LEÓN I MAGNO, SAN


Según el Liber pontificales, L. era originario de Toscana; su padre se llamaba Quintiano. Desde el pontificado de Celestino I (422-32), ocupa un lugar de notable importancia en el clero romano. Genadio (De viris illustribus, 62) le da el título de archidiácono. Por encargo suyo, publicó Casiano en el 430 su tratado sobre la Encarnación contra Nestorio. En el 431, Cirilo de Alejandría le escribe, al mismo tiempo que al Papa, para prevenirle contra las intrigas de Juvenal de Jerusalén. Algunos le han atribuido el Indiculus de gratia, que en realidad es de Próspero de Aquitania.
      León fue elegido para suceder a Sixto III, cuando se encontraba en una misión en las Galias; fue consagrado a su vuelta, el 29 sept. 440. L. se hizo una muy alta idea de su misión de obispo y de la dignidad particular que le pertenecía como lucesor de Pedro. Consideraba que el primer apóstol sobrevive en cierta manera en el obispo de Roma. En la persona de éste, se debe honrar al que ha recibido la guardia de todos los pastores y de todas las ovejas (Sermo HI,3-4). Cada obispo ha recibido el cuidado de su rebaño, pero el obispo de Roma comparte los cuidados de todos los obispos; se recurre también a él de todo el universo y se espera de él esta caridad universal que el Señor ha exigido a Pedro (Sermo V,2-4). Roma, que posee la cátedra de Pedro y el heredero de Pedro, posee también la tumba de Pedro (Sermo IV,4). Más que ninguna otra ciudad, se ha beneficiado de sus enseñanzas, y de este modo, de maestra de errores que era en otro tiempo, se ha convertido en discípula de la verdad. La sede sagrada de Pedro ha hecho de ella verdaderamente la cabeza del mundo (v. PRIMADO DE S. PEDRO Y DEL ROMANO PONTÍFICE). Su antigua gloria es poca cosa en comparación con la gloria nueva, de la que la primera era solamente la preparación providencial (Sermo 82).
      En conformidad con esta doctrina, L. lleva la autoridad y el prestigio del papado a un nivel jamás alcanzado en la antigüedad. Interviene con una decisión soberana no sólo en los asuntos de las iglesias suburbicarias (cartas a los obispos de Campania y de Sicilia), sino también en los de las otras iglesias italianas (cartas a los obispos de Milán, de Aquilea, de Rávena) y en los de las iglesias de la Galia (asunto de Hilario de Arlés, carta a Rustico de Narbona y a Teodoro de Fréjus), de España (carta a Toribio de Astorga, contra los priscilianistas), de África (carta a los obispos de Mauritania de Cesarea), de Iliria (carta a Anastasio de Tesalónica). Pero la historia ha guardado sobre todo el recuerdo de sus intervenciones en las disputas cristológicas de Oriente, por una parte, y de su valerosa actitud frente al invasor bárbaro, por otra.
      Por lo que hace a la primera de estas dos importantes cuestiones, la paz que Cirilo de Alejandría (v.) y Juan de Antioquía habían concluido en el a. 433, no había satisfecho a todos. Entre los que deseaban ponerla de nuevo en cuestión figuraba Eutiques (v.), superior de un importante convento de Constantinopla. A principios del 448 intentó que L. participara en su juego, informándole de que «la herejía nestoriana estaba para florecer de nuevo gracias a los manejos de algunos» (V. NESTORIO). Con la prudencia y el seguro instinto diplomático que manifestará en todo el asunto, L. respondió que avisaría cuando estuviera mejor informado. El 8 nov. 448, Eutiques, denunciado por Eusebio de Dorilea, es condenado por el sínodo permanente de Constantinopla. Apela inmediatamente a Roma, Alejandría y Jerusalén. L. es impresionado favorablemente por la carta de Eutiques, tanto más que el patriarca Flaviano de Constantinopla tarda en hacerle conocer las razones de su sentencia. Sin embargo, no se pronuncia y pide explicaciones a Flaviano. Una carta de éste llega a Roma poco después; desde entonces L. está informado sobre el caso de Eutiques, pero demasiado tarde para que pueda terminar la causa rechazando simplemente la apelación. Eutiques, en efecto, no ha permanecido inactivo y, debido a sus instancias, el emperador Teodosio se ha propuesto reunir un concilio, al cual es invitado el mismo León. El Papa se limita a enviar algunos legados. Al mismo tiempo, envía al patriarca de Constantinopla una carta, justamente célebre, que es conocida con el nombre de Epistola dogmatica ad Flavianum o Tomo a Flaviano (Ep. 28). Es notable este documento tanto por la precisión de los términos como por el equilibrio de la doctrina. El Concilio convocado por Teodosio (v.) se reúne en Éfeso (v.) el 8 ag. 449; rehabilita a Eutiques y condena a sus adversarios («latrocinio» de Éfeso). A su vez, éstos, entre los cuales se cuentan Flaviano, Eusebio de Dorilea y Teodoro de Ciro, apelan a Roma. L. reclama de Teodosio la convocación de un Concilio general, que habría de celebrarse en Italia; pero el emperador se hace el sordo. La situación cambia entonces radicalmente con la muerte accidental de Teódosio (28 jul. 450) y el advenimiento de la emperatriz Pulqueria y de Marciano. Desde el mes de noviembre del 450, el nuevo obispo de Constantinopla, Anatole, y su sínodo, condenan a Eutiques y se adhieren al Tomo a Flaviano. Viendo que las cosas se arreglaban, el Papa hubiera deseado que el nuevo Concilio solicitado por él, no tuviera lugar. Pero Marciano se mantenía firme en eso. Convocado para el 1 sept. 451 en Nicea, se abrió finalmente el 8 oct. en Calcedonia. El Concilio adoptó una fórmula de fe conforme al Tomo a Flaviano y votó 30 cánones, pero el 28 que tendía a colocar la sede de Constantinopla en el mismo rango que la de Roma, fue rechazado por León 1 (V. CALCEDONIA, CONCILIO DE).
      Entretanto, y por lo que hace a las guerras con los bárbaros la situación militar en Italia se había hecho crítica. En el a. 452, Atila, rey de los Hunos (v.) devasta Venecia, destruye el puerto de Aquilea y se dispone a marchar sobre Roma. El emperador Valentiniano III, obligado a negociar, envía una embajada, al frente de la cual marcha el Papa. En Mantua, Atila acepta renunciar a la guerra y retirarse detrás del Danubio. Tres años más tarde, Genserico, rey de los vándalos (v.), decide a su vez apoderarse de Roma. De nuevo, el Papa se presenta ante el invasor. Menos afortunado que la primera vez, consigue, sin embargo, que la ciudad no sea quemada y que la vida de los habitantes sea perdonada. L. m. el 11 nov. 46l. Fue proclamado Doctor de la Iglesia por Benedicto XIV en el 1754. Su fiesta se celebra, en la Iglesia latina, el 10 de noviembre, y pasó en 1969 al 11 de abril; en la Iglesia bizantina, el 18 de febrero.
     
      V. t.: CALCEDONIA, CONCILIO DE; MONOFISISMO; LIBROS LITÚRGICOS I, 2 A.
     
     

BIBL.: Sermones et Epistolae en PL LIV; Homilías sobre el año litúrgico (ed. M. GARRIDO BONAÑO), Madrid 1969; Acta Conciliorum oecumenicorum, II, ed. crítica E. SCHWARTZ, EstrasburgoBerlín 1914-40 (con cartas referentes al Conc. de Calcedonia); JAFFE-NATTENBACH, Regesta Pontificum Romanorum, I, 2 ed. Leipzig 1885, reed. Graz 1956, 59-75; Liber Pontificalis, I, ed. L. DUCHESNE, París 1955, 238-241; G. BARDY, La Papauté de Saint Innocent á Saint Léon le Grand, en Fliche-Martin IV,259-267; T. JALLAND, The life and Times of St. Leo the Great, Londres 194l.

 

ROGER GRYSON.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991