JÚPITER (Dios)


Es el nombre que los pueblos itálicos daban al dios equivalente al Zeus (v.) griego; deriva de la raíz indoeuropea dieu- (luz del día, resplandor; latín, dies, día); tiene exacta correspondencia con el dios védico Dyaús, el helénico Zeus (genitivo Diós), osco Ditiveí y umbro Iuve. A esta raíz se añadía en latín, como en griego y otras lenguas, la advocación de «padre», y así se formaba el nombre J. (griego Zeus pater; scr. Dyaús pitá; umbro Iupater) .
      En un primer momento 1. no era el dios romano más importante, pues aquel pueblo guerrero veneraba al dios de la guerra, Marte. J. simplemente era una divinidad dispensadora de la luz y regía los fenómenos celestes. Fue la interpretación romana de un gran número de dioses extranjeros. Como divinidad de los meteoros tuvo amplio culto entre los pueblos itálicos, dedicados a la agricultura, y así los sabinos adoraban a J. Liber (libre), personificación de la energía creadora de la naturaleza y protector de las viñas; celebraban el 23 de abril, coincidiendo con la floración de las vides, las primeras fiestas del vino (Vinalia priora), y el 19 de agosto, con la maduración, las fiestas campesinas del vino (Vinalia rustica). Los oscos también le conocían con este nombre. Servio, comentarista de Virgilio, dice que, por ser J. un dios eminentemente luminoso, el apelativo más común entre los oscos es J. Lucetius (que da luz, luminoso). Como divinidad de la luz, le estaban consagrados los Idus (13 ó 15) de cada mes, días de plenilunio, y en ellos el sacerdote de J. (flamen dialis) le ofrecía el sacrificio de un cordero blanco.
      Las primeras representaciones antropomórficas de J. como dios físico le muestran imberbe, e incluso niño; también en espejos etruscos y bajo el nombre de Tinia, identificado con J., aparece imberbe y coronado de hojas. En Preneste se adoraba a J. niño. Más tarde J. fue elevado a figura dominante y cabeza del Panteón romano. Este ascenso no le privó, no obstante, de su calidad de dispensador de los fenómenos celestes, pues le fueron reservados los más extraordinarios: rayo, relámpago y trueno. Según Plinio, hay 9 dioses que lanzan el rayo, pero el de J. (Tinia) es rojo, frente al color blanco o negro de los demás. Séneca nos describe los tres tipos de rayos de J.: el primero es una advertencia a los hombres; el segundo, un aviso serio; el tercero es ya el castigo.
      En Roma, en el campo de Marte, había un templo dedicado a J. Fulgur (rayo). Una tradición antigua cuenta que los romanos coetáneos de Numa, aterrorizados por los relámpagos de una tempestad, hicieron bajar (elicere) a J. del cielo, prometiéndole el sacrificio de una cabeza humana, ofrenda que luego cambiaron por una cebolla. En honor de J. Elicius (que hace caer la lluvia) hacían rogativas para pedir el agua para los campos. Por su calidad de dios supremo se le veneraba como J. Stator (que detiene al enemigo, guardián de la ciudad). Como J. Victor (vencedor) se le invocaba en tres templos de Roma: en el Quirinal, Palatino y Capitolio. Sus insignias eran las de los magistrados supremos romanos: silla curul, cetro y águila. El centro de la vida política y religiosa romana era el Capitolio, donde se erigió el templo, consagrado el a. 509 a. C., a la tríada capitolina, presidida por J., acompañado de Juno (v.) y Minerva (v.), esposa e hija del mismo, respectivamente. Allí era celebrado como supremo protector del Estado, bajo la advocación de J. Optimus Maximus (el mejor y mayor de los dioses), por encima de cualquier otra divinidad nacional o extranjera. En honor de la tríada se celebraban los grandes Juegos (magni ludi). Al J. del Capitolio se le dedicaban los juegos capitolinos.
      El culto a J. adquirió un marcado carácter político: en el templo capitolino tenían lugar las deliberaciones del senado, y allí, el 13 de noviembre, fecha conmemorativa de su fundación, los cónsules tomaban posesión de sus cargos; también en este lugar se congregaban los generales antes de partir, para pedir la victoria; y, al regresar victoriosos, ofrecían una corona de oro y parte del botín a J. Imperator (emperador). Con el Imperio, el culto a J. se robusteció, ya que al príncipe incumbía dispensar honra especial al padre de los dioses, protector por antonomasia del país. El dios, que velaba por el Imperio, protegía con interés único al príncipe; en las monedas de la época imperial son muy frecuentes las alusiones a esta protección: «conservador de los Augustos, del emperador y de toda la casa divina», etc.
     
      V. t.: Dios 11, 1; ROMA V.
     
     

BIBL.: G. PRAMPOLINi, La mitología en la vida de los pueblos, Barcelona 1969; A. Hus, Las religiones griega y romana, Andorra 1963, 103 ss.; K. LATTE, Rómische Religion-geschichtes, Munich 1970, 79 ss.; THULtN, tuppiter, en RE X (1918) 1126.

 

J. BAÑALES LEOZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991