LEÓN XIII, PAPA


Época anterior a su Pontificado. De familia perteneciente a la pequeña nobleza, su padre, funcionario de la administración pontificia, le incitó en su infancia a servir en ella. Frustrando en parte los deseos paternos, Joaquín Pecci (n. en Carpineto el 2 mar. 1810) decidió seguir la carrera eclesiástica y, tras ordenarse sacerdote (1837) y doctorarse en Teología, ingresó en la Academia de Nobles Eclesiásticos de Roma, en donde sus talentos literarios e intensa piedad le dieron desde el primer momento renombre entre sus condiscípulos y maestros.
      Tal nombradía le valió ser designado en plena juventud para el desempeño de difíciles misiones, realizadas con consumada eficiencia. Delegado pontificio en diversos territorios de los Estados de la Iglesia que tenían como denominador común la complejidad de sus problemas, Joaquín Pecci acometió su resolución con inalterable energía no exenta de ductilidad. El restablecimiento del orden público, un bien articulado programa de promoción material, y la agilización y eficacia de la administración, fueron logros que pusieron al descubierto su's cualidades políticas y redoblaron el prestigio que rodeaba su figura
      Un índice del crédito de que gozaba fue su nombramiento por Gregorio XVI (v.) para la Nunciatura apostólica de Bélgica (1843), lo que constituyó uno de los jalones de mayor importancia en su carrera eclesiástica. En contacto con fuerzas y fenómenos desconocidos hasta entonces en su vida sacerdotal, el futuro Papa intuyó los muchos elementos renovadores y valores positivos para la potenciación de la presencia de la Iglesia en el mundo moderno y para el ejercicio de su acción espiritual directiva. Dicha convicción le impulsó a prestar su apoyo a la alianza entre los partidos belgas católico y liberal, de cuyo entendimiento esperaba el joven nuncio la continuidad de una trayectoria destinada a rendir su fruto mediante la consolidación de notables instituciones promovidas por los católicos en el terreno de la enseñanza y de la acción social. En 1846 se le encomendó el arzobispado de Pertisa, cuya diócesis regiría por espacio de casi un cuarto de siglo y en cuyo gobierno se le otorgaría la púrpura cardenalicia (1853). Su dilatado pontificado en Perusa volvió a poner una vez más de manifiesto su exacta visión de las necesidades y exigencias de la Iglesia ante el mundo de su época, al tiempo que se revalidaron sus dotes de gobierno a través de un programa de renovación que abarcó tanto el área espiritual como material de la existencia de sus fieles. En el plano religioso, sus penetrantes escritos pastorales hallaron un gran eco en las esferas episcopales y eclesiásticas italianas. El cardenal Pecci se proponía en ellos, como meta que debía perseguir la Iglesia para no desertar de su misión evangelizadora, la conciliación entre la tradición y el progreso, y ponía de manifiesto un espíritu siempre atento a las exigencias cristianas de su tiempo.
      A la muerte del Secretario de Estado Antonelli (1876), de cuyos criterios sobre la política temporal de la Santa Sede disentía en muchos aspectos, fue llamado a la Curia por Pío IX (v.), que le otorgó la dignidad de Camarlengo de la Santa Iglesia Romana (1877). Poco después, el cardenal Pecci sería su sucesor.
     
      Inicios de su Pontificado. Elegido Sumo Pontífice tras un cónclave que duró solamente dos días (20 feb. 1878), el nuevo Papa debería enfrentarse en los inicios de su gobierno con una difícil situación de la Iglesia en el mundo. Bien acogida su elección en las esferas intelectuales y políticas, reforzó su popularidad, al orientar las relaciones con los Estados por caminos distintos a los seguidos por su predecesor. Pronto, los primeros éxitos dieron razón a la actitud conciliadora adoptada por el Papa. Mientras el áspero conflicto entablado entre el II Reich y los católicos alemanes (v. KULTURKAMPP) desembocaba en un apaciguamiento, la elevación de Newman (v.) al' cardenalato granjeaba al nuevo Pontífice gran simpatía dentro del pujante catolicismo inglés. Los países de viejas cristiandades -Península Ibérica, Imperio austrohúngaro, etc- e incluso los ortodoxos y cismáticos fueron ganados igualmente por la línea de conducta de la Santa Sede en los años iniciales del Pontificado. Tan sólo frente a una nación, la política practicada por éste no ofrece solución de continuidad con la ejercida por su predecesor: Italia. Solidario de la irreductible postura de Pío IX ante la que estimaba ilegítima usurpación de su soberanía temporal, los puntos de vista de L. XIII ante la cuestión romana permanecieron fijos en las posiciones de su antecesor (v. ESTADOS PONTIFICIOS II). Su intransigencia en este extremo, acrecentada con el paso del tiempo, como respuesta a las intermitentes campañas anticlericales desplegadas con violencia en Italia, fue el factor primordial que le conduciría, según la opinión de la historiografía actual, a uno de los actos más famosos y controvertidos de su Pontificado: el Ralliement, es decir, la invitación a los católicos franceses a prestar su adhesión al régimen republicano. Conforme a la tesis de la mayoría de sus últimos estudios, el Ralliement se debió principalmente a imperativos de las circunstancias y a razones de orden diplomático. En el apogeo de la Europa de Bismarck y cuando mayor era la hostilidad que le separaba de la dinastía de los Saboya, no le quedaba a L. XIII otra alternativa que aproximarse a la III República francesa. «Pues esta. Italia -escribe uno de los mejores conocedores del tema- que constituye para él una amenaza inmediata, se ha unido en el seno de la Triple Alianza a la Alemania luterana de Bismarck, comprometida contra la Iglesia en la aventura del Kulturkampf y a la Austria católica, pero josefinista (v. JOSEFINISMO), que no puede cambiar la política religiosa de sus dos aliadas» (A. Dansette, Histoire religieuse de la France contemporánne, París 1965, 433).
     
      León XIII, la doctrina y la cultura. Muchos autores, siguiendo la conocida aunque inexacta distinción de Péguy entre Papas místicos y Papas políticos, consideran como «político» el Pontificado de L. XIII. Aunque algunos hechos, aislados del contexto en que se produjeron, parezcan avalar la tesis anterior, lo cierto es que las líneas de fuerza informadoras de su gobierno no implicaron ninguna sustancial mudanza en relación a los pontificados precedentes y posteriores. La característica que presta una fisonomía peculiar a su pontificado fue su gran capacidad para adaptar y encarnar las permanentes esencias doctrinales a la mudable realidad histórica. Así, algunos de sus escritos y medidas más sobresalientes, desde los días en que solicitara de Pío IX la condenación de los errores «modernos» (que habían de ser explicitados y anatematizados en el Syllabus), se distinguen por su vigoroso ataque a la mayor parte de las ideologías y sistemas de pensamiento contemporáneo, aunque estableciendo siempre con nitidez las fronteras que existen entre el depósito dogmático -depositum fidei- y las opiniones de escuela -modus enuntiandiy sin excluir tampoco el reconocimiento de la parte de verdad que aquéllas pudieran contener. Su decidida simpatía en pro de la revitalización del tomismo como philosophia perennis, que encontró la máxima expresión en la famosa encíclica Aeterni Patris (4 ag. 1879), no obstaculizó, sin embargo, la búsqueda por los pensadores católicos de otros caminos de pensamiento. Uno de los ejes articuladores de su Pontificado fue precisamente la revitalización del pensamiento católico. Consciente del estiaje en que muchas de sus corrientes habían permanecido en los años finales del Pontificado anterior, afirmó sobre sólidas bases su renovación al marcarle unas directrices en consonancia con el nivel y las exigencias de un mundo particularmente sensible al progreso. De esta forma, la exégesis y la interpretación bíblica, uno de los campos que con mayor ahínco cultivaban los doctrinarios anticatólicos, recibieron, a través especialmente de la publicación de la Ene. Providentissimus (1893), un gran impulso. Por otra parte, mediante la apertura de los archivos vaticanos, ofreció al mundo científico en general y a la historiografía católica en particular un gran arsenal de materiales para futuros estudios. A la misma finalidad respondió la creación de numerosos institutos, universidades y centros de formación religiosa superior que nacieron y alcanzaron la madurez durante su Pontificado: Anselmianum, de Roma, Universidades católicas de Washington y Friburgo, Universidad María Cristina de El Escorial, Comillas (entonces Seminario pontificio), Instituto católico de París, etc.
     
      Actividad apostólica. La obra cultural tan sólo constituyó en el pensamiento del Papa, una de las fuentes del caudal de la Iglesia, que se acrecentaría con la mayor intensidad de vida cristiana de sus fieles y la expansión del Evangelio por las tierras. El Papa, con clara conciencia de los avances del proceso descristianizador, consagró gran parte de sus afanes a dotar de nueva savia a ciertas formas cultuales y algunas antiguas prácticas religiosas, viendo en la exaltación de la Virgen María, en la devoción a S. José y al Santo Rosario, en la fiesta de la Sagrada Familia, por él instituida, etc., elementos santificadores por excelencia del mundo contemporáneo. El prestigio internacional alcanzado por Roma durante su gobierno facilitó en gran medida la difusión del cat:)licismo, restableciéndose o instaurándose la jerarquía en diversos territorios, como lapón, Bosnia y Herzegovina, Escocia. Particularmente espectacular fue el desarrollo del catolicismo en los Estados Unidos y el Canadá, donde L. XIII establecería una Delegación apostólica permanente (1897). Con el mismo entusiasmo y dedicación que Gregorio XVI y Pío IX, alentó el movimiento misional, especialmente en el norte de África, donde el cardenal Lavigerie (v.) contaría siempre en sus empresas con el firme apoyo del Papa.
     
      El tercer aspecto del programa y de la acción apostólica de L. XIII fue el impulso dado al cumplimiento de la misión de dirección moral que corresponde a la Iglesia en el mundo. En múltiples ocasiones y escritos -de los que la Ene. Inmortale Dei (1 nov. 1885) marca tan sólo el jalón más solemne-, L. XIII delimitó con claridad las esferas propias de las potestades espiritual y temporal, definiendo sus respectivas naturaleza y fines, y propugnando, para el bien de los súbditos, una buena armonía y concordia entre ellas. Corolario lógico de las principales líneas del programa, era devolver a la Iglesia su función de maestra y guía de la Humanidad, con presencia viva y operante de sus miembros en todas las actividades y caminos.
     
      León XIII ante el tema social. Aunque se mostró un tanto renuente a responsabilizar a los laicos de ciertas funciones desempeñadas hasta entonces por clérigos, los impulsó sin tregua a actuar y protagonizar misiones en las que los católicos habían estado marginados o habían hecho acto de presencia en forma tímida y esporádica. Su encíclica Rerum novarum (16 mayo 1891), aparte de ser una exposición doctrinal de moral social, indicaba con precisión un terreno al que en adelante debían los católicos prestar atención especial. Elocuente prueba del entusiasmo con que fueron acogidas sus consignas se halla en la proliferación de organismos, asociaciones, centros y círculos de estudio, etc., que dedicaron sus esfuerzos a llevar a la práctica las directrices pontificias, tras vencer resistencias y galvanizar fuerzas adormecidas. Su vitalidad daría lugar a cierto confusionismo doctrinal y algunas precipitaciones entre los demócratas cristianos y católicos sociales, que desvirtuarían en parte el ideario del Pontífice. Ante las aspiraciones y reivindicaciones de orden político -participación del pueblo en las tareas gobernantes, efectividad del sufragio universal, representaciones profesionales, etc-, que los demócratas cristianos consideraban indispensables para sentar sobre sólidos pilares las conquistas de índole social, el Papa, temeroso de una desvirtuación de su idea sobre la democracia cristiana, publicó (18 en. 1901) la última gran encíclica de su Pontificado, Graves de Communi, en la que precisaba su concepción del controvertido término: «La expresión democracia cristiana no debe entenderse en un sentido político. Sin duda, según la etimología, democracia designa al régimen popular; pero, en las circunstancias actuales, no hay que emplearlo sino privándole de todo sentido político y no atribuyéndole otra significación que la de una bienhechora acción cristiana con respecto al pueblo».
     
      Final del Pontificado. Al igual que en otras etapas finales de varios Papados contemporáneos, el de L. XIII ocultaba en sus años postreros, bajo unas formas llenas de esplendor y de prestigio, tensiones internas cuyo desencadenamiento y evolución harían del Pontificado posterior un Pontificado de combate y de lucha. La crisis modernista (v. MODERNISMO TEOLóGICO) y el resurgir de las corrientes laicas (v. LAICIsmo) en la praxis gobernante de varios estados -leyes anticlericales de Waldeck-Rousseau, en Francia, y de los últimos gabinetes de la regencia de Ma Cristina en España, campañas antieclesiásticas en el Portugal de Carlos I, etc- pondrían de manifiesto y delinearían los grandes frentes en los que el Papado había de entablar sus nuevas batallas. Consciente de todo ello, L. XIII consagraría la Humanidad, en los días finales de su larga existencia, al Corazón de Jesús. M. en Roma el 20 jul. 1903.
     
      V. t.: CONTEMPORÁNEA, EDAD II; BIBLIA IX; BÍBLICA, PONTIFICIA COMISIÓN; BÍBLICAS, REVISTAS; BíBLICO, MOVIMIENTO; ECUMENISMO I, C, l.
     
     

BIBL.: ASS 11-35; Acta Léonis XIII, 23 vol., Roma 1878-1903; B. O'REILLY, Vida de León XIII, Barcelona 1886; T. SERCLAES, Le Pape Léon XIII, 3 vol., París 1894-1906; A. J. BOYER D'AGEN, La ieunesse de Léon XIII, París 1896; ID, La prélature de Léon XIII, París J900; H. DEs Houx, Joachim Pecci, París 1900; J. A. GuiLLERMIN, Vie et pontificat de Léon XIII, 2 vol., París 1902; M. SPAHN, Leo XIII, Munich 1905; E. VERCESI, Tre Papi: Leone XIII,

 

J. M. CUENCA TORIBIO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991