ISRAEL, RESTO DE
En el Antiguo Testamento. El A. T. utiliza varios términos para designar la
pequeña parte de un pueblo que se salva de la ruina decretada por Dios contra
ese pueblo y que, generalmente, consiste en una invasión enemiga. A este resto o
parte salvada se le llama se'ar (Is 7,3; 10,20-22; 11,11,16; 28,5); se'erit (Am
5,15; Mich 4,7; 5,6-7; Soph 3,13), yeter (Mich 5,3; Zach 14,2) y pelétá (Is 4,2;
10,20; Ez 14,22; loel 3,5; Abd 17).
La idea primitiva del resto no es de origen religioso ni cultual, sino
político y militar (cfr. W. Müller, o. c. en bibl.). La guerra tendía en
principio a la aniquilación total del enemigo; pero como esto no siempre se
obtenía, quedaba entonces un pequeño resto. Los reyes de Asiria se vanagloriaron
con frecuencia de no haber dejado resto alguno de los pueblos vencidos. La misma
idea aparece en la estela de Mesa (v.). También podía hablar I. en un sentido
político y militar del «resto de Edom» (Am 9,12), del «resto de los Refaim» (los
13,12), del «resto del reino de Sihon» (los 13,27); del «resto de los amorreos»
(2 Sam 21,2), del «resto de Asdod» (Ier 25,20). Como estos «supervivientes»
podían constituir un peligro para la nación vecina, Yahwéh amenaza con la ruina
total, con la desaparición del «resto», de los pueblos enemigos de l.: «el resto
de Babel» (Is 14,22; Ier 50,26), el «resto de Moab» (Is 15,9), el «resto de Aram»
(Is 17,3), el «resto de los filisteos» (Is 14,30; Am 1,8; Ier 47,4; Ez 25,
15-16). Podía suceder, no obstante, que el resto superviviente fuera el núcleo
de un nuevo pueblo. En este caso la permanencia de un resto podía representar la
señal de esperanza para el pueblo en cuestión.
Tenemos delineados así los dos sentidos fundamentales de la idea del
resto. Dentro del significado general, esta noción tiene para I. una importancia
singular. Como 1. es un instrumento en manos de Dios y su existencia depende de
las promesas de Yahwéh, la supervivencia de un resto puede caracterizar unas
veces la magnitud del castigo que Yahwéh inflige o permite que se inflija a su
pueblo, como cuando se dice que sólo «sobrevive un resto» (ls 10,22), un tizón
después de un incendio (Am 4, 11), un estandarte quedado en una colina (Is
30,17), un tocón de encina después de la tala (Is 6,13), un puñado de espigas en
la siega, unas cuantas olivas después del vareo (Is 17,5-6), o que no queda ni
siquiera un resto (Ier 11,23); pero puede evocar también la esperanza, dado que
subsiste al menos un resto (Ier 40,11; Is 6,13d). Este resto salvado por juicio
divino constituye un elemento esencial de la esperanza bíblica.
La idea religiosa del resto no es un dato específico de la predicación
profética, aunque hayan sido los profetas quienes más la hayan utilizado y
desarrollado, ni se introdujo por primera vez en 1. en tiempo de Elías, durante
las catástrofes políticas del s. ix (cfr. 1 Reg 19, 15-18). La idea se encuentra
ya en el yahwista (v. PENTATEUCO; GÉNESIS) cuando expone los planes paradójicos
de Dios en la historia (cfr. W. Müller, o. c. en bibl. 40 ss.). Noé y sus hijos
son ya un resto preservado (Gen 6,5 ss.; 17 ss.; cfr. Ecc1i 44,17). Lot y su
familia, salvados de la ruina de Sodoma, son igualmente un resto. Jacob divide a
sus gentes y sus bienes en dos campamentos para que, si ataca Esaú, se salve al
menos uno (Gen 32,8). José fue enviado a Egipto delante de sus hermanos «para
que quedara un resto en el país» y salvaran su vida (Gen 45,7). Los castigos de
I. en el desierto al diezmar la población dejan sólo un resto (Ex 32,28; Num
17,14; 21,6; 25,9).
Los profetas utilizan y desarrollan notablemente la idea religiosa del
resto. Para los profetas del periodo asirio, Amós (v.), Miqueas (v.) e Isaías
(v.), el resto de I. lo constituyen los supervivientes de las invasiones asirias
de Salmanasar, Sargón y Senaquerib (Am 5,15; Is 37,4,21; Mich 4,7). Para los
profetas de la época babilónica, jeremías (v.), Sofonías (v.) y Ezequiel (v.),
el resto está formado, unas veces, por el pequeño grupo de judíos que lograron
escapar a la deportación babilónica y permanecieron en Palestina (Ier 6,9; 15,9;
40,11; 42,15; 44,12; Ez 9,8; Soph 2,7), y otras, por los deportados a Babilonia
(Ier 24,1-10; Ez 6,8 ss.; 12,15-15; 14,21 ss.). Para los profetas y escritores
de la restauración posexílica el resto lo integra la pequeña comunidad de
repatriados que edificaron en Judá el nuevo Estado (Ag 1,12; 2,2; Zach 8,611;
13,8 ss.; Esd 9,8,13-15). Esta noción del resto conserva aún su primitiva
significación histórica. En los profetas preexílicos la idea del resto subraya
el carácter de castigo de las invasiones enemigas, puesto que Yahwéh sólo deja
subsistir un pequeño resto de su pueblo. En los profetas del destierro y en los
posteriores al mismo la idea del resto subraya más bien el carácter de promesa,
dado que Yahwéh no extermina del todo a su pueblo, sino que deja con vida una
pequeña parte que será el núcleo de la nueva nación.
Junto a esta noción histórica del resto existe en los profetas otra noción
escatológico-mesiánica, según la cual el «resto de Israel» es el portador de las
promesas divinas y el beneficiario en los últimos tiempos de la salvación (Is
4,4; 10,22; 28,5; Mich 5,6 ss.; Soph 3,12; Ier 23,3; 31,7; Am 3,12; 5,3; 9,8 ss.;
Ez 20,35-38; 34, 17 ss.; v. ESCATOLOCíA II); sólo este resto será santo. A
partir del destierro se perfila la naturaleza del mismo. El juicio divino
separará el resto santo de los rebeldes e infieles (Ez 20,38; 34,20) y quedará
formado por la porción religiosamente más sana de la nación, llamándose «Israel
siervo de Yahwéh, en quien Dios se glorifica» (Is 49,3) y que tiene una misión
que cumplir con relación a todo Israel (Is 49,5). Este resto se denomina otras
veces «los pobres (v.) de Yahwéh» (Is 49,13; Ps 18, 29; 149,4; 1 Mach 1,5 ss.;
v.); el verdadero l., el I. de las promesas, son los que tienen un corazón puro
(Ps 73,1). En medio de este grupo religioso emerge la figura del «Siervo de
Yahwéh» (v.), personaje escatológico-mesiánico (v. MESíAS), que realiza con su
muerte redentora la misión confiada al resto (Is 52,13-53,12). En la era
mesiánica entrarán a formar parte del resto los paganos convertidos y asimilados
espiritualmente a I. (Is 66,19-21; Zach 9,7; loel 3,5); ésta será también una
misión específica del «Siervo de Yahwéh» (Is 49,6; 53, 11). Daniel describe a
este personaje como el «Hijo del Hombre» que representa al «pueblo de los
santos» (Dan 7,13 ss.).
La noción del resto se ha ido enriqueciendo a través de los siglos. A la
primera idea de castigo se sustituye la de la esperanza. Al primer concepto de
realidad histórica concreta (los supervivientes de determinadas catástrofes
militares) lo reemplaza después la idea de una comunidad religiosa ferviente
dentro de la masa indiferenciada de supervivientes. Finalmente, dentro de la
comunidad fiel y observante se destaca la figura del «Siervo» que realiza por sí
solo la misión que debía llevar a cabo el resto fiel (V. REDENCIÓN).
Los libros proféticos contienen aún otras precisiones importantes sobre la
doctrina del resto. Según Amós, igual que las guerras y desgracias nacionales
presentes han reducido la nación a un resto insignificante (Am 5,15), así los
castigos futuros en el juicio escatológico terminarán de hacer una selección
entre pecadores y justos (Am 3,12; 9,8 ss.; 5,3). Para Isaías, el resto seá obra
de Dios (4,4), se apoyará en Dios sólo, no en alianzas políticas (10,20), vivirá
por la fe (7,9; 28,16), será santo, pues participará de la santidad de Yahwéh
(4,3; cfr 6,3). Un primer núcleo de este resto lo constituyen ya los discípulos
del profeta, que guardan en su corazón las enseñanzas del maestro (8,16-18);
pero lo forman sobre todo «los pobres», que se apoyan en Yahwéh su salvador
(14,32); el Mesías será el jefe y la gloria de este resto (4,2), que vivirá
seguro al amparo de su rey (6,13 y 11,1; 11,2 y 28,5 ss.; 9,5 y 10,21) (v.
ISAÍAS 11, 2-4).
Jeremías alarga la noción del resto al incorporar en él a los desterrados
en Babilonia (24,1-10) y disocia el resto de la idea de un Estado temporal en
Judá. Ezequiel precisa aún más estos conceptos: El resto no son los
supervivientes de Judá; y tampoco los desterrados en Babilonia; sólo el juicio
divino escatológico discernirá el verdadero resto (20,38; 34,20). Los profetas
del posexilio, sobre todo Ageo y Zacarías, dejan claramente entrever que la
restauración inaugurada con la vuelta del destierro no es más que el comienzo de
la era mesiánica. La pequeña comunidad de repatriados será aún diezmada y
purificada (Zach 13,8 ss.; 14,2). Al mismo tiempo, estos profetas y otros
escritores de la época alargan la visión del resto, anunciando que se
incorporarán a él los paganos convertidos.
Nuevo Testamento. Se sigue usando el término «resto de Israel». S. Pablo
explica que es el pequeño número de judíos que reconocieron a Jesús de Nazaret
como Mesías y se hicieron así participantes de las promesas mesiánicas de
salvación (Rom 9,27-29; 11,5). Gracias a este resto la infidelidad masiva del
pueblo de 1. no echó por tierra las promesas de Dios: la fidelidad de Dios queda
a salvo (Rom 11,1-7). Pero, puesto que se trata de un pequeño resto «elegido por
gracia» (Rom 11,5), la elección de los individuos es ahora tan gratuita como lo
fue en la Antigua Alianza la elección de todo 1. (Rom 9,6-28). Estos elegidos
individualmente forman el verdadero I., no el de la carne y la descendencia de
Abraham, sino el 1. según el espíritu, que se apropia la fe de Abraham,
constituyendo así el I. de Dios (Gol 6,16), el del reino mesiánico (Mt 3,9 ss.;
22,14; lo 1,15 ss.; Rom 2, 28; 1 Cor 10,18), que es la Iglesia de Cristo, en
cuyo seno tienen cabida todos los pueblos (v. IGLESIA I).
Vemos, pues, que en la idea del resto hasta la venida de Jesús de Nazaret
existe una reducción numérica progresiva. Al principio está la humanidad entera,
luego el solo pueblo de I., después el resto de I., y finalmente el Siervo de
Yahwéh, el Hijo del Hombre, Jesús de Nazaret, quien, como Mesías, es el redentor
de todo 1. (Rom 11,26), de todos los paganos (Rom 11,25), de la humanidad entera
(Mt 20,28; 26,28) y de la creación como totalidad (v. JESUCRISTO). A partir de
Cristo se realiza el camino contrario. La historia de la salvación tiende de la
unidad, Cristo, hacia la multitud, la humanidad entera (v. SALVACIóN iI). El
libro de los Hechos subraya el crecimiento progresivo de los creyentes en Cristo
y la ascendente dilatación geográfica de la nueva comunidad cristiana (Act
1,13,26; 2,41,47; 5,14). S. Pablo, por su parte, expone la razón teológica
profunda de este movimiento de reducción hasta Cristo y de progresión a partir
de Cristo (Gol 3,6-4,7).
La historia de la salvación parte de la Revelación (v.) de Dios y del
pecado (v.) del hombre que se rebela a esa misma Revelación. Pecado del hombre y
misericordia de Dios hacen posible una historia de la salvación en sentido
propio, pues la maldición que pesa desde el Génesis sobre el hombre pecador no
puede ser la última palabra de Dios, que es amor y misericordia. La historia
bíblica nos presenta, de hecho, una serie de intervenciones de Dios en la
historia encaminadas a restaurar y reparar el orden primitivo destruido por el
pecado. Del conjunto de la humanidad pecadora, Dios se elige libremente un
pueblo que sea el portador de la esperanza salvadora. Cuando este pueblo, I., no
cumple su misión por sus reiteradas infidelidades, Dios preserva de en medio de
él un pequeño «resto», que purificado con pruebas y castigos, haga posible la
salvación prometida e intentada por Dios. Este «resto» se reduce en definitiva a
un solo hombre, Jesús, que con su muerte en cruz realiza lo que no pudo hacer ni
el pequeño «resto de Israel», ni el pueblo de I. en su totalidad, ni la
humanidad entera.
La tensión interna de la historia de la salvación puede resumirse, por una
parte, en la promesa hecha a Abraham de una «descendencia como las estrellas del
cielo» (Gen 15,5) y el deseo de Dios de «que todos los hombres se salven» (1 Tim
2,4), y, por otra, en la amenaza de que «los hijos de Israel se salvarán como
cuando un pastor arranca de la boca del león un par de patas o el trozo de una
oreja» (Am 3,12) y el anuncio de Jesús de que «si aquellos días no se
abreviasen, en atención a los elegidos, no se salvaría nadie» (Mt 24,22).
V. t.: DÍA DEL SEÑOR; ESCATOLOGíA II; ELECCIÓN DIVINA; ALIANZA (Religión)
lI; DIÁSPORA; IGLESIA 1, 2.
BIBL.: R. DE VAux, Le «Reste d'Israél» d'aprés les prophétes, «Revue Biblique» 42 (1933) 526-539; W. E. MÜLLER, Die Vorstellung uom Reste im Alten Testament, Leipzig 1939; S. GAROFALo, Residuum Israelis, «Verbum Domini» 21 (1941) 239-243; íD, La nozione profetica del «resto d'Israele», Roma 1942; S. H. BLANK, The current Misinterpretation of Isaiah's She'ar Yashoub, «Journal of Bible and Religión» 57 (1948) 211-215; TWNT, IV, 197-221; E. W. HEATON, The Root «s'r» and the Doctrine of Remnant, «The Journal of Theological Studies» 3 (1952-53) 27-39; F. DREYFus, Reste, en Vocabulaire de Théologie biblicale, París 1962, 908-911; Resto (de Israel), en Diccionario de la Biblia, Barcelona 1963, 1686-1688; 164-166; G. VON RAD, Théologie de l'Ancien Testament, II, Ginebra 1967, 21-22; 116 ss.; 141-143.
O. GARCÍA DE LA FUENTE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991