JUDEA
Parte de Palestina que había ocupado el reino de Judá (v.) y fue constituida
provincia por los persas dentro de la V Satrapía y pervivió con este nombre
hasta el s. iv d. C.
Nombre. Solamente aparece en la Biblia a partir de la conquista persa. En
hebreo es Yehuda, en griego, loudaía, y en latín, Judaea. Aparece también en
inscripciones y monedas contemporáneas y de modo especial en las ánforas usadas
para impuestos en especie.
Geografía. Los límites de J. variaron a través de los tiempos desde la
constitución de la provincia persa hasta la desaparición de J. como unidad
política en la época romana tardía. Inicialmente abarcaba poco más que el
distrito de Jerusalén (v.), más tarde llegó a incorporar Samaria (v.).
Desde el punto de vista físico existe una base para distinguir la zona
montañosa del S de Cisjordania, J. propiamente dicha, de la zona N de las
montañas: la estructura orográfica y su relación con la llanura costera. En el
N, Samaria, la cordillera origina múltiples valles; en el S, J. propiamente
dicha, las montañas son rematadas por una meseta. Además, el paso de la montaña
a la costa en Samaria es suave y paulatino, mientras en J. hay un corte abrupto
entre montañas y colinas (Sefela) desde las que se llega a la llanura costera.
Pero no coinciden estos dos criterios físicos: la meseta de J. se prolonga al
norte más que la abrupta separación de la Sefela. Por ello se pueden dar, al
menos, tres distintos límites al N de J., que en la historia han tenido
vigencia. El más próximo a Jerusalén está formado por los valles de Ayalón y
Suweinit, unidos en su origen por una línea ideal que corta la divisoria de las
aguas; este límite corresponde a la separación abrupta de la Sefela. Más al N se
halla otro límite: los valles El Aujah, Deir Balut y Nimr, línea ideal que corta
la divisoria de las aguas hasta el nacimiento del valle Samieh y el otro valle
El Aujah, que desemboca en el Jordán; este límite contorna la meseta de J. El
tercer límite es más evidente en el paisaje: los valles Isar y Genab hasta
Akrabeh, desde donde desciende al Jordán (v.). El límite occidental lógico es la
costa mediterránea; pero nunca fue alcanzado; al principio no incluía la Sefela;
más tarde la comprendió, e incluso llegó a incorporar parte de la llanura
costera: distrito de Lyda, o Lod. Al S el límite originalmente quedaba muy
próximo a Jerusalén, siendo Betsur su gran fortaleza fronteriza; más tarde se
amplió, llegando a ocupar todo el macizo de Hebrón (v.); pero nunca comprendió
Beerseba. El límite oriental siempre fue el mismo: Jordán (v.) y el Mar Muerto
(v.), en mayor o menor longitud según los límites N y S respectivamente.
Orográficamente comprendió siempre la parte meridional del yugo montañoso
o cordillera palestina con su ladera al Jordán y Mar Muerto. Estos distritos
montañosos tienen una altura media bastante elevada con cimas superiores a los
800 m. sobre el Mediterráneo en los alrededores de Jerusalén, de más de 1.000 m.
en Baal Hazor, al N de Betel (v.), y en el macizo de Hebrón al S. En los
distritos de la Sefela, de mucho menor altitud, los valles se ensanchan, como en
Eleuterópolis, Maresa y Zoreah, con alturas entre los 400 y 300 m., hasta que
llegan casi a identificarse con la llanura como Laquis y Lyda, que apenas llegan
a los 100 m. Tanto Jericó (v.) como Dok y Bet Hogla, en el valle del Jordán; Ir
Hamelaj, junto al Mar Muerto, se hallan muy por debajo del nivel del
Mediterráneo, entre los -200 y -300 m.
Entre los montes de J. no pocos guardan recuerdos históricos fundamentales
para Israel, el cristianismo y el Islam. Todo el distrito de la montaña (oreine)
alrededor de Jerusalén es repetidamente citado tanto por el A. como por el N. T.
En esta zona hay que citar, además, las cimas de Baal Hazor, dominio de Absalón
(2 Sam 13,23 ss.), y lugar de la muerte de Judas Macabeo (1 Mac 9,15). En la
propia Jerusalén se hallan estas cimas históricas: a) el Monte de los Olivos
(v.), que desde el este del Cedrón (v.) domina Jerusalén, y guarda recuerdos de
Cristo: desde su base, con la granja de Getsemaní, testigo de la agonía del
Huerto, hasta su cima, con el lugar de la Ascensión, y con sus laderas, donde se
rememoran los lamentos sobre la ciudad santa, la enseñanza del Padre Nuestro, y
las anécdotas de sus repetidos viajes a Betania (v.), a casa de Lázaro (v.) y
sus hermanas; hoy todavía se conservan restos, reconstruidos dentro de nuevas
edificaciones o al aire libre, de varios de los muchos santuarios que en época
bizantina cubrían el Monte de los Olivos: Basílica de la Agonía, Dominus Flevit,
Eleona, Imbomom, Cripta del Credo, etc.; b) el Monte de Sión, inicialmente la
fortaleza jebusea, y luego la ciudad de David, se convierte en el Monte Santo
sobre el que se eleva el Templo, centro de la vida religiosa del Pueblo de Dios,
y escenario de no pocos de sus avatares históricos, como su destrucción por
Nabucodonosor o su defensa por los Macabeos; c) el Monte Scopus, prolongación
septentrional del Monte de los Olivos, guarda la memoria de la atalaya que
dominaba los accesos a Jerusalén; en su pendiente occidental cortaba la vía de
acceso a Jerusalén y al coronar los peregrinos dicha elevación veían por primera
vez la ciudad; con el tiempo, se erigió un pequeño oratorio llamado por los
cruzados de Notre Dame de Montjoie, de donde surgió la orden española de Nuestra
Señora de Montjoie.
No pocos de los valles originados por la cadena montañosa han desempeñado
su papel en la historia. Aparte de aquellos que formaron el límite o frontera de
Judá, pueden citarse el de Gabaón, en realidad meseta, pero comúnmente llamado
valle, testigo de la victoria de Josué sobre la coalición de reyes del Sur; el
valle de Seboim, al N de Jerusalén, recuerda las escaramuzas de Jonatás con los
filisteos y la amistad del primogénito de Saúl con David. No lejos se abre el
valle de las espinas, donde acampó el ejército de Tito antes del último ataque a
Jerusalén en 70 d. C. Los tres valles de Jerusalén, Cedrón, Gehena y Tyropeon,
son de gran valor histórico. Dos de ellos, la parte del Cedrón llamada valle de
Josafat (v.), y Gehena, tienen además valor escatológico. También la Biblia cita
los valles de Refaím y del Rey, en los alrededores de Jerusalén. Los valles de
Mambre, en los alrededores de Hebrón, y del Terebinto, cercó de Eleuterópolis,
guardan la memoria del campamento de Abraham con famosas teofanías y de la
victoria de David sobre Goliat respectivamente. También fueron escenario de
acontecimientos históricos los valles de Escol, Sidim, Sucot... También en J. se
hallan algunos terrenos llanos, aunque en la zona periférica de la cordillera,
como de Turmusaya, en cuya extremidad N se alzó Silo; de Lubban, de Gifne al N,
la Buqueia al sur y de Lyda en la costa.
El descenso de la montaña hacia el Jordán y Mar Muerto es el desierto de
J. o de Judá; al ser muy brusco hacia el E los vientos del Mediterráneo no lo
riegan con sus lluvias en cantidad suficiente para que pueda cultivarse. Con el
tiempo la erosión agravó la situación. Sus abruptos valles arrastran las aguas
de la montaña con gran velocidad y fuerza destructora, hasta que la precipitan
en el Mar Muerto o terrenos permeables que se la embeben.
Clima. La montaña de J., con sus alturas, goza de un clima moderado: en
Jerusalén las máximas oscilan alrededor de 36° y las mínimas alrededor de -1°.
Los vientos son bastante irregulares, dominando los de los cuadrantes NO y SO
tanto en verano como en invierno; pero al cambiar las estaciones puede soplar el
temible viento del E: sarquiye, siroco o hamsín, seco y caliente, frecuentemente
cargado de finísima arena que llega a oscurecer el cielo con sus tonalidades
ocres. En el valle del Jordán el clima es tórrido y los vientos uniformes: del N
o del S.
La lluvia varía en los distintos distritos de J., siendo más abundante al
N que al S, por lo general, dentro de la vertiente mediterránea, ya que en el
Jordán y Mar Muerto la poca que cae es prácticamente inútil. En Jerusalén las
precipitaciones llegan a una media anual de 630 mm., con máximas que superan los
1.000 mm. y mínimas que descienden hasta 270 mm. Normalmente el mes más lluvioso
es enero y prácticamente no llueve entre junio y agosto. En la montaña es
corriente la nieve, aunque muy irregular en su distribución. Rara vez pasa de
los 20 cm. Suele ser más frecuente en Ramala y Belén que en Jerusalén. Un
fenómeno digno de notar es el rocío, especialmente durante la estación seca,
cuando permite aliviar a los habitantes y las plantas de los rigores del verano.
Suele ser tan abundante que con él se cuenta para salvar algunas cosechas. Por
eso en la Biblia se le considera como una verdadera bendición. Suele condensarse
al anochecer y al amanecer y se concentra en gruesas gotas sobre tejados y hojas
de las plantas y árboles.
Toda el agua caída da origen a numerosas fuentes, generalmente de poco
caudal. Por eso ningún río, digno de dicho nombre, nace en J. Algunas de estas
fuentes han tenido importancia en la historia, como la de Gihon, en Jerusalén.
Pozos, albercas y acueductos, repartidos por todo el territorio de J.,
aprovecharon y siguen aprovechando el agua, que escasea y da siempre la
impresión de un paisaje seco, dominado por la piedra y el polvo, y pobre para la
agricultura, excepto en los fondos de algunos valles, especialmente al sur. J.
es, pues, un país fundamentalmente apto para el pastoreo de ovejas y cabras, con
algunos viñedos, olivares y poco cultivo de cereales. Estas circunstancias no
favorecen el desarrollo de grandes ciudades. Ni Jerusalén, ni Eleuterópolis, hoy
Beit Gibrin, ni Jericó pudieron compararse con las populosas ciudades
contemporáneas.
Vías de comunicación. Una larga ruta recorría de N a S todo el territorio
de J. naciendo en Samaria y acabando en Idumea, ya desde la Edad de Bronce,
llamada camino de los santuarios por unir los de Siquem y Beerseba con los de
Betel, Jerusalén y Hebrón. Los patriarcas ya la usaron en sus desplazamientos.
En Betel se le unía la ruta que desciende a Jericó, por la que penetró Josué en
J. y por donde descendieran al Jordán Elías y Eliseo. Algo más al S, en Gabaón,
se podía llegar a la llanura costera por el camino de Betjorón, que comunica
Gezer y Lyda con la zona montañosa. Otra vía transversal unía Jericó con la
llanura filistea pasando por Quiryat Yearim y Jerusalén. Todas estas antiguas
rutas fueron conservadas y perfeccionadas dentro de la red de calzadas romanas,
que era más desarrollada. En época romana había tres calzadas transversales: la
ya conocida de Betjorón; la de Emaús-Qubeibe; y la de Emaús-Nicópolis.
Eleuterópolis quedaba unida con Jerusalén por otra calzada, así como con Hebrón.
Gofna lo estaba con Jericó por Dok y Jerusalén con Jericó por Adumin.
Historia. Nehemías (v.) consiguió la creación de la provincia de J. dentro
de la Satrapía Abarnahara, o Transeufratiana. Él mismo fue nombrado primer
gobernador de la misma con el nombre de Peja. Junto al Peja se hallaba el Sumo
Sacerdote como segunda dignidad de J. Con el tiempo desapareció el Peja y quedó
con todos los poderes el Sumo Sacerdote (Neh 5,15 y 10,2). La provincia
primitivamente comprendía tan sólo cuatro distritos, cuyas capitales eran
Jerusalén, también capital de la provincia; Mispá, Betsur y Queila. Cada uno de
los distritos estaba regido por dos jefes. En aquel momento la población distaba
de ser uniforme: a los cautivos, recién regresados, se unían los judíos no
desterrados y no pocos extranjeros que se habían establecido durante el
destierro, ocupando en cierta forma el vacío creado por la marcha de los
cautivos. Era difícil la unión entre los tres grupos, incluso entre los dos
judíos. Los nativos de J., llamados despectivamente «pueblo de la tierra»,
tenían las reacciones de minoría dominada, que procura vivir con los dominadores
extraños sacrificando todo a la sobrevivencia y la paz posible. La labor
proselitista de Nehemías y sus sucesores sobre los judíos de otros distritos y
provincias originó problemas con samaritanos y otros extranjeros, hasta llegar
al destierro de judíos en el 351 a. C. No hay que olvidar que los habitantes de
J. estaban empobrecidos, como lo acreditan las medidas económicas y
administrativas de Nehemías (Neh 5).
Alejandro Magno (v.), conquistado el imperio persa, mantuvo la
organización administrativa del mismo. J., por consiguiente, siguió siendo una
provincia del imperio griego dentro de la V Satrapía después del 331 a. C. A su
muerte fue heredada, con toda la Satrapía Transeufratiana, por Laomedon, que muy
pronto la perdió ante Tolomeo, a. 320, pasando a ser zona fronteriza con el
reino seléucida con todas sus consecuencias. Tolomeo se llevó buen número de
judíos a Egipto con Ezequías, uno de sus jefes, a la cabeza. En el orden
administrativo no hubo cambios notables durante el dominio lágida, que duró
hasta 197 a. C. cuando cayó bajo el poder de los seléucidas. Los judíos
aprovecharon las circunstancias políticas de sus nuevos dominadores,
especialmente tras el reinado persecutorio de Antíoco Epifanes, para ampliar su
territorio y afirmar sus privilegios: Jonatán recibió el 153 a. C. las
toparquías samaritanas de Afairema, Ramataim y Lyda, y, más tarde, también la de
Akrabata.
Cuando Pompeyo, 63 a. C., provocado por Aristóbulo marcha contra Jerusalén
y la ocupa, respeta la religión y prerrogativas judías, cambiando tan sólo al
Sumo Sacerdote: Hircano II en lugar de Aristóbulo, pero con una presencia romana
en J., contra la que se sublevaron los judíos en 57 a. C. provocando el
desmantelamiento de sus fortalezas de Hircania, Maqueronte y Alexandrion. Poco
después el propio Gabinio, dominador de la revuelta, reestructura J.
dividiéndola en tres synhedria: Jerusalén, Gazara (Gezer) y Jericó.
Toda J. formó parte del Reino de Herodes el Grande (v.), quien la
reestructuró dividiéndola en 11 toparquías, presididas por Jerusalén, la capital
del Reino, que siguió siendo centro de la toparquía de oreine. Al morir Herodes,
el Etnarca Arquelao recibe J., pero sin Fasael, que junto a Azoto y Yamnia forma
el dominio personal de Salomé. Desterrado Arquelao en el 6 d. C., un procurador
romano, con poderes especiales, se hace cargo de toda la etnarquía, y, por
consiguiente, de J. Cambió su residencia de Jerusalén a Cesarea Marítima, pero
se mantiene la división en toparquías. Entre los procuradores que rigen J. hasta
el a. 41, destaca a Poncio Pilato (v.), que la gobierna del 26 al 35. El a. 41
revierte J. a manos de un descendiente de Herodes: a Agripa, que ya era tetrarca
de Abilene, Galilea y Traconítide. Pero con J. recibe las toparquías de Yamnia y
Azoto. Al morir, a. 44, los romanos no entregan J. a su hijo y sucesor Agripa JI,
excesivamente joven para un gobierno tan difícil. Vuelven los procuradores a
gobernar J. hasta la sublevación del 66. Conquistada Jerusalén y acabada la
rebelión el 70, la antigua provincia pasa a ser propiedad del propio emperador,
que no fundó ninguna nueva ciudad, acaso por la inseguridad que llevaría a la
sublevación de Bar Kokeba. Acallada la sublevación en 135, por Adriano, el
emperador refunda Jerusalén de sus cenizas, pero con nombre nuevo y pagano:
Aelia Capitolina. J. sigue gobernada en el orden religioso por los propios
judíos: un Patriarca sucede al Sumo Sacerdote al no existir el Templo; no reside
en Jerusalén y su misión es moderar a los judíos. J. queda englobada en la
provincia Siro-Palestina, junto a Galilea, Samaria, Idumea y Perca: todo el
territorio anteriormente gobernado por los procuradores. A partir de entonces
cesa de existir J. como unidad política, si bien se conserva el nombre unido a
Siria, Galilea o Samaria hasta que, hacia el a. 400, deja de existir.
El cristianismo, como indican los Hechos de los Apóstoles y las Actas de
los Mártires, se extendió rápidamente por J. desde Jerusalén. Lyda, Azoto, Emaús-Nicópolis,
y Jope se consideran iglesias fundadas por S. Pedro. Eleuterópolis se gloría de
haber sido evangelizada por S. Ananías de Damasco. Muy pronto aparecen iglesias
en Belén y en Aenea. Se conocen los nombres de los mártires de Jerusalén, Gaza,
Aenea, Yamnia y Eleuterópolis, desde los orígenes; pero especialmente en la
persecución de Diocleciano, bajo Urbano y Firmiliano.
La Iglesia de Jerusalén no se sabe bien cómo fue regida desde los
apóstoles hasta Trajano, mientras en ese tiempo son mencionados obispos de los
alrededores; tampoco se conocen con precisión límites y sedes de las diócesis
hasta el Conc. de Nicea (v.), en el que la Metropolitana de la Provincia
Siro-Palestina es Cesarea. Jerusalén aparece con un primado de honor. Entre las
diócesis pertenecientes a J. figuran: Yamnia, Azoto, Ascalón, Gaza, Lyda,
Nicópolis, Eleuterópolis y Jericó. En Concilios posteriores aparecen nuevas
diócesis en su territorio; pero entonces ha desaparecido ya documentalmente la
unidad de J.
V. t.: PALESTINA; JUDÁ, REINO DE; ARIMATEA; BELÉN; BETANIA; BETEL; JERICÓ;
JERUSALÉN; JOPPE.
BIBL.: A. FERNÁNDEZ TRUYOLS, Geografía Bíblica, Valencia 1951; L. ARNALDICH, Judea, en Enc. Bibl. IV,755,758; G. A. SMITH, The Historical Geography of the Holy Land, Londres 1903; F. M. ABEL, Geographie de la Palestine, I-II, París 1933; íD, Histoire de la Palestine depuis la conquéte d'Alexandre jusqu'á 1'invasion arabe, París 1952; F. JOSEFo, Antiquitates Judaicae, passim, y De Bello judaico, passim; E. SCHUERER, Geschichte des Lúdischen Volkes I, Leipzig 1879; BALDI-LEMAIRE, Atlante Bíblico, Turín 1955; G. E. WRIGHT, F. V. FILSON, The Westminster Historical Atlas to the Bible, 2 ed. Filadelfia 1956; F. HILLIARD, T. LARRIBA, La tierra Prometida, Atlas Bíblico Ilustrado, Madrid 1966.
V. VILAR HUESO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991