IRA


El deseo de rechazar y castigar al agresor es un sentimiento justo, que el hombre debe excitar en su interior para no quedar indiferente ante el mal. Esta capacidad de la naturaleza humana para reaccionar frente al mal moral es utilizada por la soberbia (v.) para repudiar males tan sólo aparentes. Convertido en una inclinación desordenada este hábito es el pecado capital de ira o cólera (v. PECADO Iv, 4), apetito desordenado de venganza (v.).
      Las dificultades son siempre para el soberbio un mal porque ante ellas se siente postergado. La soberbia responde entonces mediante la ira, que surge cuando se pretende rechazar al agresor con procedimientos desproporcionados o bien cuando se reacciona airadamente sin tener que rechazar a ningún agresor. Para que la reacción sea proporcionada debe ser justa por el objeto, moderada en cuanto al ejercicio y caritativa en la intención.
      Junto a esta ira-sentimiento se ha de considerar la irapasión. El deseo de rechazar el mal encuentra en las pasiones (v.) una colaboración indispensable para conseguir su fin. El cuerpo entero entra en acción para fortalecer el deseo del alma, suscitando una emoción violenta. La fuerza física aumenta, en consecuencia, y la voz y la actitud demuestran seguridad y energía. A Jesucristo le vemos justa y apasionadamente airado muchas veces frente a los fariseos y no prescinde de la violencia física para arrojar a los mercaderes del templo (cfr. lo 2,13-17). Otra es la actitud pasional del injustamente airado. Desbordado por la soberbia, el cuerpo adopta actitudes totalmente improcedentes por su misma naturaleza o por la forma con que se presentan. La ira como pasión mala tiene sus grados que van de la impaciencia y el mal humor, hasta el furor (demencia pasajera) y el odio (v. CARIDAD ni, 7) implacable, pasando por la irritación (arrebatos y gestos desordenados) y la violencia (palabras y golpes).
     
      Malicia moral. Mientras es simplemente un movimiento transitorio de la pasión incontrolada es tan sólo pecado venial. Cuando se pierde el dominio de sí mismo y se llega a insultar al prójimo es ya pecado grave: «El que se enoje con su hermano será reo de juicio» (Mt 5,22). Puede, sin embargo, ser leve por defecto del consentimiento o por falta de deliberación. La ira, según S. Gregorio Magno (PL LXXV,724), es un gran obstáculo para el adelantamiento espiritual porque hace perder la prudencia, la amabilidad, el espíritu de justicia y el recogimiento interior. De todos modos, la ira-pasión, como se ha visto, puede ser buena.
     
      Los remedios contra la ira pueden ser corporales (cuidado de la alimentación y de la higiene) y morales, entre los que hay que citar: reflexionar antes de obrar; despertar la dulzura y la serenidad rechazando el fanatismo o cualquier forma de apasionamiento desordenado, sin dialogar con él; olvidar las injurias; rechazar sospechas, celotipias y en general toda forma de pesimismo y amargura y, por último, invocar el auxilio divino (cfr. Tanquerey, o. c. en bibl.). Cuando la ira haya desencadenado el odio se recomienda acudir a su antítesis que es la caridad (v.), recordando el ejemplo de Jesucristo que llamó amigo a Judas y nos enseñó a pedir a Dios que nos perdonara «así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Al luchar contra la ira aumenta la virtud de la paciencia (v.) mediante la que afrontamos con valentía las dificultades.
     
      La lucha contra la ira producida por la indignación justa que se ha desbordado debe reducir la indignación a sus justos límites, pero no apagarla. La indignación justa también puede degenerar en iracundia si el apasionamiento contra el mal se convierte en apasionamiento contra el que ha obrado mal. Por todo ello conviene apagarlo tan pronto como sea necesario: «Si os enojáis, no queráis pecar: no sea que se ponga el sol estando todavía airados» (Eph 4,26). En ocasiones será conveniente apagarlo antes de intervenir cuando haya obligación de atajar las consecuencias de un mal moral: «No reprendas cuando sientes la indignación por la falta cometida. -Espera al día siguiente, o más tiempo aún. -Y después, tranquilo y purificada la intención, no dejes de reprender. -Vas a conseguir más con una palabra afectuosa que con tres horas de pelea. -Modera tu genio, (Escrivá de Balaguer, Camino, 23 ed. Madrid 1965, n° 10; cfr. 8, 9, 10, 20, 25, 654, 656, 698).
     
      V. t.: PECADO IV, 4; VENGANZA 11.
     
     

BIBL.: SÉNECA, De ira, lib. I, n. 2; S. TOMÁS DE AQUINO, Sum. Th. 2-2 q.158; S. GREGORIO MAGNO, Moralia XXI,45: PL 75-76; G. BLANC, Colére, en DTC III; M. VILLER, Collre, en DSAM It, 107-113; A. TANQUEREY, Compendio de Teología ascética y mística, Madrid 1930, nn. 853-863; C. SpicQ, Bénignité, mansuétude, duceur, clémence, «Rev. Biblique» 54 (1947) 321-339.

 

J.J. GUTIÉRREZ-COMAS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991