JUICIO (Filosofía)
Definición, concepto y aclaraciones. Con el término juicio se designa el acto
central del conocimiento (v.) humano. El estudio del j. corresponde por una
parte a la Lógica (v.), más propiamente a la llamada Lógica formal, y por otra,
a la Metafísica (v.) y concretamente, dentro de ésta, a la Teoría del
conocimiento o Gnoseología (v.). Cabe también un estudio del j. dentro de la
Psicología (v.), pero más bien en cuanto a la capacidad de formular juicios como
propiedad del entendimiento (v.) humano.
El estudio lógico del j. considera a éste como forma de pensamiento,
atendiendo a su estructura esencial y a sus propiedades necesarias. El j., desde
este punto de vista, se distingue del simple concepto (v.) y del raciocinio
(v.). El concepto representa sólo un conocimiento incoativo, porque se limita a
formar contenidos sin relacionarlos plenamente con el ser. En cambio, el j.
lleva el conocimiento a su realización plena porque asintiendo a los cont°.nidos
expresa su existencia. El raciocinio es, en cambio, un progresar de un
conocimiento a otro.
Tradicionalmente se suele definir el j. como el acto del entendimiento por
el cual se compone o divide, afirmando o negando (cfr. Aristóteles, De anima,
111, 6,430a27; An. pr. I,1); se entiende esta definición en el sentido de que es
propio del j. unir dos conceptos (llamados sujeto y predicado) afirmativamente o
negativamente. El j. dice que algo es o no es. El sujeto y el predicado son la
materia o contenido del j., la forma o estructura la dan la cópula «es» (o
«son») y la partícula negativa si la hay. Aunque sujeto y predicado forman una
unidad lógica cada uno, pueden ser integrados por varias palabras, p. ej., «los
osos después de invernar (sujeto) son muy peligrosos e irritables (predicado)».
Nótese que se llama j. indiferentemente al acto mental o al producto de ese
acto; a este último se le llama también «proposición», término preferido en la
logística (v. LóGICA II).
Algunos autores como, p. ej., P. Hoenen, han señalado que esa definición
tradicional oscurece más que representa la verdadera naturaleza del j., el cual,
como dice S. Tomás, es más bien el acto de asentir o negar. El j. recae sobre
algo que ya está ante la mente y no añade más que la comparación de un contenido
mental con la realidad. El j. no tiene por finalidad producir el nexo interno
entre sujeto y predicado; ese nexo ya está captado por la simple aprehensión
(v.). Es decir, la simple aprehensión capta no sólo conceptos como «agua»,
«cien», etc., sino posibilidades o situaciones como «el agua hierve a cien
grados». El j. recae sobre esa posibilidad afirmando «es verdad que el agua
hierve a cien grados», o simplemente «el agua hierve a cien grados». En otras
palabras, dice Hoenen, el j. no capta ningún dato material que no estuviera ya
en la simple aprehensión.
Se suele observar que la simple aprehensión no es ni verdadera ni falsa.
Esto está claro cuando atañe a conceptos simples como «agua» y «cien»; no pueden
ser verdaderos ni falsos porque ni afirman ni niegan una relación con la
realidad. La aprehensión que recae sobre un hecho o fenómeno complejo como «el
agua hierve a cien grados» parece a primera vista diferente de la que recae
sobre un fenómeno simple; sólo mientras se trata de una mera posibilidad, o sea,
mientras no haya asentimiento, técnicamente no hay ni verdad ni falsedad. En
cambio, el j. tiene la propiedad esencial de ser verdadero o falso. En el caso,
por supuesto, de j. que no tengan sentido, p. ej., «pensamientos amarillos
corren con ruidosa dulzura», aunque sean gramaticalmente correctos no significan
nada y no pueden ser verdaderos ni falsos (algunos lingüistas, como N. Chomsky,
dirían al respecto que la oración citada no obedece a las estructuras o
gramática profunda que fundamenta la semántica).
Hay que reconocer que psicológicamente es difícil pensar en una
posibilidad sin compararla con la realidad y sin atribuirle verdad ni falsedad.
Además, la Lógica actual subraya que la verdad (v.) es propiedad de la
proposición independientemente de los actos psicológicos que versan sobre ella.
En este sentido, la proposición: «Nevó en lo que ahora es Vitoria el 1 de enero
del a. 500 a.C.» es verdadera o falsa, aunque nosotros no podamos comprobar la
verdad o falsedad de la misma. Hay que hacer notar, sin embargo, que esta tesis
no está reñida con la teoría escolástica común, puesto que la misma proposición
contiene formalmente una afirmación o negación. Los escolásticos siempre han
distinguido muy bien entre el orden psicológico y el lógico.
El j. puede formarse directamente sobre una situación o sobre unos
conceptos o puede ser fruto de un raciocinio. Todo nuestro saber se articula
sobre j., aunque no consta sólo de ellos.
Así el estudio metafísico del j. considera a esta forma humana del
conocimiento en el contexto general de la Teoría del conocimiento o Gnoseología
(v.). Dicho estudio o consideración parte del j. que enuncia la esencia de un
individuo (v.) concreto. Nuestro conocimiento se detiene primero en el aspecto
patente de la cosa, pero, en cuanto conocimiento intelectual, alcanza hasta el
núcleo más íntimo de la cosa que se nos presenta, es decir, hasta el ser (v.).
En el j. llega la mente a un estado de mayor perfección . en cuanto adecuación a
la realidad (v.) integrando los diversos aspectos que ha distinguido en la
abstracción (v.).
Estructura psicológica y lógica del juicio. Ya que el j. sigue a una
simple aprehensión, va precedido también de un acto imaginativo, de una
«imagen», a la que los escolásticos llaman «fantasma» (V. IMAGINACIÓN), puesto
que todo acto de aprehensión tiene su correctoo imaginativo. Sin embargo, no es
cierto que la representación imaginativa produzca el j.; prueba de ello es que
hay j. negativos pero no cabe una imaginación negativa. A veces se habla de j.
de pura percepción; serían aquellos que versan sobre datos que proceden de los
sentidos; pero no todos estos j. son de pura percepción, algunos de ellos
atienden a la existencia actual de relaciones necesarias contenidas en esos
datos; otros alcanzan un nexo meramente contingente. En este caso, el único
motivo para hacer el j. es la «coincidencia» que de hecho presentan el sujeto y
el predicado.
Antes vimos que se puede considerar a los términos del j. como su materia
y la cópula (con la partícula negativa en su caso) como forma. Los tomistas
suelen aplicar la noción de materia y forma (v. HILEMORFISMO) también a la
relación entre sujeto y predicado en los juicios; el predicado sería la forma
que se aplica al sujeto. En «los leones son carnívoros», «león» está en potencia
de ser ulteriormente determinado por «carnívoro». A pesar de esta distinción,
desde otro punto de vista hay identidad entre sujeto y predicado porque ambos se
refieren al mismo supuesto o entidad, al menos en un j. afirmativo. En algunos
casos, como hemos dicho, el nexo de identidad depende de una coincidencia
accidental entre sujeto y predicado; en otros, en cambio, hay dos formas que
están conexas de por sí, per se. La forma del sujeto en tales casos implica
necesariamente la forma del predicado. En este contexto, es útil referirnos a la
doctrina de los predicables.
Los escolásticos llaman «predicables» (v.) a los distintos modos de
relacionarse el predicado con el sujeto. Se pueden relacionar de modo esencial:
genéricamente, específicamente o como diferencia esencial; es decir, el
predicado es el género, la especie, etc., para el sujeto en cuestión. También se
pueden relacionar sujeto y predicado de modo no esencial, sea el predicado una
propiedad necesaria, sea un accidente completamente contingente.
Todos los predicables, menos el puramente accidental, dan lugar a j. per
se. El j. per se no es lo mismo que el j. per se notum. El j. per se notum es
evidente por sí mismo (v. EVIDENCIA). Cabe un nexo necesario entre sujeto y
predicado (per se) aunque ese nexo no sea inmediatamente evidente, sino que se
conozca por la mediación de una demostración o raciocinio. En general, el
conocimiento científico no es evidente, pero en cuanto fruto de una rigurosa
demostración basada en relaciones causales, es per se (v. CIENCIA).
De modo inverso, un j. evidente no tiene que ser necesario. Normalmente se
piensa en primeros principios (v.) al hablar en Filosofía de lo que es per se
notum; sin embargo, los j. obtenidos por percepción sensorial directa, como la
existencia de mi pluma al redactar este artículo, o la existencia de la página
para el lector, son también j. per se noti, y, en cambio, no son per se, puesto
que el j. que afirma la existencia de algo finito nunca es en rigor necesario
(V. NECESIDAD).
De todos modos, esta distinción entre j. per se y per se noti no debe
oscurecer el hecho de que lo que caracteriza al j. y lo distingue de la simple
aprehensión es precisamente que aquél hace referencia al ser mientras ésta se
refiere directamente a la esencia o quididad; así lo hace notar S. Tomás en In
Boethium De Trinitate (q5 a3). El hecho de que el j. afirme o niegue la
existencia hace que pueda ser erróneo. La simple aprehensión no puede ser
errónea ni verdadera; está en otro orden. Sin embargo, esa existencia no tiene
que ser existencia actual; un j. matemático, p. ej., versa sobre unas entidades
puramente abstractas, que no tienen existencia real.
Cantidad y cualidad de los juicios. Desde el punto de vista de la lógica
formal los juicios se dividen según su cantidad y cualidad: todo j. o es
afirmativo o negativo en cuanto a cualidad; todo j. tiene un sujeto universal o
particular respecto a la cantidad.
Hay, pues, cuatro tipos fundamentales de j.:
Universal afirmativo o de tipo A: p. ej., «Todos los gatos son pardos».
Particular afirmativo o de tipo I: p. ej., «Algún gato es pardo».
Universal negativo o de tipo E: p. ej., «Ningún gato es pardo».
Particular negativo o de tipo O: p. ej., «Algún gato no es pardo».
Es también útil el simbolismo:
SaP para «Todo S es P».
SiP para «Algún S es P».
SeP para «Ningún S es P».
SoP para «Algún S no es P».
Las vocales son las de los cuatro tipos de proposiciones. «S» y «P»
simplemente son abreviaturas de «sujeto» y «predicado». Las siglas A e 1
provienen de las primeras dos vocales de la palabra latina a/firmo, mientras que
E y O provienen de nego.
Cuando el j. tiene un sujeto singular, p. ej., cuando el sujeto es un
nombre propio, funciona formalmente como un j. universal. Si afirmamos «Charles
De Gaulle fue un general» el nombre propio cubre toda la extensión posible (que
en este caso es un solo individuo).
División de los juicios. Otra distinción que se suele hacer acerca del j.,
o más bien acerca de la proposición que es expresión del j., es la división en
categórica o simple e hipotética o compuesta. La proposición categórica es la
que atribuye un predicado a un sujeto. La hipotética, que se estudia
detenidamente en logística, consta de dos o más proposiciones simples unidas por
partículas, como «si... entonces», «o», «y», «ni», «si y sólo si», etc.
Hay algunas proposiciones que son compuestas de manera encubierta u
oculta. Tal es el caso de las proposiciones particulares como «sólo», «excepto»,
«en cuanto». P. ej., los j. «Sólo Dios es perfecto», «Nadie excepto un filósofo
profesional lee a Fichte», «El hombre en cuanto tal es racional», contienen en
realidad más de una proposición.
El lenguaje normal es rico en matices difícilmente captables por los
esquemas lógico-formales. Considérese la frase «Pocos hombres que viven ahora
nacieron en el s. xix». A primera vista se trata de una frase negativa
particular, es decir, de tipo O. Su mensaje principal es «Algunos (en propiedad,
«la mayor parte») de los que viven ahora no nacieron en el s. xix». Sin embargo,
indica también, aunque no es su contenido principal, que «Unos cuantos de los
que todavían viven sí nacieron en el s. xix». Es algo más que una escueta
proposición de tipo O, sin llegar tampoco a ser una conjunción de una
proposición de tipo O con otra de tipo I.
Las proposiciones también se dividen en cuanto a su materia. El predicado
puede convenir al sujeto de modo necesario, contingente o imposible. Estas
relaciones se examinan en la lógica modal (v. MODO).
Inferencias inmediatas. Se puede hacer algunas transformaciones con las
proposiciones de tipo A, I, E, O sin que medie más información, es decir, sin
que medie otra proposición. Por eso, estas transformaciones se llaman
inferencias inmediatas.
Para ello, se efectúa una transformación verbal (no lógica), de modo que
quede clara y explícita la forma atributiva de sujeto y predicado. Es decir, en
vez de «Todo pato nada» hay que entender «Todo pato es nadador». En vez de «Todo
el mundo se divierte en los desfiles» hay que leer algo así como «Todos son
personas que se divierten en desfiles». Algunas veces, incluso es necesario
cometer ciertos barbarismos estilísticos sin cambiar jamás la información lógica
contenida en la proposición original.
De las proposiciones universales se siguen proposiciones particulares de
la misma cualidad. «Toda vaca muge» implica «Alguna vaca muge», y «Ningún
elefante vuela» implica «Algún elefante no vuela». Esta inferencia se llama
subalternación. La universal es subalternante y la particular correspondiente es
la subalternada. Se trata de una relación o inferencia lógica. Hay que notar que
en el habla corriente, no se suele emitir un j. particular afirmativo, p. ej.,
«Algún perro es blanco», excepto cuando se cree no poder afirmar la proposición
universal correspondiente, en este caso «Todo perro, es blanco». Es decir, de
hecho siempre o casi siempre que se afirma una proposición de tipo 1, se está
dispuesto a afirmar una de tipo O, lo cual equivale a negar la de tipo A. Pero
esto es un hecho psicológico que no tiene que ver con la forma lógica explícita
de las proposiciones.
Se llama conversión de una proposición a la transformación en la que
manteniendo el contenido esencial (o si se prefiere, el «mensaje») de una
proposición se intercambian predicado y sujeto. Es decir, se intercambian los
papeles de atributo y de receptor del atributo. Concretamente, las proposiciones
de tipo E (universal negativa) sufren un cambio sencillo al igual que las de
tipo I (particular afirmativa). «Ningún perro es alado» se convierte en «Ningún
ser alado es perro». «Alguna serpiente es carnívora» se convierte en «Algún
carnívoro es serpiente». En cambio, las proposiciones de tipo A (universal
afirmativa) no admiten una transformación tan directa, puesto que normalmente el
predicado tiene una extensión más amplia que el sujeto; de modo que la A se
convierte en una I, p. ej., «Toda vaca es mamífero» se convierte en «Algún
mamífero es vaca».
Para la proposición de tipo O no existe conversión posible. De «Algún
bípedo no es hombre» no se sigue que «Algún hombre no es bípedo». Tampoco se
sigue que «Algún hombre es bípedo», del mismo modo que de «Algún perro no es
gato» no se puede deducir la proposición «Algún gato es perro». Del hecho de que
«algún S no sea P» no se puede saber si «todo P es S», «algún P es S», «algún P
no es S», ni si «ningún P es S».
Se llama obversión a una transformación en la que: 1) se cambia la
cualidad de la proposición, es decir, la afirmativa se hace negativa y la
negativa se hace afirmativa; y 2) se cambia la cualidad del predicado, es decir,
un predicado definido se hace indefinido y viceversa. La proposición afirma la
misma verdad tras la obversión por el efecto de una especie de doble negativa.
P. ej., «Todo león es predatorio» se obvierte en «Ningún león es no predatorio».
«Algún perro es predatorio» se obvierte en «Algún perro no es no predatorio».
«Ninguna vaca es predatoria» se obvierte en «Toda vaca es no predatoria». «Algún
felino no es predatorio» se obvierte en «Algún felino es no predatorio».
Se puede hacer conversiones u obversiones mecánicamente. Ambas operaciones
en combinación sirven para definir otra relación que se llama contraposición. La
contraposición de una proposición es sencillamente su obversa convertida
obvertida; es decir, primero se obvierte, luego se convierte la obversa, luego
se obvierte la obversa convertida.
La obversa de una I es una O, que es inconvertible. Por imposibilidad del
segundo paso no se puede obtener la contraposición de una I. Las A, E, y O
tienen contraposición.
En el caso de A. «Todo S es P» se obvierte en «Ningún S es no P». Ésta se
convierte en «Ningún no P es S», que a su vez se obvierte en «Todo no P es no
S». P. ej., la contraposición de «Todo pato nada» es «Todo lo que no nada es un
no pato».
La obversa de E se obtiene de modo similar. «Ningún S es P» se obvierte en
«Todo S es no P», que se convierte en «Algún no P es S», que se obvierte otra
vez en «Algún no P no es no S». P. ej., «Ningún tigre es domesticable» se
obvierte en «Algún animal no domesticable no es no tigre».
En el caso de las O, de «Algún S no es P» se pasa a «Algún S es no P».
Esto se convierte en «Algún no P es S», la que se obvierte en «Algún no P no es
no S». La contraposición, p. ej., de «Algún perro no es leal» sería «Algún
animal no leal no es no perro».
La inversa de una proposición es, propiamente hablando, la conversa de la
contraposición. Puesto que la contraposición de las E y las O es una proposición
en O, y las O son inconvertibles, la única proposición que tiene inversa es la
A. La inversa de la proposición «Todo S es P» es la conversa de «Todo no P es no
S», o sea, «Algún no S es no P». La inversa de «Todo pato nada» es «Algún no
pato es un no nadador».
Hasta ahora hemos hablado de relaciones positivas, es decir, de modos de
inferir proposiciones a partir de otras. Pero toda proposición excluye algunas
proposiciones. Concretamente toda proposición de tipo A excluye la E y la O
correspondientes. Las E excluyen las I y las A. Las I excluyen las E, mientras
que las O excluyen las A. Las I y las O ni se excluyen ni se implican; son
compatibles; una o ambas pueden ser verdaderas, pero no pueden ser ambas falsas.
Entre la A y la E que versan sobre la misma materia, p. ej., «Todo ratón come
queso» y «Ningún ratón come queso», existe la máxima oposición, la de
contrariedad. Entre O y A o entre I y E existe la oposición de contradicción.
«Todo ratón come queso» contradice «Algún ratón no come queso». «Algún ratón
come queso» contradice «Ningún ratón come queso». De dos proposiciones
contradictorias una tiene que ser verdadera y una falsa. De dos proposiciones
contrarias no más de una puede ser verdadera, pero es posible que ambas sean
falsas.
Conviene recordar que términos como «contrario» y «contradicción», o como
«converso» e «inverso», que en Lógica tienen una definición exacta, también se
emplean en el habla común de modo mucho más confuso, p. ej., la contradicción
suele confundirse con la contrariedad y la contrapuesta con la conversa e
inversa, etc.
Cuantificación del predicado. W. Hamilton, lógico inglés del s. xix, hizo
popular la teoría de que se debe cuantificar el predicado de las proposiciones
para explicitar sus relaciones formales (aunque se suele atribuir esta doctrina
a Hamilton parece ser que no fue original, sino que éste la recogió de Jeremy
Bentham; v.). Hamilton distingue ocho tipos de j., en vez de los cuatro
tradicionales:
Todos los A son algunos B.
Todos los A son todos los B.
Algunos A son todos los B.
Algunos A son algunos B.
Ninguno de los A son algunos B.
Ninguno de los A es todos los B.
Algunos A no son algunos B.
Algunos A no son todos los B.
Hamilton creía que esta cuantificación clarificaría el razonamiento
silogístico. Pretendía distinguir la relación que existe entre «hombre» y
«racional» en «Todo hombre es racional», y la que existe entre «hombre» y
«mamífero» en «Todo hombre es mamífero». En el primer j. el sujeto y el
predicado son co-extensivos; «hombre» agota todos los seres racionales, si se
entiende la racionalidad en el sentido humano estricto de una inteligencia
discursiva. En cambio, «hombre» no agota «mamífero», ya que hay muchos más
mamíferos que hombres. Sin embargo, la solución de Hamilton reemplaza la
ambigüedad de la forma tradicional del j. con una forma imposible. El sentido
literal de «Todos los A son todos los B» o «Todo A es todo B» es que cada uno de
los A son cada uno de los B, lo cual sería absurdo. Es curioso recordar que S.
Tomás en In Sententias 1,q2 al adl, anticipó y rechazó la cuantificación del
predicado.
El juicio en la filosofía kantiana. Kant distingue entre varios tipos de
j. y fundamenta toda su epistemología y crítica del conocimiento sobre esa
distinción (v. KANT). En la Introducción a la Crítica de la razón pura, Kant
dice que el predicado se puede relacionar con el sujeto de dos modos básicos. O
el predicado pertenece al sujeto como algo que está contenido en el sujeto o el
predicado está fuera del sujeto, a pesar de que está ligado al sujeto de alguna
forma. El primer tipo es el j. analítico, el segundo es el sintético. Se piensa
el j. analítico mediante la identidad de predicado con sujeto. En el j.
sintético falta esta identidad (se trata de identidad formal, pues en todo j.
afirmativo hay identidad material). En el j. analítico el predicado no añade
nada, sino que resuelve el sujeto en las partes que le constituyen. En el mejor
de los casos, el j. analítico tiene la función de explicitar el sujeto.
Como ejemplos de j. analítico Kant ofrece la proposición «Todo cuerpo es
extenso». En cuanto se entiende «cuerpo», se ve que «extenso» está entre sus
notas o características. En cambio, el j. «Todo cuerpo pesa», según Kant, es
sintético, ya que el predicado no está entre las connotaciones de «cuerpo».
Los j. de experiencia, según Kant, son todos sintéticos. En cambio, los j.
analíticos no se basan en la experiencia y no extienden nuestro saber. En
cualquier j. empírico la experiencia añade algo siempre al mero concepto.
Hay otra distinción esencial en Kant: la que media entre j. a priori y a
posteriori. Al conocimiento necesario y universal que busca la razón y no
depende de la experiencia lo llama a priori. El j. que depende sólo de la
experiencia es a posteriori. P. ej., a priori los planetas obedecen la ley de la
gravitación pero a posteriori sabemos que son nueve.
Kant no quiere decir que el j. a priori es independiente meramente de una
experiencia concreta, sino de toda experiencia. Se puede decir, p. ej., que un
hombre que mina los cimientos de su casa, tiene que saber a priori que caerá la
casa. Sin embargo, incluso este j. depende de la experiencia de la pesadez de
los cuerpos, de modo que Kant lo excluye de su categoría de a priori. Para Kant
el j. a priori es absolutamente independiente de la experiencia (v.).
Todos los j. matemáticos son sintéticos a priori. El carácter sintético de
los j. matemáticos había escapado, según Kant, a los filósofos anteriores a él.
Lo cierto es que los lógicos posteriores, p. ej., B. Russell (v.), G. Frege,
etc., han vuelto a insistir en el carácter analítico de los j. matemáticos.
Según el ejemplo de Kant, «7-1-5=12» es un j. sintético porque hay que ir
fuera de «7» y de «5» para encontrar el concepto de «12». Es necesario recurrir
a una intuición del acto de contar, sea puntos, dedos u otra cosa. Y ese
carácter sintético, dice Kant, es más claro, si cabe, en el caso de los números
grandes, donde el análisis sólo sin intuición no producirá el concepto de la
suma que buscamos. Y también es a priori el j. matemático, ya que tiene un
carácter necesario, no basado, por consiguiente, en la experiencia.
La Física también constaría, según Kant, de j. sintéticos a priori, al
menos en sus principios. P. ej., el j. «En todos los cambios del mundo material,
la cantidad de materia queda invariable» tiene un carácter de necesidad y no
puede depender de la experiencia, por ello sería a prior¡. Pero también es
sintético, ya que el análisis del concepto de la materia no engendra el concepto
de su permanencia.
La Metafísica (v.), en cuanto que pretende ser ciencia, debiera constar
también de j. sintéticos a prior¡. Sin embargo, Kant concluye en su Dialéctica
trascendental que la Metafísica no consiste más que en lucubraciones en torno a
los conceptos de la razón pura. Dado que Kant considera desacertadamente que hay
una total ausencia de un elemento empírico en los j. metafísicos, éstos resultan
inválidós.
Sin embargo, existen claros equívocos y objeciones en la teoría kantiana:
En primer lugar, parece que el concepto de j. sintético está reñido con el
concepto de j. a prior¡; si el predicado del j. no proviene del análisis del
concepto, debe provenir de otro sitio, que sería, sin duda, la experiencia. Con
respecto a los pretendidos j. sintéticos a prior¡ de la Metafísica, parece que
la inuición del acto mental de contar en que se funda la noción de los números,
o debe valer como experiencia o no; si no vale como experiencia, lo será como
análisis.
Es necesario, para criticar a Kant, mostrar cómo sus distinciones no
sirven para dar cuenta de los principios necesarios. Ha observado el filósofo
norteamericano Veatch (cfr. o. c. en bibl.), que el j. analítico de Kant no
alcanza la relación entre un sujeto «A» y un predicado «B», sino entre un sujeto
«AB» y un predicado «B», nunca entre notas distintas. En este sentido, es
evidente que un j. analítico no puede ser fáctico. Más exactamente, los j.
analíticos no dan ningún tipo de información, ni acerca del mundo ni acerca de
los conceptos mismos.
En última instancia, las deficiencias de la doctrina kantiana sobre el j.
proceden de haber perdido la visión del conocimiento como adecuación de la
inteligencia con la realidad, tratando de hacer salir a ésta del puro
pensamiento (es lo que viene a ser el llamado j. sintético a prior¡). De ahí que
su intento de una fundamentación crítica del conocer, y de superar el
racionalismo (v.), se vea abocado al fracaso.
V.t.: CONOCIMIENTO; SILOGISMO; APREHENSIÓN; APRIORISMO; IDENTIDAD; VERDAD.
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JAMES G. COLBERT, Jr.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991