INTELECTUALISMO
Del latín intellectus, entendimiento. El término i. aparece en el s. xix; parece
ser que fue Schelling (v.) el primero que lo utilizó en su Bruno oder über das
natürliche und góttilche Prinzip der Dinge (1802) (Sümtliche Werke, IV,
Stuttgart 1959, 309), contraponiéndolo a materialismo; posteriormente fue usado
por Hegel (v.), en un sentido análogo al anterior, en sus Vorlesungen über die
Geschichte der Philosophie (Historia de la Filosofía, III, México 1955, 38),
extendiéndose en la 2a mitad del siglo por toda Europa, en especial en Francia.
Se trata de un término que, dentro del vocabulario técnico filosófico, carece de
un significado preciso. Entre los diversos sentidos que ha recibido señalaremos
los siguientes: l. Como contrapuesto a materialismo; tal es la significación que
recibió en su origen, según ya se ha visto. 2. Como opuesto a practicismo; el i.
representa la inclinación hacia la actividad intelectual, hacia la vida teórica
-bíos theoreticós-, frente a la actividad del negocio, a la vida práctica -bíos
practikós-. Éste es el sentido común y corriente de la palabra intelectual. 3.
También se ha considerado al i. como lo opuesto a experimentalismo, como el uso
de la pura especulación en el campo del saber, prescindiendo del método
experimental; éste es el significado que dio F. Bacon (v.) al término
intelectualistas (intellectualists), al designar con él a aquellos filósofos
que, erróneamente, despreciaban la aplicación del método experimental (De
dignitate et augmentis scientiarum, 1,43). 4. También se ha utilizado el término
i. por todas aquellas doctrinas que niegan al entendimiento capacidad para
adquirir la verdad -el irracionalismo (v.), el pragmatismo (v.), el
intuicionismo (v.) bergsoniano-, indicando con él la tesis contraria a la
sustentada por ellas. 5. Como intelectualistas se ha designado también a las
teorías que mantienen, frente al vol'untarismo metafísicd, la existencia en la
base de lo real de un principio de tipo racional. En este sentido puede hablarse
de un i. metafísico. 6. Como i. psicológico, que defiende el primado, dentro de
las facultades anímicas, del entendimiento sobre la voluntad. 7. Como i.
teológico, mantenedor de que la Voluntad divina no puede contradecir un orden de
esencias. 8. Como i. epistemológico, doctrina que se opone tanto al racionalismo
(v.) como al empirismo (v.). 9. Como i. ético, defensor del primado absoluto del
entendimiento en la esfera de lo moral, de forma que la moralidad o inmoralidad,
el vicio o la virtud, dependen de la sabiduría o de la ignorancia.
Estudiaremos el i. en sus cinco últimos significados, ya que en éstos es
donde toma un sentido más técnico y preciso.
Intelectualismo metafísico. Se ha designado con este término, aunque de
una forma no muy acertada, a la filosofía hegeliana. Con ello se la ha querido
contraponer al pensamiento de Schopenhauer (v.), que sitúa en la base de lo real
a una voluntad ciega, irracional e inconsciente (v. VOLUNTARISMO). Por el
contrario, para Hegel, la realidad no es sino una manifestación de la idea, de
lo que necesariamente se deriva la inteligibilidad de lo real. Si se entiende i.
como exaltación de la racionalidad frente a la irracionalidad del conocer frente
al querer, de la conciencia frente a la no conciencia, de la idea frente a la
volición, es indudable que se puede hablar de un i. hegeliano; pero también lo
es que, de esta manera, el término i. es tomado en un sentido impreciso y poco
adecuado.
Intelectualismo psicológico. Afirma que, dentro del concierto de las
facultades anímicas, el primado corresponde al entendimiento, con superioridad
sobre la voluntad. Es la tesis opuesta a la del voluntarismo (v.). Este i. es de
rancio abolengo histórico. Todo el pensamiento griego, desde Parménides a
Plotino, está cruzado por una orientación intelectualista. Tanto Platón (v.)
como Aristóteles defienden un claro i. Para el primero, la verdadera realidad,
de la que la cosa sensible es mera imitación (mímesis), es la idea, y la
actividad más elevada del hombre, en la que radica su perfección y felicidad, es
la intelección (nóesis) de las ideas, conseguida mediante la adecuada actividad
del entendimiento (noús). Aristóteles (v.) pone de relieve su i. en el análisis
que realiza en el libro primero de la Ética a Nicómaco, respecto del problema
del sumo bien y de la felicidad del hombre. Se plantea la cuestión de cuál sea
el sumo bien con cuya posesión se obtendrá la felicidad. Entre las notas que
debe tener el sumo bien, Aristóteles incluye la perfección y el consistir en la
actividad más digna y elevada que pueda realizar el hombre en cuanto tal hombre
(o. c. 1,2,109417; I,7,1097b25; 1,9,1099b25); pero lo más elevado y digno en el
hombre, lo que le distingue de los demás seres vivientes, es el entendimiento
(o. c. 1,6, 1097b30), por lo que el sumo bien y la felicidad humana consistirán
en la vida teorética, en el ejercicio del entendimiento como potencia suprema
del hombre. Es más, Aristóteles llegará a una cierta «divinización» del
entendimiento: «Si el entendimiento es algo divino respecto a lo restante del
hombre, la vida propia del entendimiento es una vida divina respecto de la vida
ordinaria del hombre» (o. c. X,7,l l77b27 ss.). La actividad intelectual, la
theoretiké enérgeia, es lo más perfecto a que puede aspirar el hombre (o. c.
X,8,l l78b22).
En la filosofía medieval, del mismo modo que la línea agustiniana derivará
hacia el voluntarismo, la corriente aristotélica se inclinará hacia el i. En
este sentido se contrapondrá el i. tomista al voluntarismo escotista. Para S.
Tomás el entendimiento, considerado simpliciter, es más perfecto que la
voluntad, pero secundum quid puede ser más o menos perfecto que ésta. En una
consideración simpliciter, es decir, en sí mismo, en su esencia, el
entendimiento es superior a la voluntad, porque las facultades se especifican
por sus objetos formales, o sea, por aquello que captan de un modo directo e
inmediato (primo et per se), y el objeto formal del entendimiento es más
perfecto que el de la voluntad; aquél tiene por objeto formal el ente, ésta el
bien, y el ente antecede y funda el bien. Mas, considerado secundum quid, el
entendimiento puede ser más o menos perfecto que la voluntad. Es más perfecto
respecto de las cosas materiales (secundum res materiales), pero menos respecto
de los seres espirituales. En efecto, el objeto de la voluntad secundum quid son
las cosas tal como están en la realidad, el del entendimiento las cosas tal como
son conocidas, en cuanto que están intencionalmente (v. INTENCIONALIDAD) en él;
en el caso de las cosas materiales, es más perfecto captarlas intencionalmente
que tal como son en sí, pero, respecto de los seres espirituales, hay más
perfección en quererlos en su naturaleza real que conocerlos intencionalmente;
por lo que dirá S. Tomás que, en esta vida, es más perfecto amar a Dios que
conocerle (Sum. Th. 1 q82 a3; 1 q82 a4 ad 1). Queda establecido, pues, el
primado del entendimiento sobre la voluntad, ya que, simpliciter et secundum se,
el primero es más elevado y noble (altior et nobilior) que la voluntad.
Conviene, sin embargo, señalar que si bien puede hablarse de i. con respecto a
S. Tomás ha de ser matizando la expresión y advirtiendo que tiene un sentido
diverso al que posee cuando se aplica -como haremos a continuación a Spinoza o
Hegel-, ya que S. Tomás no pretende nunca subsumir la voluntad en la
inteligencia.
En la Edad Moderna el i. está representado por Spinoza (v.). Junto al
conocimiento sensible, imperfecto y fuente de error, y al racional, superior y
que nos da ideas adecuadas de las cosas, está el conocimiento intuitivo (scientia
intuitiva), la forma más elevada de conocer, en la que el entendimiento nos hace
patente que las cosas del mundo no son sino modos, manifestaciones de la
sustancia divina, que Dios es todo y que todo es Dios (E1hica, 11,47, escolio);
y de este conocimiento se deriva el rnentis amor intellectualis erga Deunz, el
amor intelectual del entendimiento hacia Dios -hay que destacar que Spinoza
adjetiva al amor de intelectual y, además, lo refiere al entendimiento (amor
mentis)-, en el que reside y tiene lugar el sumo bien y la perfección del hombre
(o. c. V, prop. 36; IV, prop. 28).
Con Hegel (v.), el i. alcanzará uno de sus momentos de apogeo. Todo el
proceso dialéctico de la idea culmina en el espíritu absoluto, que se
autodespliega en la intuición de sí mismo (el arte), en la representación de sí
mismo (la religión) y en el conocimiento conceptual de sí mismo (la filosofía).
Este último saber supone la plena autoconciencia de la idea, la total liberación
de su exteriorización en la naturaleza; y la filosofía es obra del
entendimiento, actividad cognoscitiva; la filosofía es «consideración pensante
de los objetos» (Enzyklópadie der ophischen plhdos lVissenschaften, 2); la
filosofía «usa de conceptos en lugar de representaciones» -es decir, en lugar de
intuiciones y sentimientos (o. c. 3)-.
Intelectualismo teológico. Frente al voluntarismo teológico se puede
hablar de un i„ defensor de la primacía del entendimiento divino sobre los demás
atributos o, al menos, sobre la voluntad de Dios. Así Aristóteles, cuando quiere
determinar la naturaleza del Acto puro, lo concibe como nóesis noéseos, como
pensamiento clc un pensamiento, como una autocontemplación en la que el Acto
puro piensa su propia sustancia que es puro pensamiento (Metaf. XI,9,1074b34).
Ya en ambiente cristiano suele a veces hablarse de i. teológico para calificar a
la corriente tomista; si bien para S. Tomás lo más propio que podemos decir de
Dios es que es el ipsum esse per se subsistens, que es el ser subsistente por sí
mismo, también es cierto que según el pensamiento del santo hay en ciertos
respectos una indudable primacía del entendimiento sobre la voluntad de Dios,
cuya manifestación más clara, frente a lo que acontece en el voluntarismo (v.),
es el establecimiento de un orden de esencias inmutables y no sometidas al libre
arbitrio de la divina voluntad, de forma que, en la esfera ética, lo bueno no es
bueno porque Dios lo haya así querido, sino que Dios lo ha querido así
precisamente por ser, en su propia esencia, bueno. Este i. será acentuado por
algunos de sus seguidores; p. ej., Juan de Santo Tomás (v.). También aquí la
palabra i. ha de ser entendida, no obstante, en sentido matizado: todos esos
autores cristianos hablan de una primacía del intelecto divino sobre la
voluntad, pero no lo reducen todo a pura inteligencia. Y así, si bien se afirma
que lo bueno es bueno por serlo en su propia esencia, añaden a la vez que eso
bueno es -existe- porque así lo quiere Dios: la creación (v.) es, en efecto,
libre.
Intelectualismo epistemológico. En el problema refc-rente al origen y
validez de nuestro conocimiento, el i. es una de las cuatro posiciones que de
modo fundamental, se han adoptado a lo largo del pensar filosófico. Frente al
empirismo (v.) -defensor de que todo conocimiento válido ha de radicar en la
experiencia sensibleafirma la existencia y validez de un conocimiento superior
al de los sentidos, el conocimiento racional. Frente al racionalismo (v.) -que
afirma la exclusiva validez del conocimiento originado en la razón, con plena
independencia y separación del conocer sensitivo- defiende la validez, dentro de
su ámbito, del conocimiento sensible y la radical conexión entre ambas formas de
conocer (nihil esi in iniellectu quod prius non fuerit in sensu). Frente al
apriorismo (v.) -mantenedor de que cualquier conocimiento comienza en la
experiencia sensible, pero no lodo el conocimiento, es decir, en su totalidad,
se deriva de ella, ya que dicha experiencia, en cuanto conjunto de impresiones
sensoriales, ha de ser informada por ciertas estructuras mentales o formas a
priori, de manera que se desemboca en una concepción idealista del conocimiento-
sostiene que el conocer humano es realista, ya que, partiendo de los datos
sensibles, el entendimiento. en virtud de la abstracción (v.), formará las
especie inteligibles en las que se capta la esencia de las cosas materiales y
singulares. Como seguidores de este i. hay que citar a Aristóteles, S. Tomás y
la escuela tomista.
Intelectualismo ético. Defiende el primado del entendimiento en el orden
moral, de forma que la moralidad o inmoralidad dependen de la sabiduría o la
ignorancia. El que obra mal, afirma, lo hace por error, por creer que el acto
realizado es bueno. Nadie obra mal voluntariamente (Platón, Protag. 358c). La
inmoralidad no se debe a una voluntad perversa, sino a un entendimiento
ignorante. Nadie es malo a causa de su voluntad, sino de su ignorancia
(Aristóteles, Etic. Niconi. VI1,2,1145b23). La virtud se reduce a la ciencia y
el único vicio es la ignorancia (Platón, o. c. 331a ss.). El representante
típico de este i. es Sócrates (v.). Adviértase, sin embargo, que la moralidad de
una acción no depende sólo del conocimiento; también influye la voluntariedad
(v. MORAL III, 1).
BIBL.: CENTRO DI. STUDI FILOSOFICI DI GALLARATE, Enciclopedia lilosolica, II, Venecia-Roma 1957, 1457-1460; G. M. MANSER, La esencia del tomismo, 2 ed. Madrid 1953, 212-240; J. GEYSER,:Die Erkenntnistheorie des Aristoteles, Miinster 1917; M. GILLET, Du londement intellectuel de la morale d'aprés Aristote, París 1928; O. N. DERISI, La doctrina de la inteligencia de Aristóteles a Santo Tomás, Buenos Aires 1945; W. JAEGER, Aristóteles, México 1946, 467-515; P. ROUSSELOT, L'intellectualisme de St. Thomas, 3 ed. París 1936; J. MARECHAL, El punto de partida de la metafísica, V, Madrid 1959; M. WUNDT, Der Intellektualismus in der griechischen Ethik, Leipzig 1907; R. SIMETERRE, La théorie socratique de la vertu-science selon les Memorables -de Xénophon, París 1938; A. TOVAR, Vida de Sócrates, 2 ed. Madrid 1955.
J. BARRIO GUTIÉRREZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991