LEPROSOS EN LA BIBLIA
Los leprosos son a menudo mencionados en la S. E. como víctimas de una
enfermedad que se puede considerar endémica en aquellos tiempos y lugares
bíblicos debido a las condiciones climatológicas, la escasa higiene y la falta
de medios profilácticos. Pero a veces aparecen también en la S. E. como
portadores de este mal para manifestación del poder de Dios o en castigo por
algún pecado: así, Moisés (v.), si bien momentáneamente y como una señal del
poder milagroso que Dios le daba (Ex 4,6-7); su hermana María (Num 12,9 ss.); el
sirio Naamán, curado por Eliseo (2 Reg 5); el criado de Elíseo, Guejazi (2 Reg
5,27); el rey Ozías (2 Reg 15,5); probablemente Job durante la prueba (Iob
2,7-8), etc. Junto a éstos no escaseaban los leprosos entre la gente del pueblo:
los cuatro innominados que estaban a las puertas de Samaria (2 Reg 7,3), los
«muchos leprosos que había en Israel en tiempos de Eliseo» (Le 4,27). En el N.
T., encontramos a Simón (Me 14,3) y los curados por Jesús, uno en Galilea (Me 1,
40-45) y 10 en una aldea samaritana (Le 17,11-18), de los cuales uno sólo volvió
para darle las gracias.
Los casos mencionados testifican la gravedad de la enfermedad, cuya
curación generalmente sólo se podía esperar de un milagro. Como un caso social
generalizado y que afectaba a la vida de un pueblo religioso como Israel, el
Levítico (v.) se ocupa expresamente de la enfermedad, caracterizando su
condición de impureza legal y las medidas a adoptar: aislamiento del afectado y
su reingreso en la comunidad en caso de eventual curación (Lev 13-14). El
diagnóstico lo hacía el sacerdote, y tenía, por tanto, un valor religioso más
que médico. En este contexto, el Levítico habla también y dictamina sobre la I.
de las casas y de los vestidos (Lev 13,33-59), es decir, probablemente manchas
de moho o salitre. Esto hace dudar si el Levítico se refiere a la enfermedad hoy
conocida como tal, ya que, sin duda, había otras afecciones de la piel incluidas
bajo la designación general entre las que es de suponer figuraba la I.
propiamente dicha. `
La condición de los leprosos era sumamente penosa, tanto por la enfermedad
en sí, como por la proscripción social en que se hallaban, único remedio
profiláctico entonces posible. El haber hecho a la I. objeto de un dictamen
religioso se explica por la naturaleza del pueblo de Israel, un pueblo
sacerdotal (Ex 19,5-6), que concebía toda la vida, hasta en los más pequeños
detalles, como un culto a Dios. Por eso, los que no podían convivir. dentro de
la sociedad eran también impuros para el culto. Toda esta legislación se acentuó
a partir de la época del destierro con la preponderancia del sacerdocio, del
cual proceden muchas de estas leyes de pureza legal. Por lo demás, la I. se
considera también como una consecuencia de un castigo por el pecado (cfr. Dt
28,27-35), por lo que no pudo faltar, en su sentido amplio, entre las plagas
(v.) que afligieron a Egipto, el opresor del pueblo de Dios (Ex 9,9-12).
Por eso mismo, los leprosos son también objeto de las promesas mesiánicas.
Isaías pinta, en su famoso oráculo, al Siervo doliente, rehuido de todos como un
leproso, el cual se halla en tal estado porque carga con los pecados del pueblo
(Is 53,3-12). La enfermedad es, en efecto, consecuencia del pecado, que Jesús ha
venido a quitar con su sacrificio redentor (cfr. Mt 8,17). Por eso, la curación
de los leprosos está entre las señales que da Jesús de que el Reino de Dios (v.)
está ya entre los hombres (Mt 10,8; 11,5). Hay una nota curiosa: no se dice que
han sido «curados», sino «limpios»; ello es debido a que se emplea precisamente
la terminología cultual de «pureza o impureza», para subrayar que tal concepto
está ya superado en el Reino de Dios. Por lo demás, estas nociones «legales» han
sido en general y definitivamente abolidas por Jesús, sustituidas por
concepciones morales más profundas (Me 15,1-20; v. LEY VII, 4). A efectos del
Reino de Dios, por tanto, los leprosos no sólo quedan, sino que «son» limpios.
Si Jesús manda a los leprosos curados que se presenten al sacerdote, lo hace no
por mantener un principio abolido por Él, sino como «testimonio» para los
sacerdotes (Mt 8,4), es decir, para que ellos comprueben tanto su respeto a la
ley como su poder para abrogar sus preceptos caducos.
BIBL.: P. GRELOT, Lepra, en Vocabulario de Teología bíblica, 412; C. GANCHO, Lepra, en Ene. Bibl. IV,965-967; M. LESÉTRE, Lépre, en DB IV,175-187.
M. REVUELTA SAÑUDO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991