JUDAÍSMO, II. LITURGIA HEBREA.


La liturgia ocupa un lugar importante en la religión judía. Sin pretender que un conjunto de ritos, por perfectos que parezcan, puedan sustituir a los deberes del corazón, el j. elaboró pacientemente en su larga historia una liturgia pensada en sus más mínimos detalles. Ella logró dotar de una cierta unidad de expresión a las ideas fundamentales del monoteísmo ético que es la esencia de la religión de Israel. Los actos litúrgicos forman parte del conjunto de los preceptos divinos (miswót), cuya meta es abrir amplios horizontes el alma humana y facilitarle su ascensión y perfección, poniendo en juego todas las fuerzas y potencialidades que constituyen el reflejo de su divino origen. Universal en su significado profundo, particular en cuanto a su expresión, comunitaria y a la vez individual e íntima, la liturgia judía encierra en sí toda la riqueza y armoniosa diversidad de la fe en que se nutre.
      1. La sinagoga. El marco principal de los actos litúrgicos públicos es la sinagoga (v.) aunque también se celebran en el hogar numerosas ceremonias familiares. La sinagoga es hoy el centro espiritual de la comunidad como lo fueron en la época bíblica el Tabernáculo del desierto y luego el Santuario de Jerusalén (v. TEMPLO II). El nacimiento y desarrollo de la institución sinagogal datan de la destrucción del primer Templo de Jerusalén (586 a. C.), cuando los judíos exiliados en Babilonia se vieron obligados a prescindir del desaparecido culto basado en los sacrificios animales (v. SACRIFICIO II). La oración, que sólo había acompañado hasta entonces a las ofrendas del Templo, quedó como única expresión del servicio divino. «Ofrendaremos en lugar de toros, el homenaje de nuestros labios» (Os 14,3). La sinagoga fue desde sus principios mucho más que un lugar destinado a la oración, como lo indica su denominación en hebreo: Bét ha-Keneset o Casa de la Comunidad, correspondiente al Bet Am o Casa del Pueblo, citada por el profeta jeremías (Ier 39,8) y Bet ha-Midrú9 o Casa de Estudio, escuela de la tradición y de sus altos valores. Si exceptuamos ciertos localismos arquitecturales o decorativos, todas las sinagogas presentan idénticas disposición y distribución, y están orientadas hacia Jerusalén. Al fondo, en el muro del este (mizray) y cubierta por una cortina bordada (pajoret) está el Aron ha-Qodes, el Arca Sagrada que contiene el rollo manuscrito del Pentateuco (Séfer Tóráh), o varios de ellos. Cada rollo está cubierto por un vestido (mappa) o bien protegido por un estuche y adornado por una corona o por dos ,campanillas (rommonim) ; en la parte delantera del rollo se cuelgan una placa anunciando el texto que en él se va a leer y una pequeña mano de metal (yad) para ser utilizada durante la lectura. Encima del Arca Sagrada brilla constantemente la lámpara perpetua (nér tamid), reminiscencia del Templo de Jerusalén y símbolo de la luz eterna de la Tóráh. Aproximadamente en el centro del recinto se sitúa el púlpito (teva) desde el cual el oficiante (jazan) dirige el servicio religioso. Un sector, generalmente una galería (azara), está reservado a las mujeres.
      Oración colectiva y oración personal. Para ser considerado como público, el rezo ha de celebrarse en presencia de un minyan, mínimo de diez valores que hayan alcanzado la mayoría de edad religiosa, 13 años. Cualquiera de los presentes puede oficiar guiando las oraciones colectivas, dando el tono de los himnos e indicando las pausas. La participación activa de los fieles es característica de la liturgia sinagogal. El rezo en común y en la sinagoga es sólo preferible, pero no el único posible; cada judío, en caso de necesidad, puede decir sus rezos en su casa o lugar de trabajo. Sin embargo, al hacerlo en la sinagoga realza el valor humano y social del gesto litúrgico acentuándose la solidaridad de cada uno con el destino del pueblo israelita. Conservando una antigua señal de respeto, los varones y las señoras casadas se cubren durante la oración. Los primeros visten además un manto (talit) de seda o lana con franjas en sus cuatro ángulos (Num 15,37-42) y los días laborables se ciñen la cabeza y el brazo izquierdo con los tefilim, filacterias descritas igualmente en la Biblia (Dt 6,7). Legalmente se puede rezar espontáneamente y en cualquier idioma siguiendo los numerosos ejemplos bíblicos de los patriarcas, jueces, reyes y profetas. Baste con recordar el libro entero de los Salmos, verdadera liturgia del corazón humano que ha sabido despertar en los hombres de todos los tiempos y de todos los credos los más íntimos ecos de fe y esperanza. Junto a las invocaciones personales, seguía desarrollándose un culto organizado en el que la canción desempeñaba un importante papel. Cantaban los levitas (v.) en el Templo, dispuestos en semicírculo y acompañándose con diversos instrumentos musicales. El pueblo respondía con Amén (v.) o Haleluyah (v. ACLAMACIONES II). La participación de los levitas en el culto crece con el advenimiento del Rey David (2 Par 7,6), poeta y músico, cuyas composiciones interpretaban mañana y tarde. Posteriormente se instituyó la lectura de un salmo para cada día de la semana y cada fiesta religiosa, así como la lectura cotidiana del Salmo 100. Si como quiere la tradición judía, cada palabra hebrea revela la esencia misma de lo que designa, vale la pena hacer notar que la oración se llama tejináh, súplica surgida de lo más profundo del corazón; tefiláh, del verbo Hitpalel, juzgarse a sí mismo en la intimidad de la conciencia, y `abódáh, servicio debido al Señor como tributo a su soberanía. Según dichos significados, la oración ha de tener, pues, la espontaneidad de una súplica, la sinceridad de un examen de conciencia y la solemnidad de un homenaje a Dios. Por eso existe un ritual que trata de expresar estos tres conceptos fundamentales.
      2. El ritual. El libro de oraciones (Siddur tefiláh) que usan hoy los judíos está redactado en lengua hebrea y es el resultado de las aportaciones sucesivas de generación tras generación. Los textos de la liturgia sinagogal son casi todos de inspiración bíblica y manifiestan, mejor que cualquier otro aspecto del j., el amor y la fidelidad de Israel hacia las Sagradas Escrituras. En la textura viva de la liturgia se refleja al mismo tiempo la evolución de las ideas del j. El libro de oraciones es, pues, fruto de una lenta elaboración. Los textos trasmitidos oralmente desde los tiempos de la Gran Asamblea (s. v a. C.) fueron completados por sucesivas generaciones de Rabinos del Talmlid. Posteriormente se fijaron por escrito en compendios fragmentarios de los cuales el más antiguo que se conoce es el de Rav Amram Gaón, director de la escuela babilónica de Sura de 869 a 886. Las generaciones siguientes, alejadas ya del suelo patrio, tejieron alrededor de esa primitiva estructura los motivos que mejor expresaban sus sentimientos e inquietudes espirituales. Consecuencia de esa constante creatividad fueron ciertas diferencias aparecidas en los rituales de ciertos países, provincias e incluso ciudades de la diáspora judía. Esencialmente podemos distinguir una costumbre (minhag) llamada ashkenaz por su origen alemán y otra sefarad por ser oriunda de España. Cada una se extendió con sus inevitables variaciones a los países que recibieron la irradiación espiritual y cultural de las comunidades judías que en la Edad Media habitaron en Alemania y España. Se diferencian entre sí por ciertos cantos (aiyutim) y ciertas melodías (niggunim) propias del ámbito geográfico en que cada costumbre evolucionó. Con el nacimiento del moderno de Israel, se está imponiendo la suave y agradable pronunciación del hebreo «a la española», cediéndole el paso la alemana más rígida.
      3. Las oraciones diarias. Son tres y fueron instituidas según Rabbí Yosí ben Janiná (s. i) en Talmud Berajót, 26 b, por los tres patriarcas bíblicos. La de la mañana por Abraham (Gen 19,27), la de la tarde por Isaac (Gen 24,63) y por Jacob la de la noche (Gen 28,11). Según Rabbí Yehoshua ben Levy las tres oraciones corresponden a los tres sacrificios cotidianos que se ofrecían en Jerusalén. Ambas concepciones convergen y se complementan en el contenido de las tres oraciones que tienen lugar en los momentos cumbres de la jornada definidos en el Salmo 55, vers. 17-18.
      a. Tefilat Shajrit es el rezo matutino y contiene cinco partes principales:
      a) Las bendiciones de la mañana introducidas por el Adón `Olam, himno a Dios Creador.
      b) Los «versículos del salterio», cánticos tomados en su mayoría del Libro de los Salmos que se abren con la bendición de Baruj Sheamar y se cierra con la de Yishtabaj. Entre ambas se ensalza la obra de Dios en la naturaleza y en la historia.
      c) Los tres párrafos del Pentateuco (Dt 6,4-8; 11,1322 y Num 15,37-42) que empiezan por la proclamación del credo monoteísta, Shemaa Israel... «Oye, Israel, el Eterno es nuestro Dios, el Eterno, Uno es». Dichos párrafos están precedidos por dos breves bendiciones a Dios.
      d) El Shemoné Esré, las 18 bendiciones -actualmente 19- o amidáh que es el momento cumbre del rezo. Son invariables sus tres fórmulas iniciales de alabanza: a Dios protector de Abraham, a Dios que da la vida a los muertos y a Dios Santo; así como las tres finales de agradecimiento. Durante la semana se leen las 13 súplicas intermedias a Dios. El sábado se dice una sola bendición intermedia a Dios que «santifica a Israel y al Sábado», introduciéndose la variación adecuada en cada una de las otras solemnidades religiosas del calendario. Todos los presentes recitan primero cada bendición, o amidáh, en voz baja de pie y vueltos hacia Jerusalén; luego la escuchan de boca del Jazán saludando cada mención del Nombre divino con un firme Baruj hu ubaruj shemó, «Bendito sea Él y bendito sea su nombre», y puntuando el final de cada bendición con la palabra de adhesión: Amén. Durante la repetición, la tercera bendición se amplifica con la Qedusáh, solemne canto a la santidad de Dios tomado de Is 6,3; Ez 3,12 y Ps 146,10. Además, en la última bendición se introduce el Modim Derabbanan, variante rabínica de la misma decimoctava bendición que se recitó anteriormente en voz baja. Antes de terminar, los descendientes de la familia sacerdotal (cohanim) se sitúan cerca del Arca Sagrada para bendecir al pueblo, como solían hacerlo solemnemente sus antecesores en el Templo de Jerusalén, según el precepto bíblico de Num 6,24-26.
      e) La súplica, Tajanum, compuesta principalmente por los versículos de 2 Sam 24,14 y Ps 25. Se entona para concluir el salmo 145 y «un redentor vendrá a Sión...» (Is 59,20-21) con una paráfrasis de la Qedusáh. A cada día de la semana corresponde un salmo. Son, de domingo a sábado, los siguientes: 24,48,82,94,81,93 y 92. Tras el salmo del día se leen algunos textos rabínicos y el Alenu Leshabeaj, en agradecimiento a Dios por contar entre sus adoradores a los fieles que lo entonan. Todas manifiestan al terminar su esperanza en una humanidad digna de recibir su reino. Los lunes y jueves, la súplica se amplifica sustituyéndosele los días festivos por el Halel, salmos 93 a 98, alabanza y glorificación de Dios. También los lunes y los jueves se lee el primer párrafo de la sección del Pentateuco correspondiente al Sábado siguiente, y en cada festividad religiosa, los textos alusivos a la conmemoración.
      Para proceder a la lectura de la Tóráh, se abre el Arca Sagrada y corriendo la cortina se saca el manuscrito envuelto en su hermoso aunque modesto ropaje. Es llevado en procesión a través de la sinagoga y el público en pie saluda su paso con una reverencia. Una vez depositado el rollo de la Ley en el púlpito, el maestro de ceremonias (Parnas) designa entre los asistentes a las personas que tendrán el honor de participar en la lectura de las Sagradas Escrituras. En el curso del año se completa la lectura de todo el Pentateuco a razón de cierto número de capítulos sucesivos semanales que constituyen la Parasáh o Sidráh de cada semana. Después de la Parasáh y antes de devolver el Rollo al Arca, se procede el sábado y días festivos a la lectura de la Haf taráh, texto bíblico tomado por lo general de los profetas y cuyo contenido guarda cierta relación con el tema central de la Parasáh de la semana.
      b. El Tef ilat Minjáh o rezo de la tarde se abre con el salmo 145, sigue con el Shemoné Esré idéntico al de la mañana y termina con el himno Alenu Leshabeaj ya descrito. Este rezo se puede celebrar desde la mitad del séptimo periodo hasta la mitad del décimo, considerando al día dividido en 12 secciones iguales desde la salida hasta la puesta del sol. Interrumpiendo al hombre en sus tareas cotidianas, Minjáh, que significa ofrenda, es una especie de consagración a Dios del tiempo y de la atención que se impone el judío en medio de las preocupaciones de la jornada.
      c. El Tefilat Arvit o Maariv es el rezo del atardecer. Debe decirse a partir de la puesta del sol y expresa en el umbral de la noche la confianza del Israel en la divina ,protección. Se abre con una invocación a Dios misericordioso. Seguidamente se leen los tres párrafos de Shemaa Israel precedidos por dos bendiciones a Dios y seguidos por otras dos a Dios «Redentor de Israel» y «Guardián de su pueblo». De nuevo se meditan las palabras del Shemoné Esré y se cierra el servicio religioso con el himno Alenu Leshabeaj como en los dos anteriores rezos de la jornada.
      4. Liturgia del hogar. Puede decirse que todos los actos de la vida son litúrgicos para el judío que practica estrictamente los preceptos de su religión. Hay una manera ritual de levantarse, de vestirse, de saludar, de comer, de salir o volver de viaje, de reaccionar ante los fenómenos naturales, las buenas o las malas noticias. Para cada ocasión está prevista la fórmula adecuada de alabanza o súplica. El objeto es que, en medio de las contingencias de la vida, el hombre logre vivir en presencia de Dios. Además de las conmemoraciones del calendario (v. FIESTA 11) los acontecimientos principales de la vida familiar se celebran en el hogar, en una atmósfera íntima que realza el valor y la dignidad de la célula familiar, tan fundamental en el desarrollo del pueblo de Israel.
      a. Berit Miláh o Circuncisión: El nacimiento de un varón es motivo de gran alegría. Los familiares y amigos se reúnen al octavo día para asistir a la Berit Miláhh o Alianza de la Circuncisión del recién nacido, según un rito que data del Patriarca Abraham (Gen 17,9-14). Desde la víspera se ha erigido el Kisse Eliyahu, sitial reservado al profeta Elías cuya reaparición ha de anunciar el advenimiento del Mesías; es la esperanza renovada con cada nacimiento en la redención futura y próxima de la humanidad. La circuncisión (v.) consiste en la ablación del prepucio que practica el Mohel especializado. Todos los asistentes entonan canciones alusivas a la perenne Alianza entre Dios e Israel. Al final de la ceremonia se le impone al niño un nombre bíblico, generalmente el de uno de sus abuelos.
      b. Pidyon Habben: Si el varón es primogénito, se procede a los 30 días de su nacimiento a su rescate (Num 18, 16). El primogénito, que debía ser consagrado a Dios, es rescatado por el pago de cinco siclos de plata a uno de los descendientes de la familia sacerdotal que se distinguen por apellidarse Cohen. Si la madre da a luz una niña la fecha de imposición del nombre es fijada libremente por la familia y se realiza también en el curso de una ceremonia hogareña, animada por canciones inspiradas en el Cantar de los Cantares.
      c. Bar Miswáh: Cuando el niño ha alcanzado los 13 años celebra su mayoría de edad religiosa. Ese día recibe el título de hijo del precepto (Bar Miswáh), pues en adelante tendrá la obligación de observar todas las prescripciones como miembro adulto de la comunidad. El padre, que hasta entonces respondía ante Dios de los actos de su hijo, recita ese día una breve bendición. El muchacho confirma ante la asistencia su deseo de ser digno del título que en adelante ostentará. Situada en un momento clave de la evolución espiritual y física del niño, esta ceremonia tiene honda repercusión en su vida personal y comunitaria. Los judíos de occidente, atentos a la progresiva participación de la mujer en la vida social, han instituido recientemente para las chicas de 12 años la ceremonia de Bat Miswáh, de análogo significado.
      d. Qiddugin: Con esta ceremonia se consagra la unión o matrimonio de una nueva pareja y la constitución de un hogar judío. Es motivo de alborozo para propios y extraños. La casa donde ha de celebrarse la ceremonia suele estar concurrida desde la víspera por parientes y vecinos que improvisan una alegre fiesta con cualquier motivo: la purificación de la novia en el baño ritual, el ataviado de la desposada con el traje tradicional, la exposición de su ajuar o la llegada de los regalos del novio. En las comunidades oriundas de España se puntúa cada uno de esos acontecimientos con tiernas canciones de amor y romances de rancio abolengo castellano. El día de la ceremonia, el novio ayuna dando así su dimensión sagrada a la unión que se va a celebrar. Los novios bajo un palio que simboliza el techo común y la protección divina reciben las bendiciones que, con una copa de vino en la mano, pide para ellos el Rabino oficiante. Tras la lectura del contrato matrimonial en el que se estipulan las condiciones materiales de la unión y se recuerdan a los contrayentes los deberes de fidelidad y respeto mutuos, el novio y la novia beben el vino de la misma copa. Luego el novio pone el anillo a la novia pronunciando una breve fórmula. Toda la asistencia les da la enhorabuena con un estentóreo Besimantos. La ceremonia prosigue con la recitación por el oficiante de las siete bendiciones (Shemaa Bejarot), con otra copa de vino en la mano; el público contesta cada vez Amén. Al finalizar la ceremonia, el novio rompe una copa pronunciando el versículo: «Si me olvidare de ti, Jerusalén, pierda mi diestra su destreza» (Ps 137,5). La inauguración de la nueva casa y la colocación de la mezuzáh en el umbral (Dt 6,9) se celebra igualmente en familia.
      e. Cada una de las principales comidas está precedida por una ablución ritual de manos y la bendición del pan que el cabeza de familia reparte entre los comensales. Los alimentos están seleccionados y preparados según las leyes dietéticas que figuran en el capítulo 11 del Levítico y otros pasajes de la Biblia y el Talmud. Tras la comida, se dirige una oración a Dios.
      La enfermedad y la muerte tienen asimismo un ritual elaborado para conferirles su verdadero sentido religioso. Elevando a los hombres por encima de la angustia del momento, las palabras consoladoras de la Biblia los reconcilian con la voluntad de Dios. Por eso tras la inhumación de un cadáver, los familiares más allegados al difunto proclaman el Qaddis: «Exaltado y engrandecido sea el nombre de Dios... Descienda del cielo la paz verdadera, vida, abundancia, consuelo, para todos nosotros...».
      Debemos puntualizar que el aparentemente excesivo legalismo de la liturgia judía no es más que su marco obligado. La exigencia de un contenido espiritual es constante entre los que la practican. Los profetas bíblicos y los rabinos han sido los combatientes implacables de la esclerosis ritualista. Escuela a la vez de pureza y santidad, la liturgia secular de Israel pone de manifiesto para los judíos su especial relación con Dios concebida como alianza eterna.
     
      V. t.: LEVÍTICO; TEMPLO 11; SACERDOCIO II; SACRIFICIO II; INSTITUCIONES BÍBLICAS; FIESTA II; ACLAMACIÓN II; PALABRA II; SINAGOGA; RABINO.
     
     

BIBL.: A. RAVENNA, El hebraísmo postbíblico, Barcelona 1960, 34 ss.; A. PENNA, La religión de Israel, Barcelona 1961; P. DEMAN, Los judíos, fe y destino, Andorra 1962, cap. V; A. HERTZBERG, judaísmo, Barcelona 1963; E. C. SCHLESINGER, Tradiciones y costumbres judías, Buenos Aires 1970; E. MUNtc, Le monde des priéres, París 1958; K. HRUBY, La priére d'Israel, París 1961; P. VAN IMSCHOOT, Teología del Antiguo Testamento, Madrid 1969, 461-541; C. PIFARRÉ, Liturgia, en Enc. Bibl. IV,1055-1060; E. WERNER, The Sacred Bridge. The interdependence oj Liturgy and Music in Synagogue and Church during the First Millenium, Londres 1959; J. DANIÉLOU, Sacramentos y culto, Madrid 1962.

 

B. GARZÓN SERFATY.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991