LITURGIA III, MOVIMIENTO LITÚRGICO


Se entiende por m.l. la corriente renovadora que desde mediados del s. XIX viene trabajando en la restauración de la vida litúrgica en el pueblo cristiano. Se desarrolla en paralelo y a veces en conexión con el llamado movimiento bíblico (v.). Aunque sea un tanto convencionalmente, podemos señalar como fecha inicial la instauración de la vida monástica en la abadía francesa de Solesmes (1833; v.). Con la promulgación de la Const. sobre Sagrada Liturgia (Sacrosanctum Concilium) durante el Conc. Vaticano II (4 dic. 1963) se consiguen en gran parte los objetivos de este movimiento; a partir de esa fecha el m.l. se convierte en un «hecho» eclesial.
      Las siguientes palabras de Pío XII en la enc. Mediator Dei (n° 4), expresan bien la naturaleza e importancia de este movimiento: «A fines del siglo pasado y principios del presente se despertó un fervor singular en los estudios litúrgicos, tanto por la iniciativa laudable de algunos particulares, cuanto, sobre todo, por la celosa y asidua diligencia de varios monasterios de la ínclita Orden benedictina; de suerte que no sólo en muchas regiones de Europa, sino aun en las tierras de ultramar, se desarrolló en esta materia una laudable y provechosa emulación, cuyas benéficas consecuencias se pudieron ver no sólo en el campo de las disciplinas sagradas donde los ritos litúrgicos de la Iglesia oriental y occidental fueron estudiados y conocidos más amplia y profundamente, sino también en la vida espiritual y privada de muchos cristianos. Las augustas ceremonias del sacrificio del altar fueron mejor conocidas, comprendidas y estimadas; la participación en los sacramentos, mayor y más frecuente; las oraciones litúrgicas, más suavemente gustadas, y el culto eucarístico, considerado -como verdaderamente lo es- centro y fuente de la verdadera piedad cristiana. Fue también puesto más claramente en evidencia el hecho de que todos los fieles constituyen un solo y compactísimo cuerpo, cuya cabeza es Cristo, de donde proviene para el pueblo cristiano la obligación de participar, según su propia condición, en los ritos litúrgicos» (v. LITURGIA I, 2).
     
      El movimiento litúrgico en los monasterios benedictinos. Dom Guéranger. Mérito indiscutible de Dom Prosper Guéranger (v.), restaurador de la vida monástica en Francia, es el haber puesto las bases de lo que con el tiempo se convertiría en un benéfico movimiento para la vida cristiana: el m. l. calificado por Pío XII como «paso del Espíritu Santo por la Iglesia». Dom Guéranger sentía ya antes de abrazar la vida benedictina un entusiasmo ilimitado hacia la liturgia romana, que en su tiempo se hallaba prácticamente desterrada de Francia y sustituida por numerosas liturgias particulares, de valor muy desigual. Más tarde, siendo ya abad de Solesmes, mantendría una larga polémica con los partidarios de las liturgias locales en defensa de la unidad litúrgica. Fruto de esta polémica fue la adopción de la liturgia romana en todas las diócesis de Francia. Mayor fue el influjo de su obra L'Année Liturgique, comentario y guía de la Liturgia, que logró convencer y entusiasmar a los pioneros del m. l. Mas lo realmente decisivo fue, sin duda, la restauración de la vida monástica en Solesmes, centrada toda ella en la vida litúrgica y lógicamente dedicada el estudio de la misma. Gregorio XVI confirmaba solemnemente esta orientación en el Breve Innumeras inter en el que, al elevar a Solesmes a la dignidad abacial, proponía a su comunidad un programa del que formaba parte importante «sanas sacrae liturgiae traditiones labescentes confovore».
      Este amor a la vida litúrgica y al estudio de la misma lo heredan las abadías que directa o indirectamente provienen de Solesmes (v.) o. adoptan su espíritu: Beuron (1863) y Maria-Laach (1904; v.) en Alemania; Maredsous (1872) y Mont-César (1898) en Bélgica; Silos (v.) en España; y naturalmente los monasterios fundados en Francia por Solesmes.
      Hasta que Pío X (v.) sube al pontificado, y como consecuencia de sus orientaciones en materia de Liturgia y de música sagrada, se generaliza el interés por estas materias, se puede decir con toda verdad que el renacimiento litúrgico es obra casi exclusiva de unas cuantas abadías benedictinas y de las personas a las que llega su irradiación espiritual o cultural. Desde luego, al principio, no se puede hablar de un movimiento pastoral popular. Es un movimiento de una élite, en la que no es difícil hallar cierto culto al romanticismo. Hoy algunos de los postulados por ellos defendidos han sido superados y no son válidos. Esto, no obstante, sería injusto y completamente falso minimizar, como algunos pretenden, la eficacia de su enorme esfuerzo en favor de un conocimiento más perfecto de la Liturgia, como realidad vital y como fruto de un largo proceso histórico. Sus estudios sobre la Antigüedad cristiana, la publicación de textos, sus obras de espiritualidad litúrgica son aún hoy lugares comunes a los que es necesario acudir. La simple enumeración de las principales figuras, que siguiendo las huellas de Dom Guéranger, trabajaron en dar a conocer la liturgia en todos sus aspectos habla por sí misma. Piénsese en Capelle (v.), Cabrol (v.), Leclercq, Ferotin, Cagin, Báumer, Morin, Duchesne, Battifol, Chevalier, Schuster
      (v.), Gréa, Caronti, Mocquereau, Pothier... Más adelante nos referiremos a los que en España trabajaron siguiendo esta línea. No faltaron tampoco clarividentes precursores de lo que después se llamaría pastoral litúrgica. A esta época pertenecen los primeros misales para fieles: Schott, Van Caloen y Lefebvre.
      Mención especial merece la obra realizada por la abadía de Solesmes en la restauración del canto gregoriano. A principios del s. XIX la música religiosa estaba en decadencia; las iglesias de cierta importancia se habían convertido en salas de conciertos, en las que se interpretaba toda clase de música, aun la más profana. A partir de los años cuarenta se comenzaron a levantar voces de protesta e intentos de dignificar la música litúrgica; sin embargo, únicamente la obra de Solesmes lograría imponerse. En 1856 Dom Guéranger encargaba a Dom Jaussion recorrer las bibliotecas y archivos y coleccionar los manuscritos que contenían piezas con notación antigua; la obra de Dom Jaussion fue continuada por otros monjes de Solesmes: Pothier y Mocquereau principalmente. Fruto del esfuerzo conjuntado de éstos fue la restauración del canto gregoriano en toda su pureza y la formación en Solesmes, y a imitación suya en otros monasterios benedictinos, de coros que lograron hacer descubrir rápidamente la belleza insuperable del canto tradicional de la Iglesia (V. CANTO III; SACRA CRISTIANA; GREGORIANA, MÚSICA).
      Otro campo en que hizo sentir un influjo el m. l. de esta primera época fue el del arte sagrado. Para valorar y comprender estos intentos de renovación artística, hay que tener en cuenta, por una parte, la pobreza de algo que mereciese el calificativo de arte cristiano, y, por otra, el amor a todo lo medieval que el romanticismo (v.) había hecho surgir un poco por todas partes. Se restaura copiando las obras de la Edad Media y paleocristianas. Uno de los intentos que más llamaron la atención entonces fue el de la abadía de Beuron; el modelo en que se inspiraba el grupo de artistas beuronenses era el arte hierático del antiguo Egipto (v. SACRO, ARTE).
      Otro fruto de esta primera época es la dignificación de la indumentaria litúrgica. A imitación de los monasterios en los que se empezaron a usar las entonces llamadas casullas góticas, se fue extendiendo, venciendo una cerrada oposición de los tradicionalistas, oposición que en algunas partes ha durado casi hasta nuestros días, un nuevo concepto de la indumentaria litúrgica (v. VESTIDURAS LITÚRGICAS). Algo semejante se realizó con la orfebrería litúrgica.
     
      Participación activa de los fieles. S. Pío X. El 22 nov. 1903 publicó Pío X el motu proprio Tra le sollecitudini, que trata de la restauración de la música religiosa. Una frase de este importante documento se convertirá en santo y seña de la pastoral litúrgica: «Siendo nuestro más ardiente deseo que el verdadero espíritu cristiano reflorezca de todas maneras y se mantenga en todos los fieles, es necesario preocuparse ante todo de la santidad y dignidad del templo, donde los fieles se reúnen para encontrar precisamente este espíritu en su fuente primera e indispensable, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la plegaria pública y solemne de la Iglesia». A este documento seguirían otros del mismo gran Pontífice (V. Pío X, SAN) que acentuarían y remacharían todavía más esta orientación pastoral del movimiento litúrgico. Este impulso pastoralista vendrá a sumarse al movimiento iniciado en los monasterios benedictinos, que lentamente, como espontáneamente, iría adquiriendo una nueva dimensión, comenzaría a preocuparse de que la Liturgia fuese vivida también en las parroquias, colegios y demás comunidades cristianas.
      Se suele considerar, y con razón, a Dom Lambert Beauduin (v.) como el creador de esta nueva orientación. Dom Beauduin que, antes de ingresar en la abadía benedictina de Mont-César (Bélgica), había trabajado como párroco en medios obreros, había comprobado la falta de vida cristiana en estos medios. Una vez en el monasterio, el contacto diario e intenso con la Liturgia le hizo descubrir la importancia que ésta podía tener para revitalizar la vida cristiana de las parroquias (O. Rousseau, o. c. en bibl. 221). El Congreso de Obras Católicas de Malinas (1909) le ofreció la ocasión de comunicar sus ideas; éstas fueron acogidas con gran entusiasmo por el cardenal Mercier (v.) y por los congresistas; se hicieron votos y se trazaron planes, que serían el punto de partida del movimiento litúrgico pastoral en Bélgica y luego en el mundo entero. Dom Beauduin puso inmediatamente manos a la obra; dos meses después aparecía el primer fascículo de la «Vie Liturgique», cuya tirada de 150.000 ejemplares se agotó en menos de quince días; se trataba de un folleto que contenía los textos de la Misa, que breves y sencillos comentarios hacían asequibles a los fieles. Comprendió Dom Beauduin que lo más eficaz era comenzar por ganar para la causa al clero; para ello reunió en Mont-César a grupos de sacerdotes de Bélgica, Holanda y Francia, iniciando de esta forma las célebres reuniones que tenidas periódicamente fueron uno de los medios más eficaces para extender sus ideas en las parroquias.
      Al finalizar el a. 1911 el movimiento litúrgico belga contaba ya con tres importantes revistas: «Les Questions Liturgiques», «Liturgische Tijdschrift» y «Revue Liturgique et Monastique». La actividad litúrgica de las abadías belgas, a las que se irán uniendo otros centros, sigue en continuo auge hasta la II Guerra mundial, en que se paraliza un tanto, sin lograr adquirir luego la influencia anterior.
      No es posible recoger en breve espacio toda la labor realizada. Pronto su ejemplo cunde y por todo el mundo católico surgen imitadores. La principal preocupación de los liturgistas de esta etapa es hacer comprender y vivir la Liturgia tal como se halla. Se cuida el canto gregoriano y la perfección de las ceremonias; se procura que las acciones litúrgicas se desarrollen con la máxima dignidad posible, sin rehuir el hieratismo. El influjo de los benedictinos es evidente.
      Es curioso el proceso del m. l. en lo que respecta a la participación de los fieles en la Liturgia (V. PARTICIPACIÓN IV). Se comienza por descubrir la belleza y riqueza de la Liturgia: es un venerable monumento del pasado, casi ignorado; es, además, la fuente principalísima de donde procede y en que se alimenta la vida espiritual del cristiano; es la oración de la Iglesia. Este descubrimiento, nuevo para ellos, lo hacen primeramente grupos selectos, monjes sobre todo; para éstos, como conocedores del latín y de la teología y con una notable formación bíblica y litúrgica, no se plantea problema especial; pueden vivir la Liturgia plenamente. Mas la Liturgia no es coto cerrado para algunos únicamente, es la oración de toda la Iglesia, y, por tanto, todos, también los simples fieles, tienen el honor y el deber de participar más conscientemente en ella. Así se comienza a poner en sus manos los textos traducidos y aparecen loa misales de los fieles y demás libros con los formularios litúrgicos en las diversas lenguas. Con el tiempo se va tomando conciencia de que no es suficiente que los fieles entiendan, se necesita que participen externamente también en la acción, esto es, que recen, canten, realicen las ceremonias que regulan sus actitudes. Un paso más: el diálogo. Comienzan a celebrarse las llamadas Misas dialogadas; que todos los fieles contesten a las oraciones, que recen juntos las que les corresponden más propiamente; etc. (v. PARTICIPACIÓN IV). Entonces comienzan algunos a plantear también el tema de la lengua litúrgica, de la introducción de las lenguas vernáculas en la Liturgia, queriendo así contribuir a hacerla entender mejor a los fieles. El tema es antiguo, y puede enfocarse de diversas formas; se hace algo poco a poco, a veces con abusos y desenfoques; el latín litúrgico también puede contribuir a una más consciente y profunda participación (V. LENGUA LITÚRGICA). Se va abriendo paso la idea de un mejoramiento y reforma litúrgica prudente y profunda (V. REFORMA LITÚRGICA).
     
      El movimiento litúrgico alemán. Maria-Laach. En parte paralelo e incluso con no pocos puntos de contacto, y en parte con características propias, se desarrolla en Alemania un intenso resurgir litúrgico que tiene a MariaLaach (v.) como centro y a su abad Dom Ildefonso Herwegen como infatigable e inteligente animador. MariaLaach, que ya antes de la I Guerra mundial, había empezádo a influir junto con Beuron y algunos otros monasterios en el incipiente m. l. de Alemania y Austria, se convierte al terminar ésta en un foco extraordinariamente activo de irradiación y coordinación de toda clase de actividades litúrgicas. Se organizan en el monasterio semanas, retiros, etc., que se suceden sin interrupción y a los que acuden artistas, literatos, universitarios, industriales, políticos, sacerdotes y seminaristas. Maria-Laach patrocinó y dio calor a iniciativas surgidas fuera del monasterio y alentó a trabajar en el campo de la Liturgia a personas de gran valor, como, p. ej., a Romano Guardini (v.). Se funda una academia de estudios litúrgico-patrísticos y unos talleres de arte sagrado; a Dom Herwegen se debe también la fundación de una sociedad para el fomento de los estudios litúrgicos. No menor fue el influjo ejercido por la abadía con las publicaciones de todo género de sus monjes.
      La aportación más importante y definitiva del movimiento lacense ha sido, sin duda, la obra de Odo Casel (v.) con sus estudios sobre la Mysterienlehre, o doctrina de los misterios. Cualquiera que sea el valor que se quiera dar a esta teoría, lo que nadie puede negar es que la disputa larga y apasionada sirvió para profundizar en las bases teológicas de la Liturgia y que su síntesis doctrinal, convenientemente retocada, ha ejercido un fuerte influjo en la teología posterior. Por su parte, el m. l. halló en ella base para una sólida pastoral. Uno de los primeros en descubrir el valor pastoral de los principios teológicos del movimiento lacense fue el célebre canónigo regular Pius Parsch (v.). La comunidad cristiana por él formada en la iglesia de Klosterneubourg (Viena) llegó a ser conocida y considerada como modelo en todo el mundo.
     
      Tensiones en torno al movimiento litúrgico. La encíclica «Mediator Dei». El m.l. ponía en juego valores demasiado importantes para la vida de la Iglesia y defendía o impugnaba tradiciones, más o menos auténticas, pero profundamente enraizadas en la vida de los cristianos, para que no surgieran tensiones, controversias, incomprensiones, a veces con una fuerza pasional poco frecuente, ya desde el principio, como hemos dicho.
      En 1913, cuando el m. l. ha alcanzado cierta madurez y comienza a hacer sentir su influjo en la vida de la Iglesia, se suscita otra controversia. El causante de ésta es Dom M. Festugiére con su artículo La Liturgie Catholique, Essai de Syntése, publicado en la «Revue de Philosophie». Con más entusiasmo del debido afirmaba la superioridad de la piedad litúrgica sobre las demás prácticas de la piedad y hacía responsable de la pérdida del sentido litúrgico a los que a partir del s. XVI habían difundido una piedad o pietismo con poca doctrina, antropocéntrico, que acentuaba el valor del esfuerzo personal, y minimizaba de hecho el valor de la gracia. Respondieron con no menor pasión varios jesuitas -Dom Festugiére se refería en concreto a la espiritualidad ignaciana- tratando de probar que por Liturgia había que entender única y exclusivamente la parte ceremonial, sensible y decorativa del culto católico.
      Entre 1930 y 1947, año este último en que Pío XII se ve precisado a intervenir con una encíclica, la Mediator Dei, aumentan notablemente las tensiones: unas entre los mismos liturgistas, p. ej., la controversia sobre la lengua litúrgica y el canto gregoriano; otras entre los partidarios del m.l. y los que siguen viendo con recelo cómo los liturgistas se sienten cada vez más seguros y combativos. Algunas de estas controversias tocan temas de importancia por su relación con el dogma y la vida espiritual, otras son más periféricas. Tenemos que contentarnos con una simple enumeración: Controversia sobre el misterio del culto (v.) que se hace cada vez más profunda y apasionada; distinción entre piedad objetiva (la litúrgica) y subjetiva (devociones no litúrgicas), que lleva a muchos a sobrestimar la primera en perjuicio de las demás prácticas de piedad, que se desprecian o destierran (v. PIEDAD II); sacerdocio de los fieles y participación inteligente de éstos en la Liturgia (v. IGLESIA Itt, 4; PARTICIPACIÓN IV); concelebración; comunión fuera o dentro de la Misa (v. EUCARISTÍA in, 4 y 5); forma de los ornamentos, etc. Especial mención merece la controversia sobre la lengua litúrgica (v.) y, como consecuencia, sobre el canto gregoriano (v.), que aún acalora a veces los ánimos.
      El punto culminante de estas tensiones se puede situar en Alemania y Austria entre los años 1939 y 1947. Unos obispos apoyan decididamente al m. l., mientras que otros se oponen con tenacidad. Por ambas partes se pu
      Blican documentos, atacando unos al m. l., señalando graves errores doctrinales, y defendiéndole otros. Pío XII se ve precisado a intervenir, y, para ver claro, pide información. Al fin el 20 nov. 1947 el Pontífice publica la enc. Mediator Dei procurando hacer luz en medio de tanta confusión. Este trascendental documento logra no sólo calmar los ánimos, por lo menos en buena parte, sino que establece unos criterios doctrinales y pastorales para llevar a cabo una sana reforma e impulso de la Liturgia (v. LITURGIA II, 2 b). La situación que la encíclica encontraba y a la que pretendía hacer frente se halla bien descrita en las siguientes líneas de la misma (no 8): «Ahora bien, si por una parte vemos con dolor que en algunas regiones el sentido, el conocimiento y el estudio de la Liturgia son a veces escasos o casi nulos, por otra observamos con gran preocupación que en otras hay algunos demasiado ávidos de novedades, que se alejan del camino de la sana doctrina y de la prudencia; pues con el deseo y la intención de renovación litúrgica mezclan frecuentemente principios que en teoría o en la práctica comprometen esta causa santísima, y la contaminan también muchas veces con errores que afectan a la fe católica y a la doctrina ascética».
     
      El movimiento litúrgico después de la «Mediator Dei». Después de la publicación de la Mediator Dei, el m.l. adquiere una nueva fisonomía, debida en parte a su normal desarrollo y en no menor parte al decisivo impulso y corrección dado por ésta. La jerarquía va tomando las riendas; poniendo en práctica el consejo de la encíclica (n°108) se crean en casi todas las diócesis Comisiones Litúrgicas que colaboran con sus respectivos obispos en la promoción y orientación de diversas iniciativas. Fruto de esta preocupación de los obispos por hallar fórmulas más eficaces para que los fieles puedan participar más conscientemente en la Misa y en la celebración de los sacramentos y demás acciones litúrgicas son los Directorios; muchas diócesis o grupos de diócesis publican sus propios directorios. Sacando el mayor partido posible a la legislación entonces vigente, se buscan soluciones de una mayor eficacia pastoral. Así, para la Misa, se busca una forma intermedia entre la Misa in cantu en latín y la Misa rezada tradicional, haciendo posible el uso de los cantos en lengua vulgar.
      La Santa Sede en el decenio que precede al Conc. Vaticano II comienza a publicar gran cantidad de documentos de carácter litúrgico. En 1951 se restaura la Vigilia Pascual, en 1953 se concede a toda la Iglesia grandes facilidades para el ayuno eucarístico y la celebración de misas vespertinas, en 1955 se simplifican las rúbricas y se reforma la Semana Santa, en 1956 aparece la enc. Musicae Sacrae Disciplina, a la que sigue como complemento en 1958 una instrucción de gran importancia pastoral. Finalmente, a las puertas ya del Concilio aparece el Codex Rubricarum (1960). Se conceden también permisos particulares para usar la lengua vernácula en el Ritual, en el Oficio Parvo, en el rezo del Oficio Divino y en parte de la Misa.
     
      Los liturgistas, tanto los que se dedican a la investigación como los que trabajan en la pastoral, aúnan sus esfuerzos, unas veces bajo el directo patronato y dirección de la Jerarquía, otras con autonomía, aunque en íntima colaboración con aquélla. Así van surgiendo las Comisiones Nacionales de Liturgia y los Institutos o Centros litúrgicos. Dos de éstos han desempeñado un papel de importancia en la orientación de la pastoral litúrgica, e incluso en varias de las reformas; su influencia en el mismo Vaticano II es también evidente. Éstos son: el Centro de Pastoral Litúrgica de París, fundado en 1943, y el Liturgisches Institut de Tréveris (1947).
      El 4 dic. 1963 Paulo VI, en unión con los Padres del Vaticano II, promulgaba la Const. sobre Sagrada Liturgia. Era el fruto de más de cien años del m. L, del que hemos señalado nada más los puntos más salientes. Era también la solemne aprobación de los mejores esfuerzos de tantos y tantos como habían trabajado con gran fe en hacer que la Liturgia volviese a ser en la práctica el centro y alma de la vida de la Iglesia (v. LITURGIA I, 2ey3).
     
      El movimiento litúrgico en España e Hispanoamérica. También en España el m. l. surgió de las abadías benedictinas: Silos (v.) y Montserrat (v.) principalmente. En 1880 un grupo de monjes de la Congregación de Solesmes restauraba la vida monástica en la abadía burgalesa de Silos; dos años más tarde el P. Ildefonso Guepin, abad más adelante de este monasterio, da conferencias en el Círculo Católico de la Unión de Madrid; como libro de piedad recomendaba L'Armée Liturgique. La publicación del motu proprio de Pío X (1903) sobre música sagrada abrió un nuevo campo de apostolado; los obispos se apresuraron a pedir a Silos y Montserrat los elementos necesarios para efectuar las reformas exigidas por el motu proprio. Al año siguiente el obispo de Madrid llamaba a varios monjes de la abadía castellana para dirigir el canto gregoriano durante la Semana Santa. En los años sucesivos los Padres Suñol, de Montserrat, y C. Rojo, N. Rubín, C. Azcárate y más tarde G. Prado, todos ellos de Silos, recorren la mayor parte de las diócesis
      españolas dando conferencias de canto gregoriano y organizando congresos. Muy pronto se había logrado una notable preparación gregoriana, como quedó patente en los Congresos de música de Valladolid (1907), en que 800 niños, alternando con el Orfeón Vasco-Navarro, cantaron la Misa de Angelis; en el de Sevilla (1908); en el de Barcelona (1912), etc. En 1915 se celebró en Montserrat un gran congreso litúrgico que fue punto de partida de un notable m.l. en Cataluña. La literatura litúrgica es abundante; procede casi exclusivamente en esta primera etapa de las dos abadías mencionadas.
      Después del paréntesis de la Guerra civil (1936-1939) se nota un notable aumento en el interés por la Liturgia en todos sus aspectos. Son bastantes los seminarios en que se da una sólida formación litúrgica y en que la Liturgia ocupa un puesto importante en la vida espiritual de los seminaristas. Se generaliza la celebración de la Misa en gregoriano, cantando también los fieles, y las llamadas Misas dialogadas, que ya antes se habían ido introduciendo un poco por todas partes. En 1944, dos sacerdotes de Toledo, C. Sánchez Aliseda y F. Rivera, comienzan la publicación de unas Hojas de Liturgia, que se convertirían en la revista «Liturgia» al hacerse cargo de ellas la abadía de Silos y que, desde entonces, ha sido la principal publicación periódica dedicada exclusivamente a la Liturgia.
      En 1954 se celebran los primeros Coloquios de Pastoral litúrgica; fruto de estós Coloquios fue la creación de la Junta Nacional de Apostolado Litúrgico, que será la animadora de un intenso resurgir litúrgico en todos sus aspectos. Almas de ésta, y sus primeros director y secretario fueron el obispo auxiliar de Toledo, F. Miranda, y el mencionado Sánchez Aliseda. Desde este momento es posible hablar de un m. l. en España, que sigue la trayectoria y fluctuaciones del movimiento mundial.
      En Hispanoamérica ha sido Argentina la que ha ejercido mayor influjo. Escribía Jairo Mejía Gómez («La MaisonDieu», 74, 1963): «Si hablamos en primer lugar de la Argentina es a título de agradecimiento, porque va a la cabeza del m. l. Latino-Americano. En efecto, el primer grano fue allí sembrado por los benedictinos, en 1916, justo a su llegada a Buenos Aires. El humilde Oratorio de los primeros días se ha convertido hoy en una gran Abadía, de inmensa irradiación, centro litúrgico de primer orden, que edita la principal y la más antigua de todas las revistas de América Latina: Revista Litúrgica Argentina, sin contar muchas otras obras y publicaciones de toda clase». Los demás países siguen en general las iniciativas de dicha abadía. La evolución de este centro tiene una línea similar a la de los mencionados centros litúrgicos españoles; téngase en cuenta que los monjes de Buenos Aires proceden de Silos. El alma de este centro ha sido el P. A. Azcárate, primer abad de este monasterio. Sus principales obras: Misal Diario (1947; su tirada sobrepasa el medio millón de ejemplares), La Flor de la Liturgia (1932) y Curso Fácil de Liturgia (que han servido de libros de texto en seminarios, noviciados y centros de estudios), junto con la mencionada «Revista Litúrgica Argentina», han sido los pilares del m. l. no sólo en Argentina sino en toda Hispanoamérica.
      Junto a este foco de primera importancia, habría que mencionar otros muchos en la misma Argentina y en el resto de América, sobre todo en Méjico, Chile y Colombia. Se han celebrado varios congresos litúrgicos.
     
      V. t.: LITURGIA; PARTICIPACIÓN IV; PALABRA III; RÚBRICAS II.
     
     

BIBL.: A. BUGNINI, Documenta Pontificia ad Inst. Liturg. spectantia, Roma 1953; M. GARRIDO y A. PASCUAL, Curso de Liturgia,Madrid 1961, 45-56; J. M. LECEA, Pastoral Litúrgica en los Documentos Pont. de Pío X a Pío XII, Barcelona 1959; Conc. Vaticano II, Comentarios a la Const. sobre Sagrada Liturgia, t. 1, Madrid 1964, 66-84; H. SCHMIDT, S. J., Introductio in Liturgiam Occidentalem, Roma 1962, 164-208; O. ROUSSEAU, 0. S. B., Histoire du Mouvement Liturgique, París 1945; TH. BOGLER, O. S. B., Liturgische Erneuerung in aller Welt, Maria-Laach 1950; E. B. KOENKER, The Liturgical Renaissance in the Roman Catholic Church, Chicago 1954; COM. SACERD. DE S. SÉVERIN DE PARIS ET DE S. JOSEPH DE NICE, Le Renouveau Liturgique, París 1960; A. PASCUAL, O.S.B., Estado de la liturgia al aparecer Dom Guéranger, «Liturgia» (1950) 13-17; íD, Dom Guéranger, restaurador de la liturgia, ib. -139-144; íD, El Movimiento litúrgico hasta Pío X, ib. 225229; íD, El Movimiento litúrgico en Bélgica, ib. 279-284; íD, El Movimiento litúrgico en Alemania y Austria, ib. 353-360; M. DEL ÁLAMO, Evocando cincuenta años de apostolado litúrgico, «Liturgia» (1946) 269-C75 y 306-313; A. FRANQUESA, 0. S. B., 75 anys de Patronatge de la M. de D. de Montserrat, Montserrat 1956; A. PASCUAL, El Movimiento litúrgico en España, «Liturgia» (1951) 18-25 y 102-106; A. AZCARATE, 0. S. B., Un Centro benedictino de Apostolado litúrgico en Buenos Aires, «Liturgia» (1964) 178-184; C. FLORISTÁN, Espagne, «La Maison-Dieu» 74 (1968) 109-127.

 

A. PASCUAL DIEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991