INFIERNO. SAGRADA ESCRITURA.


1. Terminología. La Biblia utiliza diversos sustantivos para indicar el infierno, aunque a veces se usan con otros significados. Entre ellos: (a) Tierra o tierra inferior (Ex 15,12; Ps 71,20; Ion 2,6; Ez 31,14). Se asemeja al término ugarítica 'rs (tierra), que se encuentra en lo más profundo del cosmos inferior; asimismo responde al acádico ersitu shaplitu, la región subterránea considerada como la morada de la muerte. (b) Perdición ('abaddon), lugar donde se acoge a los muertos (lob 26,6; Ps 88,12; Prv 15,11); casi se la personifica (lob 28,22; Apc 9,11). (c) Abismo (tehom), expresión que tal vez refleje ideas de Mesopotamia. Sólo una vez indica el mundo de los muertos (Ps 71,20). Acabó significando en el judaísmo tardío la prisión de los espíritus rebeldes. (d) Sé'ól, el más usado; se traduce al griego como hades, lugar oscuro (lob 10,21-22), situado bajo las aguas (lob 26,5), temible porque de allí no se vuelve (2 Sam 12,23; lob 7,9; 10,21), morada indistinta para todos (Ps 89,49; Is 14,9; Ez 32,20 ss.; lob 7,9-10; 16,22), en cuyo seno no se puede alabar al Señor (Ps 88,5; Is 38,18). Coincide con los términos mesopotámicos de kigallu y arallu (la gran tierra y el reino de los muertos). Con el desarrollo normal de la revelación sobre la resurrección, el sé'ól pasa a ser morada provisoria de los difuntos; y, en un último estadio, fue empleado para designar el lugar de castigo. (e) Géhenna. Valle al sur de Jerusalén (wádi el-Rabatban); originalmente Gé'benHinnón (los 15,8; ler 7,32), en arameo se abrevia en Ge hintúttn, de donde proviene el griego geenna. Allí se sacrificaron víctimas humanas al dios fenicio Molok, los profetas maldijeron el lugar (Is 31,9; 66,24; Ier 7,32; 19,6) y estos oráculos sirvieron a los escritores del judaísmo tardío para localizar allí aquel i. de fuego, castigo decisivo de los impíos.
     
      En el uso de esos términos se refleja el progreso de la Revelación divina que va, paulatinamente, completando su manifestación. No es por eso extraño que en los textos más antiguos encontremos sólo el testimonio de una supervivencia más allá de la muerte, pero sin describir aún con claridad ese estado, mientras que en los últimos eso ya se perfila netamente. Por lo demás, en este artículo se hará una exposición más bien analítica, dejando el dar una visión de conjunto para el artículo siguiente.
     
      2. Antiguo Testamento. a) TestimoKios arcaicos. Aunque no pocas veces la Biblia parezca identificar la muerte con el sé'ól (sheol), otras veces, como en Gen 37,35, significa claramente el refugio de las sombras, donde la vida es difusa, latente y disminuida. Sus habitantes son refaim, desfallecidos, umbrátiles, remisos y cansados. El que se conozcan entre sí y encuentren allí a los seres queridos, no parece aportar ningún consuelo (2 Sam 12,23). La fisonomía de este sheol en estos textos parece tomada de las características del sepulcro como lugar oscuro, cubierto de polvo, lugar de descomposición, fosa universal. Sin embargo, y así se dice con fuerza en Elías y Eliseo, ello no quita la fe en que Yahwéh tiene el poder de resucitar muertos: el caso de los niños (1 Reg 17,17-24; 2 Reg 4,8-37) y el del que volvió a la vida tras tocar su cadáver los huesos de Eliseo (2 Reg 13,21). En 1 Sam 28,2-25, el rey Saúl evoca a la «sombra» o «espíritu» de .Samuel, difunto. En resumen, en el sheol se da una existencia individualizada de los espíritus.
     
      b) Profetas del siglo VIII. En la predicación de éstos, la palabra i. significa a veces un lugar distante donde algunos intentan buscar «refugio» cuando amenaza la cólera divina (Am 9,2); lugar de la podredumbre (ls 14,11), profundo como un pozo (Is 14,15). A veces se le designa como Mot (la muerte), palabra con que los fenicios designaban al Dios del mundo subterráneo y de la fecundidad de la tierra (Is 28,15). Otras, se le personaliza como un tirano (Os 13,14) o como un monstruo que se levanta y sale al encuentro del rey que murió (Is 14,9). En estos textos se enseña algo fundamental: el i. está bajo el control divino, no es un sitio adonde no pueda llegar su poder superior; el anuncio profético afirma al Señor como árbitro supremo por encima de los poderes de la muerte y el sheol.
     
      c) Siglos VII y VI. En los profetas hay poca preocupación por el lugar de castigo: Habacuc lo cita una sola vez (2,5), y en Ezequiel se describe por dos veces el i. como una corte de sombras donde es acogido con sarcasmos el faraón (Ez 31,15-18; 32,17-32). Su compañía es la caterva de impíos, asesinos que sembraron la muerte en aquellas tierras. Menciona a los reinos vecinos, cuyos habitantes moran ya las horrendas cuevas del sheol, como sombras. Ya en Deuteronomio y Números aparecían expresiones consagradas para describir el i., que -va a recoger la literatura posterior: «reunirse con su pueblo» (Dt 32, 50), «acostarse con sus padres» (Dt 31,16), el fuego como elemento de castigo (Dt 32,12; Num 16,30-34), expresión que se une a la del «fuego» que baja hasta el i. y lo quema o que devora a los impíos que emplea Amós, (9,2), o a la comparación generalizada entre el fuego y la cólera divina (Idc 9,20; Dt 4,24; Is 66,.15; etc.). En síntesis, todos estos escritos reiteran y reafirman una verdad básica: Dios es justo, si bien no precisan aún mucho los rasgos de los premios o castigos de ultratumba.
     
      d) Libros Sapienciales. Al plantear de una forma más terminante y radical el tema de la justicia divina, ofrecen una enseñanza más detenida.
     
      En el Salterio (v. SALMOS) se encuentra la descripción tradicional del i. (Ps 6,6; 16,10; 18,6; 49,16; 88,11; 89,49; 115,3.7; etc.). La tesis fundamental sigue siendo que Dios, justo y omnipotente, visita a los impíos con el castigo (Ps 37; 38; 39; 49; 90; 112; 128). El libro de los Proverbios (v.) se enfrenta con el escándalo de la muerte prematura. Su esquema es el de la Alianza (cfr. Dt 30,15.19): aquel que no cumple lo pactado con el Señor, acarrea sobre sí toda suerte de males, lo que inicia el proceso irreversible de la muerte-condenación.
     
      El libro de Job (v.) rechaza la tesis según la cual los dolores en esta vida son causados sin más por nuestros pecados. Y surge la pregunta sobre si existen o no premios y castigos, si es posible que la justicia divina no alcance al hombre o que el justo tenga que contentarse con su conciencia tranquila y nada más mientras ve el bienestar del impío, que se le empareja en la muerte común, lo cual confluye en el discurso divino (lob 38-42), donde se pone de manifiesto el orden que existe en el mundo, la armonía que se da en la creación; con ello insinúa que hay un orden semejante en el destino ultraterreno del hombre, del pobre y dolido Job. Por lo demás, las descripciones del i. son más gráficas que las ya mencionadas, pero con la misma imaginería y contenido. El libro del Eclesiastés (v.), en la línea de Job, constata que todos los hombres están abocados a la muerte (Eccl 9,2-3; 11-12); y afirma la justicia divina (Eccl 8,10-14).
     
      e) Últimos testigos. En los libros de Daniel (cuya última redacción algunos retrotraen a esta época, aunque se debe afirmar que, al menos, la primitiva es anterior, v. DANIEL), Macabeos y Sabiduría se habla ampliamente de la existencia de una retribución (v.) ultraterrena y en parte de un castigo metatemporal. En Dan 12,2-4 se anuncia un juicio y se afirma la esperanza en una resurrección; lo mismo en 2 Mach 7,14; pero en ninguno de los dos textos se especifica si los condenados resucitarán o su castigo será la corrupción, la vergüenza (en hebreo, dera'on). El libro de la Sabiduría recalca que «la justicia es inmortal» (Sap 1,15); se refiere al i. con las siguientes palabras: «Irán acabados a dar cuenta de sus pecados y sus iniquidades se levantarán contra ellos para acusarlos» (Sap 4,20). Tampoco se describen los castigos.
     
      3. Periodo intertestamentario. Dadas las tensiones en que vivió el judaísmo (v.) de los siglos que precedieron a Jesús y su Iglesia, las ideas apocalípticas acerca del fin del mundo (v.), de un gran castigo y de una felicidad venturosa, dispersas en el A. T., cuajaron en una serie de escritos, apócrifos (v.) o seudoepigráficos, que si bien no están inspirados es útil conocer porque influían en el medio ambiente al que se dirigió Cristo (v. APOCALIPSIS II).
     
      La idea del sheol como lugar común o fosa general sigue siendo utilizada: testigo el Henoc Eslavo y el Segundo libro de Henoc (9.10.42.65). Hay, sin embargo, una tendencia cada vez mayor a subrayar la distinción entre la suerte de los justos y la de los impíos. Así se encuentran descripciones de un cielo o paraíso, bien como lugar de reposo, bien como de recompensa. El i. merece también un puesto en la especulación: «Este barranco maldito es para los condenados eternamente; aquí serán reunidos juntos los impíos que profieren con sus labios blasfemias contra el Señor y dicen cosas indignas contra su Gloria» (Henoc 27,2). «En aquel día yo vi un abismo que se abría en medio de la tierra, lleno de fuego, y las ovejas que fueron halladas culpables fueron atadas y arrojadas al abismo donde ardían» (Henoc 90,26). Los escritos de Qumrán (v.) atestiguan la misma idea; así el Manual de Disciplina: «Pero éste es el castigo para cuantos siguen sus consignas (del Malo): gran aflicción en manos de los ángeles del castigo, ruina eterna por la ira eterna del Dios de las venganzas, temblor eterno, angustia sin fin y aniquilación ignominiosa en el fuego de las regiones tenebrosas» (4,6-7). Se piensa en el juicio final y se habla de un i. como un lugar de tránsito o espera, que terminará dando paso al i. definitivo; otras veces se reconoce que el juicio tiene lugar en el momento preciso en que el hombre muere y su cuerpo se corrompe, siendo por ende inmediato el comienzo del gozo o de la pena. A pesar de ello, hay que reconocer que toda esta temática no es uniforme, ni común, ni por supuesto aceptada por todos. La tensión entre quienes aceptaban la resurrección (fariseos, v.) y quienes no (saduceos; v.), entre los que esperaban ésta como único final de los hombres y los que, admitiendo un alma capaz de juicio, admitían la inmediatez del mismo, pervivió durante decenios y sería poco honesto afirmar que la opinión de los judíos en tiempos del N. T. era unánime.
     
      4. El Nuevo Testamento. Al llegar el N. T. (v.) toda la Revelación en general alcanza su plenitud (cfr. Heb 1,1-3), y ello ocurre también con el tema del i. Desde el punto de vista terminológico digamos que la voz sheol o hades puede tener diversos significados, p. ej., la muerte o el lugar donde van los difuntos, sin distinción de calificativo moral; bajo esta acepción se habla del descenso de Cristo a los i. (Mt 16,18-19; Act 2,24.31; Rom 10,7; Epja 4,9; Heb 13,20; 1 Pet 3,18,22). Otras veces el sheol sólo indica el lugar de tránsito provisorio de aquellos espíritus que merecen el castigo, pero cuyo juicio definitivo aún no ha sido pronunciado (Lc 16,23). Para indicar el castigo definitivo se emplea con más frecuencia el sustantivo gehenna. En el Apocalipsis el hades permanece hasta la resurrección y el juicio final y, a partir de este momento, el lugar de los condenados es llamado gehenna (Apc 19,20; 20,10. 14-15).
     
      a) Sinópticos. La predicación de Jesús dice que ante el hombre se abren dos caminos, uno de lucha, abnegación, pobreza y entrega que lleva al Reino de los Cielos, y otro que conduce al infierno. Para describir éste se utilizan diversas imágenes: fuego (Mt 3,10-12, en la predicación del Bautista; Mt 7,19; 13,30.39-42.49-50, en las parábolas del Reino; y Mt 25,41.46, en el discurso escatológico), tinieblas, llanto y rechinar de dientes (Mt 22,13; 24,51; 25,30). Estos mismos elementos se encuentran en los lugares paralelos de Marcos, quien añade dos más: el gusano que no muere (9,48, alusión a Is 66,24 y quizá a Idt 16,17) y la salazón por el fuego (referencia tal vez a Lev 2,13). S. Lucas es más escueto: habla de llanto y desesperación (Le 6,24; 13,28), fuego y cárcel (Le 3,9.17; 12,28) y es el único que narra la parábola del rico y el pobre Lázaro (Le 16,19-31), que recoge la creencia más generalizada del judaísmo contemporáneo. Hay en los Evangelios un matiz muy particular: entre los castigos se menciona el estar separado, alejado de Cristo. Se recalca en el discurso escatológico: «Apartaos de mí, malditos...» (Mt 25,14.41; 7,23; Le 13,27). Este apartarse del Salvador, ya vislumbrado en el A. T., alcanza su valor definitivo en el cristianismo. Quizá exprese la mismo la fórmula, «echarlo afuera», indicando el banquete de bodas (Mt 22,1-14; Lc 14, 16-24).
     
      b) S. Juan. En su Evangelio y cartas, el i. indica el desenlace final al que lleva aquella actitud de vida que se opone a Cristo. Así el i. es el resultado del juicio que deriva del no tener fe en Cristo (lo 3,16-18); es objeto de la cólera divina (lo 3,36). Hay una resurrección que se logra por la fe en su persona (lo 11,25), mientras que hay otra que será para el castigo (lo 5,24-29). En 12,46 se opone la luz a las tinieblas, con el mismo sentido que los Sinópticos y se usa el adverbio «fuera» o «afuera» para indicar lejanía y perdición (lo 6,37). En el discurso sobre la Eucaristía, Cristo se refiere al tema prometiendo vida y amenazando con muerte (lo 6,50, tema repetido en 1 lo 3,14-15; 4,8; 5,16-17, donde muerte es sinónimo de condenación). El simbolismo de la vid opone los injertados en Cristo por la fe a aquellos otros que serán podados y arrojados al fuego (lo 15,2-6).
     
      c) S. Pablo. El Apóstol repite en todos sus escritos el anuncio de la justificación (v.) que Cristo ha logrado para los mortales; como contraste trata de la condenación y del infierno. La muerte es el salario del pecado (Rom 6,23); el fin de los impíos es la perdición (Philp 3,19), la cólera (Rom 2,5.8), indignación, descalificación definitiva (1 Cor 9,27), ruina (1 Thes 5,3). En otros textos amenaza con los mismos castigos (Rom 2,5; 1 Thes 1,10; 1 Cor 6,9-10). S. Pablo afirma la resurrección para que todos «seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo» en el que cada uno recibirá la sanción (2 Cor 5,10). También enseña la existencia de un juicio en 1 Cor 4,5 y Rom 2,16. El pasaje más completo es, sin duda, 2 Thes 1,5-10, donde se mencionan todos los elementos propios de la escatología cristiana: castigo para los opresores, revelación de Cristo, ángeles, venganza divina y llama de fuego. El castigo es descrito así: «Éstos sufrirán la pena de una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (vers. 9). Menciona como elemento principal el estar separados de Dios y de Cristo.
     
      d) Apocalipsis. Dados su carácter y género literario, recoge, más que otros escritos, las imágenes del A. T. Menciona el sheol (hades, 4,7), el lugar de perdición ('abaddon, 9,11); recalca la presencia del fuego y el azufre (11,7; 14,10-11; 19,20; 20,15; efr. Apc 12,1-3; 21,8; etc.). Este castigo va destinado a la Bestia y sus seguidores y, abrazando a la muerte y al sheol (20,13), es conocido como la «muerte segunda» (20,14) y su duración es eterna. Señala también como castigo del i. el alejamiento del Señor: ese grito de « ¡Fuera los perros, hechiceros, impuros, asesinos, idólatras y cuantos aman y practican la mentira! » (22,15) se relaciona con el ser arrancados del árbol de la vida y de la ciudad santa (22,19). e) Otros escritos. Los otros textos enseñan y recalcan lo dicho: juicio terrible y fuego devorador (Heb 10, 27.31). Santiago recuerda el juicio y alude a la gehenna de fuego (lac 3,6) en una comparación. Las cartas de S. Pedro son más explícitas y lo mismo la de S. Judas: hablan de juicio (1 Pet 4,17-18), de un castigo tremendo, consistente en fuego, tinieblas, ruina, cadenas, etc. Sus relaciones con la apocalíptica judía son claras.
     
     

V. t.: III, 1-3; DEMONIO 1; ESCATOLOGÍA 11; RETRIBUCIÓN. BIBL.: J. ALONso Díaz, En lucha con el misterio, Santander 1967; R. MARTfN-ACHARD, De la muerte a la resurrección, Madrid 1967; J. GUILLÉN, Luces y sombras del más allá, Madrid 1964; XV SEMANA BíBLICA ESPAÑOLA, En torno al problema de la escatología individual en el N. T., Madrid 1955; XVI íD, La escatología individual neotestamentaria, Madrid 1956; C. SPIcp, El infierno en la Escritura, en VARIOS, El infierno, Buenos Aires 1955; y la bibl. del art. siguiente (III).

 

J. GUILLÉN ~IORRALBA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991