JUAN CANCIO, SAN


Canónigo polaco, profesor en la Universidad de Cracovia, sumamente venerado por el pueblo de su país. N. en Kanty, pueblo situado cerca de Auschwitz, al oeste de Cracovia, en 1390, y m. a los 83 años, el 24 dic. 1473, en Cracovia. Su causa de beatificación tardó en promoverse. Inocencio XII lo beatificó en 1680 y Clemente XII lo canonizó el 16 jul. 1767, cinco años antes de la primera partición de Polonia. Su fiesta fue fijada el 20 de octubre.
      Puede ser considerado como un héroe nacional del pueblo polaco. Nacido en plena Edad Media, participa ya desde su mismo nacimiento de las vicisitudes de su Patria. Polonia, sin fronteras naturales, fácilmente accesible a sus vecinos, presentaba entonces, como sigue presentando hoy mismo, una gran movilidad de límites y una abigarrada mezcla de razas. Su clima extremado y duro; la vecindad siempre amenazadora de los turcos; la debilidad que le daba su régimen jurídico, fuertemente dominado por una aristocracia que al no querer renunciar a la potestad de veto hacía casi imposible el gobierno, pesaban fuertemente sobre el futuro santo. Su pueblo, Kanty, no era aún polaco cuando él nació y sólo muchos años después, hacia el fin de la vida del santo, lo sería. Sin embargo, él es desde el primer momento decididamente polaco y se incorpora plenamente a la vida de su nación.
      El momento en que 61 se abre a la vida es de extraordinaria importancia. De una parte Polonia está entonces situada en una encrucijada de civilizaciones, que hace de ella un observatorio cultural de extraordinarias posibilidades. Trasladado pronto a Cracovia, puede darse allí cuenta de las profundas diferencias que separan a los diversos pueblos con los que se pone en contacto. Las costumbres estaban fuertemente impregnadas de orientación teutónica, pero la ciudad, extraordinariamente cosmopolita, constituía el más importante mercado del Este de Europa y uno de los más grandes de Europa en conjunto. Aún no se había descubierto América, ni la ruta del Cabo de Buena Esperanza permitía traer los productos exóticos desde el Lejano Oriente. Por eso Cracovia era el gran mercado en que se abastecían españoles, italianos y franceses y al que concurrían también húngaros, checos, eslovacos e incluso, en los tiempos de paz, los mismos turcos.
      Independientemente de estas aportaciones exteriores. Cracovia misma, con su Universidad, atravesaba una época de intensa fermentación intelectual. Como siempre, la multitud estudiantil se sentía atraída y fascinada por las nuevas ideas. La Universidad intentaba responder a esas exigencias. Había sido fundada en 1364 por Casimiro el Grande y había conseguido en 1397 la Facultad de Teología. Al mediar el s. xv atravesaba una época de extraordinario florecimiento, pues los Reyes la habían mimado y los estudiantes acudían en gran cantidad. Pero era preciso defender con cuidado la ortodoxia, ya que los errores de los hussitas y taboritas ejercían atractivo sobre la juventud (v. Huss y HUSSITAS).
      J. C. se incorpora como alumno a la Universidad con una formación que casi podríamos llamar campesina, pero con ideas tan claras y capacidad tan notable que pudo superar con facilidad las duras pruebas a que fue sometido. Se dedicó con entusiasmo a los estudios, y en 1417 obtuvo el doctorado en Filosofía y poco después en Teología. Los profesores no quieren perder aquel alumno extraordinario, y apenas ordenado sacerdote, consiguen que sea nombrado canónigo y le atribuyen una cátedra de Teología. Así fue como vino a quedarse a residir como profesor en el mismo Colegio en que había vivido mientras fue estudiante. Colegio que nunca abandonará, salvo su breve estancia en una parroquia y sus viajes.
      La estampa que nos ha llegado de él al través de los siglos es la de un profesor universitario verdaderamente ejemplar: sin faltar jamás a clase, enteramente al servicio de los estudiantes, consagrado largas horas a la investigación, explicando con claridad y humildad, viviendo intensamente la vida universitaria. Sus méritos le llevaron hasta el mismo rectorado, y, en recuerdo de su actuación en este cargo, la toga morada que ostentó sirvió durante muchos siglos a los que le sucedieron en él, como una consigna de superación y fidelidad.
      Esta vida retirada, de trabajo intelectual asiduo, y de plena integración en el ambiente universitario, se interrumpió por dos motivos diferentes. En primer lugar por dos viajes que emprendió: Primero hasta Jerusalén, pasando por Roma, ciudad que él amaba muchísimo como sede del Papa. Y años después, volvió de nuevo a emprender el camino de Roma. En esta ocasión fue cuando le ofrecieron con insistencia que se quedara en la Ciudad Eterna, admirados por su sabiduría. Pero él prefirió volver a su Cracovia.
      La otra interrupción en su magisterio universitario fue para él dolorosísima. No sabemos exactamente lo que ocurrió, pero lo cierto es que en el seno del claustro universitario se había ido formando un partido adverso hacia él. Tal vez su rectitud hiciera de él un profesor incómodo, de los que no transigen, de los que con su cumplimiento constituyen una muda reprensión para los demás. Lo cierto es que la Universidad, que tenía un derecho de patronato sobre la parroquia de Olkusz, correspondiendo a una petición de sus feligreses, le designó cura de la misma. Y así hubo de dejar su cátedra para incorporarse a las tareas pastorales. La prueba tuvo que resultarle muy dura, pues no es fácil el tránsito de una dedicación universitaria plena a un ambiente popular. Los testimonios, sin embargo, le son muy favorables. Aunque no fueron muchos los años que estuvo en la parroquia, el cambio que en ella se registró fue muy grande: triunfó la caridad donde había divisiones, se desterraron los vicios, se cuidó la instrucción religiosa, volvieron a las prácticas religiosas los feligreses que se habían enfriado... Pero su delicada conciencia le llevó a sentir fuertes escrúpulos. Por otra parte, la Universidad terminó por darse cuenta de lo que había hecho, y volvió a reclamar su presencia. En 1340 volvía a su cátedra de Teología. Y al honor de este regreso se unió, poco tiempo después, el de ser designado preceptor de religión de la familia real de Polonia.
      Antes y después de su paso por la parroquia, sintió siempre como una exigencia de su sacerdocio el trabajo directo con las almas, pese a su condición de profesor de Universidad. Con frecuencia se le veía predicando en las iglesias de la ciudad, ordinariamente en latín, lengua entonces muy corriente en Polonia, y a veces en polaco, en la iglesia de la Universidad misma, pues paradójicamente era en ésta, y no en las otras, donde más se usaba la lengua nacional.
      Su actividad apostólica, su ejemplaridad universitaria, se completaron con la generosidad de sus limosnas. Se contaban casos de caridad heroica, y la veneración de todos le acompañó en vida, como en muerte. Llegó ésta en la vigilia de Navidad del año 1473. Antes de recibir los sacramentos pronunció, ante todo el claustro de la Universidad, reunido en torno a su lecho, una hermosísima alocución, en la que condensó su espiritualidad de sacerdote, de canónigo y de profesor de Universidad. Después murió dulcemente. Fue enterrado en la iglesia de Santa Ana. Sus milagros fueron recogidos en un curioso diario que refleja las costumbres polacas del siglo xv, desde 1475 a 1519. Su fiesta lleva, en el Breviario Romano, himnos propios en los que se hace alusión a su papel de protector de Polonia.
     
     

BIBL.: Acta Sanct., 20 oct.; «Analecta bollandianan 8 (1889) 382-388; E. BENOIT, Vie de Saint lean de Kanti, París 1862 (muy interesante por los datos que da acerca del ambiente de Polonia en aquellos tiempos); S. SKOWRON, Gioc•anni Canzio, en Bibl. Sanct. 6,644-645.

 

LAMBERTO DE ECHEVERRÍA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991