JERUSALÉN, HISTORIA I


La arqueología (v. v) es la principal fuente para el conocimiento de J. desde sus orígenes hasta David. Después de la conquista es de gran ayuda, tanto por los documentos que se han recuperado, como por la inscripción de Ezequías, las del Templo de Herodes, o las funerarias en tumbas y urnas-osarios, así como también por los restos de monumentos que resuelven o crean problemas de topografía. como el del tercer muro herodiano de Robinson, etc.
      Entre las fuentes escritas la principal es la Biblia, tanto en el A. como el N. T. También son fundamentales las inscripciones: las tabletas de Tell El Amarnah (v .). el prisma de Senaquerib, y la Crónica de Nabucodonosor, entre los anales de los reyes asirios y de Babilonia; los escritos de F. Josefo (v.), especialmente la Guerra de los Judíos; y los relatos de los peregrinos, como el de Eteria (v .) o los escritos de los Padres de la Iglesia, como los de Eusebio de Cesarea o S. Jerónimo.
      1. Desde los orígenes hasta la conquista de David. Auno que en J. se hayan encontrado restos cerámicos del siglo XXVII a. C. no se ha podido descubrir la instalación urbana, si la hubo, de aquella época. En cambio se han encontrado restos de la ciudad de principios del Bronce Medio (ca. 1800 a. C.), cuyo príncipe fue objeto de execración por el Faraón. Faltos de documentación escrita. y debido a que en las excavaciones esta ciudad se halla muy profunda, poco sabemos de su vida y vicisitudes. Situada sobre la colina que separa los valles del Cedrón y Tiropeón, estaba amurallada. El muro estaba construido con grandes mampuestos, que no llegaban a darle la categoría de ciclópeo. Ha sido descubierto en varios puntos, de manera que con gran probabilidad se puede considerar que su extensión llegaba a los 11 acres (casi media Ha.). Su situación estaba condicionada por la presencia de la única fuente de aguas perennes, la bíblica Gihon, hoy llamada fuente de Santa María. La fuente, sin embargo, quedaba extramuros, ya que estaba situada en el fondo del valle y unos muros que abarcaran su acceso serían de poca o nula efectividad defensiva. Algunos arqueólogos (entre ellos K. M. Kenyon, directora de las últimas excavaciones) piensan que varios de los pozos de acceso desde el interior de la ciudad a la fuente pudieran ser de esta época, para así facilitar el acceso a los habitantes en situaciones concretas, como los sitios de la ciudad. A esta ciudad hay que referir el pasaje de Gen 14: Melquisedec, el rey de Salem, es, sin duda, rey de Urusalem. Del texto bíblico parece deducirse una cierta preeminencia del rey Salem sobre todos los demás reyezuelos o jefes de familia, como Abraham (v.).
      La arqueología y las fuentes escritas coinciden en re- velar que la siguiente ciudad de J. correspondió al Bronce Reciente (ca. 1400 a. C.). Se trata de la Ciudad-Estado regida por Abdu-Jeba, feudatario de Egipto en la época, de El Amarnah. Se conservan algunas de sus cartas; y en otras de reyezuelos de otras Ciudades-Estado de Palestina se le cita. Fiel al faraón Akenaton, pide ayuda contra la creciente presión de los Habiru y se excusa de los ataques de Gézer y Hebrón.
      Las características urbanas y militares de J. en el Bronce Reciente la hacían casi inexpugnable (cfr. los 10,1 e Idc 19,12). Incluso su rey preside la coalición contra los israelitas que será derrotada por Josué (Ios 10,3 ss.). Aunque los israelitas conquistan otras ciudades-Estados del sur de Palestina (Ios 10,28-39), no logran entrar en J ., hasta que David, unificadas las tribus y aislada la ciudad de la ayuda filistea, consigue conquistarla (2 Sam 5,6 ss.).
      2. Jerusalén, capital del Reino. Conquistada la ciudad con su temible fortaleza de Sión, David (v.) le cambió el nombre por el suyo propio y se instaló en ella convirtiéndola en la capital de su reino. Su situación topográfica así lo aconsejaba: suficientemente alejada, tanto de las grandes vías que recorrían la costa, como de Trans-jordania, gozaba de una mayor seguridad que las ciudades próximas a las grandes rutas. Por otra parte, J. era unión obligada entre las dos grandes tribus de Judá y casa de José, sin pertenecer a ninguna de ellas; lo que evitaba posibles suspicacias entre ambas y afianzaba la posición de David. Además, el hecho de pertenecer personalmente a éste por derecho de conquista la alejaba de estas rencillas, y permitía al rey organizar la ciudad y su población con toda libertad. Poco después David afianzó la capitalidad en J. instalando el Arca de la Alianza en la era de' Arawnah primero y en la misma ciudad de David más tarde; a la capitalidad política se unía la religiosa, fundamental en una nación teocrática. Su proyecto de construcción del Templo (v. TEMPLO 11) para guardar el Arca hubo de ser ejecutado por su hijo Salomón, que edificó, además de éste, el palacio, adecuado a las necesidades administrativas del reino, y no pocos edificios vecinos para albergar a sus gentes y organismos de gobierno. Pero muerto éste, su hijo y sucesor Roboam (ca. 930 a. C.) perdió el dominio sobre las 10 tribus del norte y este del Jordán, que formaron el reino de Israel (v .), dejando a J. reducida a capital del pequeño reino de Judá (v .). Situada prácticamente en la frontera con el nuevo reino, J. sufrió los embates de los israelitas del norte, que en algunas ocasiones llegaron hasta sus muros y lograron penetrar en ellos. Por otra parte resultaba demasiado rica y costosa para capital de un reino diminuto. La incursión de Sesonq I obligó a Roboam a entregar los tesoros del palacio y del Templo al Faraón para liberar del asedio a Jerusalén. Las empresas comerciales e industriales de Salomón, planeadas para el gran reino, hubieron de ser abandonadas por faltas de rentabilidad. No pocos habitantes de J. abandonaron sus casas buscando medios de vida en otras ciudades, especialmente en el más pujante reino norteño de Israel. Por otra parte, la capitalidad religiosa de J. fue cuestionada muy pronto al elevar Jeroboam los santuarios de Betel (v.) y Dan a la categoría de nacionales, reinstaurando la forma de representar el escabel de Yahwéh por unos toros de oro, como había hecho Aarón al pie del Sinaí (cfr. I Reg 12,26-29; Ex 32,4 s.). Esta decadencia de J. se continúa hasta el reinado de Josafat (ca. 870 a. C.). En los años siguientes, hasta la muerte de Atalía (838 a. C.), y coincidiendo con la paz entre los dos reinos hermanos, vuelve una cierta prosperidad a J.; incluso se repite el influjo fenicio en la técnica y arte. La reconstrucción del Templo bajo la regencia de Yehoyada' fue hecha por artistas autóctonos (2 Par 24,12 s.). Amasías, sucesor de Joás, devolvió algo del antiguo esplendor a J. con sus victorias militares hasta que, vencido por Yoacaz de Israel, el ejército enemigo entró en la ciudad y saqueó el Templo y palacio. La paz, en tiempo de sus sucesores Ozías y Jotam (785-735 a. C.), permitió la restauración y consolidación de J. especialmente en su aparato defensivo, con torres y puertas fortificadas. Es posible que los barríos Maktes y Misneh fueran edificados entonces. De nuevo peligra J. con la alianza de Damasco y Samaria contra Asiria al no unirse a ella Acaz (732 a. C.). Sitiada la ciudad por los aliados fue salvada por la intervención de Asiria, a la que se entrega Judá como reino feudatario. Cara liberación, ya que los asiríos exigen pesados tríbutos y reconocimiento de su culto en J. con el consiguiente efecto deletéreo entre los sacerdotes y pueblo judío contra la política del joven rey. Isaías (v .), cuya personalidad religiosa domina J. estos años, fomenta la esperanza de J., empobrecida y someramente asi- rizada, al anunciarla como capital de Yahwéh y su Ungido.
      Ezequías, desaparecido el reino de Israel al caer Samaria (722 a. C.), constituye a J. en el centro indiscutible del culto yahwista. Apoyándose en las predicciones proféticas de Isaías, el joven rey emprende una reforma religiosa; también inicia unas campañas militares en el antiguo reino de Israel aprovechando la confusión creada en Nínive al morir Sargón II (705 a. C.) y sublevarse Babilonia. Jerusalén se llena de nuevos habitantes, sacerdotes y pueblo del antiguo reino de Israel. Se purifica el Templo de los cultos asirios y la prosperidad y alegría reinan por algún tiempo en la ciudad. Senaquerib, dominada Babilonia, marcha contra J. y la sitia. Pero Ezequías se había preparado con tiempo construyendo el acueducto que introduce las aguas de la fuente Gihon en la ciudad.
      La Biblia y los Anales de Senaquerib coinciden en decirnos que éste no conquistó J., pero difieren en la interpretación: un milagro para la Biblia, silencio en los Anales. De la dureza del sitio sabemos por Is 36,16 ss. La sumisión a Asiria siguió hasta Josías, quien aprovechó la decadencia final del Imperio para reconquistar el antiguo reino dé Israel y constituir de nuevo a J. como la capital del yahwismo con la restauración del Templo y destrucción definitiva de los santuarios heterodoxos. La paz y prosperidad duró poco, muerto trágicamente Josías en Megiddo (ca. 609 a. C.), y pronto cayó J. en manos de Nabucodonosor (v.), que en su segunda ocupación (587 a. C.) la destruyó, quedando casi despoblada y empobrecida.
      3. Después del Destierro. Amparados por el edicto de Ciro, no pocos desterrados regresaron a Palestina, y especialmente a Jerusalén. La libertad y fondos con que contaban les permitió una reconstrucción pobre del Templo, en cuyos trabajos no faltaron las dificultades, provenientes sobre todo de las pretendidas intrusiones samaritanas (538 a. C. y ss.). Casi un siglo más tarde, 444 a. C., Nehemías (v.) recibió autorización para trasladarse a J. y reconstruir sus murallas. Sin embargo, no pudo rehacer la línea de muros que aterrazaban el "Ofel y dejó el perímetro de J. más reducido. Por otra parte, no eran imprescindibles estos muros orientales que defendían el acceso a la fuente de Gihon al permanecer desviada su corriente por el acueducto de Ezequías, que continuaba en uso. Para la ciudad así amurallada, aunque con muy pocos habitantes, Nehemías promovió la inmigración desde los campos y logró repoblarla. Sus medidas económicas (entre ellas la condonación de deudas) favorecieron el desarrollo económico de pequeños comerciantes y artesanos, que repercutió en bien de toda la ciudad. Las Cartas de Elefantina (v .) permiten discernir la organización de Jerusalén. La supremacía sacerdotal era originada por la preponderancia de la vida religiosa, al no gozar de independencia política los judíos. Pero las fuentes hablan poco de esta vida religiosa, que se desarrolla intensamente durante el dominio persa.
      Durante el dominio griego-egipcio (331-198 a. C.), y al principio del griego-antioqueno, J. sigue prosperando alejada de problemas políticos. Pero las costumbres y técnicas griegas se van introduciendo paulatinamente con peligro de llegar al mundo de las ideas religiosas. Las mismas familias sacerdotales se ven envueltas en los contagios helénicos, con lo que se originan reyertas entre los candidatos al sumo pontificado. J. se enriqueció con baños, estadio e incluso, con oposición de los tradicionalistas, de un gimnasio. La arqueología no ha logrado situar ninguno de estos edificios. Al estallar abiertamente la revuelta contra el poder antioqueno se refuerzan los muros de 1a ciudad y la ciudadela (acra) que defendía el Templo (165 a.C.). Al pasar de manos, J. sufrió algo en sus construcciones, pero no fue objeto de excesivas pérdidas.
      Durante el dominio de los asmoneos (v.) sufrió importantes cambios. Se han podido identificar dos fases distintas de fortificaciones. Es posible que se deban ambas a Juan Hircano, antes y después de la incursión de Antíoco VI I. Ciertamente fue Hircano el primer constructor de la fortaleza que luego llevaría el nombre de Antonia en el ángulo noroeste del Templo. La entrada de Pompeyo (63 a. C.) pone fin a la dinastía asmonea. Los romanos no destruyeron el Templo, pero esclavizaron a muchos habitantes de Jerusalén.
      4. En la época del Nuevo Testamento. Al subir al trono Herodes (v .) quiso engrandecer su capital. Su nombre va unido a la construcción del nuevo Templo, pero su actividad edilicia no quedó limitada a esta obra. También fortaleció las defensas de la ciudad con las nuevas torres, Antonia, Mariamme, Hípico y Fasael. La primera está perfectamente ubicada y una de las otras tres se hallaba debajo de la actualmente llamada «Torre de David». También construyó un palacio junto a la muralla occidental, defendido por las tres torres citadas, al que llegaba un acueducto. Mandó edificar un monumento de mármol a la entrada de la tumba de David, un anfiteatro y un estadio, que no han sido localizados. La prosperidad de J. bajo el dominio del rey idumeo se aprecia también por la iniciativa privada: las tumbas contemporáneas.
      Algunos de los edificios o lugares de J. citados en el N. T. han sido perfectamente identificados: Calvario, Cenáculo, Cedrón, monte de los Olivos, Santo Sepulcro, Siló y sobre todo el Templo y sus aledaños. Otros lugares no han corrido la misma suerte.
      Con todo, podemos formarnos una idea del aspecto y vida de J. en tiempos de Cristo. La ciudad estaba muy bien defendida con sus muros dominados por las torres construidas por Herodes en noble sillería. El NE de J. estaba dominado por la torre Antonia, que protegía el Templo, ampliado por Herodes con una obra de desmonte que lo hundía con relación a la fortaleza. La muralla se dirigía hacia el SO para unirse al antiguo muro N, llamado «primer muro» por F. Josefo, quien da el nombre de «segundo muro» al construido por Herodes para unir la Antonia a éste. El primer muro se dirigía sensiblemente hacia el O hasta la torre herodiana, hoy llamada de David. Desde allí, incluyendo el palacio herodiano con sus jardines, seguía hacia el S siguiendo la cima de la colina que domina el valle de Hinnon o Gehenna. Giraba bruscamente hacia el E al seguir la línea del valle para incluir Siloé, y desde el extremo S del "Ofel se dirigía hacia el N para unirse a la explanada del Templo, cuyo muro oriental lo era también de la ciudad. Al norte del Templo y la Antonia quedaba una zona extramuros llamada colina de Bezeta (casa del aceite), que debía de estar parcialmente poblada. En su lindero SE con el Templo se hallaba la piscina adyacente a la puerta de los ganados, con sus cinco pórticos: de forma trapezoidal y partida por un pórtico central en dos depósitos de agua muy profundos: unos 13 metros.
      No han sido localizados ni la sede del Sanedrín, ni el palacio del Sumo sacerdote, supuesto que fueran dos edificios distintos. En la parte de la colina occidental que domina el Tiropeón, se muestra en el subterráneo de la Iglesia de San Pedro «in Gallicantu» unas cisternas como subterráneos del palacio del Sumo sacerdote. En sus proximidades hay una escalera que sí podría ser de la J. herodiana y permite formarse idea de cómo las calles que trepaban desde los valles hasta las cimas de las colinas habían sido convertidas en escalinatas, más o menos nobles.
      En esta época gozaba J. de una relativa pax romana. Había prosperidad y trabajo para sus artesanos y comerciantes, que formaban la mayoría de la población activa.
      Destacan entre ellos los gremios de albañiles y canteros que tenían trabajo asegurado en la construcción del Templo, murallas, edificios suntuosos, y casas y mercados de los comerciantes. Los escultores eran considerados como artistas al tallar capiteles y demás elementos decorativos del Templo y palacios. También se conoce a quien perforaba pozos, como cita el Talmud. Son de destacar los obreros que conservaban los servicios públicos, como el canal de Ezequías, los acueductos posteriores y los alcantarillados.
      La elaboración del aceite en pequeñas almazaras, de tipo familiar, era la única industria artesanal de transformación de alimentos y, lógicamente, era próspera. Había también tejedores y alfareros, carpinteros, herreros, etc.
      La situación geográfica y el carácter político-religioso de J. incidía sobre las peculiaridades de su comercio. No fue centro comercial con el exterior (las grandes rutas caravaneras quedaban muy alejadas de la ciudad), sino exclusivamente con el interior de Palestina: con Neápolis al N, Hebrón al S, y Jericó al E. La capitalidad política y religiosa atrajo el comercio de importación, especialmente de manufacturas de lujo para cortesanos y nobles, materiales para la construcción del Templo durante sus 80 años de reconstrucción. Por otra parte, incidía sobre el comercio el movimiento de peregrinos que acudían al Templo con sus necesidades y sus aportes de bienes.
      Entre la clase dirigente de J. destacaban los funcionarios del palacio y los sacerdotes. Tanto en una como en otra clase había diversas clasificaciones, pero todos influían sobre el ambiente general de la ciudad. También había en J. esclavos, paganos o israelitas, dedicados a oficios más o menos ignominiosos. Pero solían ser tratados con respeto, de acuerdo con la Ley.
      Muerto Herodes, y tras el breve reinado de Arquelao, la administración romana se hizo cargo de Palestina, poniendo a su frente un procurador. Pronto chocaron la idiosincrasia judía y el criterio romano del procurador. Poncio Pilato (v.) ofendió gravemente al pueblo de J. introduciendo en la ciudad santa los emblemas de Augusto, símbolos paganos para los piadosos israelitas, que se pronunciaron contra tal abuso de poder. El procurador procedió a castigar con toda la dureza de su ley a gran número de los insurrectos. Ésta no fue la única dificultad que tuvieron los procuradores. Menudearon las reyertas, basadas siempre en el orgullo nacional humillado por la presencia de los opresores extranjeros. Pero incluso estos romanos se esforzaron en embellecer Jerusalén. Pilato construyó el segundo acueducto desde las llamadas piscinas o albercas de Salomón, al sur de Belén. Este acueducto, del cual se conocen algunos fragmentos al sur de J., presenta la característica de ser subterráneo y aprovechar la teoría de los vasos comunicantes adaptándose a las peculiaridades del terreno. Pero apenas estuvo en uso, probablemente por deficiencias técnicas: por haberse introducido aire y no poder sacarlo, o por enlodamiento de algún codo.
      Herodes Agripa (41-44 d. C.) quiso emular a Herodes el Grande en el embellecimiento de J., consiguiendo cambiar el aspecto de la ciudad. Amplió los muros al SO y construyó un nuevo muro, el tercero de F. Josefo, al N; por las últimas excavaciones sabemos que este muro, que tanto preocupó a arqueólogos y comentaristas, se hallaba en el mismo lugar del muro norte de la actual ciudad amurallada de Jerusalén. La ciudad se extendió hacia el N y SO, manteniendo los muros actuales en el N, o y E e incluyendo al S las dos colinas que dominan el Cedrón y la Gehenna respectivamente.
      Parece ser que después de Agripa se acabó de poblar la nueva planta de J. de modo especial al norte, donde parcialmente se hallaba el barrio de Bezeta. Hoy resulta un poco difícil hacerse cargo del aspecto exterior de J. por la proximidad de los edificios a las murallas en esta zona, especialmente en las proximidades de la torre del ángulo, donde apenas se ha respetado el antiguo foso; pero, en los alrededores de la puerta llamada de Herodes, con sus zonas ajardinadas, sí es posible ver algo del efecto de las murallas del tercer muro. En tiempos de Agripa estas zonas eran o tierras de labor con algunos olivos o higueras, o pequeños bosques, entre los que aparecía alguna tumba o necrópolis, como la que al N de la puerta de Damasco se construyera la reina Elena Salama de Abiadene después de su conversión al judaísmo, hoy llamada tumba de los Reyes. En el año 70 d. C. y tras una serie de insurrecciones contra el poderío romano, las legiones imperiales, capitaneadas por Vespasiano primero y finalmente por Tito, ocuparon la ciudad después de duro asedio dramáticamente narrado por F. Josefo.
      v. t.: CRONOLOGÍA 11; ISRAEL, REINO DE; JUDÁ, REINO DE; PALESTINA 111, IV.

BIBL. : B. MAZAR y A. PIMENTEL, Jerusalén, en Enc. Bibl. IV, 357-428; L. M. VINCENT, Jérusalem, en DB (Suppl.) IV,897-966; G. RICCIOTTI, Historia de Israel, Barcelona 1945-47; L. DESNOYERS, Histoire du peuple Hébreu, II, París 1930.

 

V. VILAR HUESO

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991