Limbo
L. proviene del latín limbus, palabra de etimología
incierta, que significa algo que sujeta. De ahí pasó a expresar en teología un
lugar y estado que detiene la consecución del destino plenario que Dios ha
preparado para el hombre. Otros, basándose en que la palabra tiene también el
sentido de orla del vestido, hacen derivar su uso teológico de una perspectiva
geográfica: lugar frontero del infierno.
Concretamente ha significado el lugar y situación de los justos del A. T. que
aguardaban la venida de Cristo para tener expedita la puerta de la salvación
sobrenatural operada por su muerte en Cruz, Resurrección y Ascensión a los
cielos (limbo de los Santos Padres o Seno de Abraham, v.). Los Padres de la
Iglesia empleaban genéricamente el vocablo infierno o infiernos, para designar
el lugar de los que no están en el cielo, aunque distinguiendo en esos infiernos
situaciones muy diversas; esa misma terminología se encuentra en la expresión
cristológica del Símbolo de la Fe: descendit ad inferos, bajó a los infiernos (Denz.Sch.
16, 23, 27, 76, 485, 801, 852...). En la Edad Media (Guillermo de Auvernia,
Alberto Magno) se diversifica la terminología, introduciéndose la palabra I. El
Catecismo Romano, promulgado después del Conc. de Trento, al explicar los
lugares donde están detenidas después de la muerte las almas privadas de gloria,
enseña que «hay una tercera clase de cavidad, en donde residían las almas de los
Santos antes de la venida de Cristo Señor Nuestro, en donde, sin sentir dolor
alguno, sostenidos con la esperanza dichosa de la redención, disfrutaban de
pacífica morada. A estas almas piadosas que estaban esperando al Salvador en el
seno de Abraham, libertó Cristo Nuestro Señor al bajar a los infiernos» (parte
1, cap. 6, n. 3).
En la literatura más reciente, aun conservándose esa significación, la palabra
I. se emplea sobre todo para significar el lugar y situación en que se
encuentran los niños -o personas que se les equiparan- que mueren sin haber
recibido el sacramento del Bautismo: limbus puerorum. Este problema del destino
eterno de los que mueren sin haber llegado al uso de razón y sin haber recibido
el Bautismo ha dado lugar a numerosas teorías que, partiendo en ocasiones de
consideraciones más sociológicas y psicológicas que teológicas, intentan
prescindir de la afirmación del I., y afirmar la posibilidad de que los niños, y
cuantos se les equiparan, que mueren privados del sacramento alcancen, a pesar
de ello, el don de la gloria. Unos les facilitan la glorificación por el voto
real del bautismo (Sauras) o la solidaridad con Cristo (Boudes), otros por la fe
de los padres (Héris y, antiguamente, Cayetano), otros por una opción personal
después de la muerte (Laurenge), otros por una iluminación extraordinaria que
les permite hacer un acto de caridad perfecta (García-Plaza), otros les abonan
la propia muerte como martirio (Schell), etc. Estos planteamientos no son del
todo nuevos y el problema ha sido ampliamente sentido a lo largo de la historia.
Ciertamente es importante y no un bizantinismo teológico, ya que engloba a
millones de seres humanos, pero no puede intentar resolverse con razones
meramente sentimentales y estadísticas, sino teniendo presentes los principios
de la fe.
A falta de datos específicos en la S. E., es necesario recurrir al pensamiento
de los Padres que han afirmado claramente la existencia del I. (cfr. S. Gregorio
Nacianzeno, Oratio 40, in Sanctum Baptisma, 23: PG 36,385390; S. Agustín,
Enchiridion, 93: PL 40,275), y tener presentes los datos dogmáticos y los
presupuestos teológicos en que fundamentan esa afirmación. Estos presupuestos
son principalmente: a) distinción esencial entre lo natural y lo sobrenatural,
b) herencia universal del pecado de origen y sus consecuencias, c) gratuidad de
la salvación, d) canalización de la gracia salvífica a través de los
sacramentos, en este caso el Bautismo, que es necesario, con necesidad de medio,
para salvarse (v. BAUTISMO III, 6), 2) voluntad salvífica universal de Dios. Fue
armonizando todos estos datos, y teniendo en cuenta la misericordia de Dios y
también su justicia, como los Padres de la Iglesia y los teólogos llegaron a la
conclusión de que el I. es solución inevitable como lugar y estado de aquellos
que habiendo muerto antes de llegar al uso de razón y sin Bautismo, y por tanto
con pecado original pero sólo con él, son privados de la visión de Dios, que es
don gratuito y sobrenatural, aunque no sean castigados con penas aflictivas,
sino que pueden gozar de la felicidad natural que hubiese alcanzado el hombre en
el estado de naturaleza pura.
El Magisterio de la Iglesia no ha definido la existencia del l., pero ha
confirmado los presupuestos y principios de los que se deduce su existencia (cfr.
Denz.Sch. 224, 780, 858, 926, 1513-14, 1618, 2626). Como ejemplo pueden citarse
unas palabras de Pío XII, hablando de la necesidad de proteger la vida de los
niños: «Si lo que hasta ahora hemos dicho toca a la protección y el cuidado de
la vida natural, con mucha mayor razón debe valer de la vida sobrenatural que el
recién nacido recibe con el Bautismo. En la presente economía no hay otro medio
para comunicar esta vida al niño, que no tiene todavía uso de razón. Y, sin
embargo, el estado de gracia en el momento de la muerte es absolutamente
necesario para la salvación: sin él no es posible llegar a la felicidad
sobrenatural, a la visión beatífica de Dios. Un acto de amor puede bastar al
adulto para conseguir la gracia santificarte y suplir el defecto del Bautismo;
al que todavía no ha nacido o al niño recién nacido no está abierto este camino»
(Discurso a la Unión Católica italiana de Comadronas, 29 octubre 1951, AAS 43,
1951, 841).
En resumen, es necesario afirmar la existencia de una privación de la visión
beatífica para los no bautizados, en cuanto pena del solo pecado original. A
esta situación es a lo que los teólogos llaman l.: su existencia es por eso una
doctrina común y segura.
V. t.: ESCATOLOGÍA III; SENO DE ABRAHAM; BAUTISMO III, 5-6; PECADO ORIGINAL (en
PECADO III).
J. SANCHO BIELSA.
BIBL.: A. GAUDEL, Limbes, en DTC 9,760-772; N. LÓPEZ MARTÍNEZ, El más allá de los niños, Burgos 1955; A. Royo MARIN, Teología de la salvación, Madrid 1956, 379-398; A. SEGOVIA, La iluminación bautismal en el antiguo cristianismo, Granada 1958; CH. JOURNET, La volonté divine salvifique sur les petits enfants, París 1958; B. GAULLIER, L'État des enfants morts sans baptéme d'aprés saint Thomas d'Aquin, París 196l.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991