que podemos percibir, y ella marca igualmente los límites (ib. 1,3,25). b) No hay ideas innatas. Todo se va grabando progresivamente en la mente por sucesivas impresiones, como se observa en los niños. Para L. no son innatos ni los principios especulativos (ib. I,1-2), ni los morales (v. ENTENDIMIENTO); lo deduce de que en diversas comunidades encuentra distintas valoraciones. c) Por consiguiente, la Filosofía (v.) no puede ser «especulación», sino «análisis», una laboriosa tarea de anatomía del conocimiento, que el filósofo británico tratará de desmontar pieza a pieza en su funcionamiento, siguiendo sus postulados.
     
      a) Ideas y clases de ideas. Esta experiencia en la que, según L., se originan las ideas es doble: 1) externa, «cuando los sentidos perciben las impresiones que en ellos dejan los objetos exteriores y las cualidades sensibles» (ib. II,1,3), y 2) interna, «percibir, pensar, dudar, creer, razonar, conocer, querer y todas las diferentes acciones de nuestra alma» (ib. II,1,4).
      Tal es la convicción que sirve de hilo conductor en los análisis de L., así y según ella, el hombre durante el proceso cognoscitivo permanece pasivamente ante unas cualidades sensoriales que imprimen las cosas en los sentidos y, a la vez, es activo porque conjuga estas «impresiones» mediante su «combinación», «yuxtaposición» y la «abstracción». Mediante este juego combinado de recepción y elaboración de datos -dicotomía que anticipa ya las tesis de Kant (v.)- se construye nuestra representación del mundo (v. IDEA).
      La segunda parte del Ensayo está dedicada al análisis de las ideas. Hay ideas simples y complejas, las primeras son «como huellas de la afección sensorial que dejan los cuerpos en los sentidos», ofrecidos y abiertos pasivamente a ellos. Los tipos fundamentales de ideas complejas son tres: «modos, sustancias, relaciones» (ib. 11,12, 13). A los modos (v.) pertenecen -en su clase de sim. ples- el espacio, el número, la sucesión, la libertad, etc., y -en la de complejos- la obligación, amistad, etc. La idea compleja de sustancia (v.) plantea ciertos problemas cuya explicación determina una de las constantes del empirismo: ese núcleo permanente de realidad fija que se puede considerar en el fondo de cada objeto, como algo que da contenido y certeza al conocimiento, quedará reducida en L. a «una colección de un cierto número de ideas simples consideradas como unidas en un solo sujeto» (ib. 11,23,14). Entre las relaciones (v.), figura la de causa (v.) y efecto, que L. admite sin dificultad como contenida en el ámbito de la experiencia.
     
      b) Alcance del conocimiento. Al final de tal disección de la mecánica mental, resulta ineludible al filósofo británico el preguntarse sobre el alcance de este conocimiento que analiza. Su respuesta es en todo coherente con el punto de partida: lo único que conocemos son nuestras ideas (v.); por tanto, sólo una reducida y angosta zona de realidad impresa en las huellas sensoriales. De ahí la cautela antirracionalista que L. preconiza en su filosofar. No obstante, la enumeración de las realidades dadas en tales ideas no deja de marcar un claro sello de moderación en el sacar consecuencias de la óptica empirista. Así, siendo triple la gama de formas de conocimiento: intuición (v.), demostración (v.), sensación (v.), podemos decir que tenemos un conocimiento intuitivo de que existimos, demostrativo --o sea, por intuiciones concatenadasde la existencia de Dios y por sensación, del mundo corpóreo. No llega L. todavía a los niveles escépticos de Hume (v.), pero deja rotos los vínculos que establece el realismo (v.) entre la conciencia y el mundo (v. CONOCIMIENTO).
     
      c) Locke, filósofo de la ley y de la libertad. L. es también un moralista y un pensador, cuya ideología va inseparablemente unida al nacimiento del liberalismo (v.) anglosajón. La ética de L. alía ingredientes genuinamente empiristas con otros más tradicionales, tratando de conseguir un equilibrio entre ambos. Según L., si los primeros ponen la clave del bien y del mal moral respectivamente «en lo que causa placer» y «lo que causa dolor» (ib. II, 28,5), los segundos se muestran en que lo placentero o desagradable no brotan del capricho o de la concupiscencia, sino del «sentimiento que acompaña al cumplimiento o violación de una ley por voluntad del legislador». El empirismo ético baja la moral desde un cielo de «valores rígidos» hasta «la medida del hombre» (la ley es el acuerdo de todos, lo razonable, y el bien es lo que hace feliz al hombre); pero la tradición había descubierto que la medida del hombre no es el hombre mismo, sino la ley (v.), que para el filósofo británico es triple: divina, civil y filosófica.
      Sobre la ley civil discurrió ampliamente L. en sus dos tratados sobre el gobierno civil. Hoy sus palabras son textos clásicos que manejan los estudiosos del pensamiento político cuando quieren remontarse a las fuentes del parlamentarismo liberal, pero cobran una vigorosa fuerza de aventura vital cuando se los enmarca en la circunstancia histórica en que nacieron. Frente a Robert Filmer, autor del libro El patriarca (1690), quien pretendía legitimar ideológicamente el absolutismo (v.) de los Estuardos diciendo que la autoridad absoluta de los monarcas provenía de la conferida a Adán por Dios, L. rechaza todo paternalismo político y proclama que la autoridad no es un carisma sino una simple delegación de los ciudadanos libres en la persona de quienes los representan. Contra Hobbes (v.), quien hacía derivar el hecho social de la necesidad de pactar un «orden», frente a la condición de beligerancia inicial de todos contra todos, L. fundamenta la sociabilidad humana en la naturaleza racional del hombre; ésta le dice que: «Hay una ley de naturaleza que obliga a todos; y la razón, la cual es esta ley, enseña a toda la humanidad, apenas ésta la consulta, que siendo todos iguales e independientes, nadie debe dañar a otro en su vida, en su salud, en su libertad y en su propiedad». Para defender estos derechos el ciudadano transfiere sus poderes a una comunidad encargada de fijar los términos o cauces por los que va a discurrir la convivencia, o sea, las leyes. De ahí deriva el genuino principio democrático de la obligación del «monarca» con respecto a estas leyes y la necesidad de la «separación de poderes» (Para una mayor matización de estas ideas, V. AUTORIDAD; SOCIEDAD; LEY).
     
      d) Locke y la libertad religiosa. El sentimiento de repugnancia que L. sentía hacia toda especie de abuso de autoridad, se refleja en sus ideas religiosas. L. propone la idea de un cristianismo razonable, lejos, según él, de las querellas dogmáticas generadoras de guerras. Esa fe, suprimidas las formulaciones muy estrictas, debía producir antes de otra cosa el acuerdo entre los creyentes de las distintas confesiones. El acto religioso brota desde el fondo de la más estricta intimidad, donde nada puede introducirse violentamente para forzar el asentimiento: ni la Iglesia, ni mucho menos el Estado. En sus varias Epístolas sobre la tolerancia multiplica las citas de la Biblia para demostrarlo.
     
      e) Locke pedagogo. También L. ocupa un lugar en la historia de la Pedagogía. En sus cartas a E. Clarke (1684-85), quien le había pedido consejos sobre la educación de su hijo, L. propone el ideal del «hombre nuevo», tal y como éste debía formarse para ser un buen ciudadano en la sociedad burguesa: libre, apto para competir, sano en el cuerpo y en el alma, dueño de sí mismo. Para lograr ese fin, debía desterrarse toda una pedagogía memorística y basada solamente en un acervo especulativo de conocimientos inútiles.
     
      f) Juicio sobre Locke. Aparte de la crítica filosófica profunda que puede hacerse al pensamiento de L., y al margen de las posturas que sostenga la persona, que en calidad de historiador deba juzgar a L., el resultado de una valoración de su persona y de su obra deberá ser situarle entre las figuras más decisivas para la civilización occidental, especialmente en su aspecto político. Su empirismo filosófico propugna un espíritu crítico y antidogmático que ningún pensador debe olvidar; su valoración de lo razonable y su vasta cultura, le entroncan con los grandes humanistas; su defensa de las libertades individuales y del estado de derecho, con los pioneros en la lucha por los derechos del hombre.
     
      No se pueden, sin embargo, ignorar las zonas de sombra -que por otra parte no faltan en ninguna biografíay así: L. aparece demasiado vinculado a una burguesía (v.) pujante que estaba aspirando al poder y poniendo las bases de una actitud ávida de conquista y de dinero; su análisis anatómico del entendimiento no es completo y está demasiado limitado por los postulados subjetivistas de la época; su moral tiende a quedar reducida a una mera sociología positiva. Se le puede reprochar, igualmente, un vago agnosticismo (v.) religioso y una demasiada clara fobia «antipapista» que excluye a la Iglesia católica de la tolerancia. Pero, de cualquier forma, L. queda como un ejemplo de lo que llaman los ingleses common sense y que se puede traducir como sensatez. Pocos como L. han reflexionado sobre cuál es la medida del hombre; en una época, a la que Paul Hazard llama «la crisis de la conciencia europea», llena de violencia y de turbación, la vida y la moderación del pensador británico quedan para el futuro como una pauta a seguir.
     
      V. t.: EMPIRISMO; DEísmo, 4-5; ILUSTRACIÓN I, 2; IDEALISMO 1, 2; EXPERIENCIA.
     
     

BIBL.: Ediciones: L. J. CHURCHILL, The Works of John Locke, 3 vol., Londres 1714; The Works of John Locke, 9 vol., Londres 1853.-En español: Ensayos sobre entendimiento humano, México 1956; Ensayo sobre el gobierno civil, Madrid 1960.

 

B. HERRERO AMARO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991