ISABEL I DE CASTILLA, LA CATÓLICA


Hija de Juan II, rey de Castilla y de su segunda esposa, Isabel de Portugal, n. el 22 abr. 1451 en Madrigal de las Altas Torres (Ávila). M. en Medina del Campo (Valladolid) el 26 nov. 1504 y reinó 30 años (1474-1504) en Castilla. Pasó en Arévalo sus primeros años al lado de su madre que, habiendo enviudado, se había refugiado en un convento en donde no tardó en manifestar síntomas de locura. Se pensó en casarla, siendo aún muy niña, con uno de los hijos de su tío abuelo, Fernando -que fue efectivamente su marido muchos años más tarde-, y con Carlos, príncipe de Viana, que murió prematuramente. En 1462 fue llevada a la corte de Enrique IV (v. ENRIQUE w DE CASTILLA) que ella misma calificó, años más tarde, de escuela de malas costumbres, y sirvió de madrina a la discutida princesa Juana, que luego fue su rival. Mientras crecía se le iban señalando maridos, Alfonso V de Portugal (v.), ya viudo, y el maestre de Calatrava, Pedro Girón, de reputación moral detestable. Isabel explicaba más tarde que estaba tan asustada que rezaba a Dios para que le enviase la muerte en lugar de tal marido. Quien murió fue el maestre (20 abr. 1466). La revuelta de su hermano más joven, Alfonso, contra el mayor, Enrique IV, la colocó en situación difícil. Los nobles que apoyaban al primero la sacaron de Segovia porque necesitaban disponer de todas las oportunidades de sucesión; pero ella exigió juramento de que nadie trataría de forzar su voluntad.
      La sucesión y el matrimonio. Cuando el joven Alfonso murió (5 jul. 1468) los nobles de su partido quisieron proclamar a I. reina. Pero ella se opuso obligándoles a buscar un acuerdo con Enrique IV que reconocía a éste como soberano legítimo y a I. como sucesora después de su muerte (pacto de los Toros de Guisando, 19 sept. 1468). Aceptó entonces la princesa ciertas condiciones para su matrimonio, pero cuando el marqués de Villena y los suyos trataron de imponerle la boda con el rey Alfonso V de Portugal ella hizo prevalecer su voluntad escogiendo a Fernando de Aragón, el más antiguo de los candidatos a su mano. Fernando hizo el viaje a Castilla disfrazado y celebró su boda en Valladolid el 18 oct. 1469, sin tener la dispensa pontificia necesaria. Un moderno investigador, Rodríguez Valencia, supone que I. fue tranquilizada por el nuncio Antonio de Veneris. Inmediatamente después de la ceremonia los jóvenes príncipes, que usaban ya el título de reyes de Sicilia, tuvieron que refugiarse en Dueñas. No se trataba de un matrimonio de amor; sin embargo, durante toda su vida I. dio un altísimo ejemplo de fidelidad, entrega y amor; en su testamento dispuso que su cuerpo fuese enterrado junto al de su marido.
      La actuación histórica. Aunque la obra de Isabel es prácticamente inseparable de la de su esposo (v. REYES CATóLICOS), todos los historiadores modernos están de acuerdo en señalar algunas líneas de conducta que fueron preferentemente suyas: la preocupación religiosa visible en el establecimiento de la Inquisición (v.), la selección de buenos obispos, el papel que jugaron fray Hernando de Talavera (v.) y Francisco Ximénez de Cisneros (v.); la amistad cada vez más estrecha con Portugal, cuyos reyes eran sus parientes próximos; la decisión de anteponer la guerra de Granada (v.) a la recuperación del Rosellón (v.); el deseo de que la expansión ultramarina hacia Canarias y América, así como por el norte de África, tuviese más sentido misional que económico; y la voluntad de acelerar la conversión de los musulmanes, figuran entre las más importantes.
      En el reinado de I. se aprecian tres fases, una de crisis que se abre con su renocimiento y se cierra con las Cortes de Toledo de 1480, otra de crecimiento que culmina con las grandes realizaciones de la conquista de Granada, el recobro del Rosellón, la consecución de la unidad religiosa, el descubrimiento de América y la estabilidad económica, y una tercera de doloroso sufrimiento iniciado en 1497 con la muerte del único hijo varón, el príncipe D. Juan y concluida con su propia desaparición siete años más tarde. A través de estas etapas es posible atisbar además la evolución de un carácter fortísimo que fue profundizando en la conciencia de un deber apostólico. El testamento, firmado el 12 de octubre y su codicilo redactado un mes más tarde (23 nov. 1504), han sido considerados como la síntesis de su pensamiento.
      En los años de crisis, el pensamiento dominante de la reina parece haber sido el logro de la paz interior y exterior. Tuvo parte muy directa en la reconciliación con la nobleza, a la cual aplicó el principio de la más amplia generosidad respetando el status económico de cada linaje. Llevó a cabo una gran tarea pacificadora en Andalucía, a veces con rigor, y tuvo intervención personal y muy directa en las negociaciones con el Papa y con Portugal. Durante la segunda etapa, que es aquella en que resulta más difícil saber qué cosas hizo el rey y cuáles la reina, sabemos indudablemente que ella puso mayor empeño en rematar rápidamente la guerra islámica, apoyó con más énfasis la Inquisición y fue, a través de sus oficiales, la decidida protectora de Colón (v.). En estos años efectúa sobre todo una depuración en la corte para rodearse de personas honestas. El atentado que sufrió Fernando en Barcelona (7 dic. 1492), a manos de un payés loco, causó enorme impresión en la reina y fue como el anuncio de sus futuras amarguras. La marcha de sus hijas, casadas con príncipes extranjeros, fueron la primera prueba; en 1496 acompañó a Juana a Laredo y permaneció a bordo del buque dos días para tranquilizarla.
      La muerte de Isabel. En 1497 murió el príncipe D. Juan y su viuda Margarita sufrió un aborto. I. pronunció las palabras «Dios me lo dio y El me lo quitó», que enterraban para siempre la casa de Trastámara, la más española de las dinastías. Casi al mismo tiempo tuvo noticia de que las relaciones entre Juana (v. JUANA DE CASTILLA, LA LOCA) y su esposo Felipe (V. FELIPE I DE CASTILLA, EL HERMOSO) eran malas. Antes de un año, el 24 ag. 1497 murió también Isabel, la primera de sus hijas, la más bella y la más querida. Todo el amor de esta madre doliente se volcó ahora sobre el nieto, Miguel, que falleció también el 20 jul.- 1500. Y de Flandes, la tierra de los nuevos herederos, llegaban noticias tristes: lo que en principio se creyera frialdad religiosa aparecía como primeros síntomas de un trastorno mental.
      La breve estancia de Felipe el Hermoso en España (1502) no hizo sino aumentar sus dolores. 1. y Fernando querían que Juana permaneciese en Castilla o, al menos, que el mayor de sus hijos, Carlos, a quien ni siquiera se enseñaba la lengua de sus futuros súbditos, fuese educado en Castilla. Juana creyó que había un plan para separarla de su marido y tuvo un choque violento con su madre (18 jun. 1503). I. enfermó. Las cosas fueron más lejos. En noviembre de este año, estando en Medina, Juana sufrió un ataque tan fuerte que, en adelante, no pudo ocultarse la verdad de su irremediable locura. 1. arrastró los últimos meses de su vida con grandes dudas acerca de su conducta; el derecho le obligaba a entregar la corona a Juana y a Felipe, cuyos actos diplomáticos bordeaban la traición, y así lo escribió en su testamento. Pero en el codicilo del 23 de noviembre dispuso, de acuerdo con las peticiones de Cortes, que en ausencia de Felipe -muy previsible- tuviese Fernando el gobierno de Castilla (V. FERNANDO II DE ARAGÓN, EL CATóLICO).
      Semblanza de Isabel. La gran reina fue una mujer menuda y graciosa, blanca y rubia, como casi todos los Trastámaras (v.), con ojos claros entre azules y verdes y expresión serena, como de gran paz interior. Profundamente introvertida, escuchaba, sin embargo, los consejos que se le daban. Su inteligencia era juvenil y despierta, con capacidad para el asombro. Fue muy aficionada a libros y poseyó una biblioteca abundante y variada. Piadosa en extremo se rodeó de hombres del tipo de fray Hernando de Talavera, que no pueden ser reputados como fanáticos. Con Cisneros era más capaz de sentir respeto y confianza hacia su valer que afecto a su persona. Tenía un sentido de la justicia como del deber fundamental de los reyes, que a veces ejercía con rigor y, desde luego, sin dejarse doblegar por dinero o influencias. El remate de su carácter le constituye, sin embargo, cierto ánimo alegre y caritativo que, sin desmentir la solemnidad de la autoridad real, le permitía usar de chanzas como aquella famosa frase en que decía que si tuviese tres hijos haría al uno rey, al otro arzobispo de Toledo y al tercero «escribano de Medina del Campo», o de frases llenas de amor como la conocida posdata a Gómez Manrique para que viniese a cuidar a su mujer. Todas las generaciones castellanas han manifestado unánimes, a pesar de sus opiniones políticas, la admiración por la gran reina.
     
     

BIBL.: F. CERECEDA, Semblanza espiritual de Isabel la Católica, Madrid 1946; M. BALLESTEROS GAIBROIS, La obra de Isabel la Católica, Segovia 1953; D. GómEz MOLLEDA, La cultura femenina de Isabel la Católica, «Rev. de Archivos, Bibliotecas y Museos», LXI (1955) 137-195; F. LLANOS TORRIGLIA, La reina Isabel, fundidora de España, Barcelona 1941; L. SUÁREZ FERNÁNDEZ-V. RODRIGUEZ VALENCIA, Matrimonio y derecho sucesorio de Isabel la Católica. Valladolid 1960; O. FERRARA, Un pleito sucesorio, Madrid 1945; T. DE AzCONA, Isabel la Católica, Madrid 1964; L. SUÁREz FERNÁNDEZ, Política internacional de Isabel la Católica, Valladolid 1971.

 

L. SUÁREZ FERNÁNDEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991