JUAN XXIII, PAPA
Ángel José Roncalli n. en Sotto-il-Monte, cerca de Bérgamo, el 25 nov. 1881. Fue
el cuarto de trece hermanos; los Roncalli, labriegos venidos a menos cuando
nació este hijo, lograron con grandes sacrificios comprar unas pocas tierras y
una vieja casa. Ángel, desde los seis años de edad, ayudó a sus padres en las
faenas del campo. Recibió la instrucción elemental del párroco D. Pedro Bolis.
El muchacho mostraba buenas disposiciones, amaba la lectura y tenía una
inteligencia despierta. Comenzó la segunda enseñanza en el colegio de Celana, y
tres años después fue admitido en el Seminario Episcopal de Bérgamo. El 28 jun.
1895 recibió la tonsura, tres años después las órdenes menores y en 1900 terminó
los estudios. Su Obispo, mons. Camilo Guindani, advirtió los talentos de aquel
clérigo joven, que no tenía todavía la edad exigida para la ordenación, y le
consiguió una beca en el colegio Cerasoli en Roma. Así, el 3 en. 1901, Á. J.
Roncalli llegó a Roma para continuar sus estudios en el Ateneo de
Sant'Apollinare.
En 1902 tuvo que interrumpir los estudios para hacer el servicio militar.
El nuevo ambiente era muy distinto, pero el joven se sentía a gusto en cualquier
parte, y conquistó las simpatías de sus compañeros de armas y de sus superiores.
Volvió al Apollinare y estaba en Roma cuando m. León XIII y fue elegido Pío X.
Terminado el doctorado en Teología, recibió el diaconado el 18 jun. 1904, y el
10 ag. fue ordenado sacerdote. Pasó el otoño estudiando Derecho Canónico en el
Apollinare. El 29 en. 1905 fue consagrado nuevo obispo de Bérgamo mons. Giacomo
Radini-Tedeschi, quien pidió al Rector del Seminario Romano le indicara un
sacerdote bergamasco para hacerlo su secretario; le propuso a D. Ángel José.
Nació así una sólida compenetración. J. XXIII siempre evocó con cariño a «su
Obispo».
En 1906, acompañando a mons. Radini en una visita al arzobispo de Milán,
descubrió en los archivos arzobispales los volúmenes inéditos de la visita
apostólica que S. Carlos Borromeo (v.) realizara a finales del s. xvi a Bérgamo.
Después de un largo trabajo científico, en el que le asesoró el Prefecto de la
Biblioteca Ambrosiana de Milán, Achile Ratti (más tarde Pío XI), publicó Las
actas de la visita apostólica de S. Carlos Borromeo a Bérgamo (1575), en cinco
volúmenes (1936-52), que fue la mayor obra histórica de Á. J. Roncalli. En 1916
había publicado En memoria de Mons. Radini-Tedeschi.
Llamado al ejército durante la I Guerra mundial, tuvo que vivir esta
dolorosa experiencia, acabada la cual volvió a enseñar en el Seminario de
Bérgamo. Pero por deseo del nuevo obispo mons. Marelli, renunció a la cátedra
por ser director espiritual de los jóvenes seminaristas. En el mismo período se
puso a trabajar para fundar en su ciudad una casa para el estudiante, dedicada a
los chicos de la provincia que venían a la capital a estudiar en las escuelas
secundarias y de grado superior. Convencido de la necesidad del apostolado de
los laicos, se ocupó de la Acción Católica.
En 1920 lo llaman de Roma para colaborar en la reorganización de las
actividades de cooperación misionera en la Congregación de Propaganda Fide. Las
horas que le deja libres su nuevo cargo las reparte entre el ministerio
sacerdotal y la enseñanza en el Ateneo del Seminario Romano, trasladado ahora al
Laterano. Nombrado en 1925 Visitador Apostólico en Bulgaria y Arzobispo titular
de Areópolis, fue consagrado en Roma por el card. Tacci. En Sofía las dotes
naturales de simpatía humana le facilitaron los contactos a todos los niveles,
en un ambiente acostumbrado a mirar a Roma con reserva y a veces con hostilidad.
En 1930 el gobierno búlgaro permitió la constitución de una Delegación
Apostólica y mons. Roncalli fue nombrado Delegado Apostólico. Prosiguió la
acción de acercamiento y las condiciones de los católicos mejoraron
notablemente.
En 1934 fue nombrado Delegado Apostólico en Turquía y Grecia, donde las
minorías católicas no eran bien vistas. El régimen de Kemal Atatürk (v.) se
distinguía por un laicismo intransigente que llegaba a prohibir a los
eclesiásticos vestir en público el hábito propio de su condición. En Estambul no
había obispos, por lo que mons. Roncalli fue el obispo y aun el párroco de los
pocos miles de fieles. Tuvo que ganarse la confianza de las autoridades a base
de comprensión y delicadeza con las personas. Llegó a establecer amistad con el
secretario del Ministerio de Asuntos Exteriores, Mena Rifat Menemengioglu, que
tendría pronto en la vida política turca un importante papel. Pidió que se usase
la lengua turca en las preces finales de la Misa, lo que fue acogido con agrado.
En Grecia no había un régimen laicista, pero la religión del Estado era la
ortodoxa y el Metropolitano de Atenas no hacía concesiones a otras confesiones
religiosas y menos aún a la católica de rito oriental. Pero, gracias a mons.
Roncalli, todo esto mejoró, hasta el punto de que fue posible construir en
Atenas una catedral católica.
Durante la II Guerra mundial, siguiendo las directrices de Pío XII a los
representantes de la Santa Sede, procuró aliviar los sufrimientos que se
derivaban del conflicto. Así, salvó en Constantinopla a muchísimos judíos, obra
en la que le ayudaron varias personas, entre ellas, con el consiguiente riesgo
personal, el mismo embajador de la Alemania hitleriana, F. ven Papen, católico,
que había sido canciller antes de Hitler y había negociado el concordato alemán
con la Santa Sede. Con la colaboración del metropolitano Damaskinos, y a través
de la Santa Sede, consiguió hacer llegar a Grecia el trigo indispensable para
salvar de la muerte a millares de hambrientos.
En dic. 1944 mons. Roncalli fue trasladado a la Nunciatura de París.
Presentó en seguida las credenciales y el 1 en. 1945 .fue recibido por el
general De Gaulle. No fue una misión fácil al principio. Había que disipar la
atmósfera fría, sin ceder a las pretensiones del gobierno provisional, que
exigía la renuncia de muchos obispos que a su juicio -en realidad infundado en
la casi totalidad de los casos- se habían mostrado condescendientes con la
ocupación alemana. Roncalli, con comprensión pero sin ceder, logró reducir al
máximo las pretensiones del gobierno. En París estableció amistades aun con
hombres alejados de la Iglesia, consiguió la estima del gobierno, del Cuerpo
Diplomático y llegó a ser popular en toda Francia.
El 12 en. 1953 es nombrado cardenal y poco después Patriarca de Venecia,
donde entra el 15 mar. 1953. En cinco años fundó unas 30 parroquias y abrió el
seminario menor. En 1954 celebró solemnemente el año mariano y fue Legado en el
Congreso mariano internacional de Beirut, en 1956 recordó a S. Lorenzo
Justiniano en su 5.0 centenario, en 1957 anunció y celebró el XXXI sínodo
diocesano. Peregrinó a Lourdes y a Santiago de Compostela. En 1958 consagró la
basílica subterránea de Lourdes. Pero, sobre todo, la acción pastoral del
Patriarca se manifestó en los continuos contactos con los fieles a todos los
niveles, de los que recibió amor filial.
Muerto Pío XII, fue a Roma para asistir al Cónclave, al que entró
considerado como «papable», según la opinión pública. Fue elegido Papa el 28
oct. 1958 y escogió el nombre de Juan XXIII.
El 29 jun. 1959 publicó su primera Encíclica: Ad Petri Cathedram. Pero
desde el 25 en. había anunciado su programa: anunció a los cardenales el
Concilio (V. VATICANO II, CONCILIO), el Sínodo Romano y la revisión del CIC.
Celebrado el Sínodo Romano entre el 20 y el 27 en. 1960 y promulgadas las
Actas el 30 jun., J. XXIII cuidó asiduamente la preparación del Concilio en
contacto diario con el secretario de la Comisión preparatoria, mons. Pericles
Felici. Deseaba la inauguración del Concilio. Se inauguró el 11 oct. 1962.
Durante el desarrollo del Concilio, excepto en algunas ocasiones solemnes,
se abstuvo de participar en los trabajos de las Congregaciones generales,
siguiendo el desarrollo a través de un circuito cerrado de televisión hasta que
las condiciones de salud se lo permitieron. Intervino, no obstante, en algunas
ocasiones, especialmente para introducir modificaciones oportunas en el
reglamento del Concilio.
El 29 mar. 1963 constituyó la Comisión para la revisión del CIC, con lo
que el programa anunciado el 25 en. 1959 quedaba encauzado. Entre tanto había
publicado dos grandes encíclicas: el 15 mayo 1961, la Mater et Magistra en el 66
aniversario de la Rerum Novarum, en la que insistía sobre el empeño autónomo y
responsable de los católicos en la vida social y económica de la humanidad; el
11 abr. 1963, la Pacem in terris, documento que alcanzó un amplio eco y un
asentimiento universal.
Soportó con ánimo sereno el mal incurable que le sobrevino e hizo frente
de una manera heroica, hasta el último momento, a la exigencia de su «humilde
servicio». M. el 3 jun. 1963 y toda la Iglesia lo lloró.
BIBL.: Discorsi, Messaggi, Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, 5 vol., Ciudad del Vaticano 1960-64 (en 1967 se publicó un vol. de índices); Souvenirs d'un Nonce, Roma 1963; Diario del alma y otros escritos, Madrid 1964; Lettera al familiar¡, Roma 1968; L. ALGISI, Giovanni XXIII, Turín 1959; E. BALDUCCI, Papa Giovanni, Florencia 1959; L. CAPOVILLA, Giovanni XXIII; sette letture, Roma 1963; G. DE LucA, Giovanni XXIII in alcuni scritti di G. d. L., Brescia 1963; A. FREDDi, Giovanni XXIII fanciullo, Bérgamo 1963; G. B. MONTINI (Paulo VI), Papa Giovanni XXIII nella mente e nel cuore del successore, Milán 1964; J. NEUVECELLE, lean XXIII. Una vie, París 1968.
FEDERICO ALESSANDRINI.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991