JUDAS ISCARIOTE


Apóstol (v.) de Jesús, que entregó a su Maestro en manos de las autoridades judías, lo que fue causa de su condenación y muerte.
      Nombre. El nombre «Judas» era corriente entre los judíos. Del A. T. bastará citar al hijo de Jacob y a Judas Macabeo. En el N. T. Otra media docena de personas llevan este nombre (cfr. en especial: Judas de Santiago, Le 6,16; Act 1,13; Judas el Galileo, Act 5, 37; Judas Barsabás, Act 15,22). Tampoco es raro este nombre en Flavio Josefo, y está bien documentado en la zona de Jerusalén por la necrópolis judío-cristiana del monte de los Olivos (v.).
      Más interesante es la segunda parte, «Iscariote», que no ha de tenerse por apellido (cfr. lo 6,74; 13,2.26). Desde el punto de vista crítico Iskariótés es la verdadera lección, y las otras variantes (Me 3,19; 14,10; Le 6,16; lo 6,71; 13,26) parecen ser antiguos conatos para explicar el nombre. Entre otras explicaciones, las propuestas en los últimos tiempos son las siguientes: a) que «Iscariote» se compone de los elementos hebreos `is géryyót, «hombre de Qariot», ciudad del sur de Judea (los 12,25); b) que el nombre viene de una deformación del latín sicarius, e indicaría que J. era un nacionalista fanático. Estas dos explicaciones son vulnerables por razones filológicas y prácticas. Una tercera explicación, que parece más aceptable, derivaría el nombre de la raíz aramea sqr, idea de engaño, mentira, falsedad, que puede adoptar la forma isgarya para expresar el concepto de «el falso». La forma griega, críticamente aceptable, responde plenamente a las leyes filológicas. Para esta explicación se ha creído encontrar un apoyo en las tradiciones rabínicas en torno a Ajitofel (el conjurado contra David; cfr. 2 Sam 15,31) que lo definen como el traidor tipo.
      «Uno de los Doce». En la historia evangélica aparece en el momento de la creación del Colegio Apostólico (Me 3,18 par.). Hasta entonces nada se dice de él, ni de bueno ni de malo. lo 6,64.71 ofrece una perspectiva teológica que «radicaliza» los hechos circunstanciales. A una perspectiva histórica de hechos consumados obedecen algunos detalles: J. ocupa inexorablemente el último lugar en las listas apostólicas; desde el primer momento a su nombre se le añade el infamante estribillo «el que lo entregó», que Le 6,16 traduce por «que resultó un traidor». La idea de traición está subrayada por la anotación consciente de que J. era «uno de los Doce», «uno de sus discípulos» (Mt 26,14 par.; 26,47 par.; lo 6,71; 12,4).
      Lo mismo que los demás apóstoles, J. fue elegido por Jesús de entre sus seguidores. Habrá ido en misión con algún otro compañero (Me 6,7); pero de su actividad y actuación no refiere detalles el N. T. Según lo 12,5 ss. (cfr. Me 14,3 ss. par.) es J. quien en Betania, al ungir María al Señor, protesta por el despilfarro de un dinero que podría emplearse con los pobres; S. Juan advierte que J. no se preocupaba especialmente por éstos, sino que prefería embolsar el dinero porque solía llevarse los ingresos. En efecto, él era el depositario y administrador del Colegio Apostólico (lo 13,29). Sólo el cuarto evangelista introduce en este episodio el nombre de J. Los sinópticos, en virtud de la concatenación de los episodios, establecen una relación entre lo ocurrido en Betania y el contacto de J. con las autoridades judías para entregar a Jesús. En J. encontraron los pontífices judíos el instrumento que hiciese su juego: arrestar y matar al Maestro con un ardid sin causar revuelo. Sabido es el detalle de las 30 monedas que J. recibe por su traición. Ese número se encuentra sólo en Mt (26,15), con referencia evidente a Zach 11,12 (cfr. Mt 27,9 ss.). Es también el único evangelista que retrata a J. con visos de tratante: «¿Cuánto estáis dispuestos a darme?». Me y Le dicen tan sólo que los pontífices se alegraron de que J. se pusiese a su servicio, y que le pagaron el favor con dinero. En esta perspectiva el móvil de J. no sería precisamente el dinero. Después de lo convenido, I. «andaba buscando una oportunidad» para entregar a Jesús cuando estuviese a solas (Le 22,6). Y con esta disposición de buscar una oportunidad, se sentó a la mesa de la última Cena.
      Fue entonces cuando Jesús descubrió que uno de los allí reunidos le iba a entregar. Como todos, también J. preguntó si era él, y descubrió que Jesús lo sabía. Tampoco aquí las tradiciones sinópticas coinciden en todos los detalles con lo 13,26, según el cual, Jesús, dando a J. un bocado, indica a Juan quién le va a entregar. Según Mt 26,23 va a entregar a Jesús «el que conmigo mete la mano en el plato». Los paralelos de Me 14,18 y Le 22, 21 (cfr. lo 13,18) sugieren para esa frase el sentido de que se trata de un amigo íntimo y familiar que come a la mesa de Jesús.
      ¿Tomó J. la Eucaristía? Parece que no, a pesar de la disposición de los hechos en los evangelios. Una comparación de estos detalles con lo que se sabe del rito pascual judío (v. CENA DEL SEÑOR) sugiere que J. salió pronto de la sala. Sin duda, para buscar la «oportunidad» y ésta se presentó cuando Jesús se retiró a Getsemaní. «Judas conocía aquel lugar porque muchas veces se había reunido allí Jesús con sus discípulos» (lo 18,2). Y allí se presentó a la cabeza de un grupo de gentes armadas mandadas por los pontífices y senadores del pueblo judío, las máximas autoridades; lo 18,3 señala concretamente a los fariseos (v.), Le 22,24 precisa que J. les «iba delante», con lo que concuerda Act 1,16: «fue el guía de los que arrestaron a Jesús». La parte de J. en este asunto fue seguir los pasos de Jesús, localizar dónde se hallaba, guiar a sus enemigos e identificar la persona de Jesús, cosa que hizo, con el gesto amigo de un beso.
      Muerte de judas. Dos narraciones describen el fin de judas.
      Mateo nos dice que J., acosado por el remordimiento, intentó devolver las monedas y fue y se ahorcó (27,3-10); y Lucas indica que cayendo de cabeza, se reventó por medio y se desparramaron todas sus entrañas (Act 1,18).
      Las narraciones bíblicas tienden a subrayar que la muerte de J. es la que corresponde al «perseguidor del justo», y a buscar en la S. E. la razón de la defección y muerte de J. La de Mi es mucho más elaborada, más técnica, y tiene todos los visos de un midrásh (explicar un hecho a base de la S. E., explicar la Escritura a la luz de un hecho; v.) basado en Zach 11,12 s. combinado con Ier 18,2 ss.; 32,6. Algunos detalles de Act 1,19 pretenden explicarse hoy por la literatura de Qumrán (Betz). Se han formulado toda suerte de hipótesis del porqué J. entregó a Jesús, tanto en terreno científico como literario, pero faltan datos para esclarecer este punto. Es inútil querer trazar la evolución psicológica que llevó a J. a traición tan monstruosa. Le y lo describen a J. como instrumento dominado por Satán. Ésta es una perspectiva teológica. Quizá lo 12,5-7 refleje una profunda divergencia entre Jesús y su discípulo. La suerte de J. en el más allá es un secreto de Dios. Parece que J. no esperaba de su acción tan funesto desenlace. Ciertas expresiones de Jesús (Mi 26,24; lo 13,10 s.; 17,12) subrayan la enormidad del hecho.
     
     

BIBL.: R. B. HALAS, judas Iscariot: A Scriptural and Theological Study of His Person, Deeds, and Eternal Lot, Washington 1946; O. BETZ, The Dichotomized Servant and the End of Judas Iscariot (Light on dark passages: Mt 24,51 par.; Acts 1,18), «Revue de Qumrán» V,1 (1964) 43-58; C. F. FENSHAM, judas Hand in the Bowl (Mt 26,23) and Qumrán, ib. V,2 (1964) 259 ss.; P. BENOIT, La mort de judas, «Synoptische Studien. Festschrift Wikenhauser», Munich 1953, 1-19; G. TURBESSI, judas Iscariote, Diccionario Bíblico, dir. F. SPADAFORA, Barcelona 1968, 347-350; C. GANcHo, judas Iscariote, en Enc. Bibl. IV,742-751.

 

M. MIGUÉNS ANGUEIRA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991